miércoles, 29 de julio de 2015

Tirso de Molina, Desde Toledo a Madrid, monólogo de Mayor

Monólogo de la dama Mayor en Tirso de Molina, Desde Toledo a Madrid


LUIS

A tener los celos tino,
no anduvieran siempre a ciegas;
pero si lo son los míos,
¿a qué propósito agora,
cuando yo os busco molido,
temeroso vuestro padre,
sentados y entretenidos
favorecéis amorosa
a un bárbaro con indignos
desaciertos y esperanza,

cuando menos, de marido?

MAYOR

¡Andad, que no estáis en vos!
¡Es el tonto más sencillo
el Lucas, que vio Toledo!
Hasta aquí la mula vino
sin parar desatinada
y él, a las ancas asido,
ya que no pudo tenerla,
me tuvo a mí, que os afirmo
que, si de mí se apartara,
mil veces hubiera sido
malogro a vuestros deseos
y lástima a nuestro siglo.
Cansose, en fin, y canseme,
de suerte que me convino
sosegar aquí este rato;
y él a mi lado, perdido
de correr sentado y necio,
que estaba sin seso dijo
por mí y dispuesto a casarse,
consintiese o no, conmigo.
Propúsome su linaje
(que es, por lo menos, cortito)
su patrimonio, sus deudos,
sus gracias, sus ejercicios...
Y yo, por entretenerme,
di ensanchas a su capricho
ofreciéndole informarme
y abonándole testigos,
mejorar con él mis bodas.

Chuck Palahniuk, El club de la lucha, monólogo de Tyler Durden

Chuck Palahniuk, El club de la lucha, en su versión cinematográfica de David Fincher:

Miro a mi alrededor y solo veo caras nuevas. ¡Silencio! Significa que muchos habéis violado las dos primeras reglas del club. Quiero en el club de la lucha a los más fuertes y listos de la zona, a los mejores. Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos.

Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos y estamos, muy, muy cabreados.

¿Entonces qué somos? No somos nuestro trabajo. No somos nuestra cuenta corriente. No somos el coche que tenemos. No somos el contenido de nuestra cartera. No somos nuestros pantalones. Somos la mierda obediente, cantante y danzante del mundo.

Solo somos consumidores. Exacto, el producto secundario de una obsesión con el nivel de vida. Los asesinatos, el crimen, la pobreza, me tienen sin cuidado. Lo que me molesta son las revistas de celebridades, TV con 500 canales, calzones con el nombre de un tipo. Rogaine, Viagra, Olestra. Al carajo con tus sofás y sus patrones de franjas Strinne. Yo digo que nunca estés completo. Yo digo que dejes de ser perfecto. Yo digo que hay que evolucionar. Pase lo que pase.

Frases sueltas:

“No es por amor, ella folla por deporte.”

“No quiero morir sin tener cicatrices.”

“Lo que posees acabará poseyéndote.”

“Cuando la gente cree que te estás muriendo es cuando en verdad te escuchan, en lugar de estar esperando su turno para hablar.”

“Únicamente cuando se pierde todo somos libres para actuar.”

"Perdido en el olvido. Oscuro, silencioso y completo. Hallé la libertad. Perder toda esperanza fue la libertad.

"Los bebés no duermen tan bien"

"No estaba muriendo en realidad. No tenía cáncer ni parásitos. Era el centro cálido alrededor del cual estaba la vida de este mundo."

"Moría cada noche. Y cada noche volvía a nacer. Resucitaba."

"Cuando tienes insomnio, nunca estás despierto de verdad."

"La filosofía de vida de Marla era que podía morir en cualquier momento. Decía que la tragedia era que no moría."

"Así es tu vida, y se está acabando un minuto cada vez."

"Si te despiertas a una hora diferente, en un lugar distinto, ¿eres una persona diferente al despertar?"

"Somos consumidores, derivados de una obsesión por el estilo de vida."

"Deja de ser perfecto. Evolucionemos. Que las astillas caigan donde puedan."

"Después de pelear, el volumen del resto de tu vida bajaba. Podías enfrentar cualquier cosa."

"Caballeros. Bienvenidos al Club de la Lucha. La primera regla del Club de la Lucha es no hablar de él. La segunda regla es ¡no hablar del Club de la Lucha! La tercera regla es que si alguien pide que se detengan, renquea, se rinde palmeando el suelo, se acabó la lucha. Cuarta regla, sólo dos tipos por pelea. Quinta regla, una pelea a la vez, amigos. Sexta regla, las peleas durarán lo que tengan que durar. Y la octava y última regla, si es tu primera noche en el Club de la Lucha, debes pelear."

"Allí estabas más vivo que en cualquier otra parte. Pero el Club de la Pelea sólo existe entre las horas en que comienza y termina."

"Me daban pena los hombres de los gimnasios, intentando verse como indicaban Calvin Klein o Tommy Hilfiger."

"Lo importante en el club no era ganar o perder. Tampoco las palabras. Los gritos histéricos estaban en las lenguas como en la iglesia pentecostalCuando acababa la pelea no se había resuelto nada. Pero nada importaba. Después, todos nos sentíamos salvados."

"El primer jabón surgió de cenizas de héroes, como el primer mono fue al espacio. Sin dolor o sacrificio, no tendríamos nada."

"¡Cállate! Nuestros padres fueron modelos de Dios. Si ellos nos fallaron, ¿qué te dice eso de Dios?"

"Sólo cuando perdemos todo, somos libres de hacer lo que queramos."

"Como un mono a punto de ser mandado al espacio. Un mono astronauta. Listo para sacrificarse por un bien mayor."

"Corre a casa. ¡Corre, Forrest, corre!"

"Quería meterle una bala a cada panda que no jodía para salvar su especie. Quería abrir las válvulas de todos los buques cisterna y empetrolar todas esas playas francesas que nunca conocería. Quería respirar humo."

"En el mundo que imagino, se cazarán alces por los bosques de los cañones que rodean las ruinas del Centro Rockefeller."

"La casa se había transformado en un ser vivo, mojado por dentro y la respiración de tanta gente. Con tanto movimiento humano la casa se movía. El planeta Tyler."

House:

¿Has oído alguna vez aquello de que no se puede vivir sin amor? Pues el oxígeno es más importante.

John Milton, selección de El Paraíso perdido

Habla Satán, quien prefiere ser rey en el Infierno (non serviam!) a sirviente en el cielo:


-¡Oh, millares de espíritus inmortales!! ¡Oh, potestades a quienes sólo puede igualarse el Todopoderoso! Aquel combate no careció de gloria, por más que su resultado fuera desastroso, como lo atestiguan esta mansión y este terrible cambio que me es odioso expresar. [...] De hoy más, ya conocemos su poder como conocemos el nuestro, de modo que no provoquemos ni rehuyamos con temor cualquier guerra a que se nos provoque. El mejor partido que nos queda es el de emplear nuestras fuerzas en un secreto designio: el de obtener por medio de la astucia y del artificio lo que la fuerza no ha alcanzado, a fin de que en adelante sepa por lo menos que un enemigo vencido por la fuerza sólo es vencido a medias.

[...]

