Le ceneri di Gramsci / Las cenizas de Gramsci, Pier Paolo Pasolini
Traducción de Manuel Moya
I
Non è di maggio questa impura aria
che il buio giardino straniero
fa ancora più buio, o l’abbaglia
con cieche schiarite... questo cielo
di bave sopra gli attici giallini
che in semicerchi immensi fanno velo
alle curve del Tevere, ai turchini
monti del Lazio... Spande una mortale
pace, disamorata come i nostri destini,
tra le vecchie muraglie l’autunnale
maggio. In esso c’è il grigiore del mondo,
la fine del decennio in cui ci appare
tra le macerie finito il profondo
e ingenuo sforzo di rifare la vita;
il silenzio, fradicio e infecondo...
Tu giovane, in quel maggio in cui l’errore
era ancora vita, in quel maggio italiano
che alla vita aggiungeva almeno ardore,
quanto meno sventato e impuramente sano
dei nostri padri - non padre, ma umile
fratello - già con la tua magra mano
delineavi l’ideale che illumina
(ma non per noi: tu, morto, e noi
morti ugualmente, con te, nell’umido
giardino) questo silenzio. Non puoi,
lo vedi?, che riposare in questo sito
estraneo, ancora confinato. Noia
patrizia ti è intorno. E, sbiadito,
solo ti giunge qualche colpo d’incudine
dalle officine di Testaccio, sopito
nel vespro: tra misere tettoie, nudi
mucchi di latta, ferrivecchi, dove
cantando vizioso un garzone già chiude
la sua giornata, mentre intorno spiove.
LAS CENIZAS DE GRAMSCI
trad. de manuel Moya
I
No es de mayo este aire impuro
que aún hace más oscuro el oscuro
jardín extranjero, o lo ilumina
con ciegos resplandores... este cielo
de babas sobre amarillentos áticos
que custodian en grandes semicírculos
los recodos del Tíber, las añiles
colinas del Lacio... Extiende una paz
mortal, desafecta como nuestros destinos
entre las viejas murallas el otoñal
mayo. Sobre él descansa lo gris del mundo,
el fin del decenio en el que se nos aparece
entre los escombros, ya acabado el hondo
e ingenuo esfuerzo por rehacer la vida,
el silencio, putrefacto e infecundo...
Tú, joven, en aquel mayo, cuando aún era un error
la vida, en aquel mayo italiano
cuando al menos a la vida se le sumaba el coraje
despreocupado e impuramente sano
de nuestros padres -no padre, sino
humilde hermano- con tu delgada mano
dibujabas ya el ideal que ilumina
(pero no para nosotros: muerto tú y nosotros
muertos de igual modo, contigo, en el húmedo
jardín) este silencio. No puedes más,
¿te das cuenta?, que descansar en este sitio
extraño, confinado aún. Un hastío
de patricios te rodea. Y, ya sin color,
sólo llega hasta ti algún que otro golpe de yunque
desde los talleres del Testaccio, absorbido
por el atardecer: entre míseras techumbres, desnudos
montones de latas, chatarra, donde
canta y canta un muchachote que ya cierra
su jornada, mientras alrededor va dejando de llover.
II
Tra i due mondi, la tregua, in cui non siamo.
Scelte, dedizioni... altro suono non hanno
ormai che questo del giardino gramo
e nobile, in cui caparbio l’inganno
che attutiva la vita resta nella morte.
Nei cerchi dei sarcofaghi non fanno
che mostrare la superstite sorte
di gente laica le laiche iscrizioni
in queste grige pietre, corte
e imponenti. Ancora di passioni
sfrenate senza scandalo son arse
le ossa dei miliardari di nazioni
più grandi; ronzano, quasi mai scomparse,
le ironie dei principi, dei pederasti,
i cui corpi sono nell’urne sparse
inceneriti e non ancora casti.
