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lunes, 5 de marzo de 2007

LLEGADA DE ODISEO AL PAÍS DE LOS FEACIOS, ODISEA, VI, Homero



Mientras así dormía el paciente y divinal Odiseo, rendido del sueño y del cansancio, Atenea se fue al pueblo y a la ciudad de los feacios, los cuales habitaron antiguamente en la espaciosa Hiperea, junto a los Cíclopes, varones soberbios que les causaban daño porque eran más robustos. De allí los sacó Nausítoo, semejante a un dios: condújolos a Esqueria, lejos de los hombres industriosos, donde hicieron morada; construyó un muro alrededor de la ciudad, edificó casas, erigió templos a las divinidades y repartió los campos.

Mas ya entonces, vencido por la Parca, había bajado al Hades y reinaba Alcínoo, cuyos consejos eran inspirados por los propios dioses; y al palacio de éste enderezó Atenea, la deidad de ojos de lechuza, pensando en la vuelta del magnánimo Odiseo. Penetró la diosa en la estancia labrada con gran primor en que dormía una doncella parecida a las inmortales por su natural y por su hermosura: Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo; junto a ella, a uno y otro lado de la entrada, hallábanse dos esclavas a quienes las Gracias habían dotado de belleza, y las magníficas hojas de la puerta estaban entornadas.

Atenea se lanzó, como un soplo de viento, a la cama de la joven; púsose sobre su cabeza y empezó a hablarle tomando el aspecto de la hija de Diamante, el célebre marino, que tenía la edad de Nausícaa y érale muy grata. De tal suerte transfìgurada, dijo Atenea, la de ojos de lechuza:

Atenea. ¡Nausícaa! ¿Por qué tu madre te parió tan floja? Tienes descuidadas las espléndidas vestiduras y está cercano tu casamiento, en el cual has de llevar lindas ropas, dando parte también a los que te conduzcan; que así se consigue gran fama entre los hombres y se huelgan el padre y la veneranda madre. Vayamos, pues, a lavar tan luego como despunte la aurora, y te acompañaré y ayudaré para que en seguida lo tengas aparejado todo; que no ha de prolongarse mucho tu doncellez, puesto que ya te pretenden los mejores de todos los feacios, cuyo linaje es también el tuyo. Ea, insta a tu ilustre padre para que mande prevenir antes de rayar el alba las mulas y el carro en que llevarás los cíngulos, los peplos y los espléndidos cobertores. Para ti misma es mejor ir de este modo que no a pie, pues los lavaderos se hallan a gran distancia de la ciudad.

Cuando así hubo hablado, Atenea, la de ojos de lechuza, fuese al Olimpo, donde dicen que está la gran mansión perenne y segura de las deidades; a la cual ni la agitan los vientos, ni la lluvia la moja, ni la nieve la cubre -pues el tiempo es allí constantemente sereno y sin nubes-, y en cambio la envuelve esplendorosa claridad - en ella disfrutan perdurable dicha los bienaventurados dioses. Allí se encaminó, pues, la de ojos de lechuza tan luego como hubo aconsejado a la doncella.

Pronto llegó la Aurora, la de hermoso trono, y despertó a Nausícaa, la del lindo peplo; y la doncella, admirada del sueño, se fue por el palacio a contárselo a sus progenitores, al padre querido y a la madre, y a entrambos los halló dentro: a ésta, sentada junto al fuego, con las siervas, hilando lana de color purpúreo; y a aquél, cuando iba a salir para reunirse en consejo con los ilustres príncipes, pues los más nobles feacios le habían llamado. Detúvose Nausícaa muy cerca de su padre y así le dijo:

Nausícaa. - ¡Padre querido! ¿No querrías aparejarme un carro alto, de fuertes ruedas, en el cual lleve al río, para lavarlos, los hermosos vestidos que tengo sucios? A ti mismo te conviene llevar vestiduras limpias, cuando con los varones más principales deliberas en el consejo. Tienes, además, cinco hijos en el palacio: dos ya casados, y tres que son mancebos florecientes y cuantas veces van al baile quieren llevar vestidos limpios; y tales cosas están a mi cuidado.

Así dijo; pues diole vergüenza mentar las florecientes nupcias a su padre. Mas él, comprendiéndolo todo, le respondió con estas palabras :

Alcínoo. - No te negaré, oh hija, ni las mulas ni cosa alguna. Ve, y los esclavos te aparejarán un carro alto, de fuertes ruedas, provisto de tablado.
Dichas estas palabras, dio la orden a los esclavos, que al punto le obedecieron. Aparejaron fuera de la casa un carro de fuertes ruedas, propio para mulas; y, trayéndolas, unciéronlas al yugo. Mientras tanto, la doncella sacaba de la habitación los espléndidos vestidos y los colocaba en el pulido carro. Su madre púsole en una cesta toda clase de gratos manjares y viandas; echole vino en un cuero de cabra; y cuando aquélla subió al carro, entregole líquido aceite en una ampolla de oro a fin de que se ungiese con sus esclavas. Nausícaa tomó el látigo y, asiendo las lustrosas riendas, azotó las mulas para que corrieran. Arrancaron éstas con estrépito y trotaron ágilmente, llevando los vestidos y , la doncella que no iba sola, sino acompañada de sus . criadas.

Tan pronto como llegaron a la bellísima corriente , del río, donde había unos lavaderos perennes con agua ; abundante y cristalina para lavar hasta lo más sucio, desuncieron las mulas y echáronlas hacia el vorticoso río a pacer la dulce grama. Tomaron del carro los vestidos, lleváronlos al agua profunda y los pisotearon en las pilas, compitiendo unas con otras en hacerlo con presteza. Después que los hubieron limpiado, quitándoles toda la inmundicia, tendiéronlos con orden en los guijarros de la costa, que el mar lavaba con gran frecuencia.

Acto continuo se bañaron, se ungieron con pingüe aceite y se pusieron a comer a orillas del río, mientras las vestiduras se secaban a los rayos del sol. Apenas las esclavas y Nausícaa se hubieron saciado de comida, quitáronse los velos y jugaron a la pelota; y entre ellas Nausícaa, la de los níveos brazos, comenzó a cantar.
Cual Artemis, que se complace en tirar flechas, va por el altísimo monte Taigeto o por el Erimanto, donde se deleita en perseguir a los jabalíes o a los veloces ciervos, y en sus juegos tienen parte las ninfas agrestes, hijas de Zeus que lleva la égida, holgándose Leto de contemplarlo, y aquélla levanta su cabeza y su frente por encima de las demás y es fácil distinguirla, aunque todas son hermosas, de igual suerte la doncella, libre aún, sobresalía entre las esclavas. .

