lunes, 12 de mayo de 2008

Palinodia al marqués Gino Capponi, de Giacomo Leopardi

PALINODIA DE LEOPARDI AL MARQUÉS GINO CAPPONI

Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo (1883)

Erré, cándido Gino, largo tiempo,
y grandemente erré. Mísera y vana
juzgué la vida; insulsa más que todas
esta presente edad. Intolerable
fue y pareció mi lengua a la dichosa
prole mortal, si es que mortal se puede
llamar el hombre. Entre desdén y asombro,
del Edén odorífero en que habita,
rio la alta progenie afortunada,
y me llamó infeliz, y de placeres
incapaz o inexperto, pues mi hado
juzgué común, y de mi mal, consorte
al humano linaje. Al fin mis ojos
hirió la diaria luz de las gacetas,
entre el humo volátil del cigarro
y el ruido de crujientes pastelillos,
entre el rumor de sacudidas tazas
y blandidas cucharas, ante el grito
ordenador de helados y bebidas
cual voz de mando. Y confesé humillado
la pública alegría y las dulzuras
del destino mortal noble y excelso;
y vi el valor de las terrenas cosas,
y toda flores la carrera humana,
las obras estupendas, las virtudes,
alto saber, estudios y prudencia
de nuestro siglo. De la Osa al Nilo,
del Catay a Marruecos, y de Goa
a Boston, vi correr reinos, ducados
e imperios, anhelantes tras las huellas
de la felicidad y asirla casi
por los flotantes rizos, o a los menos
por la cola del manto. Y esto viendo
y meditando las profundas hojas,
del grave antiguo error que me cegaba
y aun de mí mismo yo tuve vergüenza.
Áureo siglo, Marqués, hilan ahora
los husos de las Parcas. Todo diario
en varias lenguas y columnas varias,
de todas partes lo promete al mundo.
Universal amor, ferradas vías,
vapor, tipos, comercio y aun el cólera,
los más lejanos pueblos y naciones
en lazo estrecharán; ni maravilla
será que suden leche las encinas
y miel los robles, o danzando giren
a los sones de un vals. Tanto ha crecido
el poder de retortas y alambiques
y máquinas del cielo emuladoras,
y tanto crecerá, volando siempre
de progreso en progreso, sin medida,
de Cam, de Sem y de Jafet la prole.
No cual un día comerá bellotas
si el hambre no la obliga; el duro hierro
no depondrá. Con pólizas de cambio
satisfecha tal vez, la plata y oro
despreciará la generosa estirpe;
mas no de sangre de los suyos nunca
su mano ha de lavar; antes cubierta
será de estragos, con la vieja Europa,
del Atlántico mar la otra ribera,
fresca nodriza de sin par cultura;
y en campo lidiarán fraternas huestes
por pimienta o aromas o canela
o por el jugo de melosa caña,
o alguna otra razón, práctica y útil.
Y valor y virtud, y fe y modestia,
y amor a la justicia, escarnecidos
y de toda república arrojados
como siempre serán; que es su destino
estar siempre debajo. Torpe fraude
y audacia impune elevarán su frente,
nacidas a reinar. De imperio y fuerza,
ya unidas en un haz, ya separadas,
abusará quienquiera que los rija;
no importa el nombre. Que esta ley grabaron
Hado y Natura en tablas de diamante,
y no la borrarán con sus centellas
Volta ni Davy, ni Inglaterra toda
con las máquinas suyas, ni en un Ganges
de políticas hojas nuestro siglo
ha de anegarla. Siempre el vil en fiesta,
siempre el bueno en tristeza; conjurado
el mundo todo contra excelsas almas;
del verdadero honor perseguidoras
calumnia, odio y envidia; de los fuertes
despojo el débil, de los ricos siervo
el ayuno mendigo, en toda forma
de público gobierno, cerca o lejos
del polo o de la eclíptica, y por siempre,
si al humano linaje esta morada
o la lumbre del sol no se nos niega.
Estas leves reliquias, estos rastros
de la pasada edad, fuerza es que impresos
lleve la que ora surge edad del oro,
porque de mil discordes elementos
tejida está la condición humana,
y a ponerlos en paz nunca bastaron
fuerza ni entendimiento de los hombres,
desque nació su generosa raza;
ni bastarán, aunque potentes sean,
en nuestra edad periódicos y pactos.
Pero en cosas más graves será entera
nuestra felicidad nunca soñada.
O de lana o de seda los vestidos
han de ser más galanos cada día;
dejará el labrador los rudos paños
por cubrir de algodón su piel hirsuta,
de castor su cabeza. Y apacibles
a la vista, mil cómodos sillones,
mesas y canapés, lechos, tapetes,
adornarán con su mensual belleza
todo aposento. De manjares formas
nuevas admirará, calderas nuevas,
la humeante cocina. Y rapidísimo
de París a Calais, de Calais a Londres
y de aquí a Liverpool, será el camino,
por no decir el vuelo...
Iluminadas
mejor que ora lo están, mas no seguras,
serán de las ciudades populosas
las más ocultas y torcidas calles.
Tales dulzuras, tan dichosa suerte
a la naciente prole se aperciben.
¡Feliz aquél que mientras esto escribo
llora en los brazos de la fiel niñera!
Él ha de ver el suspirado día
