lunes, 31 de octubre de 2011

Novalis


5

Sólo que yo le tenga,
Sólo que sea mío
Sólo que el corazón, hasta la tumba,
Ya nunca, nunca de él caiga en olvido;
Nada se ya de pena, nada siento,
sino un férvido amor, gozo infinito.

Sólo que yo le tenga,
Todo de grado olvido,
Y, empuñando el baston del caminante
Dócil a mi señor tan sólo sigo,
Y, sin pensar, yo dejo que los otros
Anden por anchos, fáciles caminos

Sólo que yo le tenga
Me dormiré tranquilo,
Eternamente, un dulce refrigerio
Encontraré en el caudaloso río,
Que de su pecho fluye y todo inunda,
Cubre y penetra entre sus blandos giros.

Sólo que yo le tenga,
Ya es todo el mundo mío;
Dichoso cual un niño que, en la gloria,
Sostuviese a María el velo níveo,
En la contemplación beata absorto,
No me extremece ya el terreno abismo

4

Entre tantas horas gratas
Que he pasado en mi existencia,
Una tan sólo amo yo:
En que, entre acerbos dolores,
Descubrí dentro del alma
Quien por nosotros murió

Vi mi mundo hecho pedazos,
Por un gusano roído;
Marchito mi corazón;
Toda ilusión, toda dicha,
Yacía bajo su losa;
En mí todo era aflicción.

Enfermaba yo en silencio,
Dejar el mundo anhelaba
En mi eterno delirar,
Cuando al pronto, de la tumba,
Se alzó la losa, y el alma
Abrióse de par en par.

A quién ví, quién de su mano
Llevaba, nadie lo supo;
Lo veré en eternidad.
Y esta serena, entre todas
Mis horas, cual mis heridas,
Abierta por siempre está.



Allí donde le tengo,
Allí mi patria habito;
Cuando llueven sus gracias en mi mano,
Como preciada herencia las recibo;
Hermanos que de tiempo a faltar echo,
Hoy a encontrarlos vuelvo en sus discípulos.

7

El secreto del amor
Bien pocos lo saben;
Sienten una sed eterna
Y sienten hambre insaciable.
La Eucaristía es un extraño enigma
A los sentidos mortales.
Pero aquel que de unos labios
Cálidos, amantes,
De la vida el hálito, sorbido
Hubiere alguna vez; aquel que sabe
Cómo las brasas divinas
Al corazón del amante
Funden y derriten
El oleadas palpitantes;
Aquel que su honda mirada
Hacia los cielos levante
Y haya alguna vez sondeado
Las sacras profundidades,
Comerá de su cuerpo,
Beberá de su sangre
Eternamente
¿Quién del cuerpo terreno ha descifrado
El gran sentido inefable?
¿Quién decir podría
Que entiende lo que es la sangre?
Un tiempo todo era cuerpo,
– Un Cuerpo –; flotaban
En sangre celeste
Los venturosos amantes.
¡Oh, si de repente
Enrojecieran los mares!
¡Oh, si la carne olorosa
En los peñascos brotase! ...
Nunca terminarás, dulce convite.
Oh, amor, no dirás nunca bastante.
La intimidad más perfecta
Con que al amado poseerá el amante
Honda bastante no es nunca,
Ni al deseo infinito satisface.
Por siempre más, dulces labios
Sentirás lo gozado transformarse
En algo siempre más íntimo.
Algo que más se adentra a cada instante.
Voluptad, a cada paso más ardiente,
Toda el alma invade.
Más sediento, más hambriento
Siéntese el corazón que de amor late:
Y, por eternidad de eternidad,
El placer del amor vive y renace.
Si pudiesen gustar los hombres sobrios
Deleite tan grande,
Todo olvidarían,
Vendrían con nosotros a sentarse
A esta mesa del infinito anhelo
Que nunca vacía verán las edades
Reconocieran del amor entonces
La plenitud inagotable.
Y entonarían himnos al convite
Del cuerpo y la sangre.