Mas cuando ya estaba a punto de volver a su morada unciendo las mulas y plegando los hermosos vestidos, Atenea, la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa para que Odiseo recordara del sueño y viese a aquella doncella de lindos ojos, que debía llevarlo a la ciudad de los feacios. La primera arrojó la pelota a-una de las esclavas y erró el tiro, echándola en un hondo remolino; y todas gritaron muy recio. Despertó entonces el divinal Odiseo y, sentándose, revolvía en su mente y en su corazón estos pensamientos :

Odiseo. - ¡Ay de mí! ¿Qué hombres deben de habitar esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses? Desde aquí se oyó la femenil gritería de jóvenes ninfas que residen en las altas cumbres de las montañas, en las fuentes de los ríos y en los prados cubiertos r de hierba. ¿Me hallo, por ventura, cerca de hombres de voz articulada? Ea, yo mismo probaré a salir e intentaré verlo.

Hablando así, el divinal Odiseo salió de entre los arbustos y en la poblada selva desgajó con su fornida mano una rama frondosa con que pudiera cubrirse las partes verendas. Púsose en camino de igual manera que un montaraz león, confiado en sus fuerzas, sigue andando a pesar de la lluvia o del viento, y le arden los ojos, y se echa sobre los bueyes, las ovejas o las agrestes ciervas, pues el vientre le incita a que vaya a una sólida casa e intente acometer al ganado, de tal modo había de presentarse Odiseo a las doncellas de hermosas trenzas, aunque estaba desnudo, pues la necesidad le obligaba.

Y se les apareció horrible, afeado por el sarro del mar; y todas huyeron, dispersándose por las orillas prominentes. Pero se quedó sola e inmóvil la hija de Alcínoo, porque Atenea diole ánimo a su corazón y libró del temor a sus miembros. Siguió, pues, delante del héroe sin huir; y Odiseo meditaba si convendría rogar a la doncella de lindos ojos, abrazándola por las rodillas, o suplicarle, desde lejos y con dulces palabras, que le mostrara la ciudad y le diera con qué vestirse. Pensándolo bien, le pareció que lo mejor sería rogarle desde lejos con suaves voces : no fuese a irritarse la doncella si le abrazaba las rodillas.

Y entonces pronunció estas dulces e insinuantes palabras:

Odiseo. - ¡Yo te imploro, oh reina, seas diosa o mortal! Si eres una de las deidades que poseen el anchuroso cielo, te hallo muy parecida a Artemis, hija del gran Zeus, por tu hermosura, por tu grandeza y por tu natural; y si naciste de los hombres que moran en la tierra, dichosos mil veces tus padres, tu veneranda madre y tus hermanos, pues su alma debe de alegrarse
a todas horas intensamente cuando ven a tal retoño salir a las danzas. Y dichosísimo en su corazón, más que otro alguno, quien consiga, descollando por la esplendidez de sus donaciones nupciales, llevarte a su casa por esposa.

Que nunca se ofreció a mis ojos un mortal semejante, ni hombre ni mujer, y me he quedado atónito al contemplarte. Solamente una vez vi algo que se te pudiera comparar en un joven retoño de palmera, que creció en Delos, junto al ara de Apolo (estuve allá con numeroso pueblo, en aquel viaje del cual habían de seguírseme funestos males): de la suerte que a la vista del retoño quedeme estupefacto mucho tiempo, pues jamás había brotado de la tierra un vástago como aquél; de la misma manera te contemplo con admiración, oh mujer, y me tienes absorto y me infunde miedo abrazar tus rodillas, aunque estoy abrumado por un pesar muy grande.

Ayer pude salir del vinoso ponto, después de veinte días de permanencia en el mar, en el cual me vi a merced de las olas y de los veloces torbellinos desde que desamparé la isla Ogigia; y algún numen me ha echado acá, para que padezca nuevas desgracias, que no espero que éstas se hayan acabado, antes los dioses deben de prepararme otras muchas todavía. Pero tú, oh reina, apiádate de mí, ya que eres la primera persona a quien me acerco después de soportar tantos males y me son desconocidos los hombres que viven en la ciudad y en esta comarca.

Muéstrame la población y dame un trapo para atármelo alrededor del cuerpo, si al venir trajiste alguno para envolver la ropa. Y los dioses te concedan cuanto en tu corazón anhelas : marido, familia y feliz concordia : pues no hay nada mejor ni más útil que el que gobiernen su casa el marido y la mujer con ánimo concorde, lo cual produce gran pena a sus enemigos y alegría a los que los quieren, y son ellos los que más aprecian sus ventajase

Respondió Nausícaa, la de los níveos brazos:

Nausícaa. - ¡Forastero! Ya que no me pareces ni vil ni insensato, sabe que el mismo Zeus Olímpico distribuye la felicidad a los buenos y a los malos, y si te envió esas penas debes sufrirlas pacientemente; mas ahora, que has llegado a nuestra ciudad y a nuestra tierra, no carecerás de vestido ni de ninguna de las cosas que por decoro ha de alcanzar un mísero suplicante. Te mostraré la población y te diré el nombre de sus habitantes: los feacios poseen la ciudad y la comarca, y yo soy la hija del magnánimo Alcínoo, cuyo es el imperio y el poder entre los feacios.

Dijo; y dio esta orden a las esclavas, de hermosas trenzas:
Nausícaa. - ¡Deteneos, esclavas! ¿Adónde huís, por ver a un hombre? ¿Pensáis acaso que sea un enemigo? No hay ni habrá nunca un mortal terrible que venga a hostilizar la tierra de los feacios, pues a éstos los
quieren mucho los inmortales. Vivimos separadamente y nos circunda el mar alborotado; somos los últimos de los hombres, y ningún otro mortal tiene comercio con nosotros.

Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los forasteros y pobres son de Zeus y un exiguo don que se les haga les es grato. Así, pues, esclavas, dadle de comer y de beber al forastero, y lavadle en el río, en un lugar que esté resguardado del viento.

Así dijo. Detuviéronse las esclavas y, animándose mutuamente, hicieron sentar a Odiseo en un lugar abrigado, conforme a lo dispuesto por Nausícaa, hija del magnánimo Alcínoo; dejaron cerca de él un manto y una túnica para que se vistiera; entregáronle, en ampolla de oro, líquido aceite, y le invitaron a lavarse en la corriente del río. Y entonces el divinal Odiseo les habló diciendo :

Odiseo.- ¡Esclavas! Alejaos un poco a fin de que lave de mis hombros el sarro del mar y me unja después con el aceite, del cual mucho ha que mi cuerpo se ve privado. Yo no puedo tomar el baño ante vosotras, pues haríaseme vergüenza ponerme desnudo entre jóvenes de hermosas trenzas.

Así dijo. Ellas se apartaron y fueron a contárselo a Nausícaa. Entre tanto el divinal Odiseo se lavaba en el río, quitando de su cuerpo el sarro del mar que le cubría la espalda y los anchurosos hombros, y se limpiaba la cabeza de la espuma que en ella había dejado el mar estéril. Mas después que, ya lavado, se ungió con el pingüe aceite y se puso los vestidos que la doncella, libre aún; le había dado, Atenea, hija de Zeus, hizo que pareciese más alto y más grueso, y que de su cabeza colgaran ensortijados cabellos que a flores de jacinto semejaban.

