domingo, 14 de mayo de 2023

Más poemas de Swinburne

Traducción de Armando Roa:


El Mar


Retornaré a ti, madre generosa y dulce,

amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar.

Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los hombres,

pugnando por besarte y fundirme a ti,

por asirte en un feroz abrazo.

¡Oh madre hermosa y blanca, que en días pretéritos

naciste sin hermanos ni hermanas!

Haz que mi alma sea libre, como libre es la tuya.

¡Oh bella madre mía, ceñida por verdores,

bajo las aguas del mar, vestida por el sol y la lluvia,

tus besos dulces y resueltos son fuertes como el vino

y tu abrazo, como el dolor, es hondo y vasto!

Sálvame y ocúltame con todas tus olas,

encuentra una tumba para mí entre los miles de sepulcros

helados que albergas en tus profundidades

y que forjaste sin necesidad de los hombres para un mundo más puro.


Dormiré. surcaré tus agua junto a los barcos,

seguiré el curso de tus vientos y mareas,

mis labios harán un festín en la espuma de los tuyos;

contigo he de alzarme y hundirme.

Dormiré, sin preguntarme de dónde eres o adónde vas,

con mis ojos y mis cabellos plenos de vida,

como una rosa colmada hasta los bordes

de brillo, fragancia y orgullo.


Y si esta vestidura mortal, tejida por la noche y el día

alguna vez me fuese arrebatada,

desnudo y contento zarpará hacia tus confines,

lleno de vida, sensible a ti y a tus caminos,

libre del mundo, buscando refugio en tu hogar

engalanado de verdores y coronado por la espuma,

sintiendo el pulso de la vida en tus radas y bahías,

como una vena en el corazón de las corrientes marinas.


El Jardín de Proserpina


Aquí, donde el mundo se acalla;

aquí, donde todas las aflicciones

se agolpan como olas exhaustas,

o como un tumulto de muertas corrientes

en un dudoso sueño de sueños.

Veo crecer las verdes campiñas

entre sembradores y labradores,

en tiempos de cosecha y en tiempos de ciega;

un dormido mundo de arroyos.


Cansado estoy de la alegría y la tristeza,

de los hombres que ríen y lloran,

y del destino que aguarda a sus cosechas.

Los días y las horas me fastidian,

marchitos capullos de flores estériles,

y también los anhelos, poderes y deseos;

dormir, sólo quiero dormir.


Aquí la vida es vecina de la muerte;

lejos de la vista y del oído, en otras regiones,

resuena el sollozo de las olas y de los vientos

empujando al espíritu en frágiles embarcaciones.

A la deriva, sin rumbo fijo.

Mas aquí, del otro lado del mundo,

donde nada florece,

esos vientos no soplan.


Aquí no brotan hierbas ni malezas;

no hay brezos ni vid;

entre débiles juncos donde las hojas no crecen

sólo mustios capullos de amapola,

verdes racimos de Proserpina,

para que ella exprima su vino mortal

y lo entregue a los muertos.


Pálidos, innumerables, sin nombre,

inclinándose en sombríos campos de mieses

durante toda la noche,

esos muertos, como almas tardías,

no acunadas en cielo o infierno alguno,

abatidas por la neblina y las tinieblas,

buscan el brillo de una luz

que los aleje para siempre de las sombras.

Mas por fuerte que sea nuestra vida

también algún día habremos de morir.

Y no seremos ángeles, si ascendemos al cielo,

ni sufriremos dolores, si caemos al infierno.

Pero la belleza que hay en nosotros

habrá de nublarse hasta perecer

y nuestro amor, ya en reposo, tocará su fin.


Allí está ella, detrás de atrios y pórticos,

coronada de yermas hojas,

recogiendo toda cosa mortal

que llegue hasta sus frías e inmortales manos.

Allí está ella, temida por el amor

a quien supera en dulzura,

acercando sus labios

a tantos hombres de tierras y tiempos diversos.


A la espera de todos nosotros,

nacidos para morir,

ella nos hace olvidar esta tierra, nuestra madre,

y la vida de los frutos y las mieses.

