martes, 15 de agosto de 2023

Pablo Neruda, Incitación al nixonicidio

Comienzo por invocar a Walt Whitman


    Es por acción de amor a mi país

que te reclama, hermano necesario,

viejo Walt Whitman de la mano gris,

para que con tu apoyo extraordinario

    verso a verso matemos de raíz

a Nixon, presidente sanguinario.

Sobre la tierra no hay hombre feliz,

nadie trabaja bien en el planeta

    si en Washington respira su nariz.

Pidiendo al viejo Bardo que me invista,

asumo mis deberes de poeta

armado del soneto terrorista,

porque debo dictar sin pena alguna

la sentencia hasta ahora nunca vista

de fusilar a un criminal ardiente

que, a pesar de sus viajes a la Luna,

ha matado en la Tierra mucho,

que huye el papel y la pluma se arranca

al escribir el número del malvado,

del genocida de la Casa Blanca.


Me despido de otros temas


¡Amor, adiós, hasta mañana, besos!

Corazón mío, agárrate al deber

porque declaro abierto este proceso.

Se trata aquí de ser o de no ser:

si dejamos vivir al delincuente

los pueblos seguirán su padecer

y el crimen seguirá de Presidente

robando a Chile el cobre en las Aduanas,

destripando en Vietnam los inocentes.


No se puede esperar una semana

ni un solo día más porque ¡carajo!

es por atrocidades inhumanas

que atraparemos este escarabajo;

y es un orgullo para el hombre entero

que soportó el puñal de la noticia,

como instrumento duro y duradero,

anunciar en la tierra la justicia:

por eso te buscaba, compañero,

el tribunal de sangre que se inicia

y, aunque sea un poeta el justiciero,

los pueblos me entregaron una rosa

para que con mi verso verdadero,

yo castigue la saña poderosa

del inmenso verdugo comandado

por el concubinato del dinero

para quemar jardín y jardinero

en países remotos y dorados.


La canción del castigo


No hay que contar con su arrepentimiento,

ni hay que esperar del cielo este trabajo:

el que trajo a la tierra este tormento

debe encontrar sus jueces aquí abajo,

por la justicia y por el escarmiento.


No lo aniquilaremos por venganza,

sino por lo que canto y lo que infundo:

mi razón es la paz y la esperanza.

Nuestros amores son de todo el mundo.


Y el insecto voraz no se suicida,

sino que enrosca y clava su veneno

hasta que con canción insecticida,

levantando en el alba mi tintero,

llame a todos los hombres a borrar

al Jefe ensangrentado y embustero,

que mandó por el cielo y por el mar

que no vivieran más pueblos enteros,

pueblos de amor y de sabiduría,

que en aquel otro extremo del planeta,

en Vietnam, en lejanas alquerías,

junto al arroz, en blancas bicicletas

fundaban el amor y la alegría:

pueblos que Nixon, el analfabeto,

ni siquiera de number conocía

y que mandó matar con un decreto

el lejano chacal indiferente.

Él,

al criminal emplazo y lo someto

a ser juzgado por la pobre gente,

por los muertos de ayer, por los quemados,

por los que ya sin habla y sin secreto,

ciegos, desnudos, heridos, mutilados,

quieren juzgarte, Nixon, sin decreto.