Adán, el primero de los hombres, al dirigir estas frases a Eva, la primera de las mujeres, hizo que Satanás aguzara los oídos para escuchar las palabras de aquella nueva lengua:


-¡Oh, mi dulce compañera, única con quien comparto todos estos placeres, y a quien amo más que a ellos! Preciso es que el poder que nos ha hecho, y que ha hecho para nosotros este vasto mundo, sea infinitamente bueno, tan generoso como bueno, y asimismo tan liberal en su bondad como infinito. Él nos ha sacado del polvo y nos ha colocado aquí, en medio de toda esta felicidad, cuando por nuestra parte no hemos merecido nada de su mano, ni podemos hacer nada de que pueda Él tener necesidad: no exige de nosotros otra cosa que un solo deber, una fácil obligación; que de todos cuantos árboles producen en el paraíso frutos variados y deliciosos, nos abstengamos únicamente de tocar el árbol del conocimiento del bien y del mal, plantado cerca del árbol de la Vida: ¡tan cerca de la vida crece la muerte! ¿Y qué es la muerte? Alguna cosa terrible, sin duda; porque, como tú no ignoras, Dios ha dicho que tocar el árbol del conocimiento del bien y del mal es lo mismo que morir. Esta es la única prueba de obediencia que nos ha impuesto entre tantas facultades de poder y soberanía como nos ha conferido.

[...]

Dios, atento a lo que sucede en el paraíso, envía al arcángel Rafael para exhortar a Adán y Eva a la obediencia y prevenirles de la trama de Satanás; además, cuenta con detalle de la historia del ángel caído. Pero Eva tiene dudas:

-En resumen, ¿qué es lo que nos prohíbe conocer? ¿Nos prohíbe el bien, nos prohíbe ser sabios?... Semejantes prohibiciones no deben ligarnos... Pero si la muerte nos rodea con las últimas cadenas, ¿de qué nos servirá nuestra libertad interior? El día en que lleguemos a comer de ese hermano fruto moriremos; tal es nuestra sentencia... ¿Ha muerto, por ventura, la serpiente? Ha comido, y vive, y conoce, y habla, y raciocina, y discierne, cuando hasta aquí era irracional. ¿No habrá sido inventada la muerte más que para nosotros solos? ¿O será que ese alimento intelectual que se nos niega esté reservado solamente a las bestias? Pero el único animal que ha sido el primero en probarlo en lugar de mostrarse avaro de él, comunica con gozo el bien que le ha cabido, cual consejero no sospechoso, amigo del hombre e incapaz de toda decepción y de todo artificio. ¿Qué es, pues, lo que temo? ¿Acaso sé lo que debo hacer en la ignorancia en que me encuentro del bien y del mal, de Dios o de la muerte, de la ley o del castigo? Aquí crece el remedio de todo; ese fruto divino, de aspecto agradable, que halaga el apetito, y cuya virtud comunica la sabiduría. ¿Quién me impide que lo coja y alimente a la vez el cuerpo y el alma?

Diciendo esto, su mano temeraria se extiende en hora infausta hacia el fruto: ¡lo arranca y lo come! La Tierra se sintió herida; la naturaleza, conmovida hasta sus cimientos, gime a través de todas sus obras y anuncia por medio de señales de desgracia que todo estaba perdido.

La culpable serpiente se oculta en una maleza, y bien pudo hacerlo; porque Eva, embebecida completamente en la fruta, no miraba otra cosa. Le parecía que hasta entonces no había probado nada tan delicioso; ya porque su sabor fuera realmente así, o porque se lo imaginara en su halagüeña esperanza de un conocimiento sublime; su divinidad no se apartaba de su pensamiento. Ávidamente y sin reserva devoraba la fruta ignorando que tragaba la muerte. Satisfecha al fin, exaltada, cual si lo fuera por el vino, alegre y juguetona, plenamente satisfecha de sí misma, habló de esta suerte:

-¡Oh, rey de todos los árboles del paraíso, árbol virtuoso, precioso, cuya bendita operación es la sabiduría!

[...]

Miguel explica a la pareja el futuro y destino de la humanidad tras la expulsión del Paraíso

Del costado de Miguel pendía, como un resplandeciente zodiaco, la espada, terror de Satanás, y en su mano llevaba una lanza. Adán le hizo una profunda reverencia; Miguel, en su regio continente, no se inclinó, sino que explicó desde luego su venida, de esta manera: -Adán, ante la orden suprema de los cielos, es superfluo todo preámbulo; bástete saber que han sido escuchados tus ruegos y que la muerte que debías sufrir, según la sentencia, en el momento mismo de tu falta, se verá privada de apoderarse de ti durante los muchos días que se te conceden para que puedas arrepentirte y resarcir por medio de buenas obras un acto culpable. Entonces será posible que, aplacado tu Señor, te redima completamente de las avaras reclamaciones de la muerte. Pero no permite que habites por más tiempo este paraíso; he venido para hacerte salir de él y enviarte fuera de este jardín a labrar la tierra de la que fuiste sacado y el suelo que más te conviene.

Anne y Arnold Kopelson y Arnon Milchan, guionistas de Pactar con el diablo, monólogo de Lucifer

—¿Qué quieres de mí?
—Que seas tú mismo. Mira, hijo, la culpabilidad es un pesado saco de piedras. Tienes que librarte de él cuanto antes. Sé cómo te sientes, yo también he pasado por eso antes. ¿Por qué tienes que cargar con ese peso? ¿Por Dios? Está bien, te daré información de primera mano acerca de Dios. A Dios le gusta observar, es un bromista, piénsalo: dota al hombre de instintos, os da esta extraordinaria virtud, ¿y qué hace luego? Los utiliza para pasárselo en grande, para reírse de vosotros al ver cómo quebrantáis las reglas. Él dispone las reglas y el tablero, y es un auténtico tramposo: mira, pero no toques; toca, pero no pruebes; prueba, pero no saborees. Y mientras os lleva como marionetas de un lado a otro, ¿qué hace él? ¡Se descojona! ¡Se parte el culo de risa! Es un payaso, es un sádico, ¡es el peor casero del mundo! ¿Y adoráis a eso? ¡¡NUNCA!!... 

Mejor reinar en el infierno que servir en los cielos ¿no? Y ¿por qué no...? Yo tengo los pies sobre el mundo desde que comenzó este puto juego... He alimentado todas las sensaciones que el hombre ha querido experimentar, siempre me he ocupado de lo que quería y nunca le he juzgado, ¿por qué? ¡Porque nunca le he rechazado, a pesar de todas sus imperfecciones! ¡Soy un devoto del hombre! ¡Soy un humanista, puede que el último humanista...! ¿Quién en su sano juicio podría atreverse a negar que el siglo XX ha sido mío por completo? ¡Todo mío, mío...!

El expreso de medianoche, monólogo de Billy Hayes


¿Cuál es el crimen? ¿Y cuál es el castigo? La respuesta parece variar de un lugar a otro, de un momento en el tiempo a otro. Lo que es legal hoy, mañana es ilegal porque una sociedad lo decreta así; y lo que es ilegal hoy, mañana es legal porque todo el mundo lo hace y no van a meter a todos en la cárcel. Yo no estoy diciendo que esto esté bien o mal. Es así tal cual es... Pero llevo 3 años y medio en vuestra prisión y creo que he pagado por mi error y si hoy su decisión es sentenciarme a más años, yo... yo.... Sabéis, mis abogados me decían “Tranquilo Billy, no te desesperes, no te enfades, si eres bueno lo más seguro que pueda conseguir el perdón, una amnistía, una prorroga, esto lo otro y lo de más allá” 

Bueno, pues esto lleva así 3 años y medio... Y yo he estado tranquilo, he sido bueno y ahora me estoy cansando de ser tan bueno porque ustedes me hicieron creer que me quedaban 53 días... 
Colgasteis esos 53 días delante de mis narices y me los quitasteis! 

Ojalá... Estuvierais aquí, en mi lugar, de pie y sentir... lo que se siente... porque sabríais algo que desconocéis... el significado de la palabra compasión. Y sabríais que el concepto de cualquier sociedad está basada en la calidad de su compasión, de su justicia, de ser justos... Pero supongo que eso es como pedir a un oso que cague en un water... Para ser una nación de cerdos me parece gracioso que no os lo comáis. Que os follen. Sentenciarme. Jesús perdonó a los bastardos, pero yo no puedo. Os odio. Odio vuestra nación. Odio vuestra gente. Y me follo a vuestros hijos e hijas... porque todos sois unos cerdos.