La primavera, las semillas y las golondrinas

emprenden vuelo y la siguen,

allí donde el canto del verano se ahueca

y la vida se aleja.


Allá van los amores marchitos,

los viejos amores con sus alas cansadas,

y los años perdidos y las cosas deshechas.


Moribundos sueños de inhóspitos días,

ciegos capullos arrancados por la nieve,

hojas salvajes arrastradas por el viento,

sangrientos extravíos de arruinadas primaveras.


Ni las tristezas ni las alegrías son seguras;

el presente ha de morir en el mañana

y nada hay que pueda doblegar el señorío del tiempo.

El corazón, decaído y displicente, suspira acongojado;

sus ojos abatidos y olvidadizos

gimen la brevedad del amor.


Por grande que sea nuestro apego a la vida,

buscamos liberamos de esperanzas y temores;

por eso agradecemos a los dioses,

no importa quiénes sean,

que la vida no dure para siempre,

que nada perturbe el dormir de los muertos,

que hasta el río menos generoso

haya siempre de retornar al mar.

Porque entonces no habrá estrellas ni soles

ni cambios de luz que puedan despertarnos;

no habrá aguas que se agiten tumultuosamente

ni sonidos ni visiones;

tampoco habrá días, estaciones, o seres luminosos;

sólo un eterno sueño

en una eterna noche.


Ave Atque Vale: en Memoria de Charles Baudelaire


¿Debo derramar una rosa, un quejido o un laurel,

oh hermano mío, sobre éste que fue tu velo?

Quizá deseas una flor apacible modelada por el mar

o una filipéndula, germinando lentamente,

de aquellas que las Dríadas, dormidas en verano, solían tejer

antes de ser despertadas por la suave y repentina nieve de la víspera.


Tal vez tu destino sea otro: marchitarte en el baldío

regazo de la tierra, entre pálidos capullos, sacudido por

el eterno calor de amargos veranos, lejos de las dulces

espigas que bordean la costa de un pueblo sin nombre.


Orgulloso y sombrío

palpitabas en el abismo profundo del cielo;

tus oídos atentos estuvieron al lamento del vagabundo,

al sollozo del mar en agrestes promontorios,

al estéril beso de las olas,

al rumor incierto de la tumba de Leucadia,

con sus hondos cantos.

Ah, el beso yerto y salado del mar,

el triste clamor de los vientos oceánicos sacudiendo los golfos,

acosándonos y derribándonos,

como ciegos dioses que ignoran la misericordia.


Fuiste tú, hermano mío, con tus antiguas visiones,

quien adivinó secretos y dolores vedados al hombre,

amores salvajes, frutos prohibidos y venenosos,

desnudos ante tu ojo escrutador

que se abría en medio del aire viciado de la noche.

Toscas cosechas en tiempos de lascivia:

pecado sin forma, placer sin palabra.

Turbulentos presagios se agolpaban en tus sueños

y hacían cerrar los afligidos ojos de tu espíritu.

En cada rostro viste la sombra

de aquellos que sólo siembran y cosechan hombres.


Oh corazón insomne, Oh alma fatídica incapaz de conciliar el sueño;

el silencio es tu regocijo, indiferente ante el altar de la vida,

¡has dejado a un lado el amor, la serenidad, el espíritu de lucha!

Ahora los dioses, hambrientos de muerte,

alma y cuerpo nos arrebatan, la primavera, nuestras melodías.

El amor no puede equivocarse

entregándose a un placer sin aguijón, colmillo o espuma,

allí donde hay labios que nunca se abrirán.

El alma se escurre del cuerpo

y la carne se arranca de los huesos, sin congojas,

como el rocío cuando cae desde las campánulas.


Es suficiente: el principio y el fin

son para ti una y la misma cosa, para ti que estás más allá de cualquier límite.

Oh mano separada del amigo incondicional,

sin frutos que recoger o victorias por alcanzar.

