domingo, 26 de abril de 2015

"Estas que sirven a señoras", en Fernando de Rojas, La Celestina, IX

Estas que sirven a señoras, ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: ¿qué cenaste?, ¿estás preñada?, ¿cuántas gallinas crías?, llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿cuánto ha que no te veo?, ¿cómo te va con él?, ¿quién son tus vecinas?, y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es "señora" continuo en la boca! Por esto me vivo sobre mí desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otro; sino mía. Mayormente de estas señoras, que ahora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota de las que ellas desechan pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, continuo sojuzgadas, que hablar delante de ellas no osan. Y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un caramillo: que se echan con el mozo o con el hijo, o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa, o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeza, diciendo: "Allá irás, ladrona, puta, no me destruirás mi casa y honra". 

Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Estos son sus premios, estos son sus beneficios y pagos. Oblíganseles a dar marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas; sino "puta acá", "puta acullá". "¿A donde vas, tiñosa? ¿Qué hiciste, bellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, sucia? ¿Cómo dijiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián lo habrás dado. Ven acá, mala mujer, la gallina habada no parece: pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré". Y tras esto mil chapinazos y pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria es reñir. De lo mejor hecho menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada y cautiva. 

viernes, 24 de abril de 2015

Jenofonte, "Heracles en la encrucijada", en Recuerdos de Sócrates (Memorabilia)

...Y el sabio Pródico, en su escrito sobre Hércules, del que hizo muchas lecturas públicas, se expresa de la misma manera acerca de la virtud diciendo más o menos, según recuerdo:

«Cuando Hércules estaba pasando de la niñez a la adolescencia, momento en el que los jóvenes, al hacerse independientes, revelan si se orientarán en la vida por el camino de la virtud o por el del vicio, cuentan que salió a un lugar tranquilo y se sentó, sin saber por cuál de esos dos caminos se dirigiría...

Y se le aparecieron dos mujeres altas que se acercaban a él, una de ellas de hermoso aspecto y naturaleza noble, de pureza engalanado el cuerpo, la mirada púdica, su figura sobria y vestida de blanco.

La otra estaba bien nutrida y aun metida en carnes, blanda, embellecida con colorete, de modo que parecía más coloradota y esbelta de lo que era; tenía los ojos abiertos de par en par y llevaba un vestido que dejaba entrever sus encantos juveniles. Se  miraba y remiraba sin parar, mirando si algún otro la observaba, y a cada momento hasta se volvía a mirar su propia sombra.

Cuando estuvieron más cerca de Heracles y mientras la primera le seguía al mismo paso, la segunda se adelantó ansiosa de interpelar a Heracles y le dijo:

—Te veo indeciso, Heracles, sobre el camino de la vida que has de tomar. Por eso, si me tomas por amiga, yo te llevaré por el camino más dulce y más fácil, y no te quedará sin probar ninguno de los placeres. Vivirás sin conocer las dificultades y las penas. En primer lugar, no tendrás que preocuparte de guerras ni trabajos, sino que te pasarás la vida pensando qué comida o bebida agradable escoger, qué podrías ver u oír para deleitarte, con qué aromas te gustaría perfumarte y con qué jovencitos te gustaría más estar acompañado, cómo dormirías más blando y cómo conseguirías todo ello con el menor trabajo. Y, si alguna vez te entra recelo por los gastos para conseguir eso, no pienses que yo te llevaré a esforzarte y atormentar cuerpo y espíritu para procurarlo, sino que te aprovecharás del trabajo de los otros, sin privarte de nada de lo que se pueda sacar algún provecho; porque a los que me siguen yo les doy la facultad de sacar ventajas por doquier.

Dijo Heracles al oír estas palabras:

—Mujer, ¿cuál es tu nombre?

Y ella respondió:

—Mis amigos me llaman Felicidad, pero los que me odian, para denigrarme, me llaman Placer.

En esto se acercó la otra mujer y dijo:


—Yo he venido también a ti, Heracles, porque sé quiénes son tus padres y me he dado cuenta de tu carácter durante tu educación. Por ello tengo la esperanza de que, si orientas tu camino hacia mí, podrás llegar seguro a ser el héroe de nobles y hermosas hazañas, y yo misma seré mucho más estimada e ilustre por los bienes que otorgo. No te voy a engañar con preludios de placer, sino que te explicaré cómo son las cosas en realidad, lisa y llanamente, tal como los dioses las establecieron. Porque, de cuantas cosas buenas y nobles existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud, sino que, si quieres que los dioses te sean propicios, debes honrarlos; si quieres que tus amigos te estimen, tienes que hacerles favores; y, si quieres que alguna ciudad te honre, debes servirla; si pretendes que toda Grecia te admire por tu valor, has de intentar hacer a toda Grecia algún bien; si quieres que la tierra te dé frutos abundantes, tienes que cuidarla; si crees que debes enriquecerte con el ganado, debes preocuparte por él; si aspiras a prosperar en la guerra y quieres ser capaz de ayudar a tus amigos y someter a tus enemigos, debes aprender las artes marciales de quienes las conocen, y ejercitarte en la manera de utilizarlas. Si quieres adquirir fuerza física, tendrás que acostumbrar a tu cuerpo a someterse a la mente, y entrenarlo por medio de trabajos y sudores.