Irvine Welsh, Trainspotting, monólogo de Mark Renton


Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact-disc y abrelatas electricos. Elige la salud: colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos unos trajes en una amplia gama de putos quejidos. Elige el bricolaje, y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá y ver teleconcursos que embotan la mente y explotan el espíritu, mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo, siendo una carga para los jóvenes a quiénes has engendrado para reemplazarte.

Pero, ¿por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida. Yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?

David Mamet, Glengarry Glen Rose, monólogo del Jefe.

David Mamet, de Glengarry Glen Rose

Prestadme atención un momento y dejad de hablar sobre lo que estéis hablando; de las ventas que no habéis hecho, de que si algún hijo de puta ahora no quiere invertir en tierras… Escuchad: vamos a hablar de algo importante.

¡Deja ese café! El café es solo para los del departamento de gestión. ¿Pensáis que os estoy tomando el pelo, no? Pues NO, vengo de la central de LOOK AND FIND. Estoy aquí por una cuestión de “caridad”.

Tengo dos noticias que daros, amigos; la buena es que estáis despedidos; la mala es que tenéis, TODOS TENÉIS, solo una semana para reconquistar vuestros puestos de trabajo contando con esta noche, empezando por una cita de ventas ESTA NOCHE.

¡¡¡¡¡AH!!!!! Ahora si que he conseguido llamar vuestra atención. ¡¡¡Bieen!!! Estamos añadiendo algo al concurso de ventas mensual. Como sabéis, el primer premio es un Cadillac. ¿Alguien quiere ver el segundo premio? Es un juego de cuchillos. El tercer premio es el despido. ¿Lo veis claro, no? ¿No tiene gracia ahora, verdad? Look and find os pasa contactos y encima os paga muy bien. Os conseguimos nombres para que les vendáis, pero no podéis vender los contactos porque os los proporcionamos nosotros. Y aun así no vendéis una mierda. Sois una mierda, así que apretaos bien los machos… porque vais a iros de la empresa.

Nos acusáis de que los contactos son flojos; vosotros si que sois flojos. Llevo en este negocio quince años... ¿Queréis saber cuál es mi nombre? ¡Que te den por el culo! Ese es mi nombre. ¿Y saben por qué, señores? Porque han venido aquí en un ford fiesta y yo en un BMW de 90.000 euros. Ese es mi nombre y el tuyo es “yo quiero”. Tú no puedes jugar a este juego de hombres. No eres capaz de cerrar ni una sola venta así que vete a casa y cuéntale tus problemas a tu chica. Solo una cosa cuenta en esta vida: conseguir que los clientes firmen en la línea de puntitos.

¿Veis este reloj? ¿Lo veis? Este reloj cuesta más que vuestra casa. Yo gané 400.000 euros el año pasado. ¿Y vosotros? ¿Cuánto dinero habéis hecho vosotros? ¿Veis, amigos? Yo soy esto que veis y vosotros sois nada. ¿Que sois buena gente…? Me importa una mierda que seáis buena gente. ¿Buenos padres? Es muy bonito. Id a vuestra casa y jugad con los niños. Pero, si queréis trabajar aquí, tenéis que vender.

¿Creéis que es un abuso? ¡¡¡Os digo si creéis que es un abuso!!! ¡Hijos de puta! Cabreaos, pero sabéis lo que se necesita para vender propiedades: se necesita un par de cojones para esto. El dinero está fuera: id y cogedlo. Es vuestro; ¿queréis tener una cita y cerrar un negocio, no? Pues hacedlo, porque si no vais a tener que ser mis limpiabotas y entonces sabréis qué es lo que estoy queriendo decir. Una pandilla de perdedores sentados en un bar diciendo: “Oh sí…yo era agente inmobiliario. Es un hueso duro de roer, no?” Esto es lo que sois: una pandilla de perdedores.

Me gustaría desearos suerte, ¡pero no me gustaría saber lo que haríais si la tuvierais! Y ahora, contestadme a una pregunta, amigos. ¿Por qué estoy aquí? He venido porque Look and Find me lo ha pedido: me lo pidieron como favor. Y el único favor que os puedo hacer a vosotros es que sigáis mi consejo. Moved el culo y despedíos vosotros mismos. ¿Sabéis por qué? Porque un perdedor es un perdedor.

Sófocles, Lamentos de Electra

Sófocles, Electra:

ELECTRA

Me da vergüenza, mujeres, que os dé la impresión de que me alboroto demasiado con excesivas lamentaciones. Pero, pues la provocación violenta de que soy víctima me obliga a actuar así, comprendedme, pues ¿cómo cualquier mujer biennacida no actuaría así, al comprobar las desgracias paternas, las que compruebo yo de día y de noche que se acrecientan más que menguan? A mí, a quien, en primer lugar, el comportamiento de la madre que me engendró me resulta sumamente hostil. Luego en casa, en la mía propia, convivo con los asesinos de mi padre, y a las órdenes de éstos estoy y de éstos depende que yo consiga algo o, lo mismo, ser privada de ello. Por último, ¿qué días piensas que paso yo cada vez que veo a Egisto sentado en los escaños de mi padre, y cada vez que lo miro cuando usa la misma vestimenta que él y vierte libaciones junto al hogar donde lo mató? ¿Y cada vez que veo ¡colmo de su desfachatez! a este nuestro mismo asesino en el lecho de mi padre y en compañía de mi descarada madre, si es que procede llamar madre a la que se acuesta con él? Pero es ella tan descarada que hasta convive con ese espíritu contaminador sin miedo a Furia alguna. Al contrario: como riéndose de sus crímenes, nada más llega el día aquel en que mató antaño engañando a nuestro padre, en él dispone coros y sacrifica ovejas como ofrendas mensuales a los dioses salvadores... Y yo, al comprobarlo, ¡desgraciada de mí! lloro en casa, me consumo y gimo por el llamado ¡maldito! festín de mi padre, sola y a solas, pues ni siquiera me es dado llorar todo lo que mi corazón gusta de llorar. Pues esa, la mujer de bien según sus propias justificaciones, me insulta con reproches de este jaez: "¡Ser abominable, detestable de los dioses! ¿Solo a ti se te ha muerto el padre? ¿Ningún otro mortal está de luto? ¡Ojalá perecieras de mala manera y que jamás te liberaran de las lamentaciones actuales los dioses infernales!" Así me insulta, menos cuando oye a alguien que va a venir Orestes. Entonces, frenética, me grita encima: "¿No eres tú culpable de mi situación? ¿No es cosa tuya este hecho, tú que me dejaste a Orestes a trasmano y lo pusiste en lugar seguro? Pero ¡sábete que pagarás, sí, el conveniente castigo! Me ladra con amenazas de esta guisa y lo incita a ello, presente y unido al lado de ella, su ilustre amante, ese individuo que es el colmo de la cobardía y de la maldad, el que planta batalla... a las mujeres. Y yo, mientras espero constantemente a Orestes para que llegue y ponga fin a esta situación, me consumo, desdichada de mí, pues él con sus constantes proyectos de llevar a cabo algo sonado ha destrozado todas mis esperanzas, tanto las de aquí como las de allá. Por eso, queridas, en tal estado de ánimo no puede una ya ni dominarse ni ser respetuosa, sino que, en medio de tales ignominias, es inevitable hacerse un experto en afrentas.

