Mihai Eminescu
Ángel de la guarda
Cuando de noche mi alma velaba extasiada,
como en sueños, veía a mi ángel de la guarda,
envuelto en una capa de sombras y de rayos,
tendiendo hacia mí sus alas sonriente;
pero en cuanto te vi con tu pálida capa,
niña llena de añoranza y misterio,
aquel ángel huyó vencido por tus ojos.
¿Eres demonio, niña, pues sólo con una mirada
de tus largas pestañas, de tus ojos tan grandes,
hiciste que espantado mi ángel volara,
él, que era mi santa vigilia, mi amigo fiel?
O quizás!.... Oh, baja tus largas pestañas
para que pueda reconocer tus pálidos rasgos,
pues tú, tú eres él.
(Traducción - Dana Giurca / José Manuel Lucía Megías)
Romanian Voice
Mihai Eminescu
Mortua est!
Antorcha que vela por húmedas tumbas,
un sonido de campana en la hora sagrada,
un sueño que moja sus alas en la amargura,
así has cruzado del mundo sus fronteras
Has cruzado cuando el cielo es campo sereno,
con ríos de leche, con flores de luz,
cuando las nubes negras parecen sombríos palacios
que la luna, la reina, por turnos visita.
Te veo como una sombra de plata que brilla,
que se encamina con sus alas alzadas al cielo,
subiendo, pálida alma, los peldaños de las nubes,
entre lluvia de rayos, entre nieve de estrellas.
Un rayo te alza, un canto te lleva
con los blancos brazos en cruz sobre el pecho;
cuando se oye hilar en la rueca de los hechizos,
hay plata en las aguas y en el aire oro.
Veo cómo pasa tu alma cándida por el espacio;
miro luego la arcilla que queda... blanca y fría,
con su largo vestido tendida en el ataúd,
miro tu sonrisa que aún permanece viva -
y pregunto a mi alma herida por las dudas,
¿por qué te has muerto, ángel de pálido rostro?
¿acaso no eras tú joven, no eras tú hermosa?
¿acaso te has ido a extinguir una estrella radiante?
Pero quizás allá arriba haya castillos
con arcos de oro hechos de estrellas,
con ríos de fuego y con puentes de plata,
con orillas de mirra, con flores que cantan;
pasa por todos ellos, ¡oh, tú santa reina!,
con largos cabellos de rayos, con ojos de luz,
con vestido azul salpicado de oro;
en tu pálida frente, una corona de laurel.
¡Oh, la muerte es un caos, un mar de estrellas,
mientras la vida, una charca de sueños rebeldes!
¡Oh, la muerte es un siglo de soles florecido,
mientras la vida, un cuento vacío y hueco!
Pero quizás... ¡oh! mi cabeza vacío con tormentas,
mis malos pensamientos ahogan los buenos...
Cuando el sol se apaga y caen las estrellas,
entonces se me ocurre creer que todo es nada.
Es posible que la bóveda de lo alto se rompa,
que se caiga la nada con su larga noche,
que vea al negro cielo cribar sus mundos
como presas efímeras de la muerte eterna...
entonces, si fuera así... entonces en la eternidad
tu aliento cálido no gozará de la resurrección,
entonces tu dulce voz se queda muda para siempre…
entonces este ángel no ha sido más que arcilla.
Y sin embargo, arcilla hermosa y muerta,
sobre tu ataúd recuesto yo mi arpa rota.
Y no lloro tu muerte, sino que más bien me alegra
que un rayo se haya escapado del caos terrenal.
Y además... quién sabe si es mejor
ser o no ser... pero sí sabe cualquiera
que lo que no existe, no padece dolor,
y que son muchos los dolores, los placeres pocos.
¿Ser? Locura a la vez triste y vana;
el oído te miente, el ojo te engaña;
lo que un siglo nos dice, los otros lo desmienten.
Antes que un sueño vano, más vale la nada.
Veo sueños ya cumplidos persiguiendo sueños,
hasta caer en tumbas que esperan abiertas,
y no sé en cómo apagar mis pensamientos:
¿Y si río como los locos? ¿y si los maldigo o los lloro?
¿Y para qué?... ¿Acaso no es el todo locura?
¿Por qué tu muerte, mi ángel, tuvo que ser?
¿Acaso hay sentido en el mundo? Y tú, rostro sonriente,
¿sólo has vivido para así poder morir?
Si existe algún sentido, es retorcido y ateo,
pues en tu pálida frente no está escrito Dios.
(Traducción - Dana Giurca / José Manuel Lucía Megías)
Por la noche...
Por la noche, perezoso y cárdeno, arde el fuego en la chimenea;
desde un rincón en un sofá rojo yo lo miro de frente,
hasta que mi mente se duerme, hasta que mis pestañas se bajan;
la vela está apagada en la casa... el sueño es cálido, lento, suave.
Entonces tú te acercas por la oscuridad, sonriente,
blanca como la nieve invernal, dulce como un día de verano:
te sientas en mis rodillas, querida, tus brazos rodean
mi cuello... y tú con amor miras mi rostro que palidece.
Con tus brazos blancos, delicados, redondos, perfumados,
tú encadenas mi cuello, sobre mi pecho apoyas tu cabeza;
y como salida de un sueño, con manos blancas, dulces,
tú vas apartando los mechones de mi triste frente.
Alisas, despacio y perezosamente, mi frente tranquila
y, pensando que estoy dormido, astuta, posas tu boca de fuego,
como el sueño, sobre mis ojos cerrados y en medio de mi frente
y sonríes, como se ríen los sueños en un corazón amado.
Oh! Acaríciame, hasta que mi frente vuelva a ser lisa y suave,
Oh! Acaríciame, hasta que vuelvas a ser joven como la luz del sol,
hasta que seas clara como el rocío, dulce como una flor,
hasta que mi rostro no esté arrugado, mi corazón ya no sea viejo.
(Traducción - Dana Giurca / José Manuel Lucía Megías)