8

Siempre llorar debiera, llorar siempre:
¡Ah, si una vez, al menos, él pudiera
Aparecer de lejos ante mí!
¡Santa melancolía! Jamás ceden
Mis angustias, mis lágrimas; quisiera
Permanecer, de dolor yerto, aquí.

Le veo eternamente en su tortura;
Le veo eternamente en agonía,
¡Oh, ¿cómo no te rompes, corazón?
¿Cómo por siempre no os cerráis, mis ojos?
¿Cómo no os deshacéis todos en llanto?
No merecí jamás tal galardón!

¿No llorará ninguno de vosotros?
¿Ha de caer su nombre en el olvido?
¿Es que tal vez el mundo muerto está?
¿Tal vez no volveré en sus dulces ojos
El néctar a beber de amor y vida?
¿Está, acaso, por siempre muerto ya?

Muerto ... Mas qué es lo que esto significa?
Decídmelo vosotros, oh, los sabios;
¿Podéis este misterio descifrar?
¡Ved! El ha enmudecido y todos callan.
Nadie puede indicarme aquí en la tierra
Donde mi corazón le podrá hallar.

En parte alguna de este bajo suelo
No volveré jamás a ser dichoso;
Todo fue, todo fue sueño fugaz
Yo también, yo también con él he muerto.
¡Ah, si yo en las entrañas de la tierra
Pudiese descansar con él en paz!

Oyeme, tú, su padre y padre mío:
Junta a los suyos mis ruines huesos,
Sin tardar, en la lóbrega mansión.
Verdeará de su fosa la eminencia,
En ella el viento rozará sus alas,
Y entrará mi vil cuerpo en corrupción.

Si supiesen su amor todos los hombres,
Sin vacilar, haríanse cristianos;
Lo dejarían todo por su honor;
Su único amor pondrían en el Único;
Dieran conmigo rienda suelta al llanto,
Y se consumirían de dolor.

10

Hay días desolados, que en el seno
Del miedo al alma echan,
En que parece estar el aire lleno
De espectros que te acechan.

Mil lívidos fantasmas se deslizan
Y llaman a tu puerta;
Las sombras de la noche atemorizan
Tu alma helada y yerta.

Vacila el que creías firme asiento;
La confianza perece;
Deshecho en torbellino el pensamiento,
Ningún freno obedece.

De la locura el indomable impulso
Al alma ciega azota;
Ya va la vida a detener su pulso;
El sentido se embota.

¿Quién la cruz ha plantado como abrigo
De todo ser viviente?
¿Quién habita en los cielos, dulce amigo
De toda alma doliente?

Vé al árbol milagroso que derrama
Celeste mansedumbre;
Todo tu afán consumirá la llama
Que brota de su cumbre.

Al fín un ángel en la playa tiende
Al náufrago con vida;
Y a tus pies ves gozoso que se extiende
La tierra prometida.

13

Cuando en horas terribles ya parece
Que el corazón al sino se someta;
Cuando, por cruel dolencia atenazado,
Hinca el terror en mi alma su saeta;
Cuando pienso en mi dulce bienamada,
De pena y de mortal angustia presa,
Y se nublan mis ojos, y ni un rayo
De esperanza las nubes atraviesa,

Oh, entonces siento yo que Dios se inclina
Hacia mí y que su amor está cercano
De un más allá yo siento un santo anhelo
Y avanza mi ángel hacia mí su mano.
Me trae el cáliz de la vida virgen,
Me susurra buen ánimo y consuelo,
Y, por mi dulce y triste bienamada,
No en balde elevo mi plegaria al cielo

15

En mil cuadros he visto retratada
Tu bella faz dulcísima, oh, María;
Mas en ninguno estás representada
Tal como te contempla el alma mía.

A tu vista, el tumulto de la tierra
Se me disipa como un sueño instable,
Y un cielo de dulzor inenarrable
Eternamente en mi ánima se encierra.


