viernes, 26 de febrero de 2016

La confesión de un gitano


La confesión de un gitano es un romance dialogado de teatro popular andaluz-manchego muy divulgado por los Montes de Toledo; hay muchas variantes y no he intentado reconstruir el original; entre las manchegas conozco versiones de Puebla de don Fadrique y Montalvos, Albacete; entre las andaluzas, de Cortes de Baza, Sierra de Segura, Benímar (Almería) etcétera. La versión que ofrezco es popular y fue representada escénicamente en Montalvos, Albacete, a fines de los años cuarenta. Fue reconstruido de memoria por Emilio Lara. Es una obra un poco políticamente incorrecta, pero muy cómica. Está tomada de aquí.

La acción se desarrolla en el patio de la casa del cura, que forma parte de una iglesia rural manchega. Mientras el cura permanece sentado con un libro en las manos a la sombra de una higuera, aparece ante él un gitano alto y mal encarado que porta una larga vara de fresno.

GITANO.- Padre, vengo a confesarme.

CURA.-¿A confesarte!

GITANO.-Sí, a eso vengo,
a ver si quiere escucharme
y de gratis perdonarme,
los pecaíllos que tengo.

CURA.-Eso es cierto?

GITANO.-Se lo juro.

CURA.-Al confesionario iremos.

GITANO.-No, que allí está muy oscuro.
Este sitio es más seguro.
Aquí que las caras nos vemos.

CURA.-Algún ángel te ha inspirado
a que busques confesión.
Ven, acércate a mi lado.
Cuéntame lo que has pecado,
que Dios te dará el perdón.

(Para sí)

GITANO.-Vaya tío y que buen cachorro está.

CURA.-Vamos, cuéntame, hijo mío.

GITANO.-Padre, si es que no me fío,
de decirle la verdá.

CURA.-¿Temes que yo te delate?
El confesor no hace eso.

GITANO.-Si hace usté tal disparate,
le echo mano al gaznate,
y lo dejo patitieso.

CURA.-hijo, no seas así.
No te impacientes, ten calma,
que yo rezaré por tí
para conseguir así
la salvación de tu alma.
Empieza ya, ves diciendo:

GITANO.-Verá, yo fui una mañana,
cuando estaba el día rompiendo,
y me encontré a mi gitana,
que se estaba divirtiendo
con un gachó que vestía
lo mismico que viste usté.
¡Y cómo se divertían!
Al verme entrar ¡Madre mía!
Se jiñó encima, chipén.
Ella comenzó a gritar,
y yo pa que no gritara,
le largué una bofetá,
que algo más de la mitá
se le perdió de la cara.
A los gritos infernales
que lanzaba el amor mío,
acudieron los curiales
a recoger los quijares,
que entavía no han paecío.
Se echaron encima e mí
lo mismico que chusqueles,
pero yo no me encogí.
Le di aire a los pinreles,
y como un rayo salí.
Tomé viento y me largué.
Ya en la calle, al primer paso,
con un guardia me topé,
y de un solo puñetazo,
sin narices lo dejé.
Aquello fue más sonao
que en Toleo la campana,
y yo lo he recomendao
pa bailar las sevillanas
con un guiri en un tablao.
Desde aquel maldito día,
no me dejaron parar;
como me se perseguía,
pa ganarme la comía,
fuí y me dediqué a afanar.
Mangué un pollino en Lucena.
Una jaquilla en Carmona.
Una muleta en Purchena.
Dos mulas en Estepona
y un caballo en Trebujena.
Usando las mañas mías,
y sin pecar de ignorancia,
me hice en muy pocos días,
hombre de gran importancia,
tratante en caballerías.
Entré a una iglesia a rezar,
y en un rincón me escondí.
Cuando me quise marchar,
se vino detrás de mí,
to lo que había en el altar.
A la Virgen le pedí
los pendientes y el anillo.
Ella me dijo que sí.
Y los cuartos del cepillo,
que también los recogí.
A un fraile muy gordinflón,
de esos que cantan en coro,
al darme la bendición,
le trinqué una cruz de oro,
diez duros y un medallón.
Me recogió un ermitaño,
una noche de aguacero,
y sin querer hacer daño,
me llevé tres candeleros
y una bandeja de estaño.
Me encontré a un cura en un prao
que se empeñó en confesarme.
Después de oírme, asustao,
no se atrevió a perdonarme
y lo enterré en un sembrao.
¿Qué, qué tal la confesión?

