martes, 21 de julio de 2015

Pedro Calderón de la Barca, Pasajes de En esta vida todo es verdad y todo es mentira

De Pedro Calderón de la Barca, "En esta vida todo es verdad y todo es mentira" (1664).

El emperador Phocas o Focas, aventurero de origen oscuro, matador del emperador Mauricio, había sido criado ruda y selváticamente en las montañas de Sicilia, amamantado con leche de mansas lobas y por una serie de aventuras, casi de forajido y bandolero, había llegado a dar muerte al emperador Mauricio, y a usurparle el cetro de Oriente. Fugitiva la esposa de Mauricio en las mismas montañas de Sicilia que allá, en su infancia, habían dado asilo a Focas, parió un hijo llamado Heraclio, a quien recogió, quedando encargado de su crianza, un viejo servidor llamado Astolfo. Por el mismo tiempo, poco más o menos, una aldeana de Sicilia, seducida por Focas, había dado a luz otro hijo, llamado Leonido, que había sido recogido también por Astolfo, el cual, juntamente con el niño, recibió una lámina de plata en que iba escrito el nombre de su padre. Astolfo cría a los dos niños como fieras, para ocultar al uno de ellos de la venganza de Focas y sin decirles de quiénes son hijos a ninguno. Pero Focas, sabedor de que existe un descendiente legítimo de Mauricio, y que algún día puede disputarle la púrpura imperial, se dirige a Sicilia, con intento de escudriñarla toda, hasta haber a las manos a aquel enemigo. Aquí comienza el drama.

Es obra fundada enteramente en una perpetua y barroca confusión. En una isla presidida por un volcán, llega el ejército del tirano Focas, que vuelve a ese lugar agreste para rescatar a su hijo perdido y dar muerte al hijo del emperador que ha asesinado, legítimo heredero de la corona, pues en una cueva el viejo Astolfo ha criado a ambos niños: el descendiente del emperador y el del tirano, sin que Focas sepa distinguir cuál es el vástago al que debe salvar y cuál el joven heredero legítimo al que desea dar muerte. Es el drama humano de la contradicción y su limitación para acceder a verdades inconmovibles. El inflexible tirano Focas puede asesinar a los dos jóvenes que ha encontrado en la escabrosa isla con la seguridad de ejecutar al descendiente de su enemigo, pero si pasa por las armas a los dos también destruye a su propia estirpe. Debe averiguar quién lleva su sangre y quién no, y para ello emplea todos los medios humanos posibles con resultados infructuosos. La certeza se vuelve inaccesible y la incertidumbre es expuesta al espectador no como una doctrina, sino como una vivencia interna del protagonista análoga a la experiencia interna del público y de todo el género humano. Difícil es presentar una propuesta más antidogmática que ésta, cargada de vínculos con la pasión política. La ferocidad de Focas es similar a la del volcán dibujado en el telón de fondo, mostrándose como todos los demás personajes tocados por la pasión política como híbrido entre fiera y persona y su fuerza aniquiladora solo queda paralizada y en suspenso cuando en su mente se impone la duda, la incertidumbre, la meditación, pero esto no lo salva: inocula su misma feroz pasión política en los dos jóvenes inocentes de donde vendrá su propia aniquilación. Allí donde hay dogmatismo y no existe reflexión ante la inseguridad propia de la vida, la violencia criminal tiene las puertas abiertas. Así aparece cuando el mago Lisipo transforma el bosque en un lujosísimo palacio donde se inserta una representación dentro de la representación y luego desvanece repentinamente y por encanto el esplendoroso alcázar retornado a la abrupta montaña.

Selección

"La Mujer"

Que de cuantas cosas cuentas 
que hay en el mundo, ninguna 
siempre que la nombras llega 
a igualar con el halago 
la caricia y la terneza 
con que su nombre se escucha; 
pues a modo de eco deja 
segundo ruido en el alma 
que sin dar razón entera 
de lo que quiere decir, 
aun con la mitad deleita [...]
Pues siempre que mujer dices, 
al oír su nombre tiembla 
el corazón, como que 
de algún contrario se acuerda, 
dejándome su sonido 
no sé qué susto, qué pena
que acá en el alma parece 
que aun no sabida atormenta. 
[...] Es cualquiera 
mujer pintura a dos visos 
que, vista a dos haces, muestra 
de una parte una hermosura 
y de otra parte una fiera, 
sin que se sepa en cual puso 
el arte más excelencia. 
El más familiar amigo 
de nuestra naturaleza 
es, y el enemigo más 
familiar de la fe nuestra. 
La media vida del alma 
es tal vez; tal vez la media 
muerte del alma. No hay 
regalo, Heraclio, sin ella, 
y sin ella no hay, Leonido, 
dolor ni ansia. De manera 
que, mirada a entrambas luces, 
hace bien el que la tema 
y hace bien el que la estime; 
cuerdo es el que se fía de ella
y cuerdo el que desconfía,
porque, en igual competencia, 
ella da la vida y mata, 
ella es la paz y la guerra,
la cura y la enfermedad,
la alegría y la tristeza,
la tríaca y el veneno,
la quietud y la tormenta
y, para decirlo todo,
animal de contingencias
que, árbitro del bien y el mal, 
da el honor y da la afrenta,
que es cuanto hay que dar, de suerte
que, a imitación de la lengua
loable o nociva, no hay
cosa en el mundo que sea
tan mala como la mala, 
tan buena como la buena. 

