martes, 16 de abril de 2024

Luis Alberto de Cuenca, Carmen en estos casos se supera

    GUDRÚNARKVIDA


Carmen en estos casos se supera.

Se dispone a sufrir sin una lágrima.


No se golpea el pecho con las manos,

ni gime, ni los ojos se le nublan.


A su lado se sientan sus amigas,

todas muy maquilladas, con modelos

exclusivos y oscuros, lamentando

la muerte de Ricardo entre sollozos;

Carmen está tan triste que no llora.


Tanto dolor le sube a la cabeza

que no sabe qué hacer para alojarlo.

Mientras, María rompe el fuego y dice:

«No sé si va a servirte de consuelo,

pero he sufrido mucho en esta vida.

Mi familia murió en un accidente

de coche, en pleno estado de embriaguez:

mis dos maridos, hijos, hijas, todos.

Me he quedado solísima en el mundo».

Como Carmen seguía sin llorar,

habló Julia, la de ojos transparentes,

y entre lágrimas dijo estas palabras:

«Más he sufrido yo. Mis siete hijos

murieron peleándose entre ellos

y mis padres se ahogaron en la playa

el verano pasado, uno tras otro.

Yo sola preparé los funerales

y encargué las guirnaldas de sus tumbas.

Para mí ya no existe la alegría».

Marta la triste habló, sumida en llanto:

«A mí me odia Fernando, pero teme

quedarse sin dinero si me deja.

Sale con una chica, últimamente,

que no ha cumplido aún los veinte años.

Me obliga a descalzarla cuando viene

y a servirle en la cama el desayuno.

¡No puedo más de fiestas y de drogas

y de esa horrible gente de la noche!»


Pero Carmen no llora. Se levanta,

quita la tela que cubría al muerto,

ve el pelo enmarañado por la sangre,

ve los brillantes ojos apagados,

ve el pecho roto, las mejillas frías,

los labios negros y los pies blanquísimos,

ve el despojo que ayer fuera Ricardo.

Y Carmen ya no puede seguir viendo.

Cae hacia atrás, como si aquello fuese

a desaparecer si no lo mira,

y sus amigas corren a atenderla.

Y cuando su cabeza se refugia

en un cojín que apunta al cielo raso,

no puede evitar Carmen que una lágrima,

una caliente lágrima de amor,

resbale de sus ojos.

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