FRANCISCO — La esencia de la tiranía es la fuerza que nos obliga, y la fuerza que nos obliga, o nos obliga absolutamente o relativamente — es decir, condicionadamente. Quiero decir, o nos obliga absolutamente a hacer o dejar de hacer algo, sin que podamos tomar otro partido, o nos obliga a hacer o dejar de hacer algo, castigándonos o sujetándonos a prejuicios y males varios en caso de tomar otro partido. El asesino, que, al dar conmigo, me pega un tiro en pleno corazón, me obliga a morir; el individuo que, al apuntarme con una pistola, me obligue a firmar un documento que no quisiera firmar, no es que me obligue a firmarlo de todas todas, pero me condiciona, pues lo natural es que yo prefiera firmarlo a recibir el “castigo” de la muerte. Está bien ver con claridad estos detalles simples e intuitivos: al verlos y hacérnoslos ver, no perderemos pie en el asunto. Ahora bien, tiranía absoluta sólo hay una: la de la Naturaleza. El individuo que me obliga a morir al pegarme un tiro en el corazón, no me obliga a morir por el hecho de darme un tiro, sino porque según la disposición de la Naturaleza, un tiro en el corazón es mortal. Si el tiro es en el corazón, no puedo escoger si morir o no: pero esta imposibilidad de elección no es responsabilidad del individuo, sino de la Naturaleza, que así dispone las cosas. En la tiranía humana, de quien difícilmente se podrá elegir más duro ejemplo, que el que ya he apuntado, siempre existe un elemento condicional. He de elegir entre firmar el documento o morir. Puedo elegir. Pero (y es aquí donde el elemento tiránico se revela), cualquiera de las cosas que escoja es mala para mí. En esa forzada elección entre un mal y otro consiste la tiranía. (La única tiranía absoluta es la del Destino. La Naturaleza, salvo para un pesimista, no es tiránica; y si lo es para el pesimista, la tiranía verdadera está en el Destino, que ha dado a ese hombre el temperamento de pesimista. La Naturaleza, repito, no es tiránica. Pongamos por ejemplo a un individuo con tendencias alcohólicas, que ama excesivamente el alcohol. Si cede al placer de beber, lo pagará con enfermedades y dolencias. Pero su mal viene precedido de un placer. De abstenerse, no sufrirá esas dolencias; de modo que, al sacrificar un placer, se ha hecho bien a sí mismo. No hay aquí tiranía, porque hay compensación. Sólo el Destino, al obligar absolutamente, podría ser tenido por tiránico; porque a ese individuo, que puse de ejemplo, o el Destino ya lo marcó para borracho o para no borracho, y sea cual sea el caso, lo que elija ya habrá sido elegido.) Si la esencia de la tiranía es la fuerza, la primera condición para ser un tirano es tener la fuerza. Ahora bien, sólo hay tres maneras de ejercer la fuerza: la fuerza física, el número y la astucia o la habilidad. En una pelea callejera, por ejemplo, donde se supone que los contendientes son de parecida valentía y afán, uno es vencido por ser más fuerte el otro, o por venir otros en la ayuda del otro, o por ser menos hábil o astuto en la forma de pelear. Pero hay algo evidente: ni la astucia ni la habilidad son la fuerza sino una forma de suplir la desventaja o aumentar la fuerza. Y es evidente también que, en el caso a tratar — la tiranía social — , nada importa la fuerza física directa. Por eso queda como única fuerza capaz de tiranizar, la del número. Es decir la fuerza de una tiranía es el estar sustentada en una mayoría. En otras palabras, la tiranía es democrática.
(de Diálogos de la tiranía)
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