miércoles, 3 de julio de 2024

Lope de Vega, égloga autobiográfica en La Arcadia

Danteo y Gaseno, a quien tocaba representar la égloga, vestidos a propósito con pellicos de tela fina, el uno blanco, sembrado de clavellinas de nácar, y el otro verde, listado de encarnado y blanco, con armiños blancos y negros, y con los nombres de Montano y Lucindo, comenzaron así:


ÉGLOGA.


Montano, Lucindo,


MONTANO.


En este fuerte roble, 

para sufrir robusto, 

os cuelgo desta vez, armas cansadas; 

que cuando al pecho noble 

le vienen mas al justo, 

las puede hacer el galardon pesadas. 

las edades pasadas

afrentan las presentes. 

Ya la virtud es muerta, 

o vive tan cubierta, 

que no se deja ver a todas gentes; 

porque a las majestades 

visitan muy de espacio las verdades. 

  Ya no se dan coronas 

cívicas ni murales;

el tiempo las marchita y descompone; 

y a todas las personas 

ha hecho el tiempo iguales. 

Lisonjas a servicios antepone. 

Dichoso el que se pone 

la espada por costumbre, 

y parte del vestido, 

cuyo acero bruñido 

jamás le dio en la mano pesadumbre, 

ni le sirvió de espejo, 

para tomar en él su honor consejo. 

  Dichoso el que escribiendo, 

o lejos del asalto,

un campo rige y del peligro escapa,

o aquel que está midiendo, 

de su experiencia falto, 

los sitios fuertes en sucinto mapa. 

 ¡Oh grande manto y capa 

de los cielos piadosos! 

 Ya que todo lo encubres, 

¿por qué los ojos cubres 

 de los polos del suelo poderosos? 

Mas no es su curso eterno, 

y así dejas errado su gobierno. 

  Ya, soledades mias, 

alegre vuelvo a veros, 

desengañado, sin provecho y tarde. 

 Aquí las fantasías, 

por quien quise perderos, 

harán de sus memorias justo alarde, 

Y de un Lotos cobarde, 

dormidos los sentidos, 

dejarán ocasiones, 

cuidados y opiniones, 

que descuidos al fin desconocidos 

de quien siempre desmedra, 

son Circe, que convierte un hombre en piedra. 

 ¡Oh discurrir de un alma, 

¡Cuánto los ojos ciegas! 

Lucindo no es aquel que ahora tiene 

sus cuidados en calma? 

Dichoso tú, que entregas 

al sueño, que te burla y entretiene, 

la parte que contiene 

en sí tan grande todo, 

como es el pensamiento, 

que suele en un momento 

cielo y infierno penetrar de un modo, 

ya su pena y su gloria 

llevar de los cabellos la memoria.


Fue aqueste mozo, ilustre

un tiempo cortesano,

y soldado tambien gallardo y fuerte;

mas ya todo su lustre

deshizo amor tirano,

que tiene igual poder como la muerte.

Aqui llora y divierte

con rústico vestido,

en estas soledades,

desdenes y verdades

de un extranjero amor, que le ha vencido;

que, siendo en tierra ajena,

trajo a la propria su cuidado y pena.


Ya despierta y me ha visto;

no es posible

que puedan esconderme estos laureles;

¡oh sueño, a los cuidados apacible!


LUCINDO.


Montano, que escuchar mis males sueles,

¿Posible es que de verme te desvías,

Cuando es razón que mi dolor consueles?

Si ya no engendran en aquestos dias,

de la lluvia que lloro tan en vano,

veneno y fuego las entrañas mias;

como las tempestades del verano,

que con el gran calor reciben forma,

y tengo algunas de que soy humano.


No te escondas de mí; que no conforma

con la piedad del que es perfecto amigo,

ni cura bien el mal quien no se informa.

No soy yo basilisco, aunque conmigo

le traigo y dél sustento los despojos,

con que a miralle y a morir me obligo

si no es que desde el alma por los ojos

salga a matar los que me ven llorando

la causa de mis lágrimas y enojos.


MONTANO.


No me escondí, Lucindo, imaginando

que me matara el verte ni el oírte,

aunque fueras el aire inficionando.