Y así como el hombre experto, a quien Hefesto y Palas Atenea enseñaron artes de toda especie, cerca de oro la plata y hace lindos trabajos, de semejante modo Atenea difundió la gracia por la cabeza y por los hombros de Odiseo. Este, apartándose un poco, se sentó en la ribera del mar y resplandecfa por su gracia y hermosura. Admirose la doncella y dijo a las esclavas de hermosas trenzas:

Nausícaa. - Oíd, esclavas de níveos brazos, lo que os voy a decir : no sin la voluntad de los dioses que habitan el Olimpo, viene ese hambre a los deiformes feacios. Al principio se me ofreció como un fulano despreciable, pero ahora se asemeja a los dioses que poseen el anchuroso cielo. ¡Ojalá tal varón pudiera llamársele mi marido, viviendo acá; ojalá le pluguiera quedarse con nosotros! Mas, oh esclavas, dadle de comer y de beber al forastero.

Así dijo. Ellas le escucharon y obedecieron, llevándole alimentos y bebida. Y el paciente divinal Odiseo bebió y comió ávidamente, pues hacía mucho tiempo que estaba en ayunas.

Entonces Nausícaa, la de los níveos brazos, ordenó otras cosas: puso en el hermoso carro la ropa bien doblada, unció las mulas de fuertes cascos, montó ella misma y, llamando a Odiseo, exhortole de semejante modo :

Nausícaa. Levántate ya, oh forastero, y partamos para la población, a fin de que te guíe a la casa de mi discreto padre, donde te puedo asegurar que verás a los más ilustres de todos los feacios. Pero procede de esta manera, ya que no pareces falto de juicio: mientras vayamos por el campo, por terrenos cultivados por el hombre, anda ligeramente con las esclavas detrás de las mulas y el carro, y yo te enseñaré el camino por donde se sube a la ciudad, que está cercado por alto y torreado muro y tiene a uno y otro lado un hermoso puerto de boca estrecha adonde son conducidas las corvas embarcaciones, pues hay estancias seguras para todas.

Junto a un magnífico templo de Posidón se halla el ágora, labrada con piedras de acarreo profundamente hundidas : allí guardan los aparejos de las negras naves, las gúmenas y los cables, y aguzan los remos; pues los feacios no se cuidan de arcos ni de aljabas, sino de mástiles y de remos y de navíos bien proporcionados con los cuales atraviesan alegres el espumoso mar.

Ahora quiero evitar sus amargos dichos; no sea que alguien me censure después (que hay en la población hombres insolentísimos) u otro peor hable así al encontrarnos: «¿Quién es ese forastero tan alto y tan hermoso que sigue a Nausícaa? ¿Dónde lo halló!· Debe de ser su esposo. Quizás haya recogido a un hombre de lejanas tierras que iría errante por haberse extraviado de su nave, puesto que no los hay en estos contornos; o por ventura es un dios que, accediendo a sus repetidas instancias, descendió del cielo y lo tendrá consigo todos los días. Tanto mejor si ella fue a buscar marido en otra parte y menosprecia el pueblo de los feacios, en el cual la pretenden muchos e ilustres varones. Así dirán y tendré que sufrir tamaños ultrajes. Y también yo me indignaría contra la que tal hiciera; contra la que, a despecho de su padre y de su madre todavía vivos, se juntara con hombres antes de haber contraído públicamente matrimonio.

Oh forastero, entiende bien lo que voy a decir, para que pronto logres de mi padre que te dé compañeros y te haga conducir a tu patria. Hallarás junto al camino un hermoso bosque de álamos, consagrado a Atenea, en el cual mana una fuente y a su alrededor se extiende un prado : allí tiene mi padre un campo y una viña floreciente, tan cerca de la ciudad que puede ofrse el grito que en ésta se dé. Siéntate en aquel lugar y aguarda que nosotras, entrando en la población, lleguemos al palacio de mi padre.

Y cuando juzgues que ya habremos de estar en casa, encamínate también a la ciudad de los feacios y pregunta por la morada de mi padre, el magnánimo Alcínoo; la cual es fácil de conocer y a ella te guiará hasta un niño, pues las demás casas de los feacios son muy diferentes de la del héroe Alcínoo. Después que entrares en el palacio y en el patio del mismo, atravesarás la sala rápidamente hasta que llegues a donde mi madre, sentada al resplandor del fuego del hogar, de espaldas a una columna, hila lana purpúrea, cosa admirable de ver, y tiene detrás de ella a las esclavas.

Allí también, cerca del hogar, se levanta el trono en que mi padre se sienta y bebe vino como un inmortal. Pasa por delante de él y tiende los brazos a las rodillas de mi madre, para que pronto amanezca el alegre día de tu regreso a la patria, por lejos que ésta se halle. Pues si mi madre te fuere benévola, puedes concebir la esperanza de ver a tus amigos y de llegar a tu casa bien labrada y a tu patria tierra.

Diciendo así, arreó con el lustroso azote las mulas, que dejaron al punto el paso del río, pues trotaban muy bien y alargaban el paso en la carretera. Nausícaa tenía las riendas, para que pudiesen seguila a pie las esclavas y Odiseo, y aguijaba con gran discreción a las mulas. Poníase el sol cuanxdo llegaron al magnífico bosque consagrado a Atenea. Odiseo se quedó en él y acto seguido suplicó de esta manera a la hija del gran Zeus:

Odiseo. ¡Óyeme, hija de Zeus, que lleva la égida! ¡Indómita! Atiéndeme ahora, ya que nunca lo hiciste cuando me maltrataba el ínclito dios que bate la tierra. Concédeme que, al llegar a los feacios, me reciban éstos como amigo y de mí se apiaden.

Así dijo rogando y le oyó Palas Atenea. Pero la diosa no se le apareció aún, porque temía a su tío paterno, quien estuvo vivamente irritado contra el divinal Odiseo, en tanto el héroe no arribó a su patria.

RAPSODIA I DE LA ILIADA, Homero

RAPSODIA PRIMERA

Canta, diosa, la ira del Pelida Aquileo
funesta, que infinitos dolores causó a los Aqueos
y precipitó al Hades muchas almas valientes
de héroes, a quienes hizo presa de los perros
y de todas las aves -se cumplía la voluntad de Zeus-
desde que se separaron disputando
el Atrida, jefe de varones y el divino Aquileo.

¿Cuál de los dioses, ciertamente, los empujó a pelear?