El Placer, según cuenta Pródico, interrumpiendo, dijo:


—¿Te das cuenta, Heracles, de cuán largo y difícil es el camino que esta mujer te propone hacia la dicha? Yo te llevaré hacia la felicidad por un camino fácil y corto.

Entonces dijo la Virtud:

¡Miserable! ¿Qué bien posees tú? O ¿qué sabes tú de placer, si no estás dispuesta a hacer nada para alcanzarlo? Tú, que ni siquiera esperas el ansia de placer, sino que, antes de desearlo, te sacias ya de todo, comiendo antes de tener hambre, bebiendo antes de tener sed, contratando cocineros para comer a gusto, buscando vinos carísimos para beber con agrado, corriendo por todas partes para buscar nieve en verano. 

Para dormir a gusto no te conformas con un colchón mullido, sino que además procuras armadura y dosel para las camas, pues deseas dormir no porque te cansas, sino por no tener nada que hacer. Y, en cuanto a los placeres amorosos, los fuerzas antes de necesitarlos, recurriendo a toda clase de artificios contra natura y utilizando a hombres como mujeres. Así es como educas a tus propios amigos, vejándolos por la noche y haciéndolos acostarse a las mejores horas del día. A pesar de ser inmortal, los dioses te han rechazado, y los hombres de bien te desprecian. No oyes nunca el más agradable de los sonidos, el de la autoestima, ni contemplaste jamás el más hermoso espectáculo, el de una buena acción hecha por ti.

¿Quién podría creerte cuando hablas? ¿Quién te socorrería en la necesidad? ¿Quién, que fuera sensato, se atrevería a ser de tu cofradía? Pues es la de las personas que mientras son jóvenes son físicamente débiles y, de viejos, se vuelven torpes de espíritu, porque durante su juventud se mantuvieron relucientes y sin esfuerzo y ya en la vejez la atraviesan marchitos y llenos de fatiga, avergonzados de sus acciones pasadas y agobiados por las presentes, pues, tras pasar velozmente durante su juventud por los placeres, han reservado para la vejez las lacras.

Yo, en cambio, estoy con los dioses y los hombres de bien y no hay acción hermosa divina o humana que se haga sin mí. Recibo más honores que nadie, tanto de los dioses como de los hombres afines. Soy una colaboradora estimada para los artesanos, guardiana leal de la casa de los señores, asistente benévola para los criados, buena auxiliar en los trabajos de la paz, aliada segura de los esfuerzos de la guerra, la mejor intermediaria en la amistad. Mis amigos disfrutan sin problemas de la comida y la bebida, porque se abstienen de ellas mientras no sienten deseo de ellas. Su sueño es más agradable que el de los vagos y, si se sienten molestos cuando lo dejan, ni siquiera a causa de él dejan de llevar a cabo sus obligaciones. Los jóvenes son felices con los elogios de los mayores, y los más viejos se complacen con los honores de los jóvenes. Disfrutan recordando acciones de antaño y gozan llevando bien a cabo las presentes. Gracias a mí son amigos de los dioses, estimados de sus amigos y honrados por su patria. Y cuando les llega el final marcado por el destino, no yacen sin gloria en el olvido, sino que florecen por siempre en el recuerdo, celebrados con himnos. 

Así es, Heracles, hijo de padres ilustres, como podrás, a través del esfuerzo continuado, conseguir la felicidad más perfecta».

jueves, 23 de abril de 2015

Resurrección, de Klopstock

Friedrich Gottileb Klopstock

Oda Auhfersteh'n (Resurrección)

(Textos seleccionados y adaptados por Mahler para su sinfonía núm. II, "Resurrección")


En 1894 el director de orquesta Hans von Bülow murió y en el funeral Mahler oyó una versión musical de la oda de Klopstock "Resurrección"; le gustó y decidió ponerle música él mismo, aunque cambió algunos versos. Luego lo añadió a su poema sinfónico Totenfeier ("Ritos fúnebres") inspirado en el drama poético Dziady del poeta nacional de Polonia, el romántico Adam Mickiewicz, que después reformó para que fuese el primer movimiento de su segunda sinfonía. Con los citados textos de Klopstock compuso los movimientos IV y V.



