martes, 8 de octubre de 2024

Monólogo de Gary Cooper en El manantial, 1949.

 Monólogo de Ayn Rand por boca de Gary Cooper, en su papel del arquitecto Roark en la adaptación cinematográfica de la novela de la filósofa El manantial  (1949)

FISCAL

Pido solemnemente que cada hombre que oiga este caso deje que su mente pronuncie un veredicto. Han escuchado el testimonio de los testigos del estado, la confesión de Peter Keating ha dejado claro que Howard Roark es un despiadado que ha destruido los hogares Corland por motivos egoístas. La decisión que van a tomar se basa en el tema crucial de nuestra era: ¿tiene el hombre derecho a existir si se niega a servir a la sociedad? Dejen que sus veredictos nos den la respuesta. He terminado, señoría.

JUEZ

La defensa tiene la palabra.

ROARK

Señoría, no presentaré testigos. Este será mi testimonio y mi resumen.

JUEZ

Preste juramento. ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

ROARK

Lo juro. [Pausa] Hace millones de años, un hombre primitivo descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la hoguera que él había encendido para sus hermanos, pero les dejó un regalo inimaginable al hacer desaparecer la oscuridad de la Tierra a lo largo de los siglos. Hubo hombres que dieron los primeros pasos por nuevos caminos, apoyados solamente en su visión. Los grandes creadores, los pensadores, los artistas, los científicos, los inventores lucharon contra sus contemporáneos, que se oponían a todos los nuevos pensamientos, a todos los nuevos inventos. Eran denunciados y recusados, pero los hombres con visión de futuro siguieron adelante, lucharon, sufrieron y pagaron por ello, pero vencieron. Ningún creador estuvo tentado por el deseo de complacer a sus hermanos. Ellos odiaron el regalo que él ofrecía. Su verdad era su único motivo; su trabajo era su única meta; su trabajo, no el de los que se beneficiarán de él; su creatividad, no el beneficio que de ella obtendrían otros; la creación, que le daba forma a su verdad. Él mantenía su verdad sobre todo y contra todos.

Seguí adelante sin tener en cuenta los que estaban de acuerdo con él o a los que no con su integridad como única bandera. Él no servía a nadie ni a nada, solo vivía para sí mismo, y solo viviendo para sí mismo pudo lograr las cosas que luego se han reconocido como la gloria de la humanidad, esa es la naturaleza de la creatividad: el hombre no puede sobrevivir si no es a través de su mente. Llega al mundo desarmado; su cerebro es su única arma, pero la mente es un atributo del individuo. Es inconcebible que exista un cerebro colectivo. El hombre que piensa debe pensar y actuar por sí solo. La mente razonadora no puede funcionar bajo ninguna forma de coacción. No puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás; no puede ser objeto de sacrificio. El creador se mantiene firme en sus convicciones.

El parásito sigue las opiniones de los demás. El creador piensa; el parásito copia. El creador produce; el parásito saquea. El interés del creador es la conquista de la naturaleza; el interés del parásito es la conquista del hombre. El creador requiere independencia: ni sirve ni gobierna. Trata a los hombres con intercambio libre y elección voluntaria. El parásito busca poder, desea atar a todos los hombres para que actúen juntos y se esclavicen. El parásito afirma que el hombre solo es una herramienta para ser utilizada que ha de pensar como sus semejantes y actuar como ellos y vivir la servidumbre de la necesidad colectiva, prescindiendo de la suya. Fíjense en la historia: todo lo que tenemos todos, los grandes logros, han surgido del trabajo independiente de mentes independientes, y todos los horrores y destrucciones de los intentos de obligar a la humanidad a  convertirse en robots sin cerebro, sí, sin almas, sin derechos personales, sin ambición personal, sin voluntad, esperanza o dignidad. Es un conflicto antiguo: tiene otro nombre, lo individual contra lo colectivo. 

Nuestro país, el más noble de la historia del hombre, tuvo su base en el principio del individualismo; el principio de los derechos inalienables. Fue un país donde el hombre era libre para buscar su felicidad para ganar y producir, no para acceder y renunciar; para prosperar, no para morir de hambre; para realizar, no para saquear; para mantener como su propiedad más querida su sentido del valor personal, y como su virtud más apreciada, su respeto propio. Miren los resultados: esto es lo que los colectivistas les están pidiendo que destruyan, como ya se ha destruido gran parte de la Tierra. 

Soy arquitecto, y juzgo el futuro por los cimientos sobre los que lo estamos construyendo. Nos acercamos a un mundo en el cual no puedo permitirme vivir. Mis ideas son propiedad mía: me fueron arrebatadas por la fuerza. Por violación de contrato no se me permitió apelar: se dijo que mi trabajo pertenecía a los demás para hacer con él lo que quisieran; que tenían sobre mí un derecho sin mi consentimiento; que era mi deber servirle sin elección o recompensa. Ya saben por qué dinamité el edificio Corland. Yo lo diseñé, yo lo hice posible, yo lo destruí. Acepté diseñarlo con el propósito de verlo construir según mis deseos; ese fue el precio que puse a mi trabajo, y no fui pagado. Mi edificio fue desfigurado por capricho de quienes obtuvieron todos los beneficios de mi trabajo y no me dieron nada a cambio. He venido aquí a decir que no reconozco que nadie tenga derecho a un minuto de mi vida, ni a ninguna parte de mi energía, ni a cualquier logro mío, sin importar quién lo reclame. Tenía que decirlo: el mundo está padeciendo una orgía de autosacrificio. He venido aquí para ser escuchado, en nombre de todos y cada uno de los hombres independientes del mundo; he querido exponer mis ideas; no me interesa trabajar ni vivir por otras. Defiendo por convicción el sagrado derecho que tiene el hombre de vivir con libertad de elección.