martes, 8 de agosto de 2023

Carta de Marco Cornelio Frontón a Marco Aurelio

 *** Aunque los cabellos no requieren galas todos los días, el uso del peine es sin embargo una necesidad para ellos... La misma diferencia existía entre Creso y Solo, entre Periandro y Polícrates, finalmente entre Alcibíades y Sócrates. ¡Hey! ¿Quién duda de que los sabios se distinguen de los que no lo son, sobre todo por el juicio, la elección de las cosas y el sentimiento personal? En efecto, si se trata de opción, de elegir entre la riqueza y la pobreza, aunque una y otra no sean buenas ni malas, puede ser que la elección no se haga a salvo de elogios y reproches, pues el propio deber del sabio es elegir bien y no tergiversar ni su desdén ni su preferencia. Pregúntame si quiero buena salud: te responderé que no si soy filósofo, porque ningún deseo está permitido al sabio si depende del destino hacer este deseo ilusorio: no debe desear nada que vea puesto en manos de la Fortuna. Sin embargo, si hay que elegir entre dos, preferiría la ligereza de Aquiles a la debilidad de Filoctetes. La misma observación se aplica a la elocuencia, así que no aspires a ella ni la desprecies con demasiado ardor, pero, sin embargo, si has de elegir, prefiere hablar bien a no hablar. 

A veces te he oído decir "cuando hablé con algún talento, me agradé a mí mismo y por eso no quiero elocuencia". ¿Por qué no te corriges, por qué no te curas del fracaso de agradarle en ti en lugar de repudiar a una causa inocente, ya que con esta conducta te obligas a los mismos remedios en otras ocasiones? ¿O qué? Si te gozas por haber juzgado en justicia, ¿repudiarás, pues, la justicia? Si te complaces en tu piadosa adoración a tu padre ¿renunciarás por eso con desprecio al culto paterno? Si te complaces en tu elocuencia, maltrátate a ti mismo; pero ¿con qué derecho maltratarás la elocuencia? ¡Hey! A pesar de su dulzura, no podría interpelarte y decirte: -¡Oh, joven, hay peligro para usted en esta aversión precoz a los votos, porque la pasión de la gloria es la última vestidura de los sabios! Sí, esto es lo último que queda al desnudar. Platón, el mismísimo Platón, hasta el último día de su vida se envolvió en la gloria como en un manto. También recuerdo haber oído decir que los sabios deben tener en el fondo de su conciencia y de sus pensamientos cosas que se nieguen a usar y otras que usen y que rechacen de sus sistemas, ya que, en fin, la razón justa de la sabiduría no siempre está de acuerdo con las necesidades de la vida. Así que trata de poder alcanzar la sabiduría de Cleantes o Zenón. A pesar tuyo, tendrás que ponerte el manto de púrpura y no el de lana basta de los filósofos... Cleantes se alimentaba sacando agua de un pozo. A menudo te encargaban esparcir lluvia fragante de azafrán sobre el teatro... Diógenes el Cínico, lejos de correr tras la riqueza, descuidó la propia *** ¡Qué! ¿Los dioses inmortales sufrirían que en los comicios las tribunas que antes resonaban con la voz de Catón, Graco y Cicerón, se silenciaran? ¿Y preferiblemente en nuestra época? ¡El universo que recibisteis bajo el imperio de la palabra enmudecería por vuestra voluntad! Que un hombre arranque la lengua de otro hombre se considerará atroz; arrebatarle la elocuencia a la raza humana ¿se consideraría como un algo tibio? ¿No lo compararás con Tereo o Licurgo? Y este Licurgo, en fin, ¿qué otro ataque tan grave cometió sino talar vides? Hubiera sido, por supuesto, una bendición para muchos pueblos la destrucción de la vid sobre toda la tierra y, sin embargo, Licurgo fue castigado por cortar unas vides. En mi opinión, la destrucción de la elocuencia exigiría venganza divina: pues la vid se pone bajo la protección de un único dios, mientras que la elocuencia en el cielo es querida por muchos de los dioses. Minerva es la maestra del habla; Mercurio preside los mensajes; Apolo es el autor de las canciones rurales, Baco el fundador de los ditirambos; los Faunos son la inspiración de los oráculos; Calíope es amante de Homero, y Homero y el Sueño son los maestros de Ennio. Si el estudio de la filosofía tuviera que tratar solo con cosas individuales, me sorprendería menos ver que desprecias tanto la palabra, pero aprendes no ya un razonamiento correcto, sino sorites, sofismas y bicornutos entre otros instrumentos de tortura, ¿y descuidas adornar el habla, la gravedad, la majestuosidad, la gracia y la brillantez? ¿No indica esto que prefieres hablar, susurrar y balbucear antes que alzar la voz virilmente? ¿Prefieres las palabras de Diodoro y Alexino a las palabras de Platón, Jenofonte y Antístenes? ¡Como si un alumno de teatro imitara los gestos de Tasurco en lugar de los de Roscio! ¡Como si, al nadar, si esto fuera posible, se prefiriera la rana al delfín como modelo! ¡Como si para volar prefiriéramos las cortas plumas de la codorniz a las majestuosas alas del águila! ¿Dónde está tu penetración? ¿Dónde tu delicadeza? ¡Despierta y considera lo que dice el mismo Crisipo! ¿Se considera a sí mismo contento por enseñar, narrar los asuntos, definirlos, desarrollarlos? No, no está satisfecho de ello; pero amplifica cuanto puede, exagera, advierte, repite, se detiene, vuelve a la carga, cuestiona, describe, divide, supone personajes, presta a otro su propio lenguaje. ¿No ves que maneja casi todas las armas de los oradores? Y, puesto que el mismo Crisipo prueba que su empleo es necesario, ¿qué más os puedo recomendar sino pleitear no con el lenguaje de los dialécticos, sino con la poderosa palabra de Platón...?