Quisiérame guardar de interrumpirte

la calma de tus tiernos pensamientos,

que mal pueden durmiendo perseguirte.


LUCINDO.


Antes con espantosos fingimientos

acuden las imágenes del día

en sombras de mayores sentimientos.

Si el alma nunca duerme, y en la mía

siempre viven sospechas y temores

del bien ausente que gozar solia;

sin duda los sentidos interiores,

que no los desengañan los de afuera,

durmiendo sufrirán penas mayores.


MONTANO.


  Esta verde frescura, esta ribera, 

este prado, esta fuente y este río 

movidos tienes a tu pena fiera. 

  Pues mira tú si ahora el pecho mío, 

si las cosas lo están inanimadas, 

se moverá a ver tu desvarío. 

  Todos sin lengua en voces mal formadas 

te piden que la causa comuniques 

de tus glorias presentes o pasadas. 

  Razón será que algún remedio apliques,

pues el dolor la medicina aplaca,

y que lo más secreto me publiques.

 Es el hablar del mal una trïaca,

que deshace la fuerza del veneno,

y del enfermo corazón le saca.

  No estoy de tus cuidados tan ajeno,

que te merezca que la causa calles;

solo está el valle, aunque de sombras lleno.


LUCINDO.


Lejos de aqueste en otros frescos valles

vive la causa del dolor que adoro,

cuando en la tierra tantas glorias halles.

 Ni mi descanso ni tu pecho ignoro;

mas ¿para qué me mandas que renueve

la dulce causa de mi amargo lloro?


MONTANO.


  A la ocasión, a la amistad se debe.

¡Mira cómo del sol la calma estiva

hiere de Béjar la montaña y nieve!

  ¡Mira qué blandamente se derriba

destas pizarras Tormes murmurando

por solo acompañar tu pena esquiva!

  Las fuentes desta selva están callando,

y olvidadas del agua y de la yerba,

las satisfechas vacas descansando.

  Deja el león de perseguir la cierva,

las aves de volar; que tiempos tales

todo animal para dormir reserva.

  Y cuando fuentes, aves y animales

murmuraran, cantaran y anduvieran,

pararan todos a escuchar tus males.

  Los árboles y el viento enmudecieran,

y a ver de Orfeo el singular retrato

suspensos y admirados estuvieran.


LUCINDO.


   ¿Piensas tú que yo puedo ser ingrato 

a quien me paga con amor tan puro, 

ni que de sus entrañas me recato? 

  Solo no despertar mi mal procuro; 

pero porque no quedes sospechoso 

verás que con mis males te aseguro. 

  Ya sabes que el monarca poderoso 

que desde el Tajo al Indo rige y manda, 

y hasta el sepulcro del planeta hermoso; 

  aquel armado, y el tuson por banda, 

espantaba al francés y al africano, 

que agora mira en paz humilde y blanda; 

  aquel que con valor de godo hispano, 

en dar a España su vejez emplea 

un retrato de Carlos soberano; 

  como la paz universal desea,

y quiere que en el cuerpo del gobierno 

no haya miembro que al otro igual no sea; 

  movido solo de un amor paterno, 

que no, como otros piensan, de venganza, 

que a veces daña ser humano y tierno, 

  Ejército formó, con esperanza 

de remediar el daño que crecía 

entre la remisión y la tardanza, 

  Contra aquella corona que solía 

resplandecer en su dichosa frente 

desde la unión de aquel famoso día. 

   Allí pues yo, movido justamente 

del antiguo valor de mis pasados, 

fui libre capitán de libre gente. 

  ¡Cuán diferentes eran mis cuidados 

deste que agora el corazón me inflama! 

Celos gobierno ya, que no soldados. 

  Trujo a sus muros miedo nuestra fama, 

y trocadas las armas en castigos, 

cesó la suya y comenzó mi llama. 

  Vivimos todos de improviso amigos, 

de una común nación, ley y costumbres, 

y pocos los rebeldes y enemigos. 

  Luego las altas y elevadas cumbres, 

de los montes enojos, odio y saña, 

allanaron sus graves pesadumbres. 

  Dejábamos á veces la campaña, 

y a la ciudad veníamos famosa, 

que el padre Ibero fertiliza y baña. 