Lejos del triunfo, de los diarios afanes y de las codicias

sólo hojas muertas y un poco de polvo.

Oh, quietos ojos cuya luz nada nos dice,

los días se acallan; no así el insondable abismo de tu noche,

cuando tu mirada se desliza entre lóbregos silencios.

Pensamientos y palabras se desmoronan de tu alma;

dormir, dormir para ver la luz.


Ahora todas las horas y amores extraños han terminado;

sólo sueños y deseos, canciones y placeres umbríos.

Quizá has encontrado tu lugar

entre las piernas de la mujer de un Titán, pálida amante,

reclamando de ti hondas visiones

bajo la sombra de su cabeza, de sus prodigiosos pechos,

de sus poderosos miembros que inclinados te adormecen,

con todo el peso de sus cabellos

cuyo aroma evoca el sabor y la sombra de antiguos bosques de pino

donde aún gime el viento tras haber sorteado húmedas colinas.


¿Has encontrado alguna similitud para tus visiones?

Oh jardinero de extrañas flores: ¿cuáles brotes, cuáles

capullos has encontrado sembrados en la penumbra?

¿Existen acaso desesperanzas y júbilos? ¿No es todo

una cruel humorada? ¿Qué clase de vida es ésta, con salud o enfermedad?

¿Son las frutas grises como el polvo o brillantes como la sangre?

¿Crece alguna semilla para nosotros en aquella landa sombría?

¿Hay raíces que germinen en sus débiles campiñas,

allí, en las tierras bajas donde el sol y la luna se enmudecen? ¿Hay flores o frutos?


Ah, mi volátil canción se desvanece

ante ti, el mayor de los poetas, esquivo y arcano,

tú, veloz como ninguno.

Presiento oscuras burlas en la risa misteriosa

de los guardianes de la muerte, ciegos y sin lengua,

cubriendo con un velo la cabeza de Proserpina.

Pasajera y débil es mi visión: vanas lágrimas

que caen desde ojos acongojados,

que resbalan por pálidas bocas llenas de estertores.

Son éstas las cosas que atribulaban tu espíritu cuando las veías emerger.


Demasiado lejos te encuentras ahora; ni siquiera el vuelo de las palabras puede alcanzarte;

lejos, muy lejos del pensamiento o de la oración.

¿Qué nos incomoda de ti, que sólo eres viento y aire?

¿Por qué despertamos al vacío desgarrados de temor?

Fantasías, deseos,

o sueños hambrientos de muerte, como ráfagas que propagan el fuego.

Nuestros sueños persiguen nuestra muerte y no la encuentran.

Aun así, por rápida que ésta sea, un tenue ardor se desvanece de nosotros,

mortecina luz que cae desde cielos remotos

cuando el oído está sordo

y la mirada se nubla.


Nunca más serás aquello que fuiste; ajeno al tiempo

te alejas; por eso ahora intento apresar tan sólo

un destello del triste sonido tu alma,

la sombra de tu espíritu fugaz, este pergamino cerrado

en el que pongo mi mano sin dejar que la muerte separe

mi espíritu de la comunión con tus versos.

Estos recuerdos y estas melodías

que abruman el fúnebre y oscuro umbral de las musas;

las saludo, las toco, las abrazo y me aferro,

con mis manos prestas a ceñir,

con mis oídos atentos al vago clamor

de aquellos que marchan por la vida vestidos de luto.


Yo soy uno de ellos, avanzando

ante hogueras que arden, apilada la tierra,

ofreciendo libaciones a la muerte y sus dioses,

haciéndoles una leve reverencia en medio de la fúnebre procesión de los hombres,

sin plegarias ni alabanzas,

brindando mis ofrendas a sus taciturnas majestades,

que de miel y esencias están sembradas mis tierras

mientras mis frutos se pudren en el gélido aire.

Como Orestes, deposité en tu sepulcro

un rizo de mi cabello desgreñado.


No hay manos capaces de traicionarte,

oh rey de cabeza encogida,

pues tu pálido resplandor basta para acabar con la misma Troya.