CURA.-Flaquezas del ser humano.

GITANO.-¿Me dará la absolución?

CURA.-Sí, hijo y Dios soberano
te concederá el perdón.

GITANO.-Entonces voy a seguir.

CURA.-¿Te queda más todavía?

GITANO.-Claro está padre, que sí.

CURA.-Déjalo para otro día.

GITANO.-Ca, yo ya no vuelvo a venir.
Como soy un buen cristiano,
tengo miedo a condenarme,
y además que soy gitano,
quiero deltó confesarme,
a ver si la gloria gano.

CURA.-Sigue pues, pero abreviando.

GITANO.-Está bien, abreviaré.
Ya sabe usté que afanando,
la manduca me gané,
cuando no pude engañando,
por andequiera que fui,
de lo que vi me apropié.
Que nunca miedo he tenío,
siéndome todito listo,
y que ande yo me he metío,
lo que mis ojos han visto,
mis manos han recogío.

CURA.-¿Queda más?

GITANO.-Una aventura,
de una vez que fui a emparnarme
a un pueblo de Extremadura,
y al no tener qué llevarme,
ne llevé al ama del cura.

CURA.-Hijo, no tienes salvación.
Poder salvarte no espero.

GITANO.-Sí le ha entrao a usté quemazón,
pero en fin me se figura,
que a usté ya se le olvidó,
que fue también otro cura
el que amí me la quitó.
Bueno, yo ya he terminao.
Puede perdonarme o no.
Porque si queo condenao,
con usté voy a hacer yo,
lo que con aquel del prao.

CURA.-Sí, sí, sí te absolveré,
aunque eso es muy grave.

GITANO.-Padre, ya está hecho ¿Qué quié usté?
Por la gloria de mi madre,
que otra vez no lo haré.

CURA.-Yo te perdono hijo mío,
de Dios en su santo nombre,
y, procurarás, confío,
desde hoy ser un buen hombre.

GITANO.-Eso yo siempre lo he sío.

CURA.-Ya estás listo, márchate.

GITANO.-Padre, ¿Y la penitencia?

CURA.-Yo por tí la cumpliré.

GITANO.-¡Qué buenecico es usté.
Ya me ha limpiao la concencia.
Padre, ahora que me acuerdo,
yo no sé si volveré.
Y por si acaso me pierdo,
y no lo vuelvo a usté a ver,
quiero que me dé un recuerdo.

CURA.-¡Un recuerdo?

GITANO.-Claro está.
Yo tengo muchos apuros.
Ni ayer ni hoy, gané na.
Deme usté veinte durillos,
pa que me pueda najar.

CURA.-Tómalos y vete ya.

GITANO (para sí).
Válgame y qué tonto he sío.
He hecho una barbaridá.
Si más le llego a pedir,
lo mismico me lo da.
-Adiós padre, buena suerte.
Que se conserve usté bueno.
Si otra vez vuelvo a pecar,
cuando tenga el saco lleno,
volveré aquí a confesar.

CURA.-Adiós hijo, buena suerte.
Que te conserves muy bien.
Que Dios quiera protegerte.
Y que yo no vuelva a verte,
por nunca, jamás, amén.