  Era del año la estación dichosa, 

aunque de nieves coronada en torno, 

que celebra la tjerra venturosa. 

  En vez del verde y deleitoso adorno. 

la plateaba con escarcha y hielo 

el seco y feminino Capricorno; 

  Cuando me trujo el variar del cielo 

a ver entre unas damas la que ha sido 

milagro suyo y perdición del suelo. 

  De la nieve el ejército movido 

a regocijo y fiestas con las damas, 

andaba entre los hielos encendido. 

  Yo, que nunca vi nieve ardiendo en llamas, 

hallé en esta ocasión esta hermosura, 

como en un tronco dos contrarias ramas. 

  Y en cortesía haciéndola segura 

de algunos que tirando entonces pellas, 

juntaban nieve con su nieve pura; 

  Sin ver que en pecho, rostro y manos bellas 

para excederla y convertirla había 

en helado cristal como eran ellas; 

  Llamome cortésmente, y aquel día,

que nunca lo pensé, tuve por cierto

que suele ser traición la cortesía.

  Que apenas de su boca el cielo abierto

me agradeció libralla de aquel trance, 

cuando como de rayo quedé muerto. 

  ¿Quién no tuviera por dichoso el lance, 

o imaginara que con tanta nieve 

diera en mi libertad amor alcance? 

  Cuando montañas della arroja y llueve 

el enojado cielo, amor desnudo 

a andar entre ellos sin temor se atreve. 

   Huir de Troya, aunque era fuego, pudo, 

sacando a su mujer, Eneas troyano, 

y yo a mi libertad de nieve dudo. 

  Con la ocasión allí también, Montano, 

el no haber sido huésped en su casa 

me agradeció la mesma ingrata en vano. 

  Y mira el trueco que en el alma pasa, 

pues ya tengo por huésped en el pecho 

esta nieve divina que me abrasa. 

  Y, aunque le viene el aposento estrecho, 

a vivir se acomoda y a matarme, 

y estoy yo del agravio satisfecho. 

  Desde este punto comencé a abrasarme, 

que la sangre más pura me encendieron 

los espíritus vivos, de mirarme. 

  Si los ojos pagaron lo que vieron, 

el estado lo diga de mis males, 

y la poca esperanza que tuvieron. 

  Los días para todos siempre iguales 

pasaban como siglos por mi vida, 

haciendo mis cuidados inmortales. 

  Pienso que fue mi pena conocida, 

mientras que ser no pudo declarada : 

tanto estaba al mirar la lengua asida. 

  Aunque, como una víbora pisada, 

si a llegar a su reja me atrevía, 

soberbia huyendo, se mostraba airada. 

  Pues es verdad que la desdicha mía 

se contentó con este triste estado, 

con que pasaba el mal del bien que vía. 

  Luego del alto César fui llamado, 

y, si es que sabes el dolor de ausencia, 

juzga, Montano, el tuyo y mi cuidado. 

  Perdí con la esperanza la paciencia, 

y pues partido no perdí la vida, 

no fue porque faltó mi diligencia. 

  Partí, lloré, volví, y a la venida 

corría, por mi mal, tanto recato 

como si fuera entonces la partida. 

  Mas no fue el tiempo a mi esperanza ingrato,

que hallé en su casa una pastora hermosa,

gran prenda de mi sangre y de su trato.

  Y, aunque para mi intento provechosa, 

en alguna manera fue mi daño, 

sirviéndome de amiga cautelosa. 

  Era de todos general engaño 

pensar que mi verdad sus ojos fuesen, 

siendo los míos cierto desengaño. 

  Que como sus extremos conociesen, 

juzgaban que a querella me inclinaba: 

así pluguiera a Dios mis males viesen. 

  Con esto tibiamente me ayudaba, 

y siendo en mi instrumento la tercera, 

a la prima del alma se igualaba. 

  Ya con la vecindad la hermosa fiera 

se mostraba más fácil y tratable, 

volviéndola el amor, de piedra, en cera. 

  Ya agradecía con piedad notable 

mi secreto servir y mi porfía, 

y a la ventana se mostraba afable. 