Engaños, mentiras: sobre este polvo tuyo ninguna lágrima habrá de brotar.

Nunca hubo llanto como el tuyo: que ahora los hombres

escuchen la dulce caída de tus lágrimas eternas

en las hojas abiertas de las páginas de los santos poetas.

Ni Orestes ni Electra se conduelen de tu suerte;

pero arrodillándose desde sus urnas inmemoriales,

las más altas musas de todos los tiempos

gimen por ti y hasta el mismo Dios en su corazón te añora.


Así, aun cuando aquí entre nosotros

Dios esconda su sagrada fuerza

y apague su luz

sin manifestar su música y su poder

con el suave ardor de canciones sonoras,

quiso sin embargo tocar tus labios con vino amargo

y nutrirlos con su agrio aliento.

Seguramente de sus manos el alimento de tu alma viene.

Las llamas que atemorizaron tu espíritu con su fulgor

al mismo tiempo lo iluminaron, alimentando tu corazón hambriento

así como al nuestro lo sacia con fama.


Y ahora, en el ocaso de tu alma,

el dios de todos los soles y canciones se inclina

para unir sus laureles con tu corona de cipreses.

Es Él quien guarda tu polvo de la culpa y del olvido.

Sabiendo todo lo que fuiste y eres,

compasivo, melancólico, sagrado en cada orilla del corazón,

lamenta tu muerte como la muerte de sus hijos

y santifica con extrañas lágrimas y ajenos suspiros

tu boca sin palabras, tus ojos enlutados,

y sobre tu yerta cabeza

deposita un último trazo de luz.


Desearía sollozar junto a ti en las orillas del Leteo,

abrazar con mis lágrimas su cambiante curso,

llegar hasta la escarpada colina donde Venus levanta su santuario,

la genuina Venus, no aquella que después fue cambiada

por Citerea y Ericina, perdiendo sus labios y su rostro

la divina risa de la antigua Grecia.


Un fantasma, un dios abyecto y lascivo:

tú también te postraste a su carne,

por ella entonaste plegarias

y te apartaste hacia una tierra desconocida

mientras ardían las sombras del Infierno.


Sé que ninguna corona brotará de estas flores;

que ningún saludo atraerá la luz.

Tan sólo un espíritu enfermo en medio de la noche dulce y olorosa,

los cansados ojos del amor con sus manos y su pecho estéril.

No hay remedio para estas cosas; ya no hay nada

por alcanzar o enmendar; ni siquiera nuestras canciones, querido amigo,

despejarán el misterio de la muerte asegurando la inmortalidad.

Mas no por ello dejaré de hacer música para ti

cubriendo tu polvo con rosas, hiedras o vides silvestres.

Así al menos depositaré un cetro

en el relicario donde moran tus sueños.


Descansa en paz. Si la vida fue injusta contigo, el destino te absolverá.

Si acaso fue dulce, debes agradecer y perdonar,

pues a no mucho más puede aspirar el hombre.

Aquel mortecino jardín donde día tras día tus manos entrelazaban estériles flores,

flores urdidas en el sigilo y la sombra;

en sus verdes capullos encontraste sufrimientos y abyecciones,

en sus grises vestigios el penetrante sabor del veneno.

Tú, con el corazón lleno de esperanza,

desataste pensamientos y pasiones desde lo más profundo de tus sueños;

pero ahora has partido, atravesado por la guadaña de la muerte

que a todos habrá de alcanzarnos

cuando nuestras vidas se agoten en la fúnebre corriente de los días.

Para ti, hermano mío,

alma sumergida en el silencio.


Recoge de mi mano esta guirnalda y despídete.

Delgadas son las hojas y baldíos los inviernos.

La tierra, nuestra madre fatal, se enfría a tu alrededor;

de sus entrañas brota la tristeza

y en medio de sus pechos asoma una tumba.

Mas, de cualquier modo, conténtate, porque tus días han acabado;

Ahora descansas en paz, sin turbulencias

ni visiones ni cantos que perturben tu espíritu.

