domingo, 18 de noviembre de 2012

Charles Baudelaire, El Albatros


L'albatros

Souvent, pour s'amuser, les hommes d'équipage
Prennent des albatros, vastes oiseaux des mers,
Qui suivent, indolents compagnons de voyage,
Le navire glissant sur les gouffres amers.

À peine les ont-ils déposés sur les planches,
Que ces rois de l'azur, maladroits et honteux,
Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches
Comme des avirons traîner à côté d'eux.

Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule!
Lui, naguère si beau, qu'il est comique et laid!
L'un agace son bec avec un brûle-gueule,
L'autre mime, en boitant, l'infirme qui volait!

Le Poète est semblable au prince des nuées
Qui hante la tempête et se rit de l'archer;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l'empêchent de marcher.

León Tolstoy, Las tres preguntas


Cierto emperador pensó un día que si se conociera la respuesta a las siguientes tres preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:

1. ¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?

2. ¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?

3. ¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente al emperador.

Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Sólo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un «Consejo de Sabios» y actuar conforme a su consejo.

Alguien afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otro le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos. Otros que depositaban su fe en guerreros.

La tercera pregunta trajo también una variedad similar de respuestas. Algunos decían que la ciencia es el empeño más importante; otros insistían en la religión e incluso algunos clamaban por el cuerpo militar como lo más importante.

Y puesto que las respuestas eran todas distintas, el emperador no se sintió complacido con ninguna y la recompensa no fue otorgada.

Después de varias noches de reflexión, el emperador resolvió visitar a un ermitaño que vivía en la montaña y del que se decía era un hombre iluminado. El emperador deseó encontrar al ermitaño y preguntarle las tres cosas, aunque sabía que él nunca dejaba la montaña y se sabía que sólo recibía a los pobres, rehusando tener algo que ver con los ricos y poderosos. Así pues el emperador se vistió de simple campesino y ordenó a sus servidores que le aguardaran al pie de la montaña mientras él subía solo a buscar al ermitaño.

Al llegar al lugar donde habitaba el hombre santo, el emperador le halló cavando en el jardín frente a su pequeña cabaña. Cuando el ermitaño vio al extraño, movió su cabeza en señal de saludo y siguió con su trabajo. La labor, obviamente, era dura para él, pues se trataba de un hombre anciano, y cada vez que introducía la pala en la tierra para removerla, la empujaba pesadamente.

El emperador se aproximó a él y le dijo:

—He venido a pedir tu ayuda para tres cuestiones:

¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?

¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?

¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El ermitaño le escuchó atentamente pero no respondió. Solamente posó su mano sobre su hombro y luego continuó cavando. El emperador le dijo:

—Debes estar cansado, déjame que te eche una mano.

El eremita le dio las gracias, le pasó la pala al emperador y se sentó en el suelo a descansar.

Después de haber acabado dos cuadros, el emperador paró, se volvió al eremita y repitió sus preguntas. El eremita tampoco contestó sino que se levantó y señalando la pala y dijo:

—¿Por qué no descansas ahora? Yo puedo hacerlo de nuevo.

Pero el emperador no le dio la pala y continuó cavando. Pasó una hora, luego otra y finalmente el sol comenzó a ponerse tras las montañas. El emperador dejó la pala y dijo al ermitaño:

—Vine a ver si podías responder a mis tres preguntas, pero si no puedes darme una respuesta, dímelo, para que pueda volverme a mi palacio.

El eremita levantó la cabeza y preguntó al emperador:

—¿Has oído a alguien corriendo por allí?

El emperador volvió la cabeza y de repente ambos vieron a un hombre con una larga barba blanca que salía del bosque. Corría enloquecidamente presionando sus manos contra una herida sangrante en su estómago. El hombre corrió hacia el emperador antes de caer inconsciente al suelo, dónde yació gimiendo. Al rasgar los vestidos del hombre, emperador y ermitaño vieron que el hombre había recibido una profunda cuchillada. El emperador limpió la herida cuidadosamente y luego usó su propia camisa para vendarle, pero la sangre empapó totalmente la venda en unos minutos. Aclaró la camisa y le vendó por segunda vez y continuó haciéndolo hasta que la herida cesó de sangrar.

El herido recuperó la conciencia y pidió un vaso de agua. El emperador corrió hacia el arroyo y trajo un jarro de agua fresca. Mientras tanto se había puesto el sol y el aire de la noche había comenzado a refrescar. El eremita ayudó al emperador a llevar al hombre hasta la cabaña donde le acostaron sobre la cama del ermitaño. El hombre cerró los ojos y se quedó tranquilo. El emperador estaba rendido tras un largo día de subir la montaña y cavar en el jardín y tras apoyarse contra la puerta se quedó dormido. Cuando despertó, el sol asomaba ya sobre las montañas.