  Y así como quien ya mi mal sentía, 

jamás de Clori Albania se fïaba, 

que este es su nombre y de la prenda mía, 

 y como alguna vez le importunaba 

que un papel de su mano recibiese, 

parece que celosa se enojaba. 

 Y, como yo licencia le pidiese 

para escribir mis penas y dolores, 

donde con menos turbación pudiese, 

  Mostraba con razones y colores 

que no era buena diligencia aquella, 

y eran, con esta dilación, mayores. 

  Posible, finalmente, fue vencella,

porque no hay al amor cosa imposible,

y para ser crüel era muy bella.

 Y para que este amor incomprehensible 

tuviese más valor, con un concierto 

el poderla escribir me fue posible; 

  que ni el papel le fuese descubierto 

a Clori, ni viniese por su mano, 

lo que, siendo su gusto, fue muy cierto. 

 Y, entonces, ¿qué dirás de mí, Montano, 

cuando con tan extraños pensamientos 

puse sobre el papel la incierta mano? 

  Vieras allí las penas y tormentos 

acudir de tropel a ser escritos 

con mil enamorados sentimientos. 

  Yo, puesto entre cuidados infinitos, 

solamente de todo el gran proceso 

juzgaba los deseos por delitos. 

  Oprimido en efecto de aquel peso, 

escogí lo mejor, y humilde escribo 

lo que estaba más lejos de mi seso. 

  Cierro el papel dichoso, y apercibo 

un tercero discreto que llevase 

de un muerto en penas un retrato vivo. 

  Quiso el amor que la ocasión llegase, 

y, aunque difícilmente, también quiso 

que le diese el papel y le tomase 

  cuando deste suceso tuve aviso, 

pues yo no perdí el seso, no le tuve; 

que mata un bien si viene de improviso. 

  Desde este punto más perdido estuve, 

porque ya la esperanza me mostraba 

cubierto el sol de una pequeña nube; 

  con que me respondiese la cansaba, 

o que solo escribilla permitiese; 

pero todo mi bien dificultaha. 

  Forzome el ciego amor que la escribiese,

y, no pudiendo dárselo, forzome 

que como la esperanza el papel fuese. 

  Díselo al viento por su reja, y diome 

lo que pude esperar de un hierro helado,

que no hay diamante que mis yerros dome.

 ¡Qué mal se limará, Montano amado,

con el de cera un corazón de acero!

 Que amor no escoge los que no ha llamado.

Desta manera por Albania muero,

y dando un monte en ecos su respuesta, 

  yo pregunto a mujer y no la espero. 

Esta es la historia y la desdicha es esta,

breve en el gusto y larga en la memoria,

  que tanta pena y confusión me cuesta.


ΜΟΝΤΑΝΟ.


Paréceme el discurso de tu historia

los lejos que se ven en la pintura,

confusos cielos de tu incierta gloria.

 Mas dejas encantada la aventura,

pues no me das razón de tu partida,

siendo el rigor de la ocasión más dura.


LUCINDO.


  Por no mover el alma divertida 

en otros sentimientos favorables, 

quise dejar la historia interrumpida; 

  que en pesares que son incomportables, 

mal puede discurrir la lengua triste 

sin sentimiento y lágrimas notables. 

  Pero, pues hasta el fin saber quisiste 

el mal que mi abrasado pecho siente, 

y a la memoria la ocasión trajiste, 

  aquí verás un venturoso ausente, 

porque suele el amor en una ausencia 

descubrirse mejor que no presente. 

  Llegada la partida y la sentencia 

de mi muerte forzosa, despedime 

del cielo de su angélica presencia. 

 Mas dime, ¿a quién habrá que no lastime 

que le ofenda su dama cuando parte? 

O¿qué esperanza que a vivir le anime? 

  Pasado estaba yo de parte a parte 

con una flecha de crueldad, partiendo 

de quien de todo mi dolor fue parte, 

  cuando me dijo, en sangre convirtiendo 

su pura nieve, que era caso injusto 

arrojalle el papel no le queriendo; 

  Y que debiera yo, pues era justo, 

agradecer que vella permitiera, 

y que de verme recibiera gusto. 

  Yo entonces respondí lo que pudiera 

delante de los cielos, que crïaron 

aquesta hermosa vengativa y fiera. 