Himno 6

Lejos del reino de la luz, muy lejos,
De la tierra al abismo al fin yo baje.
La furia del dolor, su rudo azote
Son las señales de un feliz pasaje.
Ponga ya el pie dentro del angosto bote.
Y llévelo mi anhelo
Allá en las playas a varar del cielo.
¡Bendita seas tú, oh, eterna noche!
¡Sueño eterno, de hoy más seas bendito!
El día ha puesto en llamas nuestra entraña;
Nuestro largo penar ya está marchito;
Ya no hallamos placer en tierra extraña;
Ansiamos ir a casa;
El vivo amor al Padre nos abrasa.

¿Qué más nos falta hacer en esta tierra
Con nuestra fe y amor que nada calma?
Por siempre más lo antiguo ha fenecido,
Y ¿qué ha de traer lo nuevo a nuestra alma?
¡Ah, cuán sólo se siente y aflijido
Quien con amor profundo
Ama la primitiva edad del mundo!

¡La edad primera, cuando los sentidos
Con un excelso llamareo ardían
Y la mano del padre y su semblante
Los humanos aún reconocían,
Y al perfecto arquetipo semejante
Era alguna criatura
De pensamientos altos y alma pura!

Edad dichosa, cuando florecían
Las antiguas estirpes patriarcales;
Deseaban para el Reino de los Cielos
La prole tras las penas terrenales;
Y con reinar en estos bajos suelos
Placeres y alegría,
Corazón hubo que de amor moría.

¡Dichosa edad! Con juvenil prestancia
Dios mismo se vistió del cuerpo humano
E inmólóse a una muerte prematura
De amor en un arranque soberano;
No le arredró ni angustia ni pavura:
Dar quiso hasta ese extremo
Un testimonio de su amor supremo.

¡Oh, edad feliz! Con un ferviente anhelo
Vémosle, envueltos en la noche obscura;
Jamás será apagada en esta vida
La abrasadora sed que nos tortura
Hemos hacia la patria prometida
De adelantar camino,
Y volverás al fin, tiempo divino.

¿Nuestro regreso qué es lo que detiene?
Los que amamos, ha tiempo que reposan.
Nuestro camino, su sepulcro cierra;
Desde hoy dolor y miedo nos acosan.
Por buscar nada queda en esta tierra;
Lleno el pecho de hastío
Harto se siente; el mundo está vacío.

Infinito y preñado de misterio,
Un dulce escalofrío nos inunda;
¿Allá lejos no oís nuestro lamento
Resonar por la bóveda profunda?
Acaso de añoranza un largo aliento,
De lo alto nos envían
Hermanos que otra vez vernos ansían.

¡Sepúltenme! Que al dulce prometido,
A mi Jesús amado, ir mi alma quiere!
¡Animo ten! Para el que llora y ama
Enciende ya el crepúsculo su llama,
Postrer adiós del día que se muere.
Nos rompe un sueño el vil terreno lazo,
Y nos hunde del Padre en el regazo.

Dos extractos del himno 5

[...]

Avanza horrible espectro hacia los convidados
Y llena su alma toda de un gran terror secreto
Hasta los mismos dioses se sienten conturbados
Ni a llevar calma aciertan al corazón inquieto.
Era misteriosa de esta visión la senda;
No aplacaba su rabia ni súplica ni ofrenda.
¿Sabéis qué era? La Muerte; que esa deshecha orgía
Con dolor y con lágrimas y miedo interrumpía.
Forzado a separarse, al fin, eternamente
de lo que el alma mece en el más dulce encanto,
De todo lo que inspira, con un amor ferviente,
Anhelo infatigable e inextinguible llanto
Al mortal parecía tan sólo reservado
Un sueño mortecino, luchar desesperado.
Del placer, estrellada ya estaba la ola loca
Del hastío infinito en la funesta roca.
Embelleció al espectro queriendo hacerle inerme
La osada fantasía que hasta lo ignoto escarpa;
Un dulce adolescente la luz apaga, y duerme;
Será el fin apacible como el germir de un arpa.
Dilúyese el recuerdo de sombras en raudales:
El canto del destino, tal fue, de los mortales.
Más de la eterna muerte quedó el misterio arcano.
Oh, ¡Muerte! ¡Oh, grave signo de un gran poder lejano!