Qui il silenzio della morte è fede
di un civile silenzio di uomini rimasti
uomini, di un tedio che nel tedio
del Parco, discreto muta: e la città
che, indifferente, lo confina in mezzo
a tuguri e a chiese, empia nella pietà,
vi perde il suo splendore. La sua terra
grassa di ortiche e di legumi dà
questi magri cipressi, questa nera
umidità che chiazza i muri intorno
a smorti ghirigori di bosso, che la sera
rasserenando spegne in disadorni
sentori d’alga... quest’erbetta stenta
e inodora, dove violetta si sprofonda
l’atmosfera, con un brivido di menta,
o fieno marcio, e quieta vi prelude
con diurna malinconia, la spenta
trepidazione della notte. Rude
di clima, dolcissimo di storia, è
tra questi muri il suolo in cui trasuda
altro suolo; questo umido che
ricorda altro umido; e risuonano
- familiari da latitudini e
orizzonti dove inglesi selve coronano
laghi spersi nel cielo, tra praterie
verdi come fosforici biliardi o come
smeraldi: “And O ye Fountains...” - le pie
invocazioni...
II
Entre los dos mundos en los que ya no estamos, la tregua.
Decisiones, entregas, hoy no tienen más sonidos
que el de éste del jardín triste y noble,
en el que el tenaz engaño que atenuaba
la vida, se queda en la muerte.
En torno a los sarcófagos no hacen
sino mostrar la sobreviviente suerte
de gente laica y sus laicas inscripciones
en estas grises piedras, recortadas
e imponentes. Todavía de desenfrenadas pasiones
sin escándalo arden los huesos
de los millonarios de las más grandes naciones:
zumban, no del todo desaparecidas,
las ironías de los príncipes y de los pederastas,
cuyos cuerpos se esparcen en las urnas
hechos ya cenizas pero no castos todavía.
Aquí el silencio de la muerte es fe
de un silencio civil de hombres que siguen siendo
hombres, de un hastío que en el hastío
del jardín, discretamente cambia: y la ciudad
que, indiferente, lo aleja en medio
de tugurios y de iglesias, impío en la piedad
donde pierde su esplendor. Su tierra
cubierta de ortigas y legumbres da
esos raquíticos cipreses, esta negra
humedad que mancha los muros
en los finos garabatos de boj, que la tarde
al serenarse apaga en sobrios
olores a algas... estas delicadas e inodoras
hierbecillas , donde la violeta se hunde
en la atmósfera, con un escalofrío de menta
o pasto podrido, y quieta nos anuncia
con diurna melancolía, la apagada
trepidación de la noche. De clima
duro, dulcísimo de historia,
entre estos muros está el suelo que trasuda
otro suelo; esta humedad que
otra humedad recuerda; y resuenan
familiares de latitudes y horizontes
donde inglesas selvas coronan
lagos desperdigados por el cielo, entre praderas
verdes como billares fosforescentes o como
esmeraldas: "And O ye Fountains..."-
las piadosas invocaciones...
III
Uno straccetto rosso, come quello
arrotolato al collo ai partigiani
e, presso l’urna, su terreno cereo,
diversamente rossi, due gerani.
Lì tu stai, bandito e con dura eleganza
non cattolica, elencato tra estranei
morti: Le ceneri di Gramsci... Tra speranza
e vecchia sfiducia, ti accosto, capitato
per caso in questa magra serra, innanzi
alla tua tomba, al tuo spirito restato
quaggiù tra questi liberi. (O è qualcosa
di diverso, forse, di più estasiato
e anche di più umile, ebbra simbiosi
d’adolescente di sesso con morte...)
E, da questo paese in cui non ebbe posa
la tua tensione, sento quale torto
- qui nella quiete delle tombe - e insieme
quale ragione - nell’inquieta sorte
nostra - tu avessi stilando le supreme
pagine nei giorni del tuo assassinio.
Ecco qui ad attestare il seme
non ancora disperso dell’antico dominio,
questi morti attaccati a un possesso
che affonda nei secoli il suo abominio
e la sua grandezza: e insieme, ossesso,
quel vibrare d’incudini, in sordina,
soffocato e accorante - dal dimesso
rione - ad attestarne la fine.
Ed ecco qui me stesso... povero, vestito
dei panni che i poveri adocchiano in vetrine
dal rozzo splendore, e che ha smarrito
la sporcizia delle più sperdute strade,
delle panche dei tram, da cui stranito
è il mio giorno: mentre sempre più rade
ho di queste vacanze, nel tormento
del mantenermi in vita; e se mi accade
di amare il mondo non è che per violento
e ingenuo amore sensuale
così come, confuso adolescente, un tempo
l’odiai, se in esso mi feriva il male
borghese di me borghese: e ora, scisso
con te - il mondo, oggetto non appare
di rancore e quasi di mistico
disprezzo, la parte che ne ha il potere?