IV



Urlicht (luz primera)



¡Oh diminuta rosa roja!
Con gran necesidad los hombres sufren,
los hombres sufren con gran pena.
Anduve alejado del cielo
y marchaba por un ancho camino
cuando un angelito intentó hacerme retroceder.
¡Oh, no! ¡He rechazado regresar!
¡Provengo de Dios y a Dios regresaré!
¡El misericordioso Dios ne dará una candela
para iluminar mi camino hacia la gloria eterna!


V



Auferstehung (Resurrección)



CORO, SOPRANO



¡Resucitarás, sí, resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso!
¡Vida inmortal
te dará quien te llamó!
¡Para reflorecer has sido sembrado!
El dueño de la cosecha va
y recoge las gavillas,
¡a nosotros, que morimos!


CONTRALTO



¡Oh, créelo, corazón mío, créelo!
¡Nada se pierde de ti!
¡Tuyo es, sí, tuyo, cuanto deseabas!
¡Lo que ha perecido resucitará!


SOPRANO



¡Oh, créelo: no has nacido en vano!
¡No has sufrido en vano!


CORO



¡Lo nacido debe perecer!
¡Lo que ha perecido, resucitará!.


CORO, CONTRALTO:



¡Cesa de temblar!
¡Disponte a vivir!


SOPRANO, CONTRALTO:



¡Oh dolor! ¡Tú que todo lo colmas!
¡He escapado de ti!
¡Oh muerte! ¡Tú que todo lo doblegas!
¡Ahora has sido doblegada!


CORO



Con alas que he conquistado
en ardiente afán de amor
¡levantaré el vuelo
hacia la luz que no ha alcanzado ningún ojo!
¡Moriré para vivir!


CORO, SOPRANO, CONTRALTO



¡Resucitarás, sí, resucitarás,
corazón mío, en un instante!
Lo que ha latido
¡habrá de llevarte a Dios!

lunes, 6 de abril de 2015

Oración de Guerra, de Mark Twain


Es un cuento de Twain escrito durante la Guerra contra España en 1898. Según él, toda oración de guerra tiene otra mitad que pronuncia el corazón. Es esta:

  «Oh Señor, nuestro Padre, nuestros jóvenes patriotas, ídolos de nuestros corazones, salen a batallar. ¡Mantente cerca de ellos! Con ellos partimos también nosotros -en espíritu- dejando atrás la dulce paz de nuestros hogares para aniquilar al enemigo. ¡Oh Señor nuestro Dios, ayúdanos a destrozar a sus soldados y convertirlos en despojos sangrientos con nuestros disparos; ayúdanos a cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos; ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor, ayúdanos a destruir sus humildes viviendas con un huracán de fuego; ayúdanos a acongojar los corazones de sus viudas inofensivas con aflicción inconsolable; ayúdanos a echarlas de sus casas con sus niñitos para que deambulen desvalidos por la devastación de su tierra desolada, vestidos con harapos, hambrientos y sedientos, a merced de las llamas del sol de verano y los vientos helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados por las penurias, te imploramos que tengan por refugio la tumba que se les niega -por el bien de nosotros que te adoramos, Señor-, acaba con sus esperanzas, arruina sus vidas, prolonga su amargo peregrinaje, haz que su andar sea una carga, inunda su camino con sus lágrimas, tiñe la nieve blanca con la sangre de las heridas de sus pies! Se lo pedimos, animados por el amor, a Aquel quien es Fuente de Amor, sempiterno y seguro refugio y amigo de todos aquellos que padecen. A Él, humildes y contritos, pedimos Su ayuda. Amén».

viernes, 3 de abril de 2015

Ángel de la guarda, de Mihai Eminescu


Mihai Eminescu

Ángel de la guarda 

Cuando de noche mi alma velaba extasiada,
como en sueños, veía a mi ángel de la guarda,
envuelto en una capa de sombras y de rayos,
tendiendo hacia mí sus alas sonriente;
pero en cuanto te vi con tu pálida capa,
niña llena de añoranza y misterio,
aquel ángel huyó vencido por tus ojos.

¿Eres demonio, niña, pues sólo con una mirada
de tus largas pestañas, de tus ojos tan grandes,
hiciste que espantado mi ángel volara,
él, que era mi santa vigilia, mi amigo fiel?
O quizás!.... Oh, baja tus largas pestañas
para que pueda reconocer tus pálidos rasgos,
pues tú, tú eres él.

(Traducción - Dana Giurca / José Manuel Lucía Megías)

Romanian Voice

Mihai Eminescu
Mortua est! 

Antorcha que vela por húmedas tumbas,
un sonido de campana en la hora sagrada,
un sueño que moja sus alas en la amargura,
así has cruzado del mundo sus fronteras

Has cruzado cuando el cielo es campo sereno,
con ríos de leche, con flores de luz,
cuando las nubes negras parecen sombríos palacios
que la luna, la reina, por turnos visita.