El Hijo de Latona y de Zeus; porque irritado con el rey
suscitó contra el ejército maligna enfermedad; perecían los pueblos
a causa de que injurió al sacerdote de Apolo, Crises
el Atrida. Este llegó a las naves de los Aqueos
para liberar a su hija, llevando valioso rescate,
y teniendo en sus manos las guirnaldas de Apolo, que hiere de [lejos,
en lo alto del cetro de oro, y rogó a todos los Aqueos,
principalmente a los dos Atridas, ordenadores de pueblos:

"Atridas y todos los Aqueos de hermosas grebas,
que los dioses que tienen las moradas olímpicas os concedan
destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a casa
Liberad a mi amada hija y recibid el rescate
honrando al hijo de Zeus, Apolo, que hiere de lejos. "

Entonces todos los Aqueos aclamaron
respetar al sacerdote y recibir el brillante rescate;
pero no le agradó en el corazón al Atrida Agamenón ;
lo despidió malamente y dijo palabras soberbias:

" Que no te alcance yo, viejo, junto a las cóncavas naves
ya porque te retrases o porque vuelvas luego,
pues quizás no te ayude el cetro ni la guirnalda del dios.
No la liberaré; antes le llegará a ella la vejez
en mi casa, en Argos, lejos de su patria,
junto al tejido y yendo al encuentro de mi lecho.
Pero vete, no me exasperes para que te vayas más sano. "

Así dijo; temió el anciano y obedeció el mandato.
Se volvió sin replicarle por la ribera del estruendoso mar.
Mientras se alejaba, muchas cosas imprecó el anciano
al soberano Apolo, al que engendrara Latona, de hermosos cabellos.

“ Escúchame tú, que llevas el arco de plata, que has protegido a Crises
y a la divina Cila, e imperas poderosamente en Ténedos.,
¡oh Esminteo! si alguna vez adorné tu gracioso templo
o si alguna vez quemé hasta la consunción muslos pingües
de toros o cabras, cúmpleme este deseo:
expíen los Dánaos mis lágrimas con tus flechas."

Así dijo rogando; oyole Febo Apolo
y bajó desde las cumbres del Olimpo irritado en su corazón,
llevando en los hombros el arco y la aljaba cerrada;
las saetas sonaban sobre los hombros del irritado dios,
cuando comenzó a ir de un lado para otro. Iba semejante a la noche,
después se sentó lejos de las naves e inmediatamente lanzó un dardo;
un terrible chasquido surgió del arco de plata.
Al principio disparaba contra las mulas y los ágiles perros,
pero luego, colocando su aguda flecha la arrojó contra los hombres.
sin cesar ardían frecuentes piras de cadáveres .
Durante nueve días silbaron los venablos del dios contra el ejército;
en el décimo, Aquileo convocó a la tropa al ágora.
Se lo puso en las entrañas la diosa Hera de blancos brazos,
pues se conmovió de los Dánaos porque veía a los que morían .
Después que acudieron y estaban reunidos,
erguido, les habló Aquileo, de pies veloces.

"Atrida, creo que debemos desandar el camino
y volver rápidamente hacia atrás, si es que queremos huir de la muerte;
si al mismo tiempo la guerra y la peste terminarán con los Aqueos;
pero, vamos, consultemos con algún mántico o un sacerdote,
o intérprete de sueños -pues también el sueño procede de Zeus-
que nos diga por qué Febo Apolo se irritó tanto,
y si ciertamente nos reprocha por un voto o una hecatombe
y si acaso por el olor de la grasa quemada de corderos y de cabras escogidas
quiere socorrernos y librarnos de la peste”.

Cuando así hubo hablado, se sentó. Se levantó entre ellos
Calcas el Testórida, sin duda , el mejor de los augures,
que conocía lo presente, lo futuro y lo pasado,
y había conducido las naves de los Aqueos hacia Ilión
con la pericia en los agüeros que le otorgara Febo Apolo ;
él, muy sabio, los arengó y dijo:

"¡Oh, Aquileo! amado por Zeus, me mandas explicar
la ira del soberano, Apolo, que hiere de lejos.
Te lo diré; pero tú prométeme y júrame
que eres benévolo para socorrerme de palabra y de acción
porque sé que un varón se irritará, el que gran
poder tiene sobre todos los Argivos y al cual obedecen los Aqueos.
Porque más poderoso es el rey cuando se enoja con un varón inferior;
y si la cólera en el mismo día devora,
sin embargo luego tiene el rencor en su pecho hasta que lo lleve a cabo. Di tú si me salvarás."

Respondiole Aquileo, de pies veloces, y dijo:

"Anímate y di el vaticinio que sabes,
porque por Apolo, amado para Zeus, a quien tú, Calcas,
invocas siempre que devuelves oráculos a los Dánaos,
ninguno, estando yo vivo y sobre la tierra vea la luz,
pondrá sus pesadas manos sobre ti, cerca de las cóncavas naves,
entre todos los Dánaos, ni siquiera si hablaras de Agamenón.
el cual ahora muy el mejor en el ejército se jacta de ser."

Entonces cobró ánimo y habló el eximio vate:

"No reprocha él un voto ni una hecatombe,
sino por el sacerdote al que deshonró Agamenón,
porque no liberó a su hija ni tomó el rescate ;
por esto, el que hiere de lejos ha dado dolores y los dará,
y no apartará de los Dánaos el terrible azote
hasta que se haya devuelto a su querido padre la joven de ojos vivos
sin pago ni rescate y se lleve una sagrada hecatombe
a Crises. Entonces se lo podría apaciguar y convencer”.

Cuando así hubo hablado, se sentó. Se levantó entre ellos
el héroe hijo de Atreo, el poderoso Agamenón
de mal humor ; las negras entrañas de mucho coraje
llenas , y sus ojos parecidos al relumbrante fuego,
y primeramente mirando de mala manera a Calcas, dijo:

"Mántico de males: jamás me dijiste algo grato,
siempre para ti predecir el mal es agradable;
feliz, ni dijiste una palabra ni nada obraste;
y ahora, ante los Dánaos, hablando en nombre de los dioses, vaticinas
que a causa de esto el que hiere de lejos les envía sufrimientos,
el que yo , por la joven Criseida , espléndido rescate
no quise recibir, después que mucho deseo
que esté en mi casa; y porque la preferí a Clitemnestra
mi legítima esposa, pues no es inferior
que ella en figura, ni en naturaleza, ni en espíritu , ni en obras.
Pero, así y todo, quiero devolverla, si es lo mejor;
quiero que el pueblo se salve, no que perezca.
Pero, enseguida preparadme una recompensa, para que no yo solo
de los Argivos, quede sin recompensa, pues no me parece:
Ved todos que se va a otra parte mi recompensa. "

Replicole en seguida el divino Aquileo, de pies infatigables.

"Ilustre hijo de Atreo, el más codicioso de todos,
¿Cómo te darán una recompensa los magnánimos Aqueos ?
Ni siquiera sabemos que exista mucho botín común
pues las de las ciudades que hemos saqueado, están repartidas,
y no es conveniente que el pueblo nuevamente las reúna.
Pero tú entrega ahora al dios a esa joven ; los Aqueos luego
triple o cuádruple pagaremos, si acaso Zeus
nos concediera tomar la bien amurallada ciudad de Troya. "

Y contestándole le dijo el rey Agamenón:

“Aunque seas valiente, Aquileo deiforme
no ocultes tu pensamiento, pues no me engañarás ni me convencerás.
¿O quieres, para que tú tengas tu recompensa,
que yo quede privado, y me exhortas a devolverla?
Si los magnánimos Aqueos me diesen una recompensa,
otorgándola según mi deseo, para que sea equivalente, sea.
y si no me la diesen, yo mismo la tomaría
o la tuya, o, yendo a la recompensa de Ayante, o de Odiseo,
iré para tomarla. Y habrá de encolerizarse aquel al que me llegare.
Mas acerca de estas cosas, hablaremos después nuevamente;
ahora, vamos, lancemos una nave negra al divino mar
reunamos los convenientes remeros, la hecatombe
coloquemos, y a la misma Criseida de hermosas mejillas
embarquemos y algún varón sea capitán y custodio,
o Ayax, o Idomeneo, o el divino Odiseo,
o tú, Pelida, el más temible de todos los hombres,
para que nos aplaques haciendo sacrificios al que hiere de lejos."