Eppure senza il tuo rigore, sussisto
perché non scelgo. Vivo nel non volere
del tramontato dopoguerra: amando
il mondo che odio - nella sua miseria
sprezzante e perso - per un oscuro scandalo
della coscienza...
III
Un trapo rojo como el que se ponen
al cuello los partisanos
y junto de la tumba, sobre la tierra calcinada
distintamente rojos, dos geranios.
Allí yaces, alejado y con sobria elegancia
no católica, en el catálogo de los extraños
muertos: Las cenizas de Gramsci... Entre la esperanza
y la vieja desconfianza, me acerco a ti,
llegado por azar hasta esta pobre tierra, frente
a tu tumba, a tu espíritu prendido
aquí abajo entre estos liberados (O es que hay algo
distinto, acaso, de más extasiado
y también de más humilde, ebria simbiosis
de adolescente entre sexo y muerte...)
Y desde este país en el que no obtuvo descanso
tu tensión, siento qué error
aquí en la quietud de las tumbas -y también
cuánta razón en nuestra inquieta suerte-
tuviste al escribir las supremas
páginas en los días de tu asesinato.
Aquí para prestar testimonio de la semilla
no esparcida todavía del antiguo dominio,
estos muertos aferrados a una hacienda
que hunde en los siglos su abominación
y su grandeza: y juntos, obseso,
ese vibrar de yunques en sordina,
sofocado y tristísimo del modesto
barrio para dar testimonio del fin.
Y aquí estoy... pobre, vestido con los paños
que los pobres miran en los escaparates
de grosero esplendor, y que han perdido
la suciedad de las calles más perdidas,
de los asientos de los tranvías, de cuya extrañeza
es mi día: mientras son cada vez más ralas
estas vacaciones, en el tormento
de mantenerme con vida; y si me da por amar
el mundo no es más que por un violento
e ingenuo amor sensual
como en un tiempo de confusa adolescencia
lo odié, cuando el mal burgués me hería
como burgués: y ahora, dividido
-contigo- ¿no parece el mundo un objeto
de rencor, y de casi de místico
desprecio, en la parte que de él tiene el poder?
Aun así, subsisto sin tu rigor
porque no elijo. Vivo en el no querer
de la desvanecida posguerra: amando
el mundo que odio -en su miseria
insolente, perdido- por un oscuro escándalo
de la conciencia...
IV
Lo scandalo del contraddirmi, dell’essere
con te e contro te; con te nel cuore,
in luce, contro te nelle buie viscere;
del mio paterno stato traditore
- nel pensiero, in un’ombra di azione -
mi so ad esso attaccato nel calore
degli istinti, dell’estetica passione;
attratto da una vita proletaria
a te anteriore, è per me religione
la sua allegria, non la millenaria
sua lotta: la sua natura, non la sua
coscienza; è la forza originaria
dell’uomo, che nell’atto s’è perduta,
a darle l’ebbrezza della nostalgia,
una luce poetica: ed altro più
io non so dirne, che non sia
giusto ma non sincero, astratto
amore, non accorante simpatia...
Come i poveri povero, mi attacco
come loro a umilianti speranze,
come loro per vivere mi batto
ogni giorno. Ma nella desolante
mia condizione di diseredato,
io possiedo: ed è il più esaltante
dei possessi borghesi, lo stato
più assoluto. Ma come io possiedo la storia,
essa mi possiede; ne sono illuminato:
ma a che serve la luce?
IV
El escándalo de contradecirme, de estar
contigo y contra ti; contigo en el corazón,
en la luz, contra ti en las oscuras vísceras;
me sé traidor de mi paterno estado
-en el pensamiento, en una sombra de acción-
y a él me aferro en el calor
de los instintos, de la estética pasión;
atraído por una vida proletaria
anterior a ti, me es una religión
su alegría, pero no su lucha milenaria:
su naturaleza, no su conciencia;
es la fuerza originaria del hombre
que en el acto se ha perdido
para darle la ebriedad de la nostalgia,
una luz poética; y no sé decir
otra cosa que no sea
justo pero no sincero, abstracto
amor, no triste simpatía...
Pobre entre los pobres, como ellos
me aferro a humillantes esperanzas,
como ellos lucho cada día por vivir.