Te veo como una sombra de plata que brilla,
que se encamina con sus alas alzadas al cielo,
subiendo, pálida alma, los peldaños de las nubes,
entre lluvia de rayos, entre nieve de estrellas.

Un rayo te alza, un canto te lleva
con los blancos brazos en cruz sobre el pecho;
cuando se oye hilar en la rueca de los hechizos,
hay plata en las aguas y en el aire oro.

Veo cómo pasa tu alma cándida por el espacio;
miro luego la arcilla que queda... blanca y fría,
con su largo vestido tendida en el ataúd,
miro tu sonrisa que aún permanece viva -

y pregunto a mi alma herida por las dudas,
¿por qué te has muerto, ángel de pálido rostro?
¿acaso no eras tú joven, no eras tú hermosa?
¿acaso te has ido a extinguir una estrella radiante?

Pero quizás allá arriba haya castillos
con arcos de oro hechos de estrellas,
con ríos de fuego y con puentes de plata,
con orillas de mirra, con flores que cantan;

pasa por todos ellos, ¡oh, tú santa reina!,
con largos cabellos de rayos, con ojos de luz,
con vestido azul salpicado de oro;
en tu pálida frente, una corona de laurel.

¡Oh, la muerte es un caos, un mar de estrellas,
mientras la vida, una charca de sueños rebeldes!
¡Oh, la muerte es un siglo de soles florecido,
mientras la vida, un cuento vacío y hueco!

Pero quizás... ¡oh! mi cabeza vacío con tormentas,
mis malos pensamientos ahogan los buenos...
Cuando el sol se apaga y caen las estrellas,
entonces se me ocurre creer que todo es nada.

Es posible que la bóveda de lo alto se rompa,
que se caiga la nada con su larga noche,
que vea al negro cielo cribar sus mundos
como presas efímeras de la muerte eterna...

entonces, si fuera así... entonces en la eternidad
tu aliento cálido no gozará de la resurrección,
entonces tu dulce voz se queda muda para siempre…
entonces este ángel no ha sido más que arcilla.

Y sin embargo, arcilla hermosa y muerta,
sobre tu ataúd recuesto yo mi arpa rota.
Y no lloro tu muerte, sino que más bien me alegra
que un rayo se haya escapado del caos terrenal.

Y además... quién sabe si es mejor
ser o no ser... pero sí sabe cualquiera
que lo que no existe, no padece dolor,
y que son muchos los dolores, los placeres pocos.

¿Ser? Locura a la vez triste y vana;
el oído te miente, el ojo te engaña;
lo que un siglo nos dice, los otros lo desmienten.
Antes que un sueño vano, más vale la nada.

Veo sueños ya cumplidos persiguiendo sueños,
hasta caer en tumbas que esperan abiertas,
y no sé en cómo apagar mis pensamientos:
¿Y si río como los locos? ¿y si los maldigo o los lloro?

¿Y para qué?... ¿Acaso no es el todo locura?
¿Por qué tu muerte, mi ángel, tuvo que ser?
¿Acaso hay sentido en el mundo? Y tú, rostro sonriente,

¿sólo has vivido para así poder morir?
Si existe algún sentido, es retorcido y ateo,
pues en tu pálida frente no está escrito Dios.


(Traducción - Dana Giurca / José Manuel Lucía Megías)

Por la noche... 

Por la noche, perezoso y cárdeno, arde el fuego en la chimenea;
desde un rincón en un sofá rojo yo lo miro de frente,
hasta que mi mente se duerme, hasta que mis pestañas se bajan;
la vela está apagada en la casa... el sueño es cálido, lento, suave.

Entonces tú te acercas por la oscuridad, sonriente,
blanca como la nieve invernal, dulce como un día de verano:
te sientas en mis rodillas, querida, tus brazos rodean
mi cuello... y tú con amor miras mi rostro que palidece.

Con tus brazos blancos, delicados, redondos, perfumados,
tú encadenas mi cuello, sobre mi pecho apoyas tu cabeza;
y como salida de un sueño, con manos blancas, dulces,
tú vas apartando los mechones de mi triste frente.

Alisas, despacio y perezosamente, mi frente tranquila
y, pensando que estoy dormido, astuta, posas tu boca de fuego,
como el sueño, sobre mis ojos cerrados y en medio de mi frente
y sonríes, como se ríen los sueños en un corazón amado.

Oh! Acaríciame, hasta que mi frente vuelva a ser lisa y suave,
Oh! Acaríciame, hasta que vuelvas a ser joven como la luz del sol,
hasta que seas clara como el rocío, dulce como una flor,
hasta que mi rostro no esté arrugado, mi corazón ya no sea viejo.


(Traducción - Dana Giurca / José Manuel Lucía Megías)