miércoles, 3 de octubre de 2007

A un galán del siglo XVII, Enrique de Mesa


Acuchilla los toros del Jarama
como a los alguaciles de la ronda,
y en su rizada cabellera blonda
prendió su corazón más de una dama.

Si del amor, en la agridulce trama,
desvío y burla halló su pasión honda,
es bien que en rimas su despecho esconda
y en madrigal convierta un epigrama.

Y cuando en duelo, por amor reñido,
rueda a sus pies el contrincante herido
y en tierra dice: "¡Confesión, que muero!",

a la luz del farol que, débil, brilla,
doblegando, cristiano, la rodilla,
le da a besar la cruz: la de su acero.