Pero en mi desolada
condición de desheredado
yo poseo: y es la más exultante
de las posesiones burguesas, el estado
más absoluto. Pero como yo poseo la historia
la historia a mí me posee y me ilumina,
pero ¿de qué sirve la luz?
V
Non dico l’individuo, il fenomeno
dell’ardore sensuale e sentimentale...
altri vizi esso ha, altro è il nome
e la fatalità del suo peccare...
Ma in esso impastati quali comuni,
renatali vizi, e quale
oggettivo peccato! Non sono immuni
gli interni e esterni atti, che lo fanno
incarnato alla vita, da nessuna
delle religioni che nella vita stanno,
ipoteca di morte, istituite
a ingannare la luce, a dar luce all’inganno.
estinate a esser seppellite
le sue spoglie al Verano, è cattolica
la sua lotta con esse: gesuitiche
le manìe con cui dispone il cuore;
e ancor più dentro: ha bibliche astuzie
la sua coscienza... e ironico ardore
liberale... e rozza luce, tra i disgusti
di dandy provinciale, di provinciale
salute... Fino alle infime minuzie
in cui sfumano, nel fondo animale,
Autorità e Anarchia... Ben protetto
dall’impura virtù e dall’ebbro peccare,
difendendo una ingenuità di ossesso,
e con quale coscienza!, vive l’io: io,
vivo, eludendo la vita, con nel petto
il senso di una vita che sia oblio
accorante, violento... Ah come
capisco, muto nel fradicio brusio
del vento, qui dov’è muta Roma,
tra i cipressi stancamente sconvolti,
presso te, l’anima il cui graffito suona
Shelley... Come capisco il vortice
dei sentimenti, il capriccio (greco
nel cuore del patrizio, nordico
villeggiante) che lo inghiottì nel cieco
celeste del Tirreno; la carnale
gioia dell’avventura, estetica
e puerile: mentre prostrata l’Italia
come dentro il ventre di un’enorme
cicala, spalanca bianchi litorali,
sparsi nel Lazio di velate torme
di pini, barocchi, di giallognole
radure di ruchetta, dove dorme
col membro gonfio tra gli stracci un sogno
goethiano, il giovincello ciociaro...
Nella Maremma, scuri, di stupende fogne
d’erbasaetta in cui si stampa chiaro
il nocciòlo, pei viottoli che il buttero
della sua gioventù ricolma ignaro.
Ciecamente fragranti nelle asciutte
curve della Versilia, che sul mare
aggrovigliato, cieco, i tersi stucchi,
le tarsie lievi della sua pasquale
campagna interamente umana,
espone, incupita sul Cinquale,
dipanata sotto le torride Apuane,
i blu vitrei sul rosa... Di scogli,
frane, sconvolti, come per un panico
di fragranza, nella Riviera, molle,
erta, dove il sole lotta con la brezza
a dar suprema soavità agli olii
del mare... E intorno ronza di lietezza
lo sterminato strumento a percussione
del sesso e della luce: così avvezza
ne è l’Italia che non ne trema, come
morta nella sua vita: gridano caldi
da centinaia di porti il nome
del compagno i giovinetti madidi
nel bruno della faccia, tra la gente
rivierasca, presso orti di cardi,
in luride spiaggette...
Mi chiederai tu, morto disadorno,
d’abbandonare questa disperata
passione di essere nel mondo?
V
No hablo del individuo, del fenómeno
del ardor sensual y sentimental...
otros vicios tiene, otro es el nombre
y la fatalidad de su pecar...
¡Pero mezclados en él como vulgares,
vicios prenatales
y objetivos pecados! No son inmunes
los externos e internos actos, que lo hacen
encarnarse en la vida, desde ninguna
de las religiones que están en la vida,
hipoteca de muerte, hechas
para engañar la luz, para dar luz al engaño.