Vaya este canto para ti, querido hermano,

sol inmóvil en donde todos los vientos se aquietan,

solitaria orilla en la que todas las aguas confluyen.


Antes del Ocaso


Antes que la noche se abrace a la tierra

la luz crepuscular del amor declina en el cielo.

Antes que al miedo le sea posible sentir temblores o escalofríos,

la luz crepuscular del amor declina en el cielo.


Cuando el insaciable corazón murmura entre lamentos

"o es demasiado o es poco",

y la boca sedienta tardíamente se abstiene.


Blandas, deslizándose por el cuello de cada amante,

las manos del amor sostienen secretamente la brida;

y mientras buscamos en él la señal esperada,

su luz crepuscular declina en el cielo.


Fragmentos de Atalanta en Calidon


Mirad a los dioses: no aman la justicia más que el destino;

lastiman la boca del noble y la boca del impío;

sangre corrupta dejan correr por las venas del hombre devoto;

mancillan el labio del santo y el labio del traidor.

Oh Dios, supremo mal,

todos estamos contra ti, contra ti, Oh Dios.

Con la espada y la vara nos recoges;

nos cubres de sombras apilando la hierba;

el destino debe cumplirse para oscurecer el rostro

del hombre ante ti, oh Dios


Fugaz y débil es el amor, ciego como una llama;

enmascarado por la risa, oculta lágrimas y deseos;

a su lado camina un hombre y una doncella.

Una doncella en cuyos ojos todo goce se apaga

cuando los capullos encienden su aliento nupcial.

A él lo bautizan bajo el nombre del Destino;

su amada no es otra que la muerte...


Oh madre soñadora,

¿podrás cubrirme

con todos tus anhelos, cálidos como el sol,

cuando yo me sumerja en lo oscuro, como una sombra entre las sombras

y solloce entre arroyos insalvables?

El triunfo del tiempo, de Swinburne

 Antes de que nuestras vidas se dividan para siempre,

Mientras el tiempo esté con nosotros y las manos estén libres,

(Tiempo, rápido para atar y rápido para cortar

Mano de mano, mientras estamos junto al mar)

No diré una palabra que un hombre pueda decir

Cuyo todo el amor de la vida se va en un día;

Porque esto nunca podría haber sido; y nunca,

aunque los dioses y los años se aplaquen, será.


¿Vale la pena una lágrima, vale la pena una hora,

para pensar en cosas que están muy desgastadas?

De cáscara infructuosa y flor fugitiva, ¿

El sueño perdido y la acción olvidada?

Aunque la alegría se acabe y el dolor sea vano,

el tiempo no nos dividirá por completo en dos;

La Tierra no se echa a perder por una sola ducha;

Pero la lluvia ha arruinado el maíz sin cultivar.


No volverá a crecer, este fruto de mi corazón,

Herido por los rayos del sol, arruinado por la lluvia.

Las estaciones del canto se dividen y parten,

el invierno y el verano parten en dos.

No volverá a crecer, está arruinada en la raíz,

la flor parecida a la sangre, la fruta roja opaca;

Aunque el corazón todavía se enferme, los labios todavía escozan,

con sabor hosco de dolor venenoso.


A ningún hombre le he dado de comer de mi fruto;

He pisado las uvas, he bebido el vino.

Si hubieras comido y bebido y lo hubieras encontrado dulce,

este nuevo crecimiento salvaje del maíz y la vid,

este vino y pan sin posos ni levadura,

habríamos crecido como dioses, como los dioses en el cielo,

almas bellas para mirar, agradables para saludar. ,

Un espíritu espléndido, tu alma y la mía.


En el cambio de los años, en el rollo de las cosas,

En el clamor y el rumor de la vida por ser,

Nosotros, bebiendo amor en los manantiales más lejanos,

Cubiertos de amor como un árbol que cubre,

Habíamos crecido como dioses, como los dioses de arriba,

Lleno desde el corazón hasta los labios con amor,

Retenido firmemente en sus manos, vestido cálido con sus alas, ¡

Oh amor, mi amor, si me hubieras amado!


