lunes, 19 de febrero de 2007
El niño yuntero, de Miguel Hernández
°***°***°***°
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
De Viento del pueblo.
El soldado español en Flandes, por Pedro Calderón de la Barca
Estos son españoles, ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados
y sin temor, pues sufren a pie quedo
con un semblante, bien o mal pagados.
Nunca la sombra vil vieron del miedo
y, aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto;
solo no sufren que les hablen alto.
En El sitio de Bredá.
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Siglo XVII
Primero cogieron, Anónimo
Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí
no quedaba nadie para protestar.
No se culpe a nadie, por Julio Cortázar
El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguir hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estar impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire fr¡o de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahi arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fria, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.
Incluido en Final de juego (1956)
El soldado español, por Pedro Calderón de la Barca
El soldado español de los Tercios.
Pedro Calderón de la Barca
Este ejército que ves
vago al yelo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado,
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí, a lo que sospecho,
no adorna el vestido el pecho,
que el pecho adorna al vestido.
Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.
Aquí, la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es: ni pedir ni rehusar.
Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el valor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados,
que, en buena o mala fortuna,
la milicia no es sino una
religión de hombres honrados.
Pedro Calderón de la Barca
Este ejército que ves
vago al yelo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado,
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí, a lo que sospecho,
no adorna el vestido el pecho,
que el pecho adorna al vestido.
Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.
Aquí, la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es: ni pedir ni rehusar.
Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el valor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados,
que, en buena o mala fortuna,
la milicia no es sino una
religión de hombres honrados.
Quijote macarrónico, por Ignacio Calvo
El Quijote en latín macarrónico por Ignatium Calvum
Historia domini quijoti manchegui
CAPITULUM PRIMERUM
Historia domini quijoti manchegui
CAPITULUM PRIMERUM
In isto capítulo tratatur de qua casta pajarorum erat dóminus Quijotus et de cosis in quibus matabat tempus
In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus. quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo. Manducatoria sua consistebat in unam ollam cum pizca más ex vaca quam ex carnero, et in unum ágilis-mógilis qui llamabatur salpiconem, qui erat cena ordinaria, exceptis diebus de viernes quae cambiabatur in lentéjibus et diebus dominguis in quibus talis homo chupabatur unum palominum. In isto consumebat tertiam partem suae haciendae, et restum consumebatur in trajis decorosis sicut sayus de velarte, calzae de velludo, pantufli et alia vestimenta que non veniut ad cassum.
Talis fidalgus non vivebat descalzum, id est solum: nam habebat in domo sua unam aman quae tenebat encimam annos quadraginta, unam sobrinam quae nesciebat quod pasatur ab hembris quae perveniunt ad vigésimum, et unum mozum campi, qui tan prontum ensillaba caballum et tan prontum agarrabat podaderam. Quidam dicunt quod apellidábatur Quijada aut Quesada, álteri opinante quod llamábatur otram cosam, sed quod sacatur in limpio, est quod suum verum apellidum era Quijano: sed hoc non importat tria caracolia ad nostrum relatum, quia quod interest est dícere veritatem pelatam et escuetam. Oportet scire quod sobredichus fidalgus, in ratis quibus estabat ociosus (qui erant quasi totis anni) enfrascabatur in lectura librorum caballeriae cum aficione tanta et gustu tanto, quod dejavit quasi per completum exercicium cazae et etiam administrationem suae haciendae, et tam emperratum estabat in istis cosis de la caballeria andante quod véndidit plures fanegas terrae sembradurae ut compraret libros ad talem asuntum pertinentes, de quibus implevit domum suam. Noctes et dies estabat dale que dale super interpretacionem quarundam frasium sicut ista: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Non est dicendum, tremendum baturrillum formatum in suo calletre, qui quidem, magis quam cerebrum humanum, videbatur espuertam gatorum pequeñorum.