Mirándolo torvamente le dijo Aquileo, el de pies veloces:

" ¡Ay de mí ! vestido de impudicia, astuto,
¿Cómo algún aqueo, con el corazón dispuesto, obedecería tus
palabras, para emprender la marcha o para luchar fuertemente con varones?
Yo no vine a causa de los valientes troyanos
aquí para luchar, pues en nada culpable son para mí .
Jamás se llevaron mis bueyes y mis caballos,
ni jamás de la fértil Ftía que engendra héroes
destruyeron la cosecha, pues en medio hay muchas
montañas sombrías y el mar sonoro.
Pero juntos te seguimos a ti, oh gran impúdico, para que estés complacido
manteniendo la honra de Menelao y la tuya, cara de perro,
contra los troyanos. Nada ves de estas cosas ni pasas cuidado;
y mi recompensa tú mismo amenazas con quitarme.
por lo que mucho sufrí me la dieron los hijos de los Aqueos.
Nunca tengo un botín igual al tuyo, cuando los Aqueos
saquean un populosa ciudad de los troyanos;
pero lo más impetuoso de la guerra
lo sostienen mis manos; y luego, cuando viene el reparto
la recompensa es para ti mucho mayor; y yo, pequeña y grata
teniéndola, vuelvo a mis naves, después que me cansé de pelear.
Ahora vuelvo a Ftía, pues es mucho mejor
que vayamos a casa en las cóncavas naves , pues no pienso
permanecer aquí , sin honra, para conquistar en tu provecho ganancia y riquezas”.

Contestole enseguida el jefe de varones Agamenón:

" Huye, pues, si tu ánimo te induce a ello; de ningún modo yo
te pediré que por mí te quedes. Otros hay a mi lado
que me honrarán , principalmente el próvido Zeus.
Eres para mí el más odioso de todos los reyes, alumnos de Zeus,
porque siempre te son agradables las disputas, las guerras y los
combates.
Si eres el más fuerte, un dios te lo dio.
Ve a tu casa con tus naves y sobre tus amigos
los mirmidones , reina; yo no presto atención en ti,
ni me inquieto porque estés irritado; pero te haré una amenaza:
como de mi aparta a Criseida Febo Apolo,
yo, en mi nave y mis amigos
la enviaré; pero yo me llevo a Briseida de hermosas mejillas
tu recompensa, yo mismo yendo a tu tienda, para que sepas
cuánto más poderoso soy yo que ti y para que otro tema
decir que es mi igual y compararse conmigo."

Así dijo. La congoja vino al Pelida; y su corazón
en su pecho robusto se inquietó por dos cosas,
o la espada aguda tirando del muslo
hacer levantar a los otros y matar al Atrida,
o calmar la cólera y detener su ánimo.
Mientras que tales cosas revolvía en su mente y en su corazón
tiró de la vaina su gran espada, vino Atenea
desde el urano, porque la envió Hera, la diosa de blancos brazos,
que por ambos al mismo tiempo tiene amor y se inquieta en su corazón .
Se paró detrás y tomó al Pelida de la blonda cabellera
a él solo mostrándose; ninguno de los otros la veía.
Se asombró Aquileo, se volvió y al instante conoció
a Palas Atenea: sus ojos brillaban terribles,
y hablando con ella , dijo aladas palabras :

" ¿Por qué, nuevamente, hija de Zeus que lleva la égida, has venido?
¿Para presenciar el ultraje el Atrida Agamenón?
Pues te diré lo que creo que va a ocurrir:
por sus presunciones pronto perderá la vida."

A su vez díjole Atenea, la diosa de ojos de lechuza:

" Yo vine para apaciguar tu cólera , si obedecieras,
desde el urano, porque me envió la diosa Hera, de blancos brazos
pues por ambos al mismo tiempo tiene amor y se inquieta en su corazón.
Pero, vamos, deja de disputar y no tires la espada con la mano;
más bien, ciertamente, véngate con palabras como te parezca,
porque lo que te diré habrá de cumplirse.
Un día triple y muy espléndidos regalos te serán ofrecidos
por este ultraje. Tú domínate y obedéceme”.

Contestándole dijo Aquileo de pies veloces:

"Es preciso, diosa, sus palabras observar
aunque irritado en el corazón, porque es lo mejor.
El que obedece a los dioses, es bien escuchado por ellos."

Sobre el puño de plata puso la pesada mano,
y envió a la vaina la gran espada; no desobedeció
la palabra de Atenea. Ella regresó al Olimpo,
la morada de Zeus que lleva la égida , en medio de las otras divinidades .
El Pelida, de nuevo, con funestas palabras
se dirigió al Atrida, no amainado en su cólera:

"Borracho, con ojos de perro y corazón de ciervo,
jamás a armarte para ir con el pueblo a la guerra
jamás a ir a una emboscada con los mejores de los Aqueos
te atreviste en tu ánimo: esto te parece la muerte.
Mucho mejor es en el gran ejército de los Aqueos
Robar los regalos de aquel que te contradiga.
Rey devorador de tu pueblo puesto que mandas sobre hombres viles,
en otro caso, Atrida, ahora por última vez injuriarías.
Pero te diré, y sobre un gran juramento lo juro:
sí, por este cetro que ya no más hojas ni ramas
producirá pues el tronco primitivo dejó en las montañas
ni reverdecerá, pues el bronce lo peló
de hojas y de corteza ; ahora los hijos de los Aqueos
que hacen justicia lo llevan en las manos, los que las leyes
por Zeus protegen ; este será un gran juramento.
algún día el deseo de Aquileo vendrá a los hijos de los Aqueos
todos; entonces no podrás, aunque afligido,
ayudarlos, cuando muchos bajo Hector matador de hombres
caigan muriendo; entonces te desgarrarás en tu corazón
lamentando que en nada honraste al mejor de los Aqueos."