El spanking o azotaina


BUENA PERSONA 

-¡Tío, tío! –Aquí estoy ya.
-¡Qué infamia! ¡Qué villanía!
-¿Qué tienes, sobrina mía?
-Que me ha pegado mamá.
-¿Mi hermana, di? –Sí señor.
-¿Y por qué?... ¡Dios la confunda!
-¿Algún cachete? –Una tunda
de las de marca mayor.
¡Ay tío, qué vapuleo!
¡Qué redoble! ¡Zas, zis, zas!
¡Una costilla no más
se ha librado del solfeo!
Moquetes, y… sin recato
(sentiré escandalizarte)
en salva sea la parte
desnuda, con un zapato.
¡Una que ni a los chiquillos!
Tengo los cuatro carrillos
que me están echando lumbre.
-¿Los dos? –Los cuatro.- Ya... ya...
Ahora lo adivino todo.
¿Qué has hecho que de ese modo
te ha solfeado mamá?
-Pues mirar por la familia,
ser formal. –¡Vaya un capricho!
-Mamá hace un rato me ha dicho:
“Hay que decidirse, Emilia,
tienes tres novios y no
quisiera yo que perdieres
la ocasión. ¿A cuál prefieres?”
Y entonces le dije yo:
“Si es forzoso decidir,
voy a hablarte sin empacho.
Mira: Andrés es un muchacho
como no hay más que pedir.
Su exquisita educación
y su porte distinguido
confieso que han encendido
en amor mi corazón;
gentileza y juventud
une a un talento probado,
y además es un dechado
de honradez y de virtud.
Tiene un alma generosa;
todo cuanto puede hacer
la dicha de una mujer
que consiga ser su esposa.”
-¡Me gusta que así lo alabes!
-...Y en el Tribunal de Cuentas
tiene ya dos mil quinientas
pesetas de sueldo ¿sabes?
Y, según vale, confío
que ascienda rápidamente:
es un muchacho excelente,
en fin, una ganga, tío.
Juan, en cambio, es un tunante:
botín, taurina, cafés…
y sombrero cordobés,
juergas y cañas y cante.
Siempre de toros (me irrita)
la conversación entabla:
cuando del Reverte no habla,
es para hablar del Guerrita.
Tiene fortuna corriente
y hasta escudo de nobleza.
¿Que sentará la cabeza?
¡Pero hasta que no la siente…!
El tercero es necio y tonto,
don Ramiro Pérez Mota,
un vejestorio con gota
que se morirá muy pronto.
Gasta peluca con rizos.
Es un mentecato, un lerdo
reparado del izquierdo
y lleva dientes postizos.
Además es tartajoso.
Tiene (y cada año la aumenta)
veinte mil duros de renta,
pero es lo más asqueroso.
La elección, como tú ves,
no era dudosa. Elegí...
-¡No digas más…! Entendí.
¡Al intachable, a tu Andrés!
-No, a Don Ramiro. -¿Tú... tú?
¡Casta! -¿Qué hace usted? -Ven, Casta,
mira, toma mi bambú
y renueva el vapuleo…
-¡Tío, por Dios! -¡Chilla, chilla!
¡Y te rompo la costilla
que se libró del solfeo!

Rafael María Liern (1832 – 1897) 

Publicado en la revista Madrid Cómico núm. 590 del 9 de junio de 1894.

viernes, 12 de febrero de 2016

Rubén Darío, Poemas


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!

A MARGARITA DEBAYLE

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,

un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vió una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fué la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?"

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
"Fuí a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad."

Y el rey clama: "¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar."

Y dice ella: "No hubo intento;
yo me fuí no sé por qué;
por las olas y en el viento
fuí a la estrella y la corté."

Y el papá dice enojado:
"Un castigo has de tener:
vuelve al cielo, y lo robado
vas ahora a devolver."

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: "En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí."

Viste el rey ropas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.

La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave de oro;
y en un vaso olvidado se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe del Golconsa o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nulumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real,
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

¡Calla, calla, princesa dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,
a encenderte los labios con su beso de amor!


YO PERSIGO UNA FORMA

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

A Reynaldo de Rafael

Yo adoro a una sonámbula con alma de Eloísa,
virgen como la nieve y honda como la mar;
su espíritu es la hostia de mi amorosa misa,
y alzo al són de una dulce lira crepuscular.