****

El cielo, 
que una inocencia ampara. 
¿Qué culpa a un desdichado es nacer, para 
que a tus cóleras nazca destinado? 
¿No le basta nacer a un desdichado? 
Las políticas leyes
que establecieron césares y reyes
dicen que si una herida
en un cadáver se halla y de homicida
contra dos el indicio
resulta igual, no deban ser en juicio
condenados los dos, porque prudente
tuvo la ley piadosa
por mejor que, en sentencia tan dudosa
se libre el delincuente
que no que lo padezca el inocente.
Pues siendo así, tu gracia a ambos reciba 
y a sombra del amor el odio viva;
que, en juicio tan penoso
mejor será que sepa hacer el hado
un dichoso, señor, de un desdichado,
que hacer un desdichado de un dichoso. 
Y en cuanto a que te deje sospechoso 
la duda que te queda 
que de Mauricio el hijo alterar pueda 
el imperio, es engaño; 
pues, no constando nunca el desengaño, 
podrás dejar de tu laurel la herencia 
a quien más te inclinare la experiencia; 
que, aunque apaguen el fuego las mudanzas 
de apartadas crianzas, 
¿qué falta el fuego hará, cuando a ver llego 
que la sangre no más arde sin fuego?

***

¿Qué no entendido lenguaje 
es ese, que lo agradezco 
en una parte, y en otra 
me parece que lo siento? 
¿A mí me buscas, y a él 
le buscaras? ¿Lo que espero 
que me digas le dijeras? 
¡Ay de mí, que agora veo 
que ya que en mudar semblantes 
me engañó el primer concepto, 
no me ha engañado el segundo 
al cifrar en un sujeto 
la quietud y la tormenta, 
la tristeza y el contento!

***

Los ojos que dan en ojos
al ver y mirar con ellos,
más valiera no tenellos,
pero bueno es tener ojos.

***
LISIPO

¿Qué tienes, señor? 

FOCAS

No sé: 
un letargo, un parasismo, 
un frenesí, una locura, 
un pasmo, un ansia, un conflicto 
que aunque no dudo el saberlo, 
descansaré con decirlo. 
Fingí el sueño; y él, vengado 
de ver que lo había fingido, 
perturbadas las ideas 
verdadero hacerse quiso
y en aquel pequeño espacio 
que iba acechando resquicios,
crepúsculo de la vida,
ni bien sombra ni bien viso, 
a Leonido vi y a Heraclio, 
sobre vuestros dos avisos, 
con dos puñales. Y aunque 
cada uno se previno 
de que era suyo el amparo 
y era ajeno el homicidio, 
no sé con qué oculta causa, 
sin asustarme en Leonido 
el acero, vi el de Heraclio, 
jurara, en mi sangre tinto. 
Conque infiero que, al oír 
que era hijo de Mauricio, 
reventó la saña en él. 
Y pues que yo no me afirmo, 
decid vosotros, decid 
si bien o si mal colijo 
de sus acciones. 

***

LEONIDO

(¡Cielos! 
¿Si será esto lo fingido, 
y lo otro lo verdadero? 
¿O si habrá al contrario sido 
esto lo cierto y lo otro 
lo incierto? Mas ¿qué averiguo? 
Vaya yo donde me vea 
de reales pompas vestido, 
en palacios alojado, 
de varias gentes servido 
y sea cierto o no sea cierto; 
pues, en los faustos del siglo 
lo que se goza, se goza, 
dure i no dure) Rendido 
a tus pies, beso tu mano 
por el honor que recibo. 

PHOCAS

(Cuerdo anda Leonido, pues 
no se da por entendido) 
Y tú, Heraclio, ¿no me das 
las gracias de que te admito 
en mi Corte? 

HERACLIO

No, señor. 

PHOCAS

¿Cómo? 

HERACLIO

Como cuando miro
que la púrpura real
el polvo la esmalta en Tiro
y que no hay polvo que no
le desvanezca un suspiro,
siendo tan leve su pompa
que no hay humano sentido
que ser mentira o verdad
pueda afirmar, te suplico 
que más lustre no me des 
que dejarme en mi retiro 
a vivir como viví 
de estas montañas vecino, 
de estas fieras compañero, 
ciudadano de estos riscos. 
Que no quiero oír aplausos 
de tan mañoso artificio 
que no sepa cuando son 
verdaderos o fingidos.

PHOCAS.

No te entiendo. 

HERACLIO

Yo tampoco. [...]

PHOCAS

¿En efecto
ingrato, desconocido,
mi gracia desprecias?

HERACLIO

No 
la desprecio; antes la estimo 
tanto, que no quiero verla 
aventurada al peligro 
de que una piedad padezca 
escrúpulos de delito. 
Y así, a tus pies arrojado, 
que me desvíes te pido
de ti, porque a mí me basta
el reino de mi albedrío,
sin más ambición.

****

(Definición del tirano)

Un hidrópico de sangre
que por no poder beber
la de todos, en la suya
está apagando su sed.