[...]

Oh, ved, ya está la losa alzada,
Abierta está la sepultura:
La humanidad resucitada,
Contigo siéntese hermanada,
Libre de toda ligadura.
Todo pesar se desvanece
Ante tu copa, que convida,
Cuando la tierra desaparece
En la suprema despedida.

La muerte, a bodas ya nos llama;
Están las vírgenes dispuestas;
Clara es la lumbre que derrama
Dentro sus lámparas la llama;
No falta aceite en nuestras fiestas.
De tu cortejo el sacro coro
Llene el profundo firmamento
Llámennos ya los astros de oro
Con dulce voz y humano acento.

A tí levántanse, oh, María,
Millares ya de corazones;
Desde la hondura de esta fría
Tierra, tan lóbrega y sombría,
Te claman: »¡No nos abandones!«
¡Ah! su plegaria no deseches;
Sanar confían de sus males
Cuando, amorosa, les estreches
Entre tus brazos maternales.

¡Cuántos de ardor ya consumidos,
Vencidos ya por cruel tortura,
De nuestro mundo desasidos
Volaron ya y contigo unidos
Gozando están de tu ventura!;
Si en horas trágicas nos vimos,
Bajaron para confortarnos.
Hoy hacia ellos ya subimos
Al lado suyo a eternizarnos.

Ante ninguna sepultura
Solloza ya quien ama y cree;
Ya del amor la herencia pura
De fuerza y hurto está segura.
¡Dichoso aquel que la posee!
Viene la noche y, en su brillo,
Se refrigera su hondo anhelo;
Su corazón es un castillo
Que guardan ángeles del cielo.

Nuestra terrena vida asciende
Hacia la vida sempiterna.
El alma ya más claro entiende
Pues ya la abrasa, ya la enciende
Una amorosa llama interna,
Los astros son racimo ingente
Que, a chorros, da vino de vida;
En un lucero refulgente
Será cada alma convertida.

Ah, dadivoso, amor invita
A todos; no hay de hoy más ausencia.
En plenitud toda se agita,
Cual mar sin playas, infinita,
Del universo la existencia.
¡Eterna noche de delicia!
¡Canto sin fin! ¡Eterno poema!
El sol que a todos acaricia
Es, oh, gran Dios, tu faz suprema.

Extracto del himno 4

[...]

Más allá yo me encamino,
De toda aflicción;
De la volupta algún día
Será un aguijón.

Aún algún tiempo me falta
Para libre ser
Y ebrio de goce en los brazos
Del Amor caer.

En mí, de vida infinita
Siento la virtud.
Oh, luz, te veo en la hondura
Desde mi altitud.

Cuando llegue a aquella cumbre
Adiós, tu esplendor;
Las sombras traerán guirnaldas
Del inmortal frescor.

Oh, sorbe, mi dulce Amado,
Mi alma sin tardar,
Que en tí pueda adormecerme
Y te pueda amar.

La ola fresca de la muerte
Ya empiezo a sentir;
Mi sangre en bálsamo y éter
Vase a convertir.

De día, yo vivo lleno
De fe y de valor,
Más, ay, por la noche, muero
De sagrado ardor.