Nos habíamos parado como se paran las estrellas seguras, y nos movíamos

como se mueve la luna, amando al mundo; y he visto

derrumbarse la pena como cosa refutada,

consumirse la muerte como cosa inmunda.

Dos mitades de un corazón perfecto, unidas

Alma a alma mientras los años transcurrían;

Si me hubieras amado una vez, como no me has amado;

Si la oportunidad hubiera estado con nosotros que no ha sido.


He puesto mis días y sueños fuera de mi mente,

Días que se acabaron, sueños que se cumplieron.

Aunque buscamos la vida a través, seguramente encontraremos

No hay ninguno de ellos claro para nosotros ahora, ni uno solo.

Pero claras son estas cosas; la hierba y la arena,

donde, seguras como alcanzan los ojos, siempre a la mano,

con los labios bien abiertos y el rostro quemado hasta quedar ciego,

las fuertes margaritas marinas se dan un festín con el sol.


Las bajas colinas se inclinan hacia el mar; la corriente,

una vena suelta, delgada, sin pulso, trémula,

rápida, vívida y muda como un sueño,

avanza hacia abajo, harta del sol y la lluvia;

Ningún viento es áspero con las raras flores rancias;

El mar dulce, madre de amores y horas,

Se estremece y brilla como fulguran los vientos grises,

Convirtiendo su sonrisa en un dolor fugitivo.


Madre de los amores que se desvanecen pronto,

Madre de los vientos y las horas mudables.

Una madre estéril, una madre-criada,

Fría y limpia como sus débiles flores de sal.

Quisiera que los dos fuéramos como ella,

Perdidos en la noche y la luz del mar,

Donde los débiles sonidos se tambalean y los pálidos rayos se agitan,

Se quiebran y se rompen, y se derraman en aguaceros.


Los amores y las horas de la vida de un hombre,

Son veloces y tristes, naciendo del mar.

Horas que se regocijan y lamentan por un lapso,

Nacidas con el aliento de un hombre, mortal como él;

Amores que se pierden antes de nacer,

Malas hierbas de la ola, sin fruto sobre la tierra.

Pierdo lo que anhelo, salvo lo que puedo, ¡

Mi amor, mi amor, y ningún amor por mí!


No es mucho lo que un hombre puede salvar

En las arenas de la vida, en los estrechos del tiempo,

Quien nada a la vista de la gran tercera ola

Que nunca un nadador cruzará o escalará.

algún niño varado con los vagabundos y los palos

que el reflujo muestra a la orilla y a las estrellas;

Hierba del agua, hierba de una tumba,

una flor rota, una rima arruinada.


Pienso que nadie hará por ti

lo que yo hubiera hecho por la menor palabra.

Yo había exprimido la vida para que tus labios la bebieran,

La partí para tu pan de cada día:

Cuerpo por cuerpo y sangre por sangre,

Como la corriente del mar lleno se eleva para inundar

Que anhela y tiembla antes de hundirse,

Yo había dado, y se acostó por ti, alegre y muerto.


Sí, la más alta esperanza y todo su fruto,

y el tiempo en plenitud y toda su dote,

ciertamente te había dado, y la vida para rematar,

si una vez fuéramos hechos uno por una sola hora.

Pero ahora sois dos, estáis separados,

Carne de su carne, pero corazón de mi corazón;

Y en lo profundo de uno está la raíz amarga,

Y dulce para uno es la flor de toda la vida.


Haber muerto si te hubiera importado. Moriría por ti, me aferraría

a mi vida si me lo ordenases, desempeñé mi papel

como te placía: estos fueron los pensamientos que picaron,

los sueños que golpearon con un dardo más agudo

que las flechas del amor o flechas de muerte;

Eran como el fuego, el polvo o el aliento,

o la espuma venenosa en la tierna lengua

de las culebras que devoran mi corazón.