In multis ocasionibus, disputavit cum Parroco sui pópoli (qui erat homo doctus gratuatus in Seconcia) super qualem fuisset meliorem caballerum, Palmerinum Inglaterrae aut Amadisem de Gaula. et in ista disputacione interiTeniebat magister Nicolás (barberus pópuli) dicendo quod nullus caballerus llegavit ad alturam caballeri dicti del Febo, cum quo solúm potebatur comparare dóminus Galaor, frater Amadisis de Gaula, qui non erat tan melindrosus nec lloriques sicut ille et tamen in valore non ibat in zagam illius. In uno verbo dicamus totum: ille consumebat dies enteros et noctes completas in istis lecturis, et ita cum tan exigua dormicione et lectura tan multiplicata, secavit molleram suam et pérdidit judicium. Totum quod in illis libris legebat, sicut amores, pendenciae, batallae, requiebri, etc., etc., intrabat in sua fantasia et arraigabat tantum in illa, ut nulla historia erat plus vera quam illae tonteriae.
Dicebat quod erat bonus caballerus Cid Ruy Díaz, sed non potebat descalzare caballero dicto de la Ardiente Espada qui quidem cum uno solo revesaire, fecit quatur cachos duobus fieris et descomunálibus gigántibus. Sed cum quo magis perdebat chavetam, erat cum Reinaldos de Montalbán et multo magis quando videbat illum salire de suo castillo ad furandum omnes quos topabat, sine parare in barras, sicut fecit cum ídolo áureo Mahomae ad quem echavit uñas et apañavit, ut historia narrat. Revolvebantur tripae suae, propter imposibilitatem propinandi unam pateaduram, traidori Galaon et cum gustu dedisse propter istam pateaduram, amam suam et etiam sobrinam tanquam añadiduram.
Et accidit quod rematatum totaliter judicium suum, empollavít in suo cacúmine ideam tan extravagantem, ut nullus locus soñáverat usque ad illum tempus: Ille crédidit non solúm conveniens sed necesarium suo honori et honori reipúblicae. fieri caballerum andantem et percúrrere mundum cum suis armis et suo caballo, ad buscandas aventuras et ad faciendas omnes fazañas scriptas in suis libris predilectis, cum quo adquireret aeternum nomen et famam aeternam. Statim ac concepít talem chifladuram, dedit se prisam ad realizandam illam. Primum quod fecit fuit limpiare quasdam armas quae erant suorum abuelorum et quiae estabant arrinconatas et plenas orinis et mohi, sed quando habebat illas limpias, notavit quod habebant faltam magnam scilicet carebant celata encaji, quia tantún habebant simplem morrionem; sed non se acobardavit per ipsum, quia ille erat mañosus et aprehendens áliquos cartones arreglavit unam cosam quae videbatur celatam. Ut se cercioraret de consistencia talis aparatus, sacavit gladium et dedit super illam duos mandobles et, quómodo potest suponere, fecit illum añicos, perdens in uno momento quod fecerat in semana una; sed non arredravit se per ipsum golpem fatalem; sumpsit álteros cartones et fecit álteram celatam et reforzavit eam cum barris ferreis et excusis mandoblibus, vidit esset bonam et risit de gustu.
Postea bajavit ad cuadram ad examinandum caballum suum, qui quidem etsi habebat plures tachae quam caballus Gonela, qui tantilm pellis et ossa fuit, apparuit Quijoto melior quam Bucefalum Alexandri Magni et melior quam Babieca Cidis. Quator dies pasavit cavilando qualem nomen fuerit adequatum ad rocinem suum, quia conveniebat quod caballus tanti caballeri, habuerit nomen struendosum et rotundum, et posquam scripsit multa nómina et borravit et áddidit et trasmutavit et tornavit et revolvit, venit ad nomen Rocinante, nomen altum, sonorum et significativum in mente Quijoti. Impósitum nomen caballo, restabat álteram cosam non minus peliagudam, scílicet imponere nomern seipso, in quo empleavit non minus quam octo diés, et ad finem illorum, venit ad se nominandum Quijote ad secas.
Dun saboreabat nomen, venit ad suam mantem, quod ille valerosus amadis, non quedavit satisfechum cum se nominare tantúm Amadis, sed addidit nomen partie suae, et nominativ se: Amadis de Gaula, propoter quod noster homo dedit brincum in honorem, felicis ocurrenciae, et dixit: Ego nominabor Quijote de la Mancha.
Totum yam ita dispósitum, ut nihil videbatur restarted ad faciendum, nec in armis, nec in caballo: nec in ipso, vedit cum manga desconsolacione quod adhuc restabat barum ad desolladum id est,restabat buscare damam ad quam dediscasset amorem suum, quia caballerus andantis sine amóribus, erat velut arbol sin frúctibus nec folis, corpus sine ánima, aut melius esqueletus sine carne.