Destinados para que sus despojos
sean sepultados en el Verano, católica
es su lucha: jesuíticas
las manías que el corazón dispone;
y aún más adentro: tiene bíblicas astucias
su conciencia... e irónico ardor
liberal... y vasta luz, entre los disgustos
de dandy provinciano, de provinciana
salud... Hasta los más mínimos detalles
con que se pierden, en el fondo animal
Autoridad y Anarquía... Bien protegido
de la impura virtud y del ebrio pecar,
defendiendo con ingenuidad de obseso
¡y con cuánta consciencia!, vive el yo: el yo
vivo, eludiendo la vida, llevando en el pecho
el sentido de una vida que sea olvido
triste, violento... Ah cómo
comprendo, mudo en la empapada caricia
del viento, aquí donde enmudece Roma
entre los cipreses fatigosamente sacudidos,
a tu lado, el alma con la que una inscripción escribe
Shelley... Ah, qué bien comprendo el vórtice
de sentimientos, el capricho (griego
en el corazón del patricio, nórdico
forastero) que lo absorbió en el ciego
celeste del Tirreno, la carnal
alegría de la aventura, estética
y pueril: mientras la postrada Italia,
como si estuviera en el vientre de una enorme
cigarra, abre los blancos litorales
dispersos por el Lacio de veladas multitudes
de pinos, barrocos, de amarillentos
prados de alfalfa donde duerme
con el miembro hinchado entre andrajos
un sueño goethiano, el joven aldeano...
En la Maremma, oscuros, de formidables alcantarillas
cuajadas de orilleras, entre las que resalta con claridad
el nogal, por los senderos que el pastor
de su juventud, ignorante, llena.
Ciegamente perfumadas en las secas
curvas de Versilia, que sobre el encrespado mar,
ciego, los tersos estucos,
las taraceas leves de su pascual
campo completamente humano
expone, oscurecido sobre el Cinquale
desenredado bajo los tórridos Montes Apuanos
los azules vítreos sobre el rosa... De escollos,
rotos, sacudidos, como por un pánico
de fragancia, en la Riviera, blanda,
híspida, allá donde el sol lucha con la brisa
para dar suprema suavidad a los aceites
del mar...Y alrededor zumba con alegría
el extinguido instrumento de percusión
del sexo y de la luz: tan acostumbrada
está Italia a todo esto que no tiembla, como
muerta en vida: gritan con ardor
desde cientos de puertos el nombre
del compañero los jóvenes empapados
en la oscuridad de sus rostros, entre la gente
ribereña, junto a los huertos de cardos,
en sucias caletas...
¿Me has de pedir tú, muerto austero,
que abandone esta desesperada
pasión por seguir en el mundo?
VI
Me ne vado, ti lascio nella sera
che, benché triste, così dolce scende
per noi viventi, con la luce cerea
che al quartiere in penombra si rapprende.
E lo sommuove. Lo fa più grande, vuoto,
intorno, e, più lontano, lo riaccende
di una vita smaniosa che del roco
rotolìo dei tram, dei gridi umani,
dialettali, fa un concerto fioco
assoluto. E senti come in quei lontani
esseri che, in vita, gridano, ridono,
in quei loro veicoli, in quei grami
caseggiati dove si consuma l’infido
ed espansivo dono dell’esistenza -
quella vita non è che un brivido;
corporea, collettiva presenza;
senti il mancare di ogni religione
vera; non vita, ma sopravvivenza
forse più lieta della vita - come
d’un popolo di animali, nel cui arcano
orgasmo non ci sia altra passione
che per l’operare quotidiano:
umile fervore cui dà un senso di festa
l’umile corruzione. Quanto più è vano
in questo vuoto della storia, in questa
-ronzante pausa in cui la vita tace -
ogni ideale, meglio è manifesta
la stupenda, adusta sensualità
quasi alessandrina, che tutto minia
e impuramente accende, quando qua
nel mondo, qualcosa crolla, e si trascina
il mondo, nella penombra, rientrando
in vuote piazze, in scorate officine...
Già si accendono i lumi, costellando
Via Zabaglia, Via Franklin, l’intero
Testaccio, disadorno tra il suo grande
lurido monte, i lungoteveri, il nero
fondale, oltre il fiume, che Monteverde
ammassa o sfuma invisibile sul cielo.