Debemos luchar con la espada, pero aún importa si está oxidada o resplandeciente ***  Oidor de Anaxágoras y no de Alexino, el adulador.... El trágico Esopo nunca se puso una máscara en la cara antes de haber visto si imitaba los gestos y la voz del personaje que asumió en la figura… ¿Crees que es más difícil escribir una tragedia sobre Anfiarao que hablar de un terremoto? *** Si alguien usa el lenguaje de los dialécticos, escribirá a Júpiter suspirando, e incluso tosiendo, y no a "Júpiter tonante". En su lugar, prepara discursos que sean dignos de los pensamientos que extraigas de fuente filosófica. Cuanto más te sientas buen varón, más hablarás como César. Haz más: levántate, álzate, y a esos verdugos que doblegan la Tierra como el pino y el alto aliso, que te vuelven un arbusto rastrero, recházalos desde las alturas de tu poder y trata de no desviarte nunca de la virtud. Toma la elocuencia como compañera de la filosofía, y desecha esos discursos jorobados y torcidos... Si alguna vez los has usado, desprécialos; de ese desprecio nacerá el olvido. Dime, por favor: ¿qué debes a los dialécticos? ¿Por qué te regocijas debiéndoles algo? No quiero que digas eso; guardaré este secreto contigo y te auguro que harás varios amigos en este estudio. *** A esta edad, necesitamos un consejero más que un asistente. ¿No has investigado todos los recursos de la persuasión oratoria? La habilidad para refutar, el talento para ampliar, la gracia para evadir; y para conmover, encantar, divertir, excitar, embellecer, reconciliar, inflamar, relajar las pasiones de los oyentes o despertarlas ¡No sé qué fuerza y cuánto poder hay en la palabra! Cuando, en el pasado, abrumado por un sinfín de negocios, no tenías tiempo para componer un discurso, ¿no encontraste descanso y desahogo en algunos estudios apresurados, pero provechosos? Recopilaste sinónimos; a veces, investigabas palabras simples y luego recuperabas, bajo la autoridad de la razón, expresiones arcaicas y los sinónimos que habías reunido. Le diste elegancia a las expresiones comunes, novedad a las palabras corruptas; ajustaste alguna imagen, moldeaste con alguna figura, adornaste con una voz arcaica ¡y tu pincel le dio un ligero tinte de antigüedad! Si desprecias estas ciencias por haberlas aprendido, despreciarás también la filosofía por aprenderla. Sin embargo, estas no son cosas que puedas despreciar, sino solo que no te puedan gustar. Como aún hoy un varón consular tenía miedo de los campos *** Hay tipos de deberes y se pueden dividir en tres clases. La primera es la sustancia; sin ella no hay ser. La segunda, la calidad; sin ella no hay forma; la tercera por último es el fin que el hombre se ha fijado en el cumplimiento de otros deberes, quiero decir el estudio y práctica de la sabiduría. Esta tercera clase se vincula solo a la acción, y es autosuficiente. Por esta división de deberes, si enseño verdad o mi memoria es fiel, los primeros elementos de un hombre que tiende a la sabiduría son los deberes que se refieren a nuestra existencia, a nuestra conservación. Así comer, lavarse, perfumarse son, con algunas otras funciones similares, deberes de los sabios.*** No es cuestión de sabiduría nutrirse; pero sin la vida, de la que el alimento es sostén, no es posible la sabiduría ni el estudio. *** Pero no ocurre lo mismo con los demás deberes que siguen y se aplican a la forma: pueden ser comunes a todos, pero varían aunque sean comunes a todos. Una cena es común a piloto y atleta; pero una es para el piloto y otra distinta para el atleta de anchos hombros: otra es la hora de la cena, otra es la del baño, otra es la del sueño, otra es la del amanecer. Consideremos entonces si a esta segunda clase de nuestros deberes se puede conectar el estudio de la elocuencia. Corresponde a los césares defender los intereses públicos en el senado, someter al pueblo reunido la mayor parte de los asuntos, atajar una pretensión injusta, enviar cartas sin cesar por todo lugar, llamar a comparecer a los reyes de los demás pueblos, reprimir por medio de edictos los agravios de los aliados o ensalzar sus buenas obras, encadenar la sedición y aterrorizar a la audacia, y todo esto, sin duda, se hace de palabra y de letra, ¿y no cultivarás lo que tantas veces, y en tan grandes ocasiones, de tanto ha servido? ¿Crees que no importa con qué palabras hablarás en asuntos que solo se pueden tratar con palabras? Te equivocas, si crees que tal autoridad puede corresponder en el Senado a una opinión expresada por las palabras de un Tersites o al discurso de un Menelao o de un Ulises, hombres aquellos a los que Homero describió la expresión del rostro, la acción y porte, la actitud y sus voces armoniosas, sus variados tonos y melodiosa elocuencia. *** ¿Cómo respetar a aquel de quien nos burlamos o a quien despreciamos cuando hablan? Ningún hombre tiene suficiente poder para impedir, cuando le falta la habilidad, el desprecio de los más hábiles. Pero en lo que a ti cabe, tu elocuencia es tan grande que te queda incluso alguna para la gloria. **** Viriato también y Espartaco fueron hábiles en la guerra y valientes en la batalla. Pero, de todos los oradores que se han levantado desde la fundación de Roma, si contaras siquiera aquella muchedumbre a la que Cicerón, en el libro Orador, concedía en tropel el derecho a la ciudadanía en el imperio de la elocuencia, difícilmente llegarías a un número de trescientos, mientras que sola la familia de los Fabios dio a la patria trescientos valientes soldados que perecieron en un solo día luchando por ella *** Se dice que los amantes de la armonía escucharon primero a los pájaros de la primavera bajo la sombra de las arboledas. Entonces cañas con nuevo uso hacían las delicias del pastor y sus rebaños; las flautas parecían más melodiosas que el canto de los pájaros *** Se dejan deleitar por los murmullos de una voz sin fuerza en el sagrado bosque de la elocuencia… Ennio entonces, Accio y Lucrecio golpeaban sus oídos con un órgano ya más maduro y más amplio, pero no con fuerza todavía, que tan pronto como sonó la trompeta de Catón y Salustio y Tulio, estos hombres temblaron y palidecieron y trataron en vano de huir: porque también allí, en las escuelas de filosofía donde esperaban encontrar un asilo seguro, debieron escuchar la gran voz de Platón. Esta fábula es para todos aquellos que, nacidos sin talento, huyen desesperados ante la elocuencia.