Dicebat ille: " Si ego invenio áliqüem gigantem, et in lucta derrivo eum in terra; aut facio sui córporis duos cachos, aut simpliciter rindo eum; non erit bunum non habere damam ad quam remítere et ad cuyus pedes ínquetur de rodillas, dicens húmili voci: -Ego, dómina sum gigans Caraculiambrus, dóminus ínsulae Malindrania, qui vinctus fuit, in singulares batalla, ab illo nunquam bene laudato dómino Quijoto de la Mancha, qui remitit me ad vos, ut disponaits de me sicut antojetur.
Cum tali discurso, dóminus Quijotus salivit de suis casillis et magis, quando statim invenit objetum femininum suarum ilusionum, qui erat una moza lugaris vicini pro qua in áltero témpore ille andubuit enamoratum. Illa erat mcuhacha labradora boi visus, quae apellabatur Aldonza Lorenzo, naturalis de El Toboso et ad quam etiam mudavit nomen un álterum póeticum, peregrinum et significativun, sicut omnes quos imposureat sibi ipsi et suis cosis: dómina amorum dómini Quijoti, appellata fuit, usque in aeternum, Dulcinea del Toboso.
CAPITULUM SECUNDUM
In quo videtur quómodo dóminus Quijotus tiravit se ad campum per vicem primeram
Yam ultimatis ómnibus preparativis, noluit retardare realizacionem suae chifladurae; credens quod mundus enterus piabat per illum, ut desterraret agravia, enderezaret entuertos, corrigeret abusos, satisfáceret deudas et, in uno verbo, apretaret clavijas in tinglatum omnis societatis. Et ita, sine dicere ista boca est mea, et procurando quod nec vidisset eum una rata, quaedam mañana mensis julii, quando adhuc non videbatur in claro, aparejavit Rocinantem, vestivit trajem batallarum, aperuit portam falsarn corralis, dedit timido et silencioso brinco in caballo et exit in campum repletum alborozi, videns cum cuanta bona sombra incipiebat realizare desiderium tanto témpore clavatum in mollera. Posquam fecit dare Rocinanti unum trotecitum, quedavit paratum, considerans quod non erat caballerus armatus; propter quod non poteba (sine quebrantamento legum Caballeriae) fácere arrnas cum áltero caballero, et hoc fecit titubeare. et paucum faltavit ut volveret grupas; sed recordando quod álteri caballeri fecerunt, id est: ut dedisset illis legaliter armas, primus qui toparunt in camino, satisfecit se cum isto remedio, et se proponens pónere in práctica in prima occasione, arreavit jacum et caepit caminare in alis suae locurae.
Andante camino, loqüebatur secum et dicebat: -Quis dúbitat quod in futuris tempóribus, quando veniat ad lucem vera historia mearum fazañarum. ille sapiens narrator qui scribat illas, comenzavit relatum istius primae excursionis cum isto elocuentissimo párrafo? *Pené rubicundus Apolo exténderat per superficiem anchae et espaciosae terrae, fibrae deauratae sui formosi capili et pené parvículi et formosi pajarilli, cum suis arpatis lingiiis, rosatam auroram salutáverant. aerem implendo dulcissimis trinis, famosus caballerus dominus Quijotus de la Mancha, relinqiiens plumas ociosas sui lecti, ascendit super suum famosum Rocinantem et caepit caminare per antiquum et notum campum de Montiel." Deinde dixit:-Felix aetas et dichosum saeculum ille in quo publicentur fazañae meae, dignae esculpi in marmolibus et in bróncibus ut in futurum non perdantur. Et tu, incantator sapiens, cui, pertineat esse coronistam istius historiae, peto a te ut non obliviscas dedicare párrafum me Rocinanti, qui erit compañerus aeternus in ómnibus caminis et in ómnibus carreris.
Deinde hondísimo supiro qui faciebat retemblare fibras sui pechi, dicebat:
-oh, tu, princesa, Dulcinea, domina istius cautivi cordis, magnum agravium me fecisti, quando in meo secessu, voluisti ut ego non compareret ante fermosuram vestram, cum qua repulsa feristi cor meum, plenum tui amoris!
