lunes, 11 de agosto de 2008

Ego sum, de Vital Aza

Al despuntar la mañana,
tras una noche serena
y en fecha ya muy lejana
nací en la Pola de Lena,
hermosa villa asturiana.

Como nací no lo sé;
no recuerdo la postura,
porque yo no me fijé;
pero hay gente que asegura
que yo he nacido de pie.

Quizás la gente no acierte;
mas ni me quejo, ni soy
de los que piden la muerte,
porque, la verdad, estoy
muy contento con mi suerte.

Y pues me mandan que escriba
mi semblanza, en confianza,
aunque el rubor me cohíba,
hagamos en la semblanza
historia retrospectiva.

Inocente criatura
sin pizca de travesura,
pasé mi infancia en la Pola
halagándome una sola
idea: la de ser cura.

¡¡Yo cura!!... Estuve acertado
al no cumplir mis deseos,
pues con lo que me he estirado
siempre me hubiera faltado
paño para los manteos.

Perdida la vocación,
dejé sermones y pláticas;
tiré el Nebrija a un rincón,
y empecé las matemáticas
en la villa de Gijón.

Como era buen dibujante,
obtuve, siendo un chiquillo,
mi plaza de delineante,
y fui después ayudante
del ingeniero Castillo.

Casi a palmos estudié
el ferrocarril de Oviedo,
¡y jamás olvidaré
los diez meses que pasé
sobre el túnel de Robledo!...

Cansado de dibujar
y de tanto cubicar
en el campo y la oficina,
vine a Madrid a estudiar,
¿qué diréis? Pues... ¡Medicina!

Seguí mi nueva carrera
con decisión verdadera.
Hoy soy todo un licenciado,
¡y juro que no he matado
un solo enfermo siquiera!

A San Carlos asistía
de ardor y entusiasmo lleno,
y, aunque el tiempo compartía
entre Galeno y Talía,
venció Talía a Galeno.

Mi amigo Ramos Carrión,
que siempre fue para mí
amigo de corazón,
me dijo: —Quédate aquí,
y no pienses en Gijón.

¡No seas un inocente!
Con la humanidad doliente
el negocio es problemático.
Tu porvenir, francamente,
está en ser autor dramático.»

Siempre obediente y formal,
seguí el consejo leal.
Hoy vivo de lo que escribo,

y, pues vivo como vivo,
no debo escribir muy mal.

¡No escribo mal, no, señor!
¡Vaya si soy escritor!
Créanme ustedes a mí.
Hay eximios por ahí
que escriben mucho peor.

Tengo gracia y humorismo...
Me dirán que esto es cinismo.
Lo será, no lo discuto;
pero no he de ser tan bruto
que hable yo mal de mí mismo.

Soy de carácter jovial.
De salud estoy tal cual;
viviendo en un ten con ten.
Unas veces vamos bien
y otras veces vamos mal.

Paso mi vida cantando,
y si estoy de mal humor
—que lo estoy de vez en cuando—
me curo tarareando,
que es el remedio mejor.

De música no he de hablar.
Sobre este particular,
no me atrevo a discutir.
Yo tan sólo sé sentir
la música popular.

En mi vida pude yo
entender, ni entenderé,
lo que algún genio expresó
en esas latas en re
y esos infundios en do.

Pero, en cambio, el alma mía
siente emociones extrañas
cuando oigo, al caer el día,
esa vaga melodía
del canto de mis montañas.

De mi físico, deseo
hablar, para terminar.
Hay quien dice que soy feo,
y, la verdad, no lo creo.
Creo que soy regular.

Y, aunque en el retrato estoy
como soy: ¡Feo! No voy
a renegar de mi casta;
pues para mis hijos soy
hermoso, y eso me basta.

¿Que soy largo? ¡Dios lo quiso!
Y así soy hombre de viso.
Y al ser largo, me hago cargo
de que en el mundo es preciso
ser como yo soy: ¡muy largo!

Y por sabido se calla,
que de Trujillo a Tafalla
y de Castellón a Suances,
no hay otro autor de más talla,
ni otro hombre de más alcances.

Y bien merezco el respeto,
pues, sin pecar de indiscreto,
y sin pretensiones raras,
puedo meterme, y me meto,
en camisa de once varas.

¿Queréis discutir? ¡Locura!
No me vengáis con cuestiones,
pues, gracias a mi estatura,
rayo siempre a gran altura
en todas las discusiones.

Abur, y basta de chanza.
Mi semblanza se acabó;
pues soy largo y se me alcanza
que ha salido mi semblanza
casi más larga que yo.


Cuando de niño empecé
a darme a la poesía,
tan en serio lo tomé,
que sólo en serio escribía.

Romántico exagerado,
era lo triste mi fuerte.
¡Válgame Dios! Le he soltado
cada soneto, ¡A la muerte!

La fatalidad, el sino,
el hado, la parca fiera,
el arroyo cristalino
y la tórtola parlera....

Todo junto le servía
a mi necia inspiración
para hacer una elegía
que partía el corazón.

No hubo desgracia ni duelo
que en verso no describiera....
¡Si estaba pidiendo al cielo
que la gente se muriera!

¿Que airado el mar se tragaba
la barca del pescador?
Pues yo en mi lira lanzaba
los lamentos de rigor....

¿Que un amigo se moría,
viejo o joven, listo o zafio?
Pues, ¡zas!, al siguiente día
publicaba su epitafio.

¿Que una madre acongojada
gemía en llanto deshecha?
¿Que por una granizada
se perdía la cosecha?

Pues yo enjugaba aquel llanto
en versos de arte mayor,
y maldecía en un Canto
al granizo destructor.

Escéptico y pesimista
¡me hacía unas reflexiones!....
Sirva de ejemplo esta lista
de varias composiciones:

Ludibrio, Dios iracundo,
Profanación y adulterio,
Los desengaños del mundo,
El ciprés del cementerio.

Pues, ¿y una composición
en que, imitando a otros vates,
con la mejor intención
decía estos disparates?

¡Ay! El mundo en su falsía
aumentará mi delito,
vertiendo en el alma mía
la duda de lo infinito.

¡Triste errante y moribundo,
sigo el ignoto sendero,
sin encontrar en el mundo
un amigo verdadero!

¡Todo es falsedad, mentira!
¡En vano busco la calma!
¡Son las cuerdas de mi lira
sensibles fibras del alma!

¡El mundo, en su loco anhelo
me empuja hacia el hondo abismo!
¡Dudo de Dios y del cielo,
y hasta dudo de mí mismo!

¡Esta existencia me hastía!
¡Nada en el mundo es verdad!»
¡Y todo esto decía
a los quince años de edad!

Francamente, yo no sé
cómo algún lector sensato
no me pegó un puntapié
por necio y por mentecato.

Por fortuna ya no siento
aquellas melancolías
ni doy a nadie tormento
con vanas filosofías.

Ya no me meto en honduras,
ni hablo de llantos ni penas,
ni canto mis amarguras
ni las desdichas ajenas.

He cambiado de tal modo,
que soy otro diferente;
pues hoy me río de todo,
¡y me va perfectamente!

Poética teatral de José Echegaray

Escojo una pasión, tomo una idea,
un problema, un carácter... y lo infundo,
cual densa dinamita, en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.

La trama al personaje le rodea
de unos cuantos muñecos que en el mundo
o se revuelcan en el cieno inmundo
o se calientan a la luz febea.

La mecha enciendo. El fuego se prepara,
el cartucho revienta sin remedio,
y el astro principal es quien lo paga.

Aunque a veces también en este asedio
que al arte pongo y que al instinto halaga,
¡me coge la explosión de medio a medio!