en que aprendan los niños con la leche
de la cara nodriza, cuánto peso
de sal, cuánto de carne, cuánta harina
consume en cada mes la patria aldea,
y cuántos de nacidos y de muertos
anualmente consigna en su registro
el anciano prior; cuando por obra
del potente vapor, en un segundo
impresas a millones, llano y monte
y aun de los mares la extensión inmensa,
cual bandada de grullas que se abate
sobre ancho campo, y obscurece el día,
cubrirán las gacetas, vida y alma
del universo, y de saber en ésta
y en la futura edad única fuente.
Como un infante, con asiduo anhelo
fabrica de cartones y de hojas
ya un templo, ya una torre, ya un palacio,
y apenas le ha acabado, le derriba,
porque las mismas hojas y cartones
para nueva labor son necesarias;
así Natura con las obras suyas,
aunque de alto artificio y admirables,
aún no las ve perfectas, las deshace,
y los diversos trozos aprovecha.
Y en vano a preservarse de tal juego,
cuya eterna razón le está velada,
corre el mortal, y mil ingenios crea
con docta mano; que a despecho suyo,
la natura cruel, muchacho invicto,
su capricho realiza, y sin descanso
destruyendo y formando se divierte.
De aquí varia, infinita, una familia
de males incurables y de penas,
al mísero mortal persigue y rinde;
una fuerza implacable, destructora,
desque nació le oprime dentro y fuera
y le cansa y fatiga infatigada,
hasta que él cae en la contienda ruda
por la impía madre opreso y enlazado.
¡Del estado mortal miseria extrema!
¡Vejez y muerte que comienzan cuando
el labio infante el tierno seno oprime
que la vida destila! Ni enmendarlos
podrá, por sabio y por feliz que sea,
el siglo nonodécimo, ni cuantas
vengan tras él edades sucesivas.
Mas, si lícito me es la verdad neta
por su nombre decir, sólo infelice
será todo nacido, en cualquier tiempo,
no en la vida civil, en toda vida,
por esencia insanable y ley eterna
que cielo y tierra abraza. Pero nuevo
y divino remedio imaginaron
de nuestra edad los ínclitos talentos,
pues no pudiendo hacer feliz a nadie,
se dieron a buscar, dejando al hombre,
una común felicidad, e hicieron
de muchos tristes un alegre pueblo,
todo paz y ventura. Y tal portento,
en folletos, revistas y gacetas,
no declarado aún, asombra al mundo.
¡Oh mente sobrehumana, oh agudeza
del siglo que ora corre! ¡Y qué seguro
filosofar, y qué sapiencia, amigo,
en más sublime asunto y remontado
enseña nuestra edad a las futuras!
¿No ves con qué constancia hoy escarnece
lo que ayer adoró, y el ara abate
para juntar mañana sus pedazos
y venerarlos entre humeante incienso?
¡Oh cuánta fe y estimación merece
el concorde sentir de nuestro siglo...
o el del año corriente!... ¡Y qué trabajo
es comparar nuestro sentir y ciencia
con el del año actual y el del que viene,
porque ni un punto discrepemos todos!
¡Cuánto en filosofar adelantamos
si al moderno se opone el tiempo antiguo!
Uno de tus amigos, y maestro
no sólo en poesía, mas en todas
artes y ciencias, de la humana mente
árbitro enmendador, me aconsejaba:
«No cantes tus afectos y dedica
esa viril edad a los severos
estudios económicos. Atiende
al público gobierno. ¿El propio pecho
qué te vale explorar? Materia al canto
no busques en ti mismo. Las grandezas
de nuestro siglo di; di su esperanza
que madurando va.»
¡Recto consejo,
que yo escuchaba con solemne risa,
al resonar en mi profano oído
ese cómico nombre de esperanza!
Mas ora vuelvo atrás y la carrera
contraria emprendo, persuadido al cabo
que quien anhele gloria y busque fama,
al propio siglo contrastar no debe,
sino adular y obedecer: ¡por corta
y fácil vía llegaré a los astros!
De tan alta ventura deseoso
materia no darán al canto mío
de la presente edad los intereses.
Ya sabrán mercaderes y oficinas
cuidar de ellos mejor. Mas la esperanza
he de decir, que ya visible prenda
nos conceden los dioses; ya de larga
felicidad principio, ostenta el labio
y el rostro del garzón enorme pelo.
¡Oh luz primera, saludable signo
de la famosa edad que se levanta,
mira cómo se alegran tierra y cielo
delante a ti; cómo fulgura el rostro
de la doncella, y en convites vuela
la gloria ya de los barbados héroes!
¡Crece, crece a la patria, oh masculina
moderna prole! A tu velluda sombra
Italia crecerá, crecerá Europa
de las fauces del Tajo al Helesponto,
y el mundo al fin reposará seguro.
¡Y tú comienza a saludar con risa
a los híspidos padres, prole infante,
para los áureos días elegida!
Ni te asuste el negrear de su semblante.
¡Sonríe, oh tierna prole; a ti guardado
de tanto y tanto hablar espera el fruto!
Mira el gozo reinar, ciudades, villas,
vejez y juventud al par contentas
y las barbas ondear largas dos palmos.

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