De Pedro Calderón de la Barca, El mágico prodigioso, III:
DEMONIO:
Ea, infernal abismo,
desesperado imperio de ti mismo,
de tu prisión ingrata
tus lascivos espíritus desata,
amenazando rüina
al virgen edificio de Justina.
Su casto pensamiento
de mil torpes fantasmas en el viento
hoy se informe, su honesta fantasía
se lleñe; y con dulcísima armonía
todo provoque amores:
los pájaros, las plantas y las flores.
Nada miren sus ojos
que no sean de amor dulces despojos;
nada oigan sus oídos
que no sean de amor tiernos gemidos;
porque, sin que defensa en su fe tenga,
hoy a buscar a Ciprïano venga,
de su ciencia invocada
y de mi ciego espíritu guïada.
Empezad, que yo en tanto
callaré, porque empiece vuestro canto.
(Canta dentro, una VOZ)
VOZ:
¿Cuál es la gloria mayor
de esta vida?
TODOS:
Amor, amor.
(Mientras esta copla se canta, se va entrando el DEMONIO por una puerta, y sale por otra JUSTINA huyendo)
VOZ:
No hay sujeto en quien no imprima
el fuego de amor su llama,
pues vive más donde ama
el hombre que donde anima.
Amor solamente estima
cuanto tener vida sabe:
el tronco, la flor y el ave.
Luego es la gloria mayor
de esta vida...
TODOS:
...amor, amor.
Esto representa asombrada y inquieta
JUSTINA:
Pesada imaginación,
al parecer lisonjera,
¿cuándo te he dado ocasión
para que de esta manera
aflijas mi corazón?
¿Cuál es la causa, en rigor,
de este fuego, de este ardor,
que en mí por instantes crece?
¿Qué dolor el que padece
mi sentido?
(Cantan)
TODOS:
Amor, amor.
Cóbrase más
JUSTINA:
Aquel ruiseñor amante
es quien respuesta me da,
enamorando constante
a su consorte, que está
un ramo más adelante.
Calla, ruiseñor; no aquí
imaginar me hagas ya,
por las quejas que te oí,
cómo un hombre sentirá,
si siente un pájaro así.
Mas no. Una vid fue lasciva,
que buscando fugitiva
va el tronco donde se enlace,
siendo el verdor con que abrace
el peso con que derriba.
No así con verdes abrazos
me hagas pensar en quien amas,
vid; que dudaré en tus lazos,
si así abrazan unas ramas,
cómo enraman unos brazos.
Y si no es la vid, será
aquel girasol, que está
viendo cara a cara al sol,
tras cuyo hermoso arrebol
siempre moviéndose va.
No sigas, no, tus enojos,
flor, con marchitos despojos;
que pensarán mis congojas,
si así lloran unas hojas,
cómo lloran unos ojos.
Cesa, amante ruiseñor;
desúnete, vid frondosa;
párate, inconstante flor;
o decid: ¿qué venenosa
fuerza usáis?
(Cantan)
TODOS:
Amor, amor.
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