In ista forma ibat dominus Quijutus ensartando disparates super disparates, et caminando pasum ad pasum, sine invenire cosam dignam percontari, cum magna sua desperacione, quia ardenter desiderabat probare esfuerzum brazi sui. Veniente nocte, tantum tripae rocini quantum tripae caballeri, refunfuñabant ad invicem, petiendo respective pajam et panem, et Quijotus aspiciebat ad latum dextrum et sinistrum, quaerens áliquam chozam vel castellum ubi poneret in práctica illum adagium: tripae ferunt pedes. Et vidit a longinquo ventam unam, quae fuit sicut estella quae non ad portalem Belenis condúceret, sed ad palacia suae redemptionis. Tunc metivit espuelas in corpore afarolato sui caballi, et pervenit ad ventam quando nocturnae sombrae seminábantur in terra.
Casualitas fecit ut in porta illius ventae fuerint duae mozae de his quae apellantur de rompi-rasga quae quidem ibant in civitatem Sevillae cum quibusdam arfieris qui voluerunt terminare jornatam in illo ventorro; et sicut noster aventurerus credebat a pédibus juntis, quod totum quod videbat erat cosam creatam ad gustum suae fantasiae, crédidit quod illa venta erat unus castellus cum quatuor túrribus et capitelibus argenti lucientis, cum ponte levadizo, fosa et aliis cosibus ejusdem especiei. Ad quatuor pasus ventae, retinuit caballum, espectans ut aliquis enanus asomasset per almenas ad dandam señalem cum trompeta propter adventum unius caballeri ad castellum. Ocurrit quod quidam homo qui custodiebat cerdos, tocavit cuernum, ut cerdi venissent ad corralem, et credens Quijotus quod sonus cuerni erat sonus trompetae enani castelli, pervenit ad locum portae ubi erant mozae quas ille judicabat princesas, et sistens ante illas ut darent salutacinem propfiam, vidit quod muchachae currebant; sine dubio espantatae tamañi adefesii. Credens dóminus Quijotus quod illae fugiebant per metum, elevavit viseram, et cum talante gentili et mesurata voce, dixit illis:-Non fuyades nec timeatis áliquem desaguisatum a me; nam Ordo Caballeriae in qua milito non facit dannum cuiquam, et minus fecerint doncellis tan altis ut vos sicut vestra presencia demonstrat. Aspiciebant illum mozae cum óculis picarónibus, et magis quando audiverunt appellari doncellae (quod quidem non erant nee per forrum), et nor potebant tenere risum, et fiserunt usque ad talem extremum, quod dóminus Quijotus amoseavit se, et dixit illis: -Bené est quod fermosae habeant mesuram, et est insensatam risam per causam levem: sed non dico vos istud, ut enfadetis sed ut corrigatis et mostretis bonum talantem, nam meus non est nisi vos servire. Verba ista facerunt acrecentare risam in mozis et enojum in caballero, et fortasse fecisset iste áliquem esperpetum, si non appareret venterus, homo gordus et per inde pacíficus, qui videns hóminem talis fachae, nihil faltavit ut acompañaret doncellis in risu, sed timens máquinam tanti pertrechi bellicosi, determinavit loqüere illum cum pulsu et recato, dicens: -Si merces vestra qüaerit postam. excepto lecto (quia in hae venta nullus est), totum álterum inveniet in illa cum abundancia multa.
Videns Quijotus humilitatem aleaidis castelli (quia ut talem reputabat ventero) respondit: -Quaecumque cosa, domine eastellane, súfficit mihi, quia arrei mei sunt armae et reposum meum est peleare. Et replicavit venterus:-Si ita est quemádmodum dixisti, colehoni vestrae mercedis erint durae peñae et sommium velare; et per conseeuenciam, potestis descéndere de caballo vestro, cum secufitate encontrandi in choza ista occasio et occasiones ut non dormiatis non tantúm in una nocte sed nec in uno anno.Hoc dicens llegavit ad estribum, et tenuit illum, ut posset Quijotus apeari; quod quidem fecit cum multis apuris et diflcultátibus, sieut potebatur esperare de quo nec bocatum echáverat in boca durante illo die. Pené vidit se noster homo in terra, dixit ventero ut curaret con multo mimo suo caballo, qui erat melior bichus qui comedebat panem in mundo, quod non credidit amus ventae, nam aspiciebat caballo et dicebat: -Tu comedebis panem, sed ego magis credo quod manducas aleluyas. Cuando volvebat venterus acomodandi jacum in cuadra, invenit quod muchachae, yam reconciliatae erant cum Quijoto et estabant despojando illum de prendis suae armaturae cum multo contentu Quijoti, qui sentiens contactum manus femininae et aspirando cercanum alientum pechorum princessarum, encandilavit se et caepit versificare illum romancem Lanzaroti in ista vel pari forma:
Nunquam fuerat caballerus per damas agasajatus sicut dóminus Quijotus de domo sua escapatus; nam doncellae curant illum et princesae suum caballum.