Ojos de evocadora, gesto de profetisa,
en ella hay la sagrada frecuencia del altar:
su risa en la sonrisa suave de Monna Lisa;
sus labios son los únicos labios para besar.

Y he de besarla un día con rojo beso ardiente;
apoyada en mi brazo como convaleciente
me mirará asombrada con íntimo pavor;

la enamorada esfinge quedará estupefacta;
apagaré la llama de la vestal intacta
¡y la faunesa antigua me rugirá de amor!


CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA
A José Enrique Rodó

I
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fuí de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopollita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinitas.

Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud... ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan la fragancia...
una fragancia de melancolía...

Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fué porque Dios es bueno.

En mi jardín se vió una estatua bella;
se juzgó de mármol y era carne viva;
un alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.

Y tímida, ante el mundo, de manera
que encerrada en silencio no salía,
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...

Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de "te adoro", de "¡ay!" y de suspiro.

Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas.

Con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.

Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa varleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;

todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...:
Si hay un alma sincera, ésa es la mía.

La torre de marmil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.

Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fué el dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.

Mas, por la gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.

Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.

¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
fuente cuyo virtud vence al destino!

Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela.

Perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra,
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna vida sus semilas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.

El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.

Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita.
El Arte puro como Cristo exclama:
¡Ego sum lux et veritas et vita!

Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.

Tal fué mi intento, hacer del alma pura
mía, una estrella, una fuente sonora,
con el horro de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.

Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira,
bruma y tono menor ¡toda la flauta!,
y Aurora, hija del Sol ¡toda la lira!

Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fué a la onda,
y la flecha del odio fuése al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
si triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén... ¡la caravana pasa!


LOS CISNES
A Juan Ramón Jiménez

¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?

Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez....

Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras
y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas obscuras.

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.

Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni han Alfonsos ni Nuños.

Faltos del alimento que dan las grandes cosas,
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.

La América Española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros,
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león...

...Y un Cisne negro dijo: "La noche anuncia el día".
Y uno blanco: "¡La aurora es inmortal, la aurora
es inmortal
!" ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aun guarda la Esperanza la caja de Pandora!

LOS MOTIVOS DEL LOBO

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertos y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: "¡Paz, hermano
lobo!" El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: "!Está bien, hermano Francisco!"
"¡Cómo! exclamó el santo. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangare que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?"

Y el gran lobo, humilde: "¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre, que iban a cazar!"

Francisco responde: "En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"

"Esta bien, hermano Francisco de AsIs."
"Ante el Señor, que toda ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata."
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.

Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, bajo la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.

Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: "He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriente.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios." "¡Así sea!",
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió la testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.

Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto en los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dió treguas a su furor jamás,
como si estuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos los buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fué a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.

"En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote dijo, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho."

Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:

"Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.

Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fué como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad."

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos..."

CANTO DE ESPERANZA

Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.

¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios, y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno del Cristo.

La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.

Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombras la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.

¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?

Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida,
que, amante de tinieblas, tu dulce aurora olvida.

Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.

Y tu caballo blanco, que miró al visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.


LETANIAS DE NUESTRO SEÑOR
DON QUIJOTE

A Navarro Ledesma.

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alimentas y de ensueños vistes,
coronado de áureo y yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias,
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

Caballero errante de los caballeros,
barón de varones, príncipe de fieros,
par entre los pares, maestro, ¡salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas, y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a arfeo, tienes a orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegas o relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol;
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!

¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiemblan las florestas de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hámlet te ofrece una flor.)

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega, casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos, señor!

De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...

¡Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de sueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón!


ALLA LEJOS

Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de la armonía
del trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.

Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada;
y tú, paloma arrulladora y montañera,
significas en mi primavera pasada
todo lo que hay en la divina Primavera.



LO FATAL

A René Pérez.

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!



PROPOSITO PRIMAVERAL

A Vargas Vila.