Louis Ferdinand Celine, Viaje al fin de la noche

Louis Ferdinad Celine, Viaje al fin de la noche


Pensé (¡presa del espanto!) ¿seré, pues, el único cobarde de la tierra?... ¿Perdido entre dos millones de locos heroicos, furiosos y armados hasta los dientes? Con cascos, sin cascos,sin caballos, en motos, dando alaridos, en autos, pitando, tirando, consprando, volando, de rodillas, cavando, escabulléndose, caracoleando por los senderos, lanzando detonaciones, ocultos en la tierra como en una celda de manicomio, para destruirlo todo, Alemania, Francia y los continentes, todo lo que respira, destruir, más rabiosos que los perros adorando su rabia (cosa que no hacen los perros, cien, mil veces más rabiosos que mil perros, ¡Y mucho más perversos! La verdad era, y ahora me daba cuenta, que me había metido en una cruzada apocalíptica. 

Somos vírgenes del horror, igual que del placer. ¿Cómo iba a figurarme aquel horror al abandonar la Place Clichy¿ ¿Quién iba a poder prever, antes de entrar de verdad en la guerra, todo lo que contenía la repugnante alma heroica y holgazana de los hombres? Ahora me veía cogido en aquella huida en masa, hacia el asesinato común, hacia el fuego...Venía de las profundidades y había llegado!

Cervantes, monólogo de Guiomar en El juez de los divorcios

Miguel de Cervantes, entremés de El juez de los divorcios

GUIOMAR


Quiero decir que pensé que me casaba con un hombre moliente y corriente, y a pocos días me hallé que me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en estarse en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras; y las tardes, y aun las mañanas también, se va de casa en casa de juego, y allí sirve de número a los mirones, que, según he oído decir, es un género de gente a quien aborrecen en todo extremo los gariteros. A las dos de la tarde viene a comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo; vuélvese a ir; vuelve a media noche, cena si lo halla; y si no, santíguase, bosteza y acuéstase; y en toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole qué tiene. Respóndeme que está haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se lo ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo.

Miguel de Cervantes, Don Quijote, I. Historia y discurso feminista de la pastora Marcela

La pastora Marcela

[Fragmento de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.]

Miguel de Cervantes Saavedra

Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento, y dijo:

-¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros?

-¿Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos.

-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales.

-Por Marcela dirás -dijo uno.

-Por ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, según es fama, y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar.

-Todos haremos lo mesmo -respondieron los cabreros-; y echaremos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos.

-Bien dices, Pedro -dijo uno-; aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos. Y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie.

-Con todo eso, te lo agradecemos -respondió Pedro.

Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar, con opinión de muy sabio y muy leído.

-«Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan, allá en el cielo, el sol y la luna; porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.»

-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote.

Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

-«Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.»

-Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote.

-Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: “Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota”.»

-Esa ciencia se llama astrología -dijo don Quijote.

-No sé yo cómo se llama -replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía y aún más. «Finalmente, no pasaron muchos meses, después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor, con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados, y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo.» Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna.

-Decid Sarra -replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero.

-Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año.

-Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.

-«Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que, así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas.

-Así es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia.

-La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer justas escusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y, así como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela; y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo. Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada.» Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua.

-En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento.

-¡Oh! -replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente.

Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó, por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.

Mas, apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano. Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron a caminar todos juntos.

Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo:

-Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado estrañezas, ansí del muerto pastor como de la pastora homicida.

-Así me lo parece a mí -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle.

Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían en[con]trado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado.

[...]

En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo:

-Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen.

Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña.

Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que esto miraban, como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro:

-Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento.

-Éste es -respondió Ambrosio-; que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido.

Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo:

-Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ése es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra.

-De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos -dijo Vivaldo- que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Y no le tuviera bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto. Antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que en este lugar había de ser enterrado; y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y, en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio! (a lo menos, yo te lo suplico de mi parte), que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos.

Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo:

-Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaré de abrasar los que quedan es pensamiento vano.

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyolo Ambrosio y dijo:

-Ése es el último papel que escribió el desdichado; y, porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído; que bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura.

-Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo.

Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda...

[...]

Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo:

-Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.

-Así es la verdad -respondió Vivaldo.

Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo:

-¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que más gustas; que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.

»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir “Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?

»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.

»El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había de decir desta manera:

YACE AQUÍ DE UN AMADOR
EL MÍSERO CUERPO HELADO,
QUE FUE PASTOR DE GANADO,
PERDIDO POR DESAMOR.
MURIÓ A MANOS DEL RIGOR
DE UNA ESQUIVA HERMOSA INGRATA,
CON QUIEN SU IMPERIO DILATA
LA TIRANÍA DE AMOR.

Carlo Goldoni, La posadera. Monólogo de Mirandolina

LA POSADERA, Carlo Goldoni

Acto I, escena IX

MIRANDOLINA (sola)

¡Huy lo que me ha dicho! ¿El señor marqués de la Tacañería se casaría conmigo? Pues si quisiera hacerlo, habría un pequeño problema: yo no querría. Me gustan las nueces, pero no el ruido. Si me hubiera casado con todos los que me han dicho que me querían, ¡anda que no tendría yo maridos! Todos los que llegan a la posada se enamoran de mí, todos me cortejan; y muchos hasta me piden que me case con ellos. ¿Y ese caballero, más rudo que un oso, me trata a baquetazos? Es el primer forastero que llega a mi posada y al que no le gusta tratar conmigo... No digo que todos, de repente, tengan que enamorarse, pero despreciarme así es algo que me subleva. ¿Es enemigo de las mujeres? ¿No las puede ni ver? ¡Pobre loco! No habrá dado aún con la que sabe lo que hay hacer. Pero la encontrará, la encontrará. ¿Y quién sabe si no la ha encontrado ya? Ese es el tipo de hombre con el que yo me pico. Los que me persiguen me aburren enseguida... La nobleza no va conmigo. La riqueza, la estimo y no la estimo. Lo que de verdad me gusta es ser cortejada, requebrada, adorada; esa es mi debilidad, y esa es la debilidad de casi todas las mujeres. En casarme no pienso siquiera; vivo honradamente y disfruto de mi libertad. Trato con todos y no me enamoro de nadie. Lo que quiero es burlarme de todos esos esperpentos de amantes atormentados; y quiero valerme de todas mis mañas para vencer, abatir y turbar esos corazones bárbaros y duros que son enemigos nuestros, porque somos la cosa mejor que en el mundo ha creado la hermosa madre naturaleza.

Molière, El avaro, monólogo de Harpagón

EL AVARO, Molière.

Acto cuarto, escena VII

HARPAGÓN (Gritando desde el jardín y sin sombrero)

¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡Al asesino! ¡Al criminal! ¡Justicia, justo cielo! ¡Estoy perdido! ¡Asesinado! ¡Me han cortado el cuello! ¡Me han robado mi dinero! ¿Quién habrá podido ser? ¿Dónde habrá ido a parar? ¿Dónde está? ¿Dónde se esconde? ¿Cómo haré para encontrarlo? ¿Adónde ir…? ¿Adónde no ir…? ¿No está ahí? ¿Quién va…? ¡Detente! ¡Devuélveme mi dinero, bandido…! (A sí mismo, agarrándose el brazo.) ¡Ah, soy yo! Mi espíritu está trastornado; no sé dónde me encuentro, ni quién soy, ni lo que hago. ¡Ay! ¡Mi pobre dinero! ¡Mi más querido amigo! Al privarme de ti, al arrebatárteme, he perdido mi sostén, mi consuelo, mi alegría; se ha acabado todo para mí, y ya no tengo nada que hacer en el mundo. Sin ti, me es imposible vivir. Se acabó, no puedo más; me muero… Estoy muerto; estoy enterrado… ¿No hay nadie que quiera resucitarme, devolviéndomelo, o diciéndome quién me lo ha robado? ¡Eh! ¿Qué decís? No hay nadie. Quizá el autor del golpe habrá acechado el momento con mucho cuidado, y ha escogido precisamente el momento que yo hablaba con el traidor de mi hijo… Salgamos. Voy a buscar a la justicia, y haré que den tormento a todos los de mi casa; a sirvientas, a criadas, al hijo, a la hija, y, si es preciso, también a mí. ¡Cuánta gente reunida! No pongo la vista en nadie que no despierte mis sospechas, y todos me parecen el ladrón. ¡Eh! ¿De qué se habla ahí? ¿Del que me ha robado? ¿Qué ruido hacen arriba? ¿Está ahí el ladrón? Por favor, si alguien sabe noticias de mi ladrón, suplico que me informen. ¿No está escondido entre vosotros? Todos me miran y se ríen. Ya veréis como tomaron parte, a no dudarlo, en el robo de que he sido víctima. ¡A mí comisario, alguaciles, prebostes, jueces, tormentos, horcas, verdugos…! Quiero colgar a todo el mundo, y si no encuentro mi dinero, me ahorcaré yo después…

Anton Chejov, La gaviota, monólogo de Nina

LA GAVIOTA, Antón Chejov.

Acto Cuarto.

NINA

¿Por qué dice usted que ha besado la tierra que yo he pisado? ¡A mí hay que matarme! ¡Estoy tan cansada!... ¡Descansar…, descansar! Soy una gaviota… No, no es eso. Soy una actriz. ¡Claro que sí!  (Al oír la risa de Arkadina y Trigorin, escucha…) ¡Él también está aquí! Sí…, sí…, no es nada…, sí… Él no creía en el teatro, siempre se reía de mis sueños y, poco a poco yo también dejé de creer y cayó mi ánimo… Además, las preocupaciones del amor, los celos, el continuo miedo por la criatura… Me volví mezquina, insignificante, trabajaba sin ningún sentido… No sabía qué hacer con las manos, no sabía estar en el escenario, no dominaba mi voz. Usted no sabe lo que es ese estado, saber que se actúa horriblemente. Soy una gaviota. No, no es eso… ¿De qué hablaba...? Hablaba del teatro. Ahora soy distinta… Ya soy una verdadera actriz, trabajo con fervor, con pasión, experimento una embriaguez en el escenario, me siento hermosa. Y ahora, mientras vivo aquí, siempre ando y ando y pienso, pienso y siento crecer cada día las fuerzas de mi alma. Ahora, Kostia, yo sé, comprendo que en nuestro oficio, tanto si trabajamos en el escenario como si escribimos, lo principal no es la gloria, ni el brillo, todo eso con lo que yo soñaba, sino el saber soportar… Saber llevar tu cruz y creer… Yo creo y no siento ya tanto dolor, y cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida.

Shakespeare, Monólogos

TODO EL MUNDO ES UN ESCENARIO

De W. Shakesperare, Cómo os guste (o, Como gustéis)

ROSALIND


Todo el mundo es un escenario,
y todos los hombres y mujeres meros actores:
tienen sus salidas y entradas;
y un hombre en su vida interpreta muchos roles,
siendo sus actos en siete edades. Al principio el infante,
que llora en brazos de la nodriza.
Luego el quejoso escolar con su cartera
y su brillante cara matutina, arrastrándose
de mala ga­na a la escuela, con paso de caracol.
Después, el amante, suspirando como una fragua
con una triste balada
compuesta para la reja de su amada.
Luego soldado, lleno de extrañas bravuconadas,
bigo­tudo como el leopardo,
celoso de su honor, súbito y pronto en la lucha,
buscando la efímera repu­tación
hasta en la boca del cañón. Más tarde, juez
de redondo y prominente abdomen
de mirada severa y barba cortada formal,
lleno de sesudos dichos y modernas citas:
y así desempeña su papel. En la sexta edad
cambia al flaco y suelto Pantalón,
calzado de chinelas,
con anteojos en la nariz y el saco al costado,
y con juveniles calcetines, bien conservados
flotando en anchos pliegues sobre sus encogidas piernas;
y su voz varonil vuelve otra vez al infantil agudo re­sopla
y silba en su sonido.
La última escena de todas,
que termina esta extraña y nutrida historia,
es la segunda infancia, el mero olvido
sin dientes, sin ojos, sin palabras, nada.

All the world's a stage,
And all the men and women merely players:
They have their exits and their entrances;
And one man in his time plays many parts,
His acts being seven ages. At first the infant,
Mewling and puking in the nurse's arms.
And then the whining school-boy, with his satchel
And shining morning face, creeping like snail
Unwillingly to school. And then the lover,
Sighing like furnace, with a woeful ballad
Made to his mistress' eyebrow. Then a soldier,
Full of strange oaths and bearded like the pard,
Jealous in honour, sudden and quick in quarrel,
Seeking the bubble reputation
Even in the cannon's mouth. And then the justice,
In fair round belly with good capon lined,
With eyes severe and beard of formal cut,
Full of wise saws and modern instances;
And so he plays his part. The sixth age shifts
Into the lean and slipper'd pantaloon,
With spectacles on nose and pouch on side,
His youthful hose, well saved, a world too wide
For his shrunk shank; and his big manly voice,
Turning again toward childish treble, pipes
And whistles in his sound. Last scene of all,
That ends this strange eventful history,
Is second childishness and mere oblivion,
Sans teeth, sans eyes, sans taste, sans everything.

Macbeth, escena VII

(Oboes y antorchas. Cruzan la escena un mayordomo y varios sirvientes llevando platos y servicio de mesa. Entra, a continuación, Macbeth)


Si todo concluyera ya hecho... Convendría acabar pronto; si el crimen pudiera frenar sus consecuencias y, con desaparecer, asegurar el éxito de modo que este golpe, a un tiempo, fuese todo y el fin de todo, aquí, solo aquí, sobre esta orilla y páramo del tiempo, se arriesgaría la vida que ha de seguir. Sin embargo, es aquí, en estos casos, donde se nos juzga, porque damos órdenes sangrientas que, aprendidas, son un tormento para quien las da. La mano imparcial de la justicia pone el cáliz que hemos envenenado en nuestros propios labios. Él se encuentra aquí con una confianza doblada: primero, soy su deudo y su súbdito, dos razones buenas para no obrar; después, como anfitrión, yo tendría que cerrar las puertas a sus asesinos, no ser quien blandiera el puñal. Además, este Duncan ha sido en el poder tan humilde y en el gobernar tan ecuánime que sus virtudes clamarían –tal ángeles con voces de trompetas- contra el acto deleznable de hacerlo desaparecer; y la piedad, como un recién nacido desnudo en la tormenta que galopa o un querubín del cielo subido en corceles invisibles, expondrá este acto como horrible a los ojos del mundo y el vendaval de lágrimas será sofocante. Las espuelas clavadas en los costados de mi deseo son las de una ambición que brinca, se sobrepasa y, ya demasiado alta, se derrumba.