Ojalá estuviéramos muertos juntos hoy,

Perdidos de vista, escondidos fuera de la vista,

Abrazados y vestidos en la arcilla hendida,

Fuera del camino del mundo, fuera de la luz,

Fuera de las edades del clima mundano,

Olvidados de todo todos los hombres,

como los primeros muertos del mundo, quitados por completo,

hechos uno con la muerte, llenos de la noche.


¡Cómo deberíamos dormir, cómo deberíamos dormir,

Lejos en la oscuridad con los sueños y los rocíos!

Y soñando, creciendo el uno al otro, y llorando,

Ríe bajo, vive suavemente, murmura y musa;

Sí, y puede ser, atravesado por el sueño,

Siente que el polvo se acelera y se estremece, y parece

Vivo como antaño a los labios, y salta de

Espíritu a espíritu como lo hacen los amantes.


Sueños enfermizos y tristes de un deleite sordo;

Porque ¿de qué aprovechará cuando los hombres están muertos

haber soñado, haber amado con todas las fuerzas del alma,

haber esperado el día cuando el día había huido?

Pase lo que pase, hay una cosa que vale la pena,

haber tenido un amor justo en la vida sobre la tierra:

haber mantenido el amor a salvo hasta que el día se hizo noche,

mientras los cielos tenían color y los labios eran rojos.


¿Te perdería ahora? ¿Te tomaría entonces,

si te perdiera ahora que mi corazón tiene necesidad?

Y pase lo que pase después de la muerte de los hombres, ¿

Qué cosa digna de esto engendrarán los años muertos?

Pierde la vida, pierde todo; pero al menos sé,

oh dulce amor de la vida, que habiéndote amado tanto,

si te hubiera alcanzado en la tierra, no perdería de nuevo, ni

en la muerte ni en la vida, ni en el sueño ni en la acción.


Sí, esto lo sé bien: si alguna vez sellaste la mía,

mía en el latido de la sangre, mía en el aliento,

mezclada en mí como la miel en el vino,

no el tiempo, que dice y contradice,

ni todas las cosas fuertes nos habían separado entonces;

Ni ira de dioses, ni sabiduría de hombres,

Ni todo lo terrenal, ni todo divino,

Ni alegría ni tristeza, ni vida ni muerte.


I had grown pure as the dawn and the dew,

You had grown strong as the sun or the sea.

But none shall triumph a whole life through:

For death is one, and the fates are three.

At the door of life, by the gate of breath,

There are worse things waiting for men than death;

Death could not sever my soul and you,

As these have severed your soul from me.


Has elegido y te has aferrado al azar que te enviaron,

Vida dulce como el perfume y pura como la oración.

Pero, ¿no se arrepentirá algún día en el cielo?

¿Te consolarán por completo los días que fueron?

¿Alzarás tus ojos entre la tristeza y la dicha,

al encuentro de los míos, y verás dónde está el gran amor,

y temblar y volverte y ser cambiado? contento usted;

La puerta es estrecha; no estaré allí.


Pero tú, si hubieras elegido, si hubieras extendido la mano,

si hubieras visto bien que se hiciera tal cosa,

yo también podría haber estado con las almas que están

a la vista del sol, vestidas con la luz del sol;

Pero, ¿quién ahora en la tierra necesita preocuparse por cómo vivo?

¿Tienen los altos dioses algo que dar,

Excepto polvo y laureles y oro y arena?

Qué regalos son buenos; pero no lo haré.


Oh todos los amantes hermosos del mundo,

No hay ninguno de ustedes, ninguno, que me consuele.

Mis pensamientos son como cosas muertas, naufragadas y dando

vueltas y vueltas en un golfo del mar;

Y aún, a través del sonido y la corriente tensa,

a través de la espiral y el roce, brillan en un sueño,

los labios finos y brillantes tan cruelmente curvados,

y los extraños ojos rápidos donde el alma se sienta libre.


Libre, sin piedad, privado del dolor,

Ignorante; justo como los ojos son justos.

¿Quiero que cambies ahora, que cambies de un golpe,

sobresaltado y golpeado, despierto y consciente?

Sí, si pