De Pedro Calderón de la Barca, "En esta vida todo es verdad y todo es mentira" (1664).
El emperador Phocas o Focas, aventurero de origen oscuro, matador del emperador Mauricio, había sido criado ruda y selváticamente en las montañas de Sicilia, amamantado con leche de mansas lobas y por una serie de aventuras, casi de forajido y bandolero, había llegado a dar muerte al emperador Mauricio, y a usurparle el cetro de Oriente. Fugitiva la esposa de Mauricio en las mismas montañas de Sicilia que allá, en su infancia, habían dado asilo a Focas, parió un hijo llamado Heraclio, a quien recogió, quedando encargado de su crianza, un viejo servidor llamado Astolfo. Por el mismo tiempo, poco más o menos, una aldeana de Sicilia, seducida por Focas, había dado a luz otro hijo, llamado Leonido, que había sido recogido también por Astolfo, el cual, juntamente con el niño, recibió una lámina de plata en que iba escrito el nombre de su padre. Astolfo cría a los dos niños como fieras, para ocultar al uno de ellos de la venganza de Focas y sin decirles de quiénes son hijos a ninguno. Pero Focas, sabedor de que existe un descendiente legítimo de Mauricio, y que algún día puede disputarle la púrpura imperial, se dirige a Sicilia, con intento de escudriñarla toda, hasta haber a las manos a aquel enemigo. Aquí comienza el drama.
Es obra fundada enteramente en una perpetua y barroca confusión. En una isla presidida por un volcán, llega el ejército del tirano Focas, que vuelve a ese lugar agreste para rescatar a su hijo perdido y dar muerte al hijo del emperador que ha asesinado, legítimo heredero de la corona, pues en una cueva el viejo Astolfo ha criado a ambos niños: el descendiente del emperador y el del tirano, sin que Focas sepa distinguir cuál es el vástago al que debe salvar y cuál el joven heredero legítimo al que desea dar muerte. Es el drama humano de la contradicción y su limitación para acceder a verdades inconmovibles. El inflexible tirano Focas puede asesinar a los dos jóvenes que ha encontrado en la escabrosa isla con la seguridad de ejecutar al descendiente de su enemigo, pero si pasa por las armas a los dos también destruye a su propia estirpe. Debe averiguar quién lleva su sangre y quién no, y para ello emplea todos los medios humanos posibles con resultados infructuosos. La certeza se vuelve inaccesible y la incertidumbre es expuesta al espectador no como una doctrina, sino como una vivencia interna del protagonista análoga a la experiencia interna del público y de todo el género humano. Difícil es presentar una propuesta más antidogmática que ésta, cargada de vínculos con la pasión política. La ferocidad de Focas es similar a la del volcán dibujado en el telón de fondo, mostrándose como todos los demás personajes tocados por la pasión política como híbrido entre fiera y persona y su fuerza aniquiladora solo queda paralizada y en suspenso cuando en su mente se impone la duda, la incertidumbre, la meditación, pero esto no lo salva: inocula su misma feroz pasión política en los dos jóvenes inocentes de donde vendrá su propia aniquilación. Allí donde hay dogmatismo y no existe reflexión ante la inseguridad propia de la vida, la violencia criminal tiene las puertas abiertas. Así aparece cuando el mago Lisipo transforma el bosque en un lujosísimo palacio donde se inserta una representación dentro de la representación y luego desvanece repentinamente y por encanto el esplendoroso alcázar retornado a la abrupta montaña.
Selección
El emperador Phocas o Focas, aventurero de origen oscuro, matador del emperador Mauricio, había sido criado ruda y selváticamente en las montañas de Sicilia, amamantado con leche de mansas lobas y por una serie de aventuras, casi de forajido y bandolero, había llegado a dar muerte al emperador Mauricio, y a usurparle el cetro de Oriente. Fugitiva la esposa de Mauricio en las mismas montañas de Sicilia que allá, en su infancia, habían dado asilo a Focas, parió un hijo llamado Heraclio, a quien recogió, quedando encargado de su crianza, un viejo servidor llamado Astolfo. Por el mismo tiempo, poco más o menos, una aldeana de Sicilia, seducida por Focas, había dado a luz otro hijo, llamado Leonido, que había sido recogido también por Astolfo, el cual, juntamente con el niño, recibió una lámina de plata en que iba escrito el nombre de su padre. Astolfo cría a los dos niños como fieras, para ocultar al uno de ellos de la venganza de Focas y sin decirles de quiénes son hijos a ninguno. Pero Focas, sabedor de que existe un descendiente legítimo de Mauricio, y que algún día puede disputarle la púrpura imperial, se dirige a Sicilia, con intento de escudriñarla toda, hasta haber a las manos a aquel enemigo. Aquí comienza el drama.
Es obra fundada enteramente en una perpetua y barroca confusión. En una isla presidida por un volcán, llega el ejército del tirano Focas, que vuelve a ese lugar agreste para rescatar a su hijo perdido y dar muerte al hijo del emperador que ha asesinado, legítimo heredero de la corona, pues en una cueva el viejo Astolfo ha criado a ambos niños: el descendiente del emperador y el del tirano, sin que Focas sepa distinguir cuál es el vástago al que debe salvar y cuál el joven heredero legítimo al que desea dar muerte. Es el drama humano de la contradicción y su limitación para acceder a verdades inconmovibles. El inflexible tirano Focas puede asesinar a los dos jóvenes que ha encontrado en la escabrosa isla con la seguridad de ejecutar al descendiente de su enemigo, pero si pasa por las armas a los dos también destruye a su propia estirpe. Debe averiguar quién lleva su sangre y quién no, y para ello emplea todos los medios humanos posibles con resultados infructuosos. La certeza se vuelve inaccesible y la incertidumbre es expuesta al espectador no como una doctrina, sino como una vivencia interna del protagonista análoga a la experiencia interna del público y de todo el género humano. Difícil es presentar una propuesta más antidogmática que ésta, cargada de vínculos con la pasión política. La ferocidad de Focas es similar a la del volcán dibujado en el telón de fondo, mostrándose como todos los demás personajes tocados por la pasión política como híbrido entre fiera y persona y su fuerza aniquiladora solo queda paralizada y en suspenso cuando en su mente se impone la duda, la incertidumbre, la meditación, pero esto no lo salva: inocula su misma feroz pasión política en los dos jóvenes inocentes de donde vendrá su propia aniquilación. Allí donde hay dogmatismo y no existe reflexión ante la inseguridad propia de la vida, la violencia criminal tiene las puertas abiertas. Así aparece cuando el mago Lisipo transforma el bosque en un lujosísimo palacio donde se inserta una representación dentro de la representación y luego desvanece repentinamente y por encanto el esplendoroso alcázar retornado a la abrupta montaña.
Selección
"La Mujer"
Que de cuantas cosas cuentas
que hay en el mundo, ninguna
siempre que la nombras llega
a igualar con el halago
la caricia y la terneza
con que su nombre se escucha;
pues a modo de eco deja
segundo ruido en el alma
que sin dar razón entera
de lo que quiere decir,
aun con la mitad deleita [...]
Pues siempre que mujer dices,
al oír su nombre tiembla
el corazón, como que
de algún contrario se acuerda,
dejándome su sonido
no sé qué susto, qué pena
que acá en el alma parece
que aun no sabida atormenta.
[...] Es cualquiera
mujer pintura a dos visos
que, vista a dos haces, muestra
de una parte una hermosura
y de otra parte una fiera,
sin que se sepa en cual puso
el arte más excelencia.
El más familiar amigo
de nuestra naturaleza
es, y el enemigo más
familiar de la fe nuestra.
La media vida del alma
es tal vez; tal vez la media
muerte del alma. No hay
regalo, Heraclio, sin ella,
y sin ella no hay, Leonido,
dolor ni ansia. De manera
que, mirada a entrambas luces,
hace bien el que la tema
y hace bien el que la estime;
cuerdo es el que se fía de ella
y cuerdo el que desconfía,
porque, en igual competencia,
ella da la vida y mata,
ella es la paz y la guerra,
la cura y la enfermedad,
la alegría y la tristeza,
la tríaca y el veneno,
la quietud y la tormenta
y, para decirlo todo,
animal de contingencias
que, árbitro del bien y el mal,
da el honor y da la afrenta,
que es cuanto hay que dar, de suerte
que, a imitación de la lengua
loable o nociva, no hay
cosa en el mundo que sea
tan mala como la mala,
tan buena como la buena.
****
El cielo,
que una inocencia ampara.
¿Qué culpa a un desdichado es nacer, para
que a tus cóleras nazca destinado?
¿No le basta nacer a un desdichado?
Las políticas leyes
que establecieron césares y reyes
dicen que si una herida
en un cadáver se halla y de homicida
contra dos el indicio
resulta igual, no deban ser en juicio
condenados los dos, porque prudente
tuvo la ley piadosa
por mejor que, en sentencia tan dudosa
se libre el delincuente
que no que lo padezca el inocente.
Pues siendo así, tu gracia a ambos reciba
y a sombra del amor el odio viva;
que, en juicio tan penoso
mejor será que sepa hacer el hado
un dichoso, señor, de un desdichado,
que hacer un desdichado de un dichoso.
Y en cuanto a que te deje sospechoso
la duda que te queda
que de Mauricio el hijo alterar pueda
el imperio, es engaño;
pues, no constando nunca el desengaño,
podrás dejar de tu laurel la herencia
a quien más te inclinare la experiencia;
que, aunque apaguen el fuego las mudanzas
de apartadas crianzas,
¿qué falta el fuego hará, cuando a ver llego
que la sangre no más arde sin fuego?
***
¿Qué no entendido lenguaje
es ese, que lo agradezco
en una parte, y en otra
me parece que lo siento?
¿A mí me buscas, y a él
le buscaras? ¿Lo que espero
que me digas le dijeras?
¡Ay de mí, que agora veo
que ya que en mudar semblantes
me engañó el primer concepto,
no me ha engañado el segundo
al cifrar en un sujeto
la quietud y la tormenta,
la tristeza y el contento!
***
Los ojos que dan en ojos
al ver y mirar con ellos,
más valiera no tenellos,
pero bueno es tener ojos.
***
LISIPO
¿Qué tienes, señor?
FOCAS
No sé:
un letargo, un parasismo,
un frenesí, una locura,
un pasmo, un ansia, un conflicto
que aunque no dudo el saberlo,
descansaré con decirlo.
Fingí el sueño; y él, vengado
de ver que lo había fingido,
perturbadas las ideas
verdadero hacerse quiso
y en aquel pequeño espacio
que iba acechando resquicios,
crepúsculo de la vida,
ni bien sombra ni bien viso,
a Leonido vi y a Heraclio,
sobre vuestros dos avisos,
con dos puñales. Y aunque
cada uno se previno
de que era suyo el amparo
y era ajeno el homicidio,
no sé con qué oculta causa,
sin asustarme en Leonido
el acero, vi el de Heraclio,
jurara, en mi sangre tinto.
Conque infiero que, al oír
que era hijo de Mauricio,
reventó la saña en él.
Y pues que yo no me afirmo,
decid vosotros, decid
si bien o si mal colijo
de sus acciones.
***
LEONIDO
(¡Cielos!
¿Si será esto lo fingido,
y lo otro lo verdadero?
¿O si habrá al contrario sido
esto lo cierto y lo otro
lo incierto? Mas ¿qué averiguo?
Vaya yo donde me vea
de reales pompas vestido,
en palacios alojado,
de varias gentes servido
y sea cierto o no sea cierto;
pues, en los faustos del siglo
lo que se goza, se goza,
dure i no dure) Rendido
a tus pies, beso tu mano
por el honor que recibo.
PHOCAS
(Cuerdo anda Leonido, pues
no se da por entendido)
Y tú, Heraclio, ¿no me das
las gracias de que te admito
en mi Corte?
HERACLIO
No, señor.
PHOCAS
¿Cómo?
HERACLIO
Como cuando miro
que la púrpura real
el polvo la esmalta en Tiro
y que no hay polvo que no
le desvanezca un suspiro,
siendo tan leve su pompa
que no hay humano sentido
que ser mentira o verdad
pueda afirmar, te suplico
que más lustre no me des
que dejarme en mi retiro
a vivir como viví
de estas montañas vecino,
de estas fieras compañero,
ciudadano de estos riscos.
Que no quiero oír aplausos
de tan mañoso artificio
que no sepa cuando son
verdaderos o fingidos.
PHOCAS.
No te entiendo.
HERACLIO
Yo tampoco. [...]
PHOCAS
¿En efecto
ingrato, desconocido,
mi gracia desprecias?
HERACLIO
No
la desprecio; antes la estimo
tanto, que no quiero verla
aventurada al peligro
de que una piedad padezca
escrúpulos de delito.
Y así, a tus pies arrojado,
que me desvíes te pido
de ti, porque a mí me basta
el reino de mi albedrío,
sin más ambición.
****
(Definición del tirano)
Un hidrópico de sangre
que por no poder beber
la de todos, en la suya
está apagando su sed.