Monólogo de Elena en Sueño de Una Noche de Verano 

¡Cuánto más felices logran ser unos que otros! En toda Atenas se me tiene por su igual en hermosura, pero ¿de qué me sirve? Demetrio no lo cree así. Se niega a reconocer cuanto todos menos él reconocen. Y así como se engaña fascinado por los ojos de Hermia así yo me ciego enamorada de sus cualidades. El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas, excelsas. No ve con los ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido. Tampoco en la mente del amor se ha registrado alguna señal de discernimiento. Alas sin ojos son emblema de la premura imprudente y por eso se afirma que el amor es niño, porque en la elección yerra frecuentemente. Y así como se ve a los niños traviesos infringir sus juramentos en los juegos, así el rapaz Amor es perjuro por doquier. Porque antes de ver Demetrio los ojos de Hermia me acribilló con un granizo de juramentos asegurándome que era solo mío; y cuando esta granizada sintió el calor de su presencia, se disolvió y derritió el chaparrón de promesas. Voy a revelarle la fuga de la hermosa Hermia y no dejará de perseguirla mañana por la noche en el bosque; por este aviso, con solo que me dé las gracias habré recibido una gran retribución. Pero ¿bastará a mitigar mi pena el poder allá mirarle y volver?


Monólogo de Hamlet 

¡Ser o no ser! ¡He aquí la cuestión! 
Si es a la luz de la razón más digno 
sufrir los golpes y punzantes dardos 
de suerte horrenda, o terminar la lucha 
en guerra contra un piélago de males. 

Morir; dormir. ¿Dormir? ¡Soñar acaso! 
¡Ah! La rémora es esa; pues qué sueños 
podrán ser los que acaso sobrevengan 
en el dormir profundo de la muerte, 
ya de mortal envoltura despojados, 
suspende la razón: ahí el motivo 
que a la desgracia da tan larga vida. 
¿Quién las contrariedades, el azote 
de la fortuna soportar pudiera, 
la sinrazón del déspota, del vano 
el ceño, de la ley las dilaciones, 
de un amor despreciado las angustias, 
del poder los insultos, y el escarnio 
que del menguado el mérito tolera, 
cuando él mismo su paz conseguiría 
con un mero punzón? ¿Quién soportara 
cargas, que con gemidos y dolores 
ha de llevar en vida fatigosa, 
si el recelo de un algo tras la muerte, 
incógnita región de donde nunca 
vuelve el viajero, no turbara el juicio, 
haciéndonos sufrir el mal presente 
antes que en busca ir de lo ignorado? 


Monólogo De Enrique VIII 

No vengo ahora a haceros reír; son estas cosas de una fisonomía seria y grave, tristes, elevadas y patéticas, llenas de pompa y dolor; escenas nobles, propias para inducir los ojos al llanto lo que hoy os ofrecemos. 

Los inclinados a la piedad pueden aquí, si a bien lo tienen, dejar caer una lágrima: el tema es digno de ello. Aquellos que dan su dinero sin esperanza de ver algo creíble, hallarán empero la verdad. Los que vienen solo a presenciar una pantomima o dos y convenir enseguida que la obra es pasable, si quieren permanecer tranquilos y benevolentes, les prometo que tendrán un rico espectáculo ante sus ojos en el transcurso de dos breves horas.

Solo los que vienen a escuchar una pieza alegre y licenciosa o un fragor de broqueles, o a ver un bufón de largo vestido abigarrado con ribetes amarillos, quedarán defraudados, pues, sabed, amables oyentes, que mezclar nuestra verdad auténtica con tales espectáculos de bufonería y combate, fuera de que sería rebajar nuestro propio juicio e intención de no representar ahora sino lo que reputamos auténtico, nos haría perder para siempre la simpatía de todo hombre culto. 

Así pues, en nombre de la benevolencia, y puesto que se os conoce como los primeros y más felices espectadores de la ciudad, sed tan serios como deseamos; imaginad que veis los personajes mismos de nuestra noble historia tales como fueron en vida; imaginad que los contempláis poderosos y acompañados del enorme gentío y solicitud de millares de amigos; luego, considerad cómo, en un instante, a esta grandeza se une súbito el infortunio. Y, si entonces conserváis vuestra alegría, diré que un hombre lloraría incluso el día de su boda.

JULIO CÉSAR (1599)

Acto III, escena II

ANTONIO

Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos. Que así ocurra con César.

Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Por la benevolencia de Bruto y de los demás, pues Bruto es un hombre de honor, como lo son todos, he venido a hablar en el funeral de César. Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor.

Todos visteis que, en las Lupercales, le ofrecí tres veces una corona real, y tres veces la rechazó. ¿Eso era ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso y es indudableque Bruto es un hombre de honor.
No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí para decir lo que sé. Todos le amasteis alguna vez, y no sin razón. ¿Qué razón, entonces, os impide ahora hacerle el duelo? ¡Ay, raciocinio te has refugiado entre las bestias, y los hombres han perdido la razón!... Perdonadme. Mi corazón está ahí, en esos despojos fúnebres, con César, y he de detenerme hasta que vuelva en mí...

PRIMER CIUDADANO

Creo que hay mucha sabiduría en lo que dice

SEGUNDO CIUDADANO

Si te paras a pensarlo, César cometió un gran error

TERCER CIUDADANO

¿Ah, sí? Me temo que alguien peor ocupará su lugar.

CUARTO CIUDADANO

¿Le has prestado atención? No creo que él quisiera tomar la corona. Y por lo tanto, no era un ambicioso.

PRIMER CIUDADANO

Y si se descubriera que lo fue… algunos lo soportaríamos.

SEGUNDO CIUDADANO

Pobrecillo, sus ojos están rojos como el fuego de llorar…

TERCER CIUDADANO

No hay nadie más noble en Roma que Antonio.

CUARTO CIUDADANO

Préstale atención, que empieza a hablar otra vez. 

ANTONIO

Ayer la palabra de César hubiera prevalecido contra el mundo. Ahora yace ahí y nadie hay lo suficientemente humilde como para reverenciarlo. ¡Oh, señores! Si tuviera el propósito de excitar a vuestras mentes y vuestros corazones al motín y a la cólera, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres de honor. No quiero ser injusto con ellos. Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honorables! Pero aquí hay un pergamino con el sello de César. Lo encontré en su gabinete. Es su testamento. Si se hiciera público este testamento que, perdonadme, no tengo intención de leer, irían a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre. Sí. Suplicarían un cabello suyo como reliquia, y al morir lo mencionaría en su testamento, como un rico legado a su posteridad!

CUARTO CIUDADANO

Queremos escuchar el testamento. Léelo, Marco Antonio.

TODOS LOS CIUDADANOS

¡El testamento!. ¡El testamento! Queremos escuchar el testamento del César.

ANTONIO

Tened paciencia, amigos. No debo leerlo. No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César. No estáis hechos de madera, no estáis hechos de piedra, sois hombres, y, como hombres, si oís el testamento de César os vais a enfurecer, os vais a volver locos. No es bueno que sepáis que sois sus herederos, pues si lo supierais, podría ocurrir cualquier cosa.

CUARTO CIUDADANO

Lee el testamento. Queremos escucharlo, Antonio: debes leernos el testamento, el testamento de César.

ANTONIO

¿Queréis tener paciencia? ¿Queréis esperar un momento? He ido demasiado lejos en deciros esto. Temo agraviar a los honorables hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo temo!

CUARTO CIUDADANO

¡Esos hombres honorables son unos traidores!

TODOS LOS CIUDADANOS

¡El testamento! ¡El testamento!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Son unos miserables asesinos! ¡El testamento! ¡Lee el testamento!

ANTONIO

¿Me obligáis a que lea el testamento? En ese caso, formad círculo en torno al cadáver de César, y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Bajo? ¿Me dais vuestro permiso?

TODOS LOS CIUDADANOS

¡Baja!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Baja!

TERCER CIUDADANO

¡Tienes permiso!

CUARTO CIUDADANO

Acercaos, haced un círculo.

PRIMER CIUDADANO

Haced sitio al cadáver.

SEGUNDO CIUDADANO

Haced sitio al noble Antonio.

ANTONIO

¡No me empujéis! ¡Alejaos!

TODOS

¡Atrás, atrás!

ANTONIO

Si tenéis lágrimas, preparaos a derramarlas. Todos conocéis este manto. Recuerdo la primera vez que César se lo puso. Era una tarde de verano, en su tienda, el día que venció a los nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved que brecha abrió el envidioso Casca! ¡Por esta otra le apuñaló su muy amado Bruto! Y al retirar su maldito acero, observad como la sangre de César lo siguió, como si abriera de par en par para cerciorarse si Bruto, malignamente, la hubiera llamado. Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, con que ternura le amaba César! ¡Ese fue el golpe más cruel de todos, porque cuando el noble César vio que él lo apuñalaba, la ingratitud, más fuerte que las armas de los traidores, lo aniquiló completamente. Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el  Manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, al pie de la cual se desangró... ¡Oh qué funesta caída, conciudadanos! En aquel momento, yo, y vosotros, y todos, caímos, mientras la sangrienta traición nos sumergía. Ahora lloráis, y me doy cuenta que empezáis a sentir piedad. Esas lágrimas son generosas. Almas compasivas: ¿por qué lloráis, si sólo habéis visto la desgarrada túnica de César? Mirad aquí. Aquí está, desfigurado, como veis, por los traidores.

PRIMER CIUDADANO

¡Penoso espectáculo!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Ay, noble César!

TERCER CIUDADANO

¡Funesto día!

CUARTO CIUDADANO

¡Traidores! ¡Miserables!

PRIMER CIUDADANO

¡Sangrienta visión!

SEGUNDO CIUDADANO

¡Queremos venganza!

TODOS

¡Venganza! ¡Juntos! Perseguidlos, quemadlos, matadlos, degolladlos, no dejar un traidor vivo!

ANTONIO

¡Conteneos, ciudadanos!

PRIMER CIUDADANO

¡Calma! ¡Escuchemos al noble Antonio!

SEGUNDO CIUDADANO

Lo escucharemos, lo seguiremos y moriremos por él.

ANTONIO

Amigos, queridos amigos: que no sea yo quien os empuje al motín. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. Desconozco qué secretos agravios tenían para hacer lo que hicieron. Ellos son sabios y honorables, y no dudo que os darán razones. No he venido, amigos, a excitar vuestras pasiones. Yo no soy orador como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que quería a mi amigo, y eso lo saben muy bien los que me permitieron hablar de él en público. Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria para enardecer la sangre de los hombres. Hablo llanamente y sólo digo lo que vosotros mismos sabéis. Os muestro las heridas del amado César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto, y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y amotinar los cimientos de Roma.

TODOS

Nos amotinaremos.

PRIMER CIUDADANO

¡Quemaremos la casa de Bruto!

TERCER CIUDADANO

¡Vamos, pues, persigamos a los conspiradores!

ANTONIO

Escuchadme, ciudadanos. Escuchadme lo que tengo que decir.

TODOS

¡Alto! Escuchemos al noble Antonio.

ANTONIO

¡Pero, amigos, no sabéis lo que vais a hacer! ¿Qué ha hecho César para merecer vuestro afecto? No lo sabéis. Yo os lo diré. Habéis olvidado el testamento de que os hablé.

TODOS

¡Es verdad, el testamento! Esperemos a oír el testamento.

ANTONIO

Aquí está, con el sello de César. A todos y cada uno de los ciudadanos de Roma, lega setenta y cinco dracmas.

CIUDADANO SEGUNDO

¡Noble César! ¡Vengaremos su muerte!

TERCER CIUDADANO

¡Oh, magnánimo César!

ANTONIO

Tened paciencia y escuchadme.

TODOS

¡Alto!

ANTONIO

Lega, además, todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines,recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos, como parques públicos, para que os paseéis y recreéis. ¡Éste sí que era un César! ¿Cuándo tendréis otro como él? 

EL MERCADER DE VENECIA (1600)

Acto III, escena I

SHYLOCK

Él me había avergonzado y perjudicado en medio millón, se rio de mis pérdidas y se ha burlado de mis ganancias. Despreció a mi nación, desbarató mis negocios, enfrió a mis amigos y calentó a mis enemigos; ¿y cuál es su motivo? “Soy un judío”. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas ¿no nos reímos? Si nos envenenáis ¿no nos morimos? Y, si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado. 

De Romeo y Julieta

JULIETA

Mi único enemigo es tu nombre.
Tú eres tú, aunque seas un Montesco.
¿Qué es «Montesco»? Ni mano, ni pie,
ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo.
¡Ah, ponte otro nombre! 
¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa
sería tan fragante con cualquier otro nombre.
Si Romeo no se llamase Romeo,
conservaría su propia perfección
sin ese nombre. Romeo, quítate el nombre
y, a cambio de él, que es parte de ti,
¡tómame entera!
¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche
e irrumpes en mis pensamientos?
Mis oídos apenas han sorbido cien palabras
de tu boca y ya te conozco por la voz. 
¿No eres Romeo, y además Montesco?
Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y por qué?
Las tapias de este huerto son muy altas
y, siendo quien eres, el lugar será tu muerte
si alguno de los míos te descubre.
Si te ven, te matarán. 
Por nada del mundo quisiera que te viesen.
¿Quién te dijo dónde podías encontrarme?
La noche me oculta con su velo;
si no, el rubor teñiría mis mejillas
por lo que antes me has oído decir.
¡Cuánto me gustaría seguir las reglas,
negar lo dicho! Pero, ¡adiós al fingimiento!
¿Me quieres? Sé que dirás que sí 
y te creeré. Si jurases, podrías
ser perjuro: dicen que Júpiter se ríe
de los perjurios de amantes. ¡Ah, gentil Romeo!
Si me quieres, dímelo de buena fe.
O, si crees que soy tan fácil, 
me pondré áspera y rara, y diré «no»
con tal que me enamores, y no más que por ti.
Mas confía en mí: demostraré ser más fiel
que las que saben fingirse distantes.
Reconozco que habría sido más cauta
si tú, a escondidas, no hubieras oído
mi confesión de amor. Así que, perdóname
y no juzgues liviandad esta entrega
que la oscuridad de la noche ha descubierto.

De Macbeth


II

LADY MACBETH

Está ronco el cuervo que anuncia con graznidos la fatal llegada de Duncan a mi castillo. ¡Espíritus, venid! iVenid a mí, puesto que presidís los pensamientos de una muerte! Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a la cabeza, con la más espantosa crueldad! ¡Que se dense mi sangre, que se bloqueen todas las puertas al remordimiento! ¡Que no vengan a mí contritos sentimientos naturales a perturbar mi propósito cruel, o a poner tregua a su realizacion! ¡Venid hasta mis pechos de mujer y transformad mi leche en hiel, espíritus de muerte que por doquier estáis -esencias invisibles- al acecho de que Naturaleza se destruya!¡Ven, noche espesa, ven y ponte el humo lóbrego de los infiernos para que mi ávido cuchillo no vea sus heridas, ni por el manto de tinieblas pueda el cielo asomarse gritando «¡basta, basta!». [...]

¡Nunca habrá de ver el sol ese mañana! Tu rostro, mi señor, es como un libro donde el hombre puede leer extrañas cosas. Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia; pon una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua; procúrate el inocente aspecto de la flor, pero sé tú la víbora que oculta. Habremos de atender al que ha de venir y tendrás que dejar que sea yo quien se ocupe esta noche de nuestro gran proyecto que dará a nuestros días venideros y a todas nuestras noches absoluto dominio soberano, y el poder. ¿Cuál fue la bestia que te hizo proponerme empresa como esta? Eras un hombre cuando te atrevías y serías más hombre, mucho más, si fueses aún más de lo que eras. Ni tiempo ni lugar eran propicios; sin embargo, tú querías crearlos. Y, ahora que se presentan ellos mismos, su oportunidad abatido te deja. Mi leche yo la he dado y sé cuán tierno es amar al ser que se amamanta; pues bien, en ese instante en que te mira sonriendo, habría arrancado mi pezón de sus blandas encías y machacado su cabeza si lo hubiese jurado como juraste tú. Cada día, cada recuerdo se va borrando de mi cuerpo. Cada día pasas a ser parte del pasado. Deseo con toda mi alma, que cuando sean las doce, cada uno tenga lo que se merece. Quiero que te pudras física y emocionalmente. Quiero que te retuerzas por tus propias heces internas. Quiero que te sientas torpe. Sacas lo peor de mí. No tendré nada que festejar, no tendré ganas de sonreír, pero vos tampoco. La culpa nunca te va a dar paz, ni en épocas de Navidad.

II

MACBETH Si todo terminara una vez hecho, sería conveniente acabar pronto; si pudiera el crimen frenar sus consecuencias y al desaparecer asegurar el éxito, de modo que este golpe a un tiempo fuese todo y fin de todo... aquí, solo aquí, sobre esta orilla y páramo del Tiempo se arriesgaría la vida por venir. En estos casos es aquí, sin embargo, donde se nos juzga, porque damos instrucciones sangrientas que, aprendidas, son un tormento para quien las da. La imparcial mano de la justicia pone el cáliz, envenenado por nosotros, en nuestros propios labios. Se encuentra  aquí con doble confianza: primero, soy su deudo a más de súbdito, dos buenas razones para no actuar; después, como anfitrión, tendría que cerrar las puertas a los asesinos, no ser yo quien blandiera el cuchillo. Además, este Duncan ha sido tan humilde en el poder, y tan ecuánime al gobernar, que sus virtudes clamarían –tal ángeles con voces de trompetas–  contra el acto deleznable de hacerlo desaparecer; y la piedad, como un recién nacido que desnudo galopa en la tormenta, o querubín del cielo montado por el aire en sus corceles invisibles, expondrá este acto horrible a los ojos del mundo y sofocarán las lágrimas el vendaval. La espuela, que se clava en los flancos de mi deseo,  es la de ambición que brinca y al sobrepasarse, ya demasiado lejos, se derrumba. 

III

MACBETH Ve y dile a tu señora que cuando esté dispuesta mi bebida haga que suene la campana. Puedes irte a dormir. (Sale el sirviente) ¿Es una daga eso que contemplo ante mí, con la empuñadura cerca de mi mano? ¡Ven, que pueda cogerte! Yo no te tengo y, sin embargo, siempre te veo ahí. Visión fatal, ¿no eres sensible al tacto y la mirada? ¿O eres, quizá, tan solo un puñal en mi mente, imagen falsa que surge en mi cerebro al que la fiebre oprime? Puedo verte de forma tan palpable como el que empuño ahora. Me indicaste el camino por el que ya avanzaba y el arma misma que debía usar. Mis ojos son la burla de mis otros sentidos, o quizá a todos ellos superen en valor... Todavía te veo; también las gotas, en el filo y en la empuñadura, de una sangre que antes no estaba. No, no eres real. Es mi sangrienta empresa que así crece ante mis ojos... Sobre medio mundo, ahora, se diría, Naturaleza ha muerto, y los sueños corruptos al sueño oculto en su dosel engañan. El hechizo celebra los ritos de la apagada Hécate; y el escuálido Crimen, avisado por su centinela, el lobo, cuyo aullido es la alarma, sigilosamente con zancadas lascivas de Tarquino, a su designio avanza como espectro. ¡Tierra, segura y firme, no escuches mis pisadas, vayan do vayan! No sea que tus mismas piedras descubran dónde voy arrebatando al Tiempo el horror de este instante, que tan bien le acomoda... Mientras lo amenazo, vive todavía; las palabras congelan con su hálito el calor de los actos. Suena una campana. Es un hecho: ¡ya voy! La campana me invita. No la escuches tú, Duncan, pues que su tañido al cielo te reclama, o al infierno. Sale 

SUEÑO DE UNA NOCHE VERANO, Acto III, escena II.

PUCK

Mi señora está enamorada de un monstruo. Mientras cerca de su retiro sagrado y solitario pasaba la hora de su lánguido sueño, ha llegado una compañía de cómicos imbéciles, de groseros artesanos que trabajan para ganarse la vida en las tiendas de Atenas. Venían a
ensayar una pieza que debe representarse el día de las bodas del insigne Teseo. El más necio de la estúpida cuadrilla, encargado del papel de Píramo, ha salido de escena y ha entrado en un matorral. Yo he aprovechado el momento para encasquetarle una cabeza de asno. Al tocarle el turno de volver a escena para contestar a Tisbe, mi actor ha salido. Apenas le han visto los demás, cuando han huido, semejantes el ánade silvestre que ha encontrado el ojo del cazador en acecho o a una bandada de chovas rojizas al escuchar la detonación del mosquete, que ora bajan, ora alzan el vuelo, y de pronto se dispersan y hienden los campos del aire con precipitado aleteo. Al ruido de mis pasos, cae de vez en cuando uno por tierra, gritando que lo asesinan y pidiendo socorro a Atenas. En su turbación, sus insensatos terrores se forjaron un enemigo de cada objeto inanimado. Los abrojos y espinas desgarraban sus vestidos: a éste la manga; a aquel el sombrero, que se apresuraban a abandonar. Mientras los cazaba de este modo, había dejado en la escena al lindo Píramo en su metamorfosis, cuando Titania ha despertado y en seguida se ha enamorado de un jumento.

Hamlet, I

ESPECTRO

Debo ser breve. Dormía en mi jardín,
como solía hacer todas las tardes, y en esta hora
de quietud, tu tío entró furtivamente,
con una ampolla hechizada de beleño
y vertió en el hueco de mis oídos
aquel fluido ponzoñoso, cuyo efecto
tan contrario es a la sangre humana
que rápido como el azogue recorre
puertas y conductos del cuerpo,
y con vigor inusitado coagula
y corta (tal ácido en la leche)
la frescura de la sangre. Y así me ocurrió, 
que una erupción instantánea, como una lepra,
invadió mi carne delicada cubriéndola
de una costra repugnante.
De este modo, mientras dormía, y por acción
de un hermano, fui desposeído de reina, vida y corona,
todo de una vez. Y en la flor de todos mis pecados,
sin viático, sin sacramentos, sin unción,
sin la cuenta de mis deudas, enviado a responder
de todas mis culpas e imperfecciones.
¡Oh, cuán horrible! ¡Dios! ¡Cuán horrible!
No hayas de tolerarlo si queda en ti brío.


Hamlet, Acto I, Escena V. Edición de Cátedra, pp. 197-199.

La tempestad

PRÓSPERO.— Parecéis como emocionado, hijo mío; dijérase que algo os conturba. Tranquilizaos, señor. Nuestros divertimentos han dado fin. Esos actores, como os había prevenido eran espíritus todos y se han disipado en el aire, en el seno del aire impalpable; y a semejanza del edificio sin base de esta visión, las altas torres, cuyas crestas tocan las nubes, los suntuosos palacios, los solemnes templos, hasta el inmenso Globo, sí, y cuanto en él descansa, se disolverá, y lo mismo que la diversión insustancial que acaba de desaparecer, no quedará rastro de ello. Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida no es más que un sueño. Señor, me encuentro contrariado. Perdóneseme mi debilidad. Mi achacoso cerebro se turba. No os afecte mi flaqueza. Si lo tenéis a bien, retiraos a mi gruta y descansad. Daré un paseo o dos para aplacar la agitación de mi ánimo.