Diademi di lumi che si perdono,
smaglianti, e freddi di tristezza
quasi marina... Manca poco alla cena;
brillano i rari autobus del quartiere,
con grappoli d’operai agli sportelli,
e gruppi di militari vanno, senza fretta,
verso il monte che cela in mezzo a sterri
fradici e mucchi secchi d’immondizia
nell’ombra, rintanate zoccolette
che aspettano irose sopra la sporcizia
afrodisiaca: e, non lontano, tra casette
abusive ai margini del monte, o in mezzo
a palazzi, quasi a mondi, dei ragazzi
leggeri come stracci giocano alla brezza
non più fredda, primaverile; ardenti
di sventatezza giovanile la romanesca
loro sera di maggio scuri adolescenti
fischiano pei marciapiedi, nella festa
vespertina; e scrosciano le saracinesche
dei garages di schianto, gioiosamente,
se il buio ha reso serena la sera,
e in mezzo ai platani di Piazza Testaccio
il vento che cade in tremiti di bufera,
è ben dolce, benché radendo i capellacci
e i tufi del Macello, vi si imbeva
di sangue marcio, e per ogni dove
agiti rifiuti e odore di miseria.
È un brusio la vita, e questi persi
in essa, la perdono serenamente,
se il cuore ne hanno pieno: a godersi
eccoli, miseri, la sera: e potente
in essi, inermi, per essi, il mito
rinasce... Ma io, con il cuore cosciente
di chi soltanto nella storia ha vita,
potrò mai più con pura passione operare,
se so che la nostra storia è finita?
1954
VI
Me voy, te dejo en el atardecer
que, si bien es triste, desciende con tanta dulzura
para nosotros los vivos, con la luz de vela
que en el barrio en penumbra se coagula.
Y lo desordena. Lo hace aún más grande, vacío
en torno y, más lejos, lo enciende
de una vida inquieta, que del ronco
traqueteo de los tranvías, de los gritos humanos
dialectales, vuelve un concierto sordo
y absoluto. Y sientes que en aquellos lejanos
seres que en la vida gritan, ríen,
en sus vehículos, en aquellos tristes
caseríos donde se consuma la infidelidad
y el expansivo don de la existencia-
esa vida no es más que un escalofrío,
corpórea, colectiva presencia;
sientes la ausencia de una religión
verdadera, no vida sino supervivencia
-acaso más dichosa que la vida- como
si de un pueblo de animales se tratara,
en cuyo arcano el orgasmo tenga otra pasión
que la del quehacer cotidiano:
humilde fervor al que ofrece un sentido de fiesta
la humilde corrupción. Cuánto más vano es
-en este vacío de la historia, en esta
zumbante pausa donde calla la vida-
todo ideal, mejor manifiesta
la estupenda, la adusta sensualidad
casi alejandrina, que todo lima
y sin pureza enciende cuando aquí
en el mundo, algo se rompe, y arrastra
consigo el mundo, en la penumbra regresando
a plazas vacías, a descorazonados talleres...
Ya se encienden las luces, salpicando
vía Zabaglia, vía Franklin, el entero Testaccio
despojado en su gran, escuálido
monte, las orillas del Tíber, la negra
profundidad, más allá del río, que Monteverdi
amasa o esfuma invisible sobre el cielo.
Diademas de luces que se pierden
deslumbrantes y fríos de tristeza
casi marina... Falta poco para la cena;
brillan los pocos autobuses del barrio
con pandas de trabajadores en las puertas
y grupos de militares van, sin prisas
hacia el monte que cobija en medio de empapados
escombros y montones de inmundicia
a la sombra, agazapadas mujerzuelas
que, airosas, esperan sobre la basura
afrodisíaca; y no lejos, entre casitas
furtivas a ambas orillas del monte, o en medio
de los edificios, como mudos, unos chicarrones
ligeros como jirones juegan en la brisa
no ya fría, primaveral; ardientes
de imprudencia juvenil su romana
tarde de mayo, oscuros adolescentes
silban por las aceras, en la fiesta
vespertina; y resuenan las persianas
de los garajes por los golpes, alegremente
si la oscuridad en serena la tarde,
y en medio de los plataneros de la piazza Testaccio
el viento que cae en escalofríos de ventisca
es muy dulce, aunque afeite los sombreros
y los olores del Matadero, se impregne
de sangre putrefacta, y por doquier
sacuda inmundicias y olor a miseria.
Es un zumbido la vida, y estos perdidos
en ella, la pierden serenamente
si el corazón rebosa de ella: a gozar
miserables, la tarde, ¡vamos!; y potente
en ellos, inermes, es para ellos que el mito
renace... Pero yo, con el corazón consciente
de quien solamente en la historia ha de tener vida
¿podré alguna vez actuar con pura pasión
si sé que nuestra historia se ha acabado?
1954
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