  Las causas le mostré que me obligaron, 

oyéndomelas todas hasta el punto 

que prendas enemigas lo estorbaron. 

  Aquella noche, en fin, como a difunto, 

en las postreras honras de una reja 

me dieron el favor y el partir junto. 

 Y como el que la amada patria deja, 

y en ella el alma, y lleva el cuerpo solo, 

que ella se acerca más cuanto él se aleja, 

  partí como del bello ingrato Apolo 

la flor, que sus doradas hojas cierra, 

y queda escuro de Calixto el polo; 

  o como el que mirando va la tierra 

desde el profundo mar, y más, si acaso 

esposa amada o tierno padre encierra. 

   El suspiro, la lágrima y el paso 

juntos sallan, sin que diese alguno 

menos que así del alba hasta el ocaso. 

   ¡Cuántas veces al cielo fui importuno 

para que diese fin a tantos daños! 

Porque viviendo no esperé ninguno 

  siéndome con tan graves desengaños 

los puntos horas y las horas días, 

los días meses, y los meses años. 

  Y parábanme tal las ansias mías, 

y aquel amor y fuego que nacieron 

de dos nieves tan ásperas y frías, 

  que hasta desesperarme no quisieron 

alzar la espada ni el rigor pasado, 

no contentas de ver que me rindieron. 

  Pero, en aqueste miserable estado, 

que, como dicen, la esperanza vive 

aunque su dueño esté desesperado,

 veo que amor me llama y apercibe 

al bien más alto que su esquiva mano 

pudiera dar a quien con él más prive. 

  Hallé de mis zagales un serrano 

al fin de la esperanza y del camino, 

que se quedaba con mi bien, Montano. 

  El cual (¡mira qué extraño desatino, 

mira qué efecto de un amor ausente!) 

me trajo humano mi desdén divino. 

  Trájome ya la nieve diferente; 

que como ya de su rigor pasaba, 

trocose el frío en otra especie ardiente. 

  Por una carta supe que quedaba 

(¿quién lo dirá, Montano?) enternecida, 

y que señales de quererme daba. 

  Escríbeme que estaba persuadida 

a estimar mi verdad o creer mi engaño, 

engaño que me cuesta mi alma y vida. 

  Que no creyera de mi ausencia el daño, 

si la terneza y pena en que se vía 

no le fuera notorio desengaño. 

  Que estimase saber que pretendía 

darme este gusto, y si le estimo y siento, 

pregúntelo mi Albania al alma mía; 

  y que aquel amoroso arrojamiento, 

pues no era justo, no le condenase; 

¡qué honesto, aunque escuchado pensamiento! 

   Y que me aseguraba imaginase 

que era el postrero, y que sería el primero 

que a tales pensamientos la inclinase. 

  Yo entonces, como suele el prisionero 

que revocar oyó mortal sentencia, 

la muerte olvido y en la vida espero. 

  Dejo al César y vuelvo a su presencia, 

y aun dejara de serlo de mil mundos, 

por ver mi bien y no sufrir su ausencia. 

  Llegué a sus ojos, en la luz segundos 

al planeta mayor, nortes y faros 

de los estrechos de mi mal profundos, 

  desde este día que sus ojos claros 

miraron mis deseos, amor puso. 

en mi abrasada Troya sus reparos. 

  Ya sabes que al oráculo confuso 

Venus, por ver que no crecía Cupido, 

a preguntar la causa se dispuso, 

 y que le fue de Temis respondido 

que hasta que al niño diese hermano, en vano 

pensaba ver el tierno amor crecido. 

  Venus no sé si e Marte o a Vulcano 

llamó para este efecto; en fin, se cuenta 

que dio a Cupido otro Cupido hermano. 

  Anteros se llamó, que representa 

un recíproco amor de voluntades, 

que amor pagado, con amor se aumenta. 

  Desta suerte pagadas mis verdades, 

creció mi amor, haciendo sin recato 

el uno al otro ciertas amistades. 

  Ni fue más desdeñosa ni yo ingrato, 

antes el trato dio al amor aumento, 

que hace al niño amor gigante el trato. 

  ¿Qué monte o sierra con igual contento

no corrimos los dos? ¿Qué valle frío

no nos dejó cazando sin aliento?