A saludar me ofrezco y a celebrar me obligo
tu triunfo, Amor, al beso de la estación que llega
mientras el blanco cisne del lago azul navega
en el mágico parque de mis triunfos testigo.

Amor, tu hoz de oro ha segado mi trigo;
por ti me halaga el suave son de la flauta griega,
y por ti Venus pródiga sus manzanas me entrega
y me brinda las perlas de las mieles del higo.

En el erecto término coloco una corona
en que de rosas frescas la púrpura detona;
y en tanto canta el agua bajo el boscaje oscuro,

junto a la adolescente que en el misterio inicio
apuraré, alternando con tu dulce ejercicio,
las ánforas de oro del divino Epicuro.

NOCTURNO

A Mariano de Cavia.

Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero rüido...

En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados...

Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.

y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!

Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.

Juan Ramón Jiménez Dos sonetos

    RETORNO FUGAZ

¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
—¡Oh corazón falaz, mente indecisa!—
¿Era como el pasaje de la brisa?
¿Como la huida de la primavera?

Tan leve, tan voluble, tan lijera
cual estival villano... ¡Sí! Imprecisa
como sonrisa que se pierde en risa...
¡Vana en el aire, igual que una bandera!

¡Bandera, sonreír, vilano, alada
primavera de junio, brisa pura...
¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste!

Todo tu cambiar trocose en nada
—¡memoria, ciega abeja de amargura!—
¡No sé cómo eras, yo qué sé qué fuiste!



RAMA DE ORO


Doliente rama de hojas otoñales
que el sol divino enjoya y transparenta,
cuando hurta el sol la nube, polvorienta
rama es, de miserias materiales.


Todas las maravillas inmortales
que la hoja de oro exalta y representa,
se las lleva la hora turbulenta
al centro de los senos celestiales.


Corazón, seco, vano y pobre nido
en que los sempiternos resplandores
hallan, un punto, refuljente calma.


Cuando el amor te deja en el olvido,
se truecan en cenizas tus fulgores
y es vil escoria lo que creíste alma.

Manuel Machado, Adelfos

Adelfos
 

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
soy de la raza mora, vieja amiga del Sol,
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

Besos ¡pero no darlos! Gloria.... ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
¡Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir!

¡Ambición! No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.
¡El beso generoso que no he de devolver!

miércoles, 10 de febrero de 2016

Federico García Lorca, Pequeño vals vienés

De Poeta en Nueva York

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

domingo, 7 de febrero de 2016

Si... de Rudyard Kipling

Si conserváis ta calma mientras todos
la cabeza perdieron y os censuran;
si en vosotros creéis sin ofenderos
de que os pongan los otros bajo duda.
Si al mendaz toleráis sin ser mendaces;
si esperáis sin fatiga ni cansancio;
si no pagáis el odio con el odio
sin por ello adoptar aires magnánimos.
SÍ pensáis y soñáis sin rendiros a los sueños
ni convertir el pensamiento en meta;
si sabeis afrontar fracaso y triunfo
tratando de igual forma a esos dos impostores.
Si soportáis que la verdad que hablasteis
la truequen en embuste gentes necias;
si las cosas que hicisteis veis caídas
y las habéis de alzar sin herramientas.
Si cuanto con trabajo conseguisteis
a un solo golpe lo arriesgáis de suerte
y si sabéis, perdiendo, vuestra vida
hacer que de nuevo recomience.
Si vuestro corazón y vuestras fibras
servir hacéis, aun cuando estén deshechos,
y si sabéis luchar faltando todo
salvo la voluntad que dice: «Quiero».
Si frecuentando al vulgo os guardáis sabios
y si sensatos, al tratar a reyes;
si a todos apreciáis y poco a todos,
y nadie, amigo o no, dañaros puede.
Si a sesenta segundos de distancia
el minuto alejáis de odio y reproche,
vuestra es la tierra con cuanto contiene
y, lo que es más, oh, hijos, seréis hombres.