Durante un momento olvidó donde estaba y lo que había venido a hacer. Miró hacia la cama y vio al herido, que también miraba confuso a su alrededor; cuando vio al emperador, le miró fijamente y le dijo en un leve suspiro:

—Por favor, perdóneme.

—Pero ¿qué has hecho para que yo deba perdonarte? —preguntó el emperador.

—Tú no me conoces, Majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu implacable enemigo y había jurado vengarme de ti, porque durante la pasada guerra tú mataste a mi hermano y embargaste mi propiedad. Cuando me informaron de que ibas a venir solo a la montaña para ver al ermitaño decidí sorprenderte en el camino de vuelta para matarte. Pero tras esperar largo rato sin ver signos de ti, dejé mi emboscada para salir a buscarte. Pero en lugar de dar contigo, topé con tus servidores y me reconocieron y me atraparon, haciéndome esta herida. Afortunadamente pude escapar y corrí hasta aquí. Si no te hubiera encontrado seguramente ahora estaría muerto. ¡Yo había intentado matarte, pero en lugar de ello tú has salvado mi vida! Me siento más avergonzado y agradecido de lo que mis palabras pueden expresar. Si vivo, juro que seré tu servidor el resto de mi vida y ordenaré a mis hijos y a mis nietos que hagan lo mismo. Por favor, Majestad, concédeme tu perdón.

El emperador se alegró muchísimo al ver que se había reconciliado fácilmente con su acérrimo enemigo, y no sólo le perdonó sino que le prometió devolverle su propiedad y enviarle a sus propios médicos y servidores para que le atendieran hasta que estuviera completamente restablecido.

Tras ordenar a sus sirvientes que llevaran al hombre a su casa, el emperador volvió a ver al ermitaño. Antes de volver al palacio el emperador quería repetir sus preguntas por última vez; encontró al ermitaño sembrando el terreno que ambos habían cavado el día anterior.

El ermitaño se incorporó y miró al emperador.

—Tus preguntas ya han sido contestadas.

—Pero, ¿cómo? —preguntó el emperador confuso.

—Ayer, si su Majestad no se hubiera compadecido de mi edad y me hubiera ayudado a cavar estos cuadros, habría sido atacado por ese hombre en su camino de vuelta. Entonces habría lamentado no haberse quedado conmigo. Por lo tanto el tiempo más importante es el tiempo que pasaste cavando los cuadros, la persona más importante era yo mismo y el empeño más importante era el ayudarme a mí...

»Más tarde, cuando el herido corría hacia aquí, el momento más oportuno fue el tiempo que pasaste curando su herida, porque si no le hubieses cuidado habría muerto y habrías perdido la oportunidad de reconciliarte con él. De esta manera, la persona más importante fue él y el objetivo más importante fue curar su herida...

»Recuerda que sólo hay un momento importante y es ahora. El momento actual es el único sobre el que tenemos dominio. La persona más importante es siempre con la persona con la que estás, la que está delante de ti, porque quién sabe si tendrás trato con otra persona en el futuro. El propósito más importante es hacer que esa persona, la que está junto a ti, sea feliz, porque es el único propósito de la vida.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Bertolt Brecht, Demolición del barco "Oskawa" por su tripulación



A comienzos de 1922
me embarqué en el "Oskawa", un vapor de seis mil toneladas,
construido cuatro años antes con un costo de cuatro millones de dólares
por la United States Shipping Board. En Hamburgo
tomamos un flete de champán y licores con destino a Río

