Despareció un gañán en Peñalperros
y asesinado le creyó la fama,
llenándose de cuentos las mil fojas
de la oportuna causa.
Procesose a un vecino desgraciado,
sin que el cuerpo del muerto resultara,
y, en defensa del reo, su letrado
largó esta perorata:
«Se ha buscado al difunto en todas partes,
y el mismo procesado vio en su casa
al juez, al escribano y alguaciles,
que constan en el acta.
Sospechó la justicia que en un pozo
el presunto interfecto se encontraba,
y, aunque echaron el gancho los ministros,
todo era sombras y agua.
Harto ya el señor juez de dilaciones,
cogió los hierros sin decir palabra
y, a pesar de su celo en la maniobra,
solo arañó las tapias.
Limpiándose el sudor y convencido
de no haber en el pozo cosa extraña,
dijo, dando el anzuelo al escribano:
— ¡A ver usted qué agarra!
Sonrió el aludido satisfecho,
echó los garfios, los movió con ansia,
y, seguro del éxito, decía:
— ¡A mí no se me escapa!
echó los garfios, los movió con ansia,
y, seguro del éxito, decía:
— ¡A mí no se me escapa!
Creyó sentir un poso, izó ligero
y... ¡asómbrese la sala...!
¡Fue la primera vez que el escribano
tampoco sacó nada!»
y... ¡asómbrese la sala...!
¡Fue la primera vez que el escribano
tampoco sacó nada!»
FERMÍN SACRISTÁN