Así habló el Pelida, arrojó a tierra el cetro
con clavos de oro perforado, y se sentó.
El Atrida, desde su puesto, se iba irritando. Entre ellos Néstor
de dulce habla, se levantó, sonoro orador de los pilios;
de su lengua, fluyó la voz más dulce que la miel.
Se le habían perdido ya dos generaciones de hombres de voz
articulada, que antes que él habían nacido y se habían criado
en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera ;
él, benévolo, les habló en el ágora y dijo:

"¡Oh, dioses! qué gran desgracia ha venido a la tierra Aquea.
Se alegraría Príamo y los hijos de Príamo
y los otros troyanos grandemente se regocijarían en su corazón,
si supieran todas lo de vosotros dos disputando,
que sois los primeros de los dánaos en el consejo como en la batalla.
Pero, dejaos convencer : ambos sois más jóvenes que yo;
ya en otro tiempo con hombres más esforzados que vosotros
y jamás ellos dejaron de tenerme en cuenta.
No he visto ni veré tales hombres
como Pirito, Drías , pastor de pueblos,
Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios,
y Teseo el Egida, que parecía un inmortal.
Se criaron aquellos, los más fuertes de los hombres de la tierra;
los más fuertes eran y combatieron con los más fuertes,
con los Monstruos de la montaña y terriblemente los destruyeron.
Y con ellos yo tuve relación yendo a Pilos,
desde lejos, desde una lejana tierra, porque ellos mismos me llamaron
y yo combatí según mis fuerzas. Ninguno con aquellos ,
de que son mortales que pisan la tierra, pelearía ,
y , sin embargo, comprendían mis consejos y se convencían
con mi palabra.
Convenceos vosotros también, pues lo mejor es convencerse.
Ni tú, aunque eres valiente, le quites la muchacha,
sino déjala, porque en un principio se la dieron los hijos
de los Aqueos como recompensa,
ni tú, Pelida, quieras disputar con el rey
de igual a igual, pues obtuvo igual honra
ningún rey que lleva cetro y a quine Zeus diera gloria.
Si tu eres más esforzado, es porque tu madre fue una diosa ;
pero este es más poderoso, pues reina sobre muchos más.
Atrida cesa en tu ira ; pues yo
te suplico que suprimas la cólera contra Aquileo, el cual, para todos
los Aqueos es gran escudo en el funesto combate."

Contestándole dijo el rey Agamenón:

" Sí, pues. todo esto , anciano, según virtud dijiste;
pero este varón quiere estar sobre todos los otros;
a todos quiere dominar, a todos quiere gobernar,
a todos quiere dar órdenes las que, creo, alguno se negará a
obedecer.
Si lo hicieron batallador los dioses siempre existentes,
¿por esto le permiten proferir ultrajes?"

Interrumpiéndole le contestó el divino Aquileo:

"Cobarde y vil podría ser llamado
si soportara en todo lo que dices,
manda a otros estas cosas, pero no a mí ,
me des órdenes, pues yo no pienso obedecerte.
Y otra cosa te diré, tú échala en tus entrañas :
con las manos yo no pienso combatirte por la muchacha
ni a ti ni a ningún otro, pues al fin me arrebatáis lo que me disteis;
pero de las otras cosas que tengo junto a la negra y veloz nave
nada podrías llevarte tomándolo si yo no lo quiero.
Y si no, vamos, inténtalo, para que también sepan estos;
pronto tu negra sangre correrá en torno de mi lanza."

Así habiendo altercado con encontradas palabras,
se levantaron y disolvieron el ágora junto a las naves de los Aqueos.
El Pelida se fue hacia la tienda y las naves
con el Menetíada y otros amigos.
El Atrida una nave veloz al mar echó ,
eligió veinte remeros, la hecatombe
colocó para el dios, a Criseida de hermosas mejillas
llevando embarcó y en la nave puso como jefe al ingenioso Odiseo.
Ellos, habiendo embarcado, navegaron por las fluida vía.
El Atrida ordenó que el pueblo se purificara ,
y ellos hicieron lustraciones y echaron al mar las impurezas,
y sacrificaron a Apolo perfectas hecatombes
de toros y de cabras , a orillas del mar estéril.
El olor de grasa y de la carne quemadas al cielo subió enroscándose con el humo.
En tales cosas ellos se ocupaban en el ejército. Agamenón
no olvidó la amenaza que desde el principio había hecho a Aquileo,
sino que dijo a Taltibio y a Euribates
que eran sus heraldos y diligentes servidores:

" Id a la tienda de Aquileo Pelida
y tomándola con la mano, traed a Briseida de hermosas mejillas ;
y si no os la diera, yo mismo la tomaré
yendo con más gente; le será más doloroso”.

Así diciendo, los despide; fuertes palabras había lanzado.
Ellos dos bajaron de mala gana a la orilla del mar estéril,
y se dirigieron hacia las tiendas y las naves de los Mirmidones.
Lo encontraron junto a la tienda y a la negra nave,
sentado . Viéndolos, no se alegró Aquileo.
Ellos se turbaron y, después de hacer una reverencia al rey,
se quedaron de pie: nada le dijeron ni le preguntaron.
El héroe conoció todo en su interior y dijo:

" Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los varones,
acercaos ; para mí no sois vosotros culpables, sino Agamenón,
que a vosotros dos envía por la muchacha Briseida.
Vamos, divino Patroclo, del linaje de Zeus, saca a la muchacha
y dásela a ellos para que se la lleven. Sed ambos testigos
ante los bienaventurados dioses y ante los mortales hombres,
y ante ese rey cruel por si alguna vez
tuviese necesidad de mí para apartar la indigna ruina
que cae sobre ellos. El desea con sus perniciosas entrañas
y no es capaz de conocer el porvenir y el pasado,
para que, junto a las naves, salvos peleen los Aqueos."

Así dijo; Patroclo obedeció a su querido amigo,
sacó de la tienda a Briseida de hermosas mejillas,
y la entregó para que la llevaran. Los nuevamente se fueron hacia
las naves de los Aqueos.
La mujer iba con ellos de mala gana. Luego Aquileo
llorando se sentó junto a las naves separado de sus amigos
a orillas del blanquecino mar , mirando al vinoso ponto.
Muchas cosas a su querida madre rogó tendiendo las manos.

" Madre, ya que me diste a luz aunque para vivir poco,
honra debió darme el Olímpico
Zeus, que truena en lo alto ; ahora de ningún modo me ha honrado,
porque el Atrida, el poderoso Agamenón
me deshonró : habiéndola tomado, tiene mi recompensa que él
mismo me arrebató."

Así dijo llorando y lo oyó su augusta madre
que estaba en las profundidades del mar junto a su anciano padre.
Rápidamente emergió del blanquecino mar como una niebla,
y delante de él se sentó llorando,
con la mano lo acarició , y le habló y le expresó con claridad:

" Hijo, ¿por qué lloras? ¿ qué dolor ha llegado a tu corazón?
habla, no me ocultes tu pensamiento para que los dos sepamos."