Como la paga era escasa,
sentimos la necesidad de ahogar
en alcohol nuestras penas. Así,
varias cajas de champán tomaron
el camino del sollado de la tripulación. Pero también en la cámara de oficiales,
y hasta en el puente y en el cuarto de derrota,
se oía ya, a los cuatro días de dejar Hamburgo,
tintineo de vasos y canciones
de gente despreocupada. Varias veces
el barco se desvió de su ruta. No obstante, gracias a que tuvimos mucha suerte, llegamos
a Río de Janeiro. Nuestro capitán,
al contarlas durante la descarga, comprobó que faltaban
cien cajas de champán. Pero, no encontrando
mejor tripulación en el Brasil,
tuvo que seguir con nosotros. Cargamos
más de mil toneladas de carne congelada con destino a Hamburgo.
A los pocos días de mar, se apoderó de nosotros la preocupación
por la paga pequeña, la insegura vejez.
Uno de nosotros, en plena desesperación,
echó demasiado combustible a la caldera, y el fuego
pasó de la chimenea a la cubierta, de modo que
botes, puente y cuarto de derrota ardieron. Para no hundirnos
colaboramos en la extinción, pero,
cavilando sobre la mala paga (¡incierto futuro!), no nos esforzamos
mucho por salvar la cubierta. Fácilmente,
con algunos gastos, podrían reconstruirla: ya habían ahorrado
suficiente dinero con la paga que nos daban.
Y, además, los esfuerzos excesivos al llegar a una cierta edad
hacen envejecer en seguida a los hombres inutilizándolos para la lucha por la vida.
Por lo tanto, y puesto que teníamos que reservar nuestras fuerzas,
un buen día ardieron las dínamos, necesitadas de cuidados
que no podían prestarles gente descontenta. Nos quedamos
sin luz. Al principio usamos lámparas de aceite
para evitar colisiones con otros barcos, pero
un marinero cansado, abatido por los pensamientos
sobre su sombría vejez, para ahorrarse trabajo, arrojó los fanales
por la borda. Faltaba poco para llegar a Madera
cuando la carne empezó a oler mal en las cámaras frigoríficas
debido al fallo de las dínamos. Desgraciadamente,
un marinero distraído, en vez del agua de las sentinas,
bombeó casi toda el agua fresca. Quedaba aún para beber,
pero ya no había suficiente para las calderas. Por lo tanto,
tuvimos que emplear agua salada para las máquinas, y de esta forma
se nos volvieron a taponar los tubos con la sal. Limpiarlos
llevó mucho tiempo. Siete veces hubo que hacerlo.
Luego se produjo una avería en la sala de máquinas. También
la reparamos, riéndonos por dentro. El "Oskawa"
se arrastró lentamente hasta Madera. Allí
no había modo de hacer reparaciones de tanta envergadura
como las que necesitábamos. Sólo tomamos
un poco de agua, algunos fanales y aceite para ellos. Las dínamos
eran, al parecer, inservibles y por consiguiente
no funcionaba el sistema de refrigeración y el hedor
de la carne congelada ya en descomposición llegó a ser insoportable para nuestros
nervios alterados. El capitán,
cuando se paseaba a bordo siempre llevaba una pistola, lo que constituía
una ofensiva muestra de desconfianza. Uno de nosotros,
fuera de sí por trato tan indigno,
soltó un chorro de vapor por los tubos refrigeradores
para que aquella maldita carne
al menos se cociera. Y aquella tarde
la tripulación entera permaneció sentada, calculando, diligente,
lo que le costaría la carga a la United States. Antes de que acabara el viaje
logramos incluso mejorar nuestra marca: 
ante la costa de Holanda, se nos acabó pronto el combustible y,
con grandes gastos, tuvimos que ser remolcados hasta Hamburgo.
Aquella carne maloliente aún causó a nuestro capitán
muchas preocupaciones. El barco
fue desguazado. Nosotros pensábamos
que hasta un niño podría comprender
que nuestra paga era realmente demasiado pequeña.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Joaquín Sabina, Himno nacional


Anteproyectos para la letra del himno nacional (con perdón)

Ciudadanos, ni héroes ni villanos,
hijos del ayer, hay tanto por hacer.
Ciudadanos, tan fieramente humanos,
tan paisanos del hermano de Babel.
Alta montaña con puerto de mar,
clave de sol España. Atrévete a soñar.
Ciudadanos, en guerra por la paz
y la diosa razón mano en el corazón.
Ciudadanos, ni súbditos ni amos,
ni resignación ni carne de cañón.
Pan amasado con fe y dignidad
no hay nada más sagrado que la libertad.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Lucrecio De rerum natura, II, 1-30.


Suave, mari magno turbantibus aequora ventis
E terra magnum alterius spectare laborem ;
Non quia vexari quemquamst iucunda voluptas,
Sed quibus ipse malis careas quia cernere suavest.
Suave etiam belli certamina magna tueri
Per campos instructa tua sine parte pericli ;
Sed nihil dulcius est, bene quam munita tenere
Edita doctrina sapientum templa serena,
Despicere unde queas alios passimque videre
Errare atque viam palantis quaerere vitae,
Certare ingenio, contendere nobilitate,
Noctes atque dies niti praestante labore
Ad summas emergere opes rerumque potiri.
O miseras hominum mentes, o pectora caeca !
Qualibus in tenebris vitae quantisque periclis
Degitur hoc aevi quod cumquest ! 

Es dulce, cuando sobre el vasto mar los vientos acongojan las aguas, guardarse desde la tierra de la gran fatiga de otros, no porque sea un grato placer su tormento, sino porque es gustoso ver de cuáles males tú mismo te has privado. Dulce es asimismo contemplar grandes batallas de encrespada guerra en la llanura sin que tú formes parte del peligro, pero nada más placentero hay que estar solo en los altos espacios serenos, bien fortificados por la doctrina de los sabios, desde donde puedes guardarte de la soberbia de los demás y verlos errar aquí y allá y rondar perdidos el camino de la vida, careciendo de ingenio, rivalizando en nobleza de sangre y esforzándose noche y día con actividad incesante para recabar una riqueza grande y asumir el poder. ¡Oh mentes miserables de los hombres, oh pechos ciegos! ¡En qué tinieblas de vida y tras cuántos grandes peligros transcurre esta vida, cualquiera que sea! 

viernes, 2 de noviembre de 2012

Eurípides, Medea. La condición de la mujer.