Astralis

Joven empecé a ser una mañana
De estío; por primera vez entonces
Yo sentí el pulso de mi propia vida ...
Sentí como en un éxtasis profundo
Desmayaba el Amor; fuí despertando
Cada vez más, y el férvido deseo
De una unión aún más íntima y perfecta,
Era más imperioso a cada instante.
La voluptad es de mi ser la fuerza
Genital. Soy la sacra fuente, el centro
Del que, en inquieto torbellino, fluye
Todo anhelo del alma, centro a donde,
Rota ya el ala, en busca de reposo,
A refugiarse vuelve todo anhelo.
Vosotros no me conocéis; no obstante
Mi transformación visteis ... ¿Presenciado
Quizá no habéis como por primera vez
Yendo errabundo aquella alegre noche
Me hallé a mi mismo? ¿Un dulce escalofrío
No extremeció rozando vuestras almas?
Hundido todo en cálices de aromas
Yacía y el ambiente embalsamaba;
Y la flor se mecía silenciosa
En el raudal del oro matutino.
Era yo entonces una fuente íntima,
Un blando hervor, y cuanto había en torno,
De mí, a través y sobre mí fluía,
Y todo suavemente me elevaba.
Entonces derramóse el primer polen
Y abismóse en la trémula colora ...
Pensad, pensad en un ardiente ósculo
Después de levantada ya la mesa ...
Volví entonces de nuevo a sumergirme
En los raudales de mi propia savia ...
Un relámpago fue ... De entonces pude
Moverme y agitar el cáliz de oro
Y los pistilos tenues; y tan pronto
Como mi propia vida dió principio,
Mis pensamientos todos gravitaron
A los sentidos terrenales. Ciego
Era yo todavía y, sin embargo
Vagaban en legión claras estrellas
Por las maravillosas lejanías
De mi ser; nada aún era cercano;
Sólo lejos hallábame a mí mismo;
Era como si un eco me llegase
De los tiempos pasados y futuros.
Llevado del amor y los presagios
Y la melancolía, mi retorno
A la conciencia fue tan sólo un vuelo
Cuando en las alas del placer flotaba
Transverberóme hondo dolor sublime.
El mundo todo en flor yacía en torno
De la sacra colina luminosa.
Las palabras, al fin, de aquel profeta,
En alas convirtiéronse: ya nunca
Un ser viviente pudo estar aislado,
Que ya Enrique y Matilde se juntaron
Por siempre en una sola y viva imagen ...
Recién nacido levantéme al cielo,
Cumplido estaba el terrenal destino,
Perdido el tiempo había sus derechos
Y exigía el retorno de sus dones.

Helo aquí; al nuevo mundo radiante ya aparece;
A su presencia el día más claro se obscurece.
En las ruinas musgosas, ved ya como fulgura
Una maravillosa y rara edad futura.
Todo lo que antes era común y cotidiano,
Desde hoy parece extraño y de un misterio arcano
El reino del amor ya abierto se revela;
Ya la poesía empieza a tejer hoy su tela.
El juego primitivo de todo ser se agita
Y profundas palabras todo hombre medita,
Y así del universo el espíritu ingente
Por todas partes late, florece eternamente.
Todas las cosas deben unirse y engranarse,
Fecundarse una a otra, una a otra sazonarse.
Está representado en todos cada uno;
Al mezclarse y fundirse con todos de consumo,
Y al hundirse en el seno de toda criatura,
Siente que se remoza su personal natura,
E ideas mil se agitan de su alma en lo profundo;
Al fin el mundo es sueño, al fin el sueño es mundo
Y lo que en el pasado cumplido ya creemos
Otra vez desde lejos verlo venir podemos,
Libre la fantasía la existencia domine,
Los hilos de la vida a su placer combine,
Y a su placer las cosas se encojan o desplieguen
Y sus neblinas mágicas el mundo entero aneguen.
Aquí están vida y muerte, tristeza y alegría
Unidos por el lazo de íntima simpatía ...
Todo el que se ha rendido al amor sobrehumano,
De sus hondas heridas jamás se verá sano.
Y todo lo que nuestra visión interna enlaza
Desgarra nuestra entraña, cuando se despedaza;
Y el corazón se siente huérfano, abandonado,
Antes de que del mundo se haya libertado.
En lágrimas disuélvese el pobre cuerpo inerte,
En una inmensa fosa el mundo se convierte,
En donde consumido por insaciable anhelo
Nuestro corazón cae, hecho ceniza, al suelo.