Estas que sirven a señoras, ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien pueden hablar tú por tú, con quien digan: ¿qué cenaste?, ¿estás preñada?, ¿cuántas gallinas crías?, llévame a merendar a tu casa; muéstrame tu enamorado; ¿cuánto ha que no te veo?, ¿cómo te va con él?, ¿quién son tus vecinas?, y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es "señora" continuo en la boca! Por esto me vivo sobre mí desde que me sé conocer. Que jamás me precié de llamarme de otro; sino mía. Mayormente de estas señoras, que ahora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota de las que ellas desechan pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, continuo sojuzgadas, que hablar delante de ellas no osan. Y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un caramillo: que se echan con el mozo o con el hijo, o pídenles celos del marido o que meten hombres en casa, o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeza, diciendo: "Allá irás, ladrona, puta, no me destruirás mi casa y honra".
Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas, esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Estos son sus premios, estos son sus beneficios y pagos. Oblíganseles a dar marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas; sino "puta acá", "puta acullá". "¿A donde vas, tiñosa? ¿Qué hiciste, bellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sartén, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, sucia? ¿Cómo dijiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián lo habrás dado. Ven acá, mala mujer, la gallina habada no parece: pues búscala presto; si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré". Y tras esto mil chapinazos y pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria es reñir. De lo mejor hecho menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada y cautiva.