  ¿En qué ribera del corriente río

no sacamos los peces con anzuelos

debajo de algún álamo sombrío?

  Los tímidos cobardes conejuelos 

le presentaba yo, si se enojaba, 

por hacer amistad de algunos celos, 

  por los frondosos árboles trepaba, 

y, chillando los pollos, le traía 

los nidos que su pájaro lloraba. 

  ¡Cuántas veces me halló en su puerta el día 

con las tempranas guindas y cerezas 

que con el verde elejo entretejía! 

  Si no podia hablarla, ¡qué tristezas! 

Sus puertas, sus ventanas coronaba 

de mudas selvas y silvestres nuezas. 

  Con esto, cuando Albania despertaba, 

y daba por sus rejas sol al mundo, 

conocía que yo velando estaba. 

  ¿No has visto un perro con gemir profundo, 

si le deja su amo, herir la puerta? 

Pues yo era así, y en la lealtad segundo. 

  Ni menos si la vi, Montano, abierta, 

dejé de hacer locuras amorosas, 

que así enloquece una esperanza incierta. 

  Mil veces en las selvas espaciosas, 

si me hallaba dormido, me tejía 

guirnaldas de azucenas y de rosas. 

  Yo despertaba, y, viendo qué me hacía, 

vencedor y vencido la buscaba, 

y aquel triunfo de amor le agradecía. 

  Ella, con risa, todo lo negaba, 

cubierta de vergüenza y de claveles, 

con que el nevado rostro matizaba. 

  Pero los hados, en mi bien crüeles, 

en estos tiempos mi descanso impiden, 

porque del bien, si es grande, te receles. 

  De Albania con ausencia me dividen 

segunda vez, quedando interrumpida 

la historia, cuyo fin mis quejas piden. 

  Lo demás del estado de mi vida 

por esto puedes conocer, Montano, 

y, si ganada mal, tan bien perdida, 


MONTANO.


Extraño fin de amor, a quien en vano

hace el desdén injusta resistencia,

y el imposible más incierto es llano.

 Lucindo, él mesmo te dará paciencia

con solo imaginar que Albania hermosa

siente con tiernas lágrimas tu ausencia.

 Porque ver humanar tan alta diosa,

y por Endimión bajar la Luna,

bastan a hacer un alma victoriosa.

 No le pidas mas bien a la fortuna;

sufre tu mal, que no es tan imposible

que no le apliques esperanza alguna.

  No es empresa de amor la que es posible;

que para grandes ánimos se hacen

las que tienen su fin inaccesible.

  En tanto, pues, que las ovejas pacen,

y de cogollos de florido espino

las cabras a placer se satisfacen, 

  Quiero de Albania al resplandor divino 

consagrar de improviso un epigrama 

con aqueste cuchillo en este pino, 

  Porque crezca su nombre, gloria y fama 

en las orillas del anciano Tormes, 

como por el lbero se derrama. 


LUCINDO.


Harás la tuya y su valor conformes,

aunque todas las cosas deste suelo,

para tenelle igual, serán disformes.

  Pinta mi puro amor, mi casto celo,

que no le vencerán olvido y muerte

por muchos siglos que revuelva el cielo.


MONTANO.


Escúchame, que escribo desta suerte: 


                EPIGRAMA


  Una hermosura y celestial belleza 

de un rico entendimiento acompañada, 

en quien la ciencia infusa está cifrada 

que puso Dios en la naturaleza... 

  la mayor majestad y gentileza 

que vio la edad presente y la pasada, 

de las mayores gracias adornada 

que son del alma corporal riqueza; 

  un término real, un noble trato 

y, en tiernos años, un discurso altivo 

todo de ejemplos inauditos hecho, 

  de Albania son el singular retrato; 

y quien quisiere verla más al vivo, 

busque a Lucindo y mírela en su pecho. 


Acabada la égloga, y referida la fábula en prosa de Frondoso, dieron licencia Benalcio y Tirsi a las pastoras que diesen algunas prendas a sus amantes, con tal condición, que ellos las celebrasen de improviso con algunos versos. Agradó á todos generalmente el favor y la satisfacción; y así, dio la primera Isbella a Menalca un reloj con su brújula.