Deinde continuabat in prosa: -Caballus meus, dóminae meae, apellatur Rocinante et nomen meum est Quijotus de Mancha; quod volebat habere ocultum, sed vena poética fecit me revelare et yam revelatum non sum pesarosus, ut si per acasum quaedam dies habetis necesitatem mei. Mozae qui intelligebant minus de retoricis istis, quam de álteris, solum responderunt: -Dejetur merces vestra de retrónicas et dicat nos si desiderat manducare quamcumque cosam. -Utique-respondit Quijotus-ego volo manducare; quia credo quod faciet mihi bonum provechum. Sicut illa dies erat viernes, non tenebant in illa venta ad manducandum nisi áliquas raciones cujusdam pescati de hoc qui in Castella dicunt abadejo in Andalucia bacalao, in álteris provinciis curadillo, et in otris truchuela. Dixerunt illi si volebat manducale truchuelam, et respondit -Si truchuela sunt muchae, idem est ac si manducasset unam trucham grandem; nam tamtum interest mihi ut dent ocho reales sencillos, quam unum de a ocho, et super totum: quis sapit si truchuelae non Sunt meliore quám cabritum aut terneram? Quidquid sit, veniat prontum, quia pesum armarum non potest bene soportare sine gubernio triparum.
Disposuerunt mensam coenae in porta ventorri, et erat valde chuscum, vídere quómodo dóminus Quijotus caenabat; nam quando mozae desnudaverunt eum ex armis, non potuerunt quitare celatam, quae estabat sujecta cápiti cum quibusdam cintis colore viridi, dóminus Quijotus preferuit, magis quam cortarent nudos factos in cintas, permanere cum celata encasquetata in cápite: propter hanc causam non potebat llevare in bocam nihil: et ita mozae tenebant dare illi coenam poquitum ad pocum. Sed dare illi bibendi non erat posíbile, nec fuisset, si venterus non habuisset ocurrenciam horadandi cañam unam, cujus extremus intrabat per bocam usque ad gaznatem, et per álterum extremum, echabant liquidum quem ille deglutiebat cum géstibus et gárgaris quos sunt fáciles suponendi. In hoc resíbili spectáculo estabant, quando pervenit ad ventam quidam castrator puercorum et statim fecit sonare chiflum cañarum, quatuor aut quinque vices; cum quo dóminus Quijotus confirmavit suam creenciam estandi in castella famoso ubi serviebant coenam cum musica; ubi bacalatus erat trucha; ubi pillus venterus erat castellanus, et ubi ramerae erant princesae; cum quo toto, dedit per bene empleatam suam determinacionem: sed quod magis faciebat illi la tal y la cual, erat non se videre armatum caballerum et ad totum trancem desiderabat ingresare in Ordine Caballeriae.
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Siglo XX
Imagine, de John Lennon
Imagina que no existe el paraíso;
es fácil si lo intentas.
Que no hay infierno ahí abajo,
sólo cielo ahí arriba.
Imagina a todo el mundo
viviendo este momento.
Imagina que no existen países;
no es tan difícil,
que no existe nada por lo que matar o morir,
ninguna religión.
Imagina a todo el mundo
viviendo una vida en paz.
Imagina que no existen posesiones;
me pregunto si puedes.
Sin avaricia ni hambre:
la hermandad de todos.
Imagina a todo el mundo
compartiendo este planeta.
Dirás que soy un soñador,
pero no soy el único.
Espero que algún día te unas a nosotros
y que el mundo sea uno .