Pero para ti, césar, la grandeza, la sublimidad, la extensión, la inmensidad de tu genio es un regalo de los dioses; porque he visto los primeros pensamientos y la cuna de vuestros estudios. En ti resplandecía ya en los días de la niñez esa nobleza de alma y esa elevación de pensamientos a los que solo les faltaba el brillo de las palabras; ejercicio variado te ha dado este talento. Hoy me parece que, arrastrado como se está por las costumbres del siglo y el disgusto por el trabajo, se ha desertado del estudio de la elocuencia y vuelto la mirada hacia la filosofía, donde no hay ninguna premisa para ornar la palabra con esmero, no hay narración que arreglar breve, ordenada, ingeniosamente; no hay asuntos que dividir, no hay argumentos que buscar, nada que acumular. *** En efecto, lee un libro de filosofía; escucha en silencio la interpretación del maestro y harás la señal de que entiendes; pero si otros leen, dormitarás de vez en cuando; es cansarse oírlos enumerar largo rato y muchas veces tras el primero un segundo, con ventanillas abiertas para mirar si ya es de día y cómo viene; y luego irse muy tranquilo, como un hombre que no tiene nada que meditar por la noche ni qué escribir, nada que recitar al maestro, nada que declamar de memoria, ninguna palabra que buscar, ningún sinónimo para adornar, ni ninguna traducción del griego a nuestro idioma que hacer. Contra ellos fue que mi maestro Dionisio hizo aquella ingeniosa fábula sobre la disputa entre la vid y el roble.

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