MEDEA (Desde el interior de la casa). ¡Ay!
¡Desgraciada de mí, qué infeliz, qué dolor!
¡Ay, ay, ay! ¡Ay de mí! ¿Cómo puedo morir?

NODRIZA

Ahí tenéis, hijos míos, iracunda está ya
vuestra madre, pues el dolor trastornó su índole.
Corred cuanto antes a casa y allí entrad,
no os pongáis cerca de ella, que no os pueda ver,
no acercaos y tened mucho cuidado
con el fiero talante y atroz natural de su mente cruel.
¡Vamos, pues, rápido, pasad aquí dentro!

(El pedagogo entra con los niños en el interior de la casa.)

Se ve bien que esa nube que empieza a surgir,
cargada de lamentos, muy pronto va a arder
estallando en más fuerte pasión. ¿Qué irá a hacer
ese carácter que el mal ha mordido
y en que hay un orgullo muy grande y tenaz?

MEDEA (Desde el interior.) ¡Ay, ay!
¡Sufro, mísera, sufro, tormentos sin fin!
¡Vuestro padre y la casa con él!

NODRIZA

¡Ayayay! ¡Ayayay, desdichada de mí!  
¿Qué culpa existe en los hijos, qué tienen que ver ellos
con las faltas del padre? ¿Los odias? ¿Por qué?
Temo, niños, y siento que vais a sufrir;
es terrible el antojo de un rey que el servir
no conoce, sino sólo el constante mandar,
y duros resultan sus cambios de humor.
Avezarse a vivir siempre igual es mejor
y por lo menos a mí me toque envejecer
sin grandeza, pero estando en seguro lugar.
Ya las cosas medianas, con sólo decir
su nombre, resultan deseables y son
preferibles en su uso a las excesivas, que no
se muestran oportunas jamás al mortal,
sino más desastres a una casa, si atacan
las iras de un dios, eso dan.

(Entra el coro, formado por quince mujeres de Corinto.)

CORO

Escucho sus gemidos y lamentos,
sus agudos clamores lastimeros,
contra el esposo que su lecho infama;
invoca, sintiéndose ofendida,
a Temis,  guardiana de los votos que hizo
de surcar de noche la onda salada
hasta la Hélade opuesta, llave del gran mar. (Medea sale a escena y se dirige al coro.)

MEDEA

¡Oh, mujeres corintias! Salgo de casa para que
no me hagáis reproches; pues, mientras sé que muchos
hombres, tanto íntima como públicamente
se muestran asaz orgullosos, a otros su vivir tranquilo
hace pasar por indolentes. Pues no son siempre justos
los ojos de la gente y hay quien, no conociendo bien
el interior del prójimo, lo contempla con odio, sin mediar ofensa alguna.
Si debe el extranjero cumplir con la ciudad,
no alabo al natural que, amargo y altanero,
se muestra con ellos con falta de tacto.
A mí este suceso, que vino inesperado,
me ha destrozado el ánimo: perdida estoy, no tengo
ya apego a la vida; quiero morir, amigas.
Porque mi esposo, que era todo para mí, como
él muy bien sabe, ha resultado ser el peor de los hombres.
De todas las criaturas que tienen mente y alma  
no hay especie más desgraciada que la de las mujeres.
Primero han de acopiar dinero con que compren
un marido que en amo se torne de sus cuerpos,
lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay.
Y en ello es fundamental el hecho de que sea
buena o mala la compra, porque el divorcio
no es honroso para las mujeres ni rehuir al cónyuge.
Llega, pues, una a nuevos usos y debe
trocarse en adivina, pues no aprendió nada de soltera
sobre  cómo con su esposo comportarse.
Si, tras tantos esfuerzos, se aviene el hombre y no protesta
contra el yugo, vida envidiable es; pero, si tal no ocurre,
morirse vale más. El marido, si se aburre de estar
con la familia, en la calle al fastidio de su humor pone fin;
nosotras, a nadie más a quien mirar tenemos.
¡Y dicen que vivimos en casa una existencia
segura, mientras con la lanza combaten!
Sin razón empero: tres veces preferiría yo formar
con el escudo, antes que parir una sola.
Pero a mí no me cuadra el mismo lenguaje que a ti:
tú tienes esta ciudad, la casa de tus padres,
los goces de la vida, el trato con los amigos,
y, por el contrario, yo padezco el ultraje de mi esposo,
que de mi tierra bárbara me raptó, abandonada, sin patria,
madre, hermanos ni parientes en los cuales
pudiera echar ancla frente a tamaño infortunio.