miércoles, 25 de agosto de 2021

Oda al viento del oeste, Percy Bysse Shelley

 P. B. Shelley

ODA AL VIENTO DEL OESTE

versión de Manuel Moya


I

Oh, salvaje Viento del Oeste, hálito del Otoño,

tú, de cuya invisible presencia se alejan

las hojas muertas, como espectros huideros de un mago,

en pútridas multitudes, gualdas, negras,

pálidas y de rojos desvaídos; oh, tú,

que a las aladas semillas empujas hacia su oscuro lecho invernal

donde frías y abatidas restarán,

como cadáveres en su tumba,

hasta que tu azul hermana, la Primavera,

haga soplar su clarín sobre la soñadora tierra y llene

(portando leves tallos cual rebaños que triscaran en el aire)

con vivos colores y fragancias el llano y la montaña;

oh indómito Espíritu, que por doquier te agitas,

si ahora destructor, protector más tarde,

¡escucha, oh, escucha!


II


Tú, por cuyo ímpetu sobre la alta vibración del cielo,

nubes solitarias cual marchitas hojas caen a tierra,

sacudidas por el espeso follaje del Cielo y del Mar,

heraldos de la lluvia y del relámpago; dispersas van

por el espacio azul de tu oleaje,

como alborotado y brillante cabello sobre la cabeza

de una ménade, desde el extremo púrpura

del horizonte hasta lo más alto del cielo,

como el pelo rizado de la tormenta que viene; tú, canto fúnebre

del año que agoniza, para quien esta noche que declina

vendrá a ser la cúpula del gran sepulcro,

cerrado bajo tu congregada fuerza de vapores,

de cuya densa atmósfera estallarán

denso aguaje, fuego y granizo, ¡escucha, escucha!


III


Tú, que has despertado de sueños estivales

al Mediterráneo añil, donde yacía,

mecido por el vaivén de sus limpias corrientes,

en una isla volcánica sobre la bahía de Baia,

y que en sueños has visto vetustos palacios y torres

temblorosas bajo la dura claridad del oleaje,

cubiertos de azulado musgo y de tan puras flores

que al describirlas hasta los sentidos parecen declinar;

tú, a cuyo paso los limpios poderes del Atlántico

se hunden en el abismo, mientras en el fondo marino,

las flores y las algas que hacen posible

los marchitos bosques del océano

reconocen tu voz y de golpe se alzan pavorosos

temblando y desnudándose, ¡escucha, escucha!


IV


Si fuera yo una hoja marchita que tú arrastraras,

si fuera agitada nube que a ti te arrastrara,

una ola que latiera bajo tu poder y contigo

compartiera tu fuerza, si bien con menos libertad

que tú, ¡oh, incontrolable!; o si al menos fuera yo

como fui en mi juventud y pudiese ser

compañero tuyo en tu deambular por los cielos,

como antaño, cuando dejar atrás tu rapidez

era sólo una ilusión, nunca te hubiera rezado

en mi dolorosa miseria.


¡Oh, álzame como si fuera ola, hoja o nube

hasta caer sobre las espinas de la vida! ¡Sangro!

Un pesado número de horas ha encadenado y arrodillado

a quien tanto se te parecía: veloz y orgulloso, indómito.


V


Hazme tu lira, como lo es aún el bosque:

¡mis hojas caen tan muertas como las suyas!

El clamor de tus potentes armonías tomará

de ambos un profundo tono otoñal,

melodioso pese a su tristeza. ¡Haz de ti, Espíritu Indómito,

mi propio espíritu! ¡Unámonos en la tempestad!

¡Esparce mis marchitos pensamientos por el universo

como si fueran hojas caídas para así dar paso a una vida nueva!

¡Y siembra por el espacio, desde el vértigo de estos versos,

cenizas y pavesas, como las de un fuego aún no apagado,

mi palabra para los pueblos y los hombres!

¡Sé, por mis labios, para la adormecida tierra,

la trompeta de una profecía! ¡Oh, Viento!,

si el Invierno ya está aquí, ¿es que puede demorarse ya la Primavera?

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