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Siglo XX
Volveremos a vernos, de Luis Alberto de Cuenca
Volveremos a vernos donde siempre es de día
y los feos son guapos y eternamente jóvenes,
donde los poderosos no abusan de los débiles
y cuelgan de los árboles juguetes y tebeos.
En ese hogar de luz que no hiere los ojos
volveremos tú y yo a decirnos bobadas
cogidos de la mano, viendo morir las olas
sin agobios ni prisas, donde el sol no se pone.
Y viviré en tus labios el amor que la Tierra
sintiera por el Cielo cuando el mundo era un niño,
y el tiempo dejará de salmodiar su lúgubre
canción de despedida mientras nos abrazamos.
y los feos son guapos y eternamente jóvenes,
donde los poderosos no abusan de los débiles
y cuelgan de los árboles juguetes y tebeos.
En ese hogar de luz que no hiere los ojos
volveremos tú y yo a decirnos bobadas
cogidos de la mano, viendo morir las olas
sin agobios ni prisas, donde el sol no se pone.
Y viviré en tus labios el amor que la Tierra
sintiera por el Cielo cuando el mundo era un niño,
y el tiempo dejará de salmodiar su lúgubre
canción de despedida mientras nos abrazamos.
El desayuno, de Luis Alberto de Cuenca
Me gustas cuando dices tonterías
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
"tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno."
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
"tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno."
La malcasada, de Luis Alberto de Cuenca
Me dices que Juan Luis no te comprende,
que sólo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que sólo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumplido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Qué dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.
que sólo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que sólo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumplido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Qué dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.
El pozo, de Luis Mateo Díez
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.
Instrucciones para subir una escalera, de Julio Cortázar
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Julio Cortazar, Historias de Cronopios y de Famas (1962)
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Julio Cortazar, Historias de Cronopios y de Famas (1962)
El adjetivo y sus arrugas, de Alejo Carpentier
Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página.
Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio.
Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas.
Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas.
Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", " Tanto va el cántaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.
El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico.
Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse "un tono de época". Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.
Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.
Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.
Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio.
Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas.
Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas.
Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", " Tanto va el cántaro a la fuente...", " El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.
El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico.
Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse "un tono de época". Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.
Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.
Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.
Tiempo es ya, Castillejo,
Tiempo es ya, Castillejo,
tiempo es de andar aquí;
que me crecen los dolores
y se me acorta el dormir;
que me nacen muchas canas
y arrugas otro que sí;
ya no puedo estar en pie
ni al Rey mi señor servir;
tengo vergüenza de aquellos
que en juventud conocí,
viéndolos ricos y sanos
y ellos lo contrario en mí.
Tiempo es ya de retirar
lo que resta de vivir;
pues se me aleja esperanza,
cuanto se acerca el morir;
y el medrar, que nunca vino,
no ha ya para qué venir.
¡Adiós, adiós, vanidades,
que no os quiero más seguir!
Dadme licencia, el buen rey,
porque me es fuerza el partir.
tiempo es de andar aquí;
que me crecen los dolores
y se me acorta el dormir;
que me nacen muchas canas
y arrugas otro que sí;
ya no puedo estar en pie
ni al Rey mi señor servir;
tengo vergüenza de aquellos
que en juventud conocí,
viéndolos ricos y sanos
y ellos lo contrario en mí.
Tiempo es ya de retirar
lo que resta de vivir;
pues se me aleja esperanza,
cuanto se acerca el morir;
y el medrar, que nunca vino,
no ha ya para qué venir.
¡Adiós, adiós, vanidades,
que no os quiero más seguir!
Dadme licencia, el buen rey,
porque me es fuerza el partir.
Amistad entre un literato y un científico
Aquel año de 1896, duodécimo de mi edad, cuando publiqué mi primera cosa en un periódico, me interesé también por las matemáticas. Me disgustaban profundamente; pero un día, el profesor de álgebra del colegio empezó así su lección:
-Un gavilán pasó volando por delante de un palomar, y saludó: "Adiós, mis señoras cien palomas". Y una de ellas le respondió: "No somos ciento; pero nosotras, más nosotras, más la cuarta parte de nosotras, más usted, señor gavilán, sí somos ciento." ¿Cuántas eran las palomas? ¿Alguno de ustedes sabe decírmelo?