Profundamente suspirando le dijo Aquileo de los pies ligeros:

“Lo sabes, ¿ a qué decirte todas estas cosas que ya sabes?
Fuimos a Tebas, sagrada ciudad de Eetión,
la saqueamos y aquí trajimos todo;
los hijos de los Aqueos bien se repartieron todo entre ellos ;
del botín tomé para el Atrida a Criseida de hermosas mejillas.
Después Crises, sacerdote de Apolo que hiere de lejos
llegó a las rápidas naves de los Aqueos de coraza de bronce
para liberar a su hija trayendo infinito rescate,
y teniendo en sus manos las guirnaldas de Apolo, que hiere de lejos
en la punta del cetro de oro, y rogó a todos los Aqueos,
principalmente a los dos Aqueos, ordenadores de pueblos.
Entonces todos los Aqueos aclamaron
respetar al sacerdote y recibir el brillante rescate;
pero no le agradó en el corazón al Atrida Agamenón;
lo despidió malamente y dijo fuertes palabras .
El anciano se fue irritado; Apolo
escuchó su ruego, pues le era muy querido,
y arrojó a los Aqueos funesto dardo. Los pueblos
morían arracimados; los dardos del dios silbaban
por doquier sobre el gran ejército de los Aqueos. Un mántico
que bien sabe nos explicó el vaticinio del que hiere de lejos.
Yo el primero aconsejé apaciguar el dios;
pero la ira se adueño del Atrida y rápidamente levantándose
lanzó un mandato que ya se has cumplido:
en la nave veloz los Aqueos de ojos vivos
conducen a Crisa y llevan regalos para el dios;
ahora de mi tienda los heraldos, llevaron
a la joven Briseida , la que me habían dado los hijos de los Aqueos.
Tú, si puedes, socorre tu hijo.
Ve al Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez algo
o con palabra o con obra consolaste el corazón de Zeus.
Muchas veces, en los palacios de tu padre, te he oído
vanagloriarte; decías que al sombrío Cronión
tú sola entre los inmortales , lo habías librado de una funesta ruina,
cuando atarlo quisieron los otros Olímpicos,
Hera, Poseidón y Palas Atenea.
Pero tú acudiste, oh diosa, y lo libraste de las cadenas,
rápidamente llamando al gran Olimpo al hecatonquiro
al que Briareo llaman los dioses y todos los hombres
Egeón - porque él es superior en fuerza que su padre.
Y se sentó al lado del Cronión, ufano de su gloria.
Temiéronle los bienaventurados dioses y dejaron de atarlo.
Recuérdaselos, siéntate a su lado y toma sus rodillas,
tal vez quieran socorrer a los troyanos
y entre las popas y el mar, acorralar a los Aqueos,
que será muertos, para que todos gocen de su rey
y conozca el Atrida, el gran Agamenón,
el castigo, él, que nunca honró al mejor de los Aqueos."

Enseguida le contestó Thetis derramando lágrimas:

"¡ Ay, hijo mío! ¿por qué te he criado, después de darte a luz en
hora aciaga?
ojalá junto a las naves sin llanto ni pena
estuvieras, pues, precisamente, corto es tu destino y no muy largo
Ahora eres al mismo tiempo el de más breve vida y el más desdichado de todos
eres, por eso , para un mal destino te di a luz en el palacio.
Esta palabra para decir a Zeus, que lanza el rayo,
yo misma iré al Olimpo nevado, por si se deja convencer.
Tú ahora queda junto a las veloces naves
y de la cólera contra los Aqueos y de la guerra, abstente del todo.
Zeus, pues, hacia el Océano con los irreprochables Etíopes
ayer partió a un banquete; los dioses todos al mismo tiempo lo siguieron.
En doce días volverá al Olimpo,
y entonces iré a la morada sustentada en bronce de Zeus,
y le abrazaré las rodillas y creo que voy a convencerlo."

Dicho esto partió, allí dejándolo
irritado en su corazón a causa de la mujer de hermosa cintura
la que, por la fuerza y contra su voluntad le arrebataron. En tanto Odiseo
llegaba a Crises llevando la sagrada hecatombe.
Cuando llegaron al puerto muy profundo,
amainaron las velas y las colocaron en la negra nave;
el mástil sobre el caballete acercaron por medio de cables después
de abatirlo
rápidamente y llevaron la nave al amarradero con los remos.
Echaron anclas que ataron con amarras
Ellos saltaron al borde escarpado del mar,
bajaron la hecatombe para Apolo que hiere de lejos,
y Criseida salió de la nave surcadora del ponto
Enseguida, llevándola hacia el altar el ingenioso Odiseo
a su amado padre la entregó en la mano y le dijo:

" ¡Oh, Crises! me manda delante el jefe de varones Agamenón
para traerte a tu hija y una sagrada hecatombe a Febo
ofrecer en favor de los Dánaos, para que aplaquemos al dios
que ahora a los Aqueos, deplorables males envió”.

Habiendo dicho esto, la puso en sus manos ; él gozoso tomó
a su hija amada; ellos, enseguida, al dios la sagrada hecatombe
al punto ordenaron en torno del bien construido altar.
después se purificaron y tomaron la cebada.
con ellos rezó Crises en alta voz , levantando las manos:

"Escúchame tú, que llevas el arco de plata, que has protegido a
Crises y a la divina Cila, e imperas poderosamente en Ténedos:
ya una vez, antes , me escuchaste rogándote ;
me honraste al oprimir grandemente al pueblo de los Aqueos.
También ahora cúmpleme este voto:
ya de los Dánaos suprime esta funesta ruina."

Así dijo rezando, y lo escuchó Febo Apolo.
Luego oraron y esparcieron la cebada
Echaron para atrás el cuello de la víctima, la degollaron y la desollaron.
enseguida cortaron los muslos, los cubrieron con grasa
por ambos lados haciéndolo, sobre ellos pusieron las entrañas
en el altar.
Las quemó sobre la leña el anciano y sobre ellas
vino tinto derramó. Unos jóvenes cerca de él tenían en las manos
asadores de cinco puntas.
Después que se consumieron los muslos, comieron las vísceras,
luego los otros pedazos de carne los dispusieron alrededor de los asadores
los asaron hábilmente y retiraron todo.
Después que terminaron la tarea, prepararon la comida.
Comieron y ningún deseo careció de porción equitativa.
Después que satisficieron el deseo de bebida y de alimento ,
los muchachos coronaron las crateras de bebida
las distribuyeron a todos, después de la libación con los vasos.
Ellos, durante todo el día, con canto aplacaron al dios
cantando el hermoso peán los hijos de los Aqueos,
celebrando al que hiere desde lejos, el cual, escuchando, se alegró
en su corazón.
Cuando el sol se sumergió y llegó la oscuridad
se acostaron junto a las amarras de las naves.
Y cuando apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos,
levaron anclas hacia el gran ejército de los Aqueos.
viento favorable les envió Apolo que hiere de lejos.
Ellos izaron el mástil y desplegaron las velas blancas,
el viento hinchó el centro de la vela, alrededor el oleaje
contra la roda de la nave que avanzaba, purpúreo, resonada grandemente.
ella corría sobre las olas siguiendo su camino.
Después que llegaron al gran ejército de los Aqueos,
la negra nave sobre la tierra firme arrastraron ,
la pusieron alto sobre la arena con grandes puntales debajo,
luego se dispersaron entre las tiendas y las naves.
Entretanto , permanecía enojado junto a las veloces naves
el hijo de Peleo, igual a un dios, Aquileo de pies veloces.
y no frecuentaba el ágora que da gloria
ni iba a la guerra, sino que se consumía en su corazón
sino que aún permanecía y deseaba el grito de guerra.
Cuando, después de aquel día apareció la duodécima aurora
y al Olimpo fueron los dioses siempre existentes
todos juntos con Zeus a la cabeza, Thetis no olvidó las súplica
de su hijo, sino que emergió de las olas del mar
muy mañanera y subió al gran cielo y al Olimpo.
Encontró al Cronida de gran voz sentado lejos de los otros,
en una alta cumbre del Olimpo de muchas cimas.
y se sentó delante de él , y tomó su rodilla
con la mano izquierda, y le tomó el mentón con la derecha
y rogándole le dijo a dios Zeus Cronida:

" ¡Oh, padre Zeus, si alguna vez te serví entre los inmortales
con palabras u obras, cúmpleme este voto:
honra a mi hijo, que es de más próxima muerte que los otros,
pues ahora, el rey de varones Agamenón
lo ha deshonrado, porque habiéndola tomado, tiene la recompensa
que él mismo le arrebató.
Véngalo tú, próvido Zeus Olímpico,
que mientras a los Troyanos das la victoria, los Aqueos
a mi hijo honren y lo colmen de honores. "

Así habló; nada le contestó Zeus que amontona las nubes,
sino que estuvo en silencio durante largo tiempo. Thetis lo tocaba la
barba,
como que estaba inmóvil, y dijo por segunda vez :

"Prométemelo verdaderamente y consiente,
o rehúsa, pues sobre ti no cae el temor, para que bien yo sepa
en cuánto yo, entre todas. soy una diosa sin honra”.

Muy afligido le habló Zeus, que reúne las nubes.

"Funestas acciones con lo que harás que yo sea tratado como
enemigo
por Hera, cuando se irrite conmigo con injuriosas palabras.
Ella, sin motivos, siempre entre los dioses inmortales
me riñe porque dice que socorro a los Troyanos en la batalla.
Tú ve ahora, que no te advierta
Hera ; estas cosas serán mi preocupación para que se cumplan.
y si deseas, te haré señal con la cabeza para que te convenzas;
este es por mi parte, entre los inmortales, el mayor
signo : no es revocable ni engañoso.
ni deja de cumplirse lo que asiento con la cabeza. "

Dijo el Cronida y frunció el oscuro entrecejo.
Se agitaron las divinas cabelleras del rey
desde su cabeza inmortal; grandemente se agitó el Olimpo.
Después de deliberar, se separaron; ella
al profundo mar saltó desde brillante Olimpo,
Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al mismo tiempo
de sus asientos, delante de su padre; ninguno se atrevió
a aguardar que llegara, sino que todos fueron a su encuentro.
Se sentó sobre su trono y Hera
no ignoró, habiéndolo mirado, que con él había deliberado
Thetis de pies de plata, hija del anciano del mar;
al punto, con injuriosas palabras dijo a Zeus Cronida:

“¿Cuál de las deidades, astuto, ha deliberado contigo?
Siempre te es grato, estando lejos de mí,
decidir ocultos pensamientos, y jamás alguna vez a mí
benévolo, te atreviste a decir una palabra de lo que sabes."

Contestole el padre de los hombres y de los dioses:

" Hera, todas mis decisiones no esperes
saber; difíciles son aunque seas mi esposa.
Pero lo que sea justo oir, ninguna
ni de los dioses ni de los hombres primero que tú sabrá
lo que yo, lejos de los dioses quiera pensar .
No preguntes cada cosa ni lo averigües."

Respondiole en seguida la augusta Hera de ojos de vaca:

"Terribilísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste?
no es demasiado lo que ahora te he preguntado y trato de averiguar,
puesto que muy tranquilo meditas lo que quieres.
Ahora temo terriblemente en mi corazón de que te haya seducido
Thetis, de pies de plata, la hija del anciano del mar;
porque muy mañanera se sentó a tu lado y tomó las rodillas;
y creo que le prometiste verdaderamente que a Aquileo
honrarías, y que a muchos Aqueos destruirías junto a las naves."

Respondiéndole dijo Zeus, que amontona nubes:

"¡ Desdichada!" siempre sospechas y de ti no me oculto.
Sin embargo, nada podrás hacer , sino que de mi corazón
más lejos estarás; esto te será más doloroso.
Si esto es así, debe serme grato.
Pero siéntate en silencio, obedece mi palabra.
no sea que no te ayuden cuantos dioses hay en el Olimpo,
estando junto a ti, cuando te pongas mis invictas manos."

Así dijo, y tuvo temor la augusta Hera, de ojos de vaca ,
y haciendo silencio, doblegando su corazón.
Se indignaron en el palacio de Zeus los dioses uranidas.
Entre ellos, Hefesto, el ilustre artesano, comenzó a arengar
trayendo cosas agradables para su querida madre, Hera de blancos brazos:

" Estas funestas e insoportables serán estas cosas,
si vosotros dos , a causa de los mortales, así disputáis
y promovéis alboroto entre los dioses; ni el banquete
feliz será placentero, pues vencen las peores cosas.
Yo aconsejo a mi madre, aunque ella tiene juicio,
que a mi padre amado, Zeus, traiga cosas agradables, para que
no vuelva a reñirla y con nosotros turbe el festín.
Pues si quiere el Olímpico que lanza rayos
arrojarnos de los asientos, él es mucho más fuerte.
Pero tú dirígete a él con palabras felices
e inmediatamente propicio será el Olímpico con nosotros."

Así habló y, tomando el vaso de dos asas
se lo dio en las manos a su querida madre y le habló:

" Ten valor, madre mía, y sopórtalo aunque estés afligida,
que a ti, que eres querida, no te vea con mis ojos
matratada, porque entonces nada podremos, aunque afligidos,
socorrerte: el Olímpico es difícil de ser resistido.
Ya otra vez que deseaba defenderte
tomándome de un pie, me arrojó del umbral divino.
Todo el día fui rodando, hasta la puesta del sol
caí en Lemno. Un poco de vida tenía
y allí los varones sintios me recogieron después que hube caído”.

Así dijo. La diosa Hera, de blancos brazos, sonriose,
y todavía sonriendo, tomó con la mano la copa que le daba su hijo.
Luego a todos los otros dioses por su derecha
dio de beber el dulce néctar sacándolo de la cratera.
Una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados dioses
cuando vieron a Hefestos tan diligente por el palacio.
Todo el día, hasta la caída del sol
comieron y ningún deseo careció de porción equitativa;
ni de la hermosa cítara, que tañía Apolo,
ni de las Musas, que cantaron alternando con hermosa voz.
Pero, cuando la brillante luz del sol se sumergió
ellos fueron a dormir , cada uno a su palacio
donde para cada uno una casa el ilustre artesano cojo de ambas piernas,
Hefestos, hizo con sabia inteligencia.
Zeus Olímpico, que lanza rayos, fue a su lecho
donde acostumbraba dormir cuando le venía el dulce sueño.
Allí subió y se acostó junto a Hera que tiene el trono de oro.