viernes, 26 de julio de 2024

Oda a la desnudez, de Leopoldo Lugones

 ODA A LA DESNUDEZ


¡Qué hermosas las mujeres de mis noches!

En sus carnes, que el látigo flagela,

pongo mi beso adolescente y torpe,

como el rocío de las noches negras

que restaña las llagas de las flores.


Pan dice los maitines de la vida

en su rústico pífano de roble,

y Canidia compone en su redoma

los filtros del pecado, con el polen

de rosas ultrajadas, con el zumo

de fogosas cantáridas. El cobre

de un címbalo repica en las tinieblas,

reencarnan en sus mármoles los dioses,

y las pálidas nupcias de la fiebre

florecen como crímenes; la noche,

su negra desnudez de virgen cafre

enseña engalanada de fulgores

de estrellas, que acribillan como heridas

su enorme cuerpo tenebroso. Rompe

el seno de una nube y aparece

crisálida de plata, sobre el bosque,

la media luna, como blanca uña,

apuñaleando un seno; y en la torre

donde brilla un científico astrolabio,

con su mano hierática, está un monje

moliendo junto al fuego la divina

pirita azul en su almirez de bronce.


Surgida de los velos aparece

(ensueño astral) mi pálida consorte,

temblando en su emoción como un sollozo,

rosada por el ansia de los goces

como divina brasa de incensario.

Y los besos estallan como golpes.

Y el rocío que baña sus cabellos

moja mi beso adolescente y torpe;

y gimiendo de amor bajo las torvas

virilidades de mi barba, sobre

las violetas que la ungen, exprimiendo

su sangre azul en sus cabellos nobles,

palidece de amor como una grande

azucena desnuda ante la noche.


¡Ah! muerde con tus dientes luminosos,

muerde en el corazón las prohibidas

manzanas del Edén; dame tus pechos,

cálices del ritual de nuestra misa

de amor; dame tus uñas, dagas de oro,

para sufrir tu posesión maldita;

el agua de sus lágrimas culpables;

tu beso en cuyo fondo hay una espina.

Mira la desnudez de las estrellas;

la noble desnudez de las bravías

panteras de Nepal, la carne pura

de los recién nacidos; tu divina

desnudez que da luz como una lámpara

de ópalo, y cuyas vírgenes primicias

disputaré al gusano que te busca,

para morderte con su helada encía

el panal perfumado de tu lengua,

tu boca, con frescuras de piscina.

Que mis brazos rodeen tu cintura

como dos llamas pálidas, unidas

alrededor de una ánfora de plata

en el incendio de una iglesia antigua.

Que debajo mis párpados vigilen

la sombra de tus sueños mis pupilas

cual dos fieras leonas de basalto

en los portales de una sala egipcia.

Quiero que ciña una corona de oro

tu corazón, y que en tu frente lilia

caigan mis besos como muchas rosas,

y que brille tu frente de Sibila

en la gloria cirial de los altares,

como una hostia de sagrada harina;

y que triunfes, desnuda como una hostia,

en la pascua ideal de mis delicias.


¡Entrégate! La noche bajo su amplia

cabellera flotante nos cobija.

Yo pulsaré tu cuerpo, y en la noche

tu cuerpo pecador será una lira.

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