Un muchacho que estaba a mi lado se puso en pie, como impelido por un resorte.
-Yo sabré.
-¿Sabrá usted? -preguntó el profesor.
-En cuanto resuelva la ecuación - contestó con desparpajo el alumno-. Porque se trata de una ecuación de primer grado con una incógnita.
-Salga usted a la pizarra.
-Pedro Antonio Heredia -así se llamaba el alumno, se llama aún- esgrimió la tiza y dijo:
-El número de palomas es lo que queremos saber, y es por ahora la incógnita.
Y escribió:
X+X++X/4+1=100
Quitó el uno de la proposición; redujo la igualdad a 99 y comenzó las operaciones. El primer término se iba reduciendo; la incógnita se iba separando de los números; la fórmula era cada vez más pequeña, y al fin la X se quedó sola, a la izquierda, y a la derecha, después del signo = apareció el número 36.
-Son las palomas-afirmó Heredia-, y saludó al profesor con una pirueta de acróbata de circo.
Toda la clase aplaudió.
Aquello había sido buscar lo desconocido, descubrirlo poquito a poco, encontrarlo después de haberlo perseguido como una ilusión y a mí me pareció un encanto.
-Oye, Perico Antuco- le dije en el recreo a mi amigo-. ¿Quieres venir a casa a darme paso de matemáticas?
-¿Me lo darás a mí de literatura?
Aquella noche vino Pedro a mi casa de la calle de la Minería, y vino muchas noches más, y pasábamos dos horas de provechosa y alegre intimidad. Él me decía en la ocasión propicia:
-No te olvides, Felipito. En todo triángulo a mayor lado se opone mayor ángulo, y los tras ángulos de un triángulo, aun los equiláteros, suman siempre dos rectos.
Y yo a él:
-Te presente, Perico, que cuando el verbo ser es copulativo, concierta con el predicado nominal y no con el sujeto. En El Quijote encontrarás ejemplos de esta concordancia: "Todos los encamisados era gente medrosa." Era y no eran, fíjate bien. "La demás chusma del bergantín son moros y turcos." Repara en esto: son y no es.
Un criado negro nos traía chocolate o refrescos, según la estación. Bebíamos repitiendo entre sorbo y sorbo. Él:
-Pleonasmo, hipérbaton, metonimia, epanadiplosis...
Y yo:
-Isósceles, escaleno, hipotenusa, paralaje...
-¡Mira qué epanadiplosis!
-¡Mira que paralaje!
Nos reíamos a carcajadas. Al filo de las doce se despedía...
De Felipe Sassone, La rueda de mi fortuna. Memorias, Madrid: Aguilar, 1955, p. 39-41
-Un gavilán pasó volando por delante de un palomar, y saludó: "Adiós, mis señoras cien palomas". Y una de ellas le respondió: "No somos ciento; pero nosotras, más nosotras, más la cuarta parte de nosotras, más usted, señor gavilán, sí somos ciento." ¿Cuántas eran las palomas? ¿Alguno de ustedes sabe decírmelo?
Un muchacho que estaba a mi lado se puso en pie, como impelido por un resorte.
-Yo sabré.
-¿Sabrá usted? -preguntó el profesor.
-En cuanto resuelva la ecuación - contestó con desparpajo el alumno-. Porque se trata de una ecuación de primer grado con una incógnita.
-Salga usted a la pizarra.
-Pedro Antonio Heredia -así se llamaba el alumno, se llama aún- esgrimió la tiza y dijo:
-El número de palomas es lo que queremos saber, y es por ahora la incógnita.
Y escribió:
X+X++X/4+1=100
Quitó el uno de la proposición; redujo la igualdad a 99 y comenzó las operaciones. El primer término se iba reduciendo; la incógnita se iba separando de los números; la fórmula era cada vez más pequeña, y al fin la X se quedó sola, a la izquierda, y a la derecha, después del signo = apareció el número 36.
-Son las palomas-afirmó Heredia-, y saludó al profesor con una pirueta de acróbata de circo.
Toda la clase aplaudió.
Aquello había sido buscar lo desconocido, descubrirlo poquito a poco, encontrarlo después de haberlo perseguido como una ilusión y a mí me pareció un encanto.
-Oye, Perico Antuco- le dije en el recreo a mi amigo-. ¿Quieres venir a casa a darme paso de matemáticas?
-¿Me lo darás a mí de literatura?
Aquella noche vino Pedro a mi casa de la calle de la Minería, y vino muchas noches más, y pasábamos dos horas de provechosa y alegre intimidad. Él me decía en la ocasión propicia:
-No te olvides, Felipito. En todo triángulo a mayor lado se opone mayor ángulo, y los tras ángulos de un triángulo, aun los equiláteros, suman siempre dos rectos.
Y yo a él:
-Te presente, Perico, que cuando el verbo ser es copulativo, concierta con el predicado nominal y no con el sujeto. En El Quijote encontrarás ejemplos de esta concordancia: "Todos los encamisados era gente medrosa." Era y no eran, fíjate bien. "La demás chusma del bergantín son moros y turcos." Repara en esto: son y no es.
Un criado negro nos traía chocolate o refrescos, según la estación. Bebíamos repitiendo entre sorbo y sorbo. Él:
-Pleonasmo, hipérbaton, metonimia, epanadiplosis...
Y yo:
-Isósceles, escaleno, hipotenusa, paralaje...
-¡Mira qué epanadiplosis!
-¡Mira que paralaje!
Nos reíamos a carcajadas. Al filo de las doce se despedía...
De Felipe Sassone, La rueda de mi fortuna. Memorias, Madrid: Aguilar, 1955, p. 39-41
La canción lógica, de Supertramp
LA CANCIÓN LÓGICA
Cuando era joven, parecía que la vida era maravillosa,
un milagro, oh, era hermosa, mágica.
Los pájaros en los árboles cantaban felices, alegres
y juguetonamente, observándome.
Pero me enviaron lejos, para enseñarme a ser
sensato, lógico, responsable, práctico
y me mostraron un mundo del que yo podía depender,
siendo clínico, intelectual, cínico
Hay veces, cuando todo el mundo duerme,
en que las preguntas acosan
a este hombre así de simple.
Por favor, dime, ¿qué hemos aprendido?
Sé que es absurdo,
pero, dime, ¿quién soy yo?
Ten cuidado con lo que dices o te dirán que eres
radical, liberal, fanático, criminal.
¿No firmas?, nos gustaría sentir que eres
aceptable, respetable, presentable, ¡un vegetal!
Por la noche, cuando todo el mundo duerme
las preguntas acosan
a este hombre así de simple.
Por favor, dime, ¿qué hemos aprendido?
Sé que es absurdo,
pero, dime, ¿quién soy yo?
Canción de Supertramp, en Breakfast in America
Cuando era joven, parecía que la vida era maravillosa,
un milagro, oh, era hermosa, mágica.
Los pájaros en los árboles cantaban felices, alegres
y juguetonamente, observándome.
Pero me enviaron lejos, para enseñarme a ser
sensato, lógico, responsable, práctico
y me mostraron un mundo del que yo podía depender,
siendo clínico, intelectual, cínico
Hay veces, cuando todo el mundo duerme,
en que las preguntas acosan
a este hombre así de simple.
Por favor, dime, ¿qué hemos aprendido?
Sé que es absurdo,
pero, dime, ¿quién soy yo?
Ten cuidado con lo que dices o te dirán que eres
radical, liberal, fanático, criminal.
¿No firmas?, nos gustaría sentir que eres
aceptable, respetable, presentable, ¡un vegetal!
Por la noche, cuando todo el mundo duerme
las preguntas acosan
a este hombre así de simple.
Por favor, dime, ¿qué hemos aprendido?
Sé que es absurdo,
pero, dime, ¿quién soy yo?
Canción de Supertramp, en Breakfast in America
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Siglo XX
La araña y el moscón, de Cristóbal de Beña
LA ARAÑA Y EL MOSCÓN
Tendió la Araña, diestra tejedora,
su fuerte red un día,
y el gusano y la mosca voladora
a cientos los prendía;
mas dio un Moscón en ella que, atrevido,
sin cuidar de sus lazos,
atravesó por medio del tejido
y la hizo mil pedazos.
Las leyes suelen ser tela de araña,
que rompe cuando quiere el poderoso,
mientras sufren los débiles su saña.
Cristóbal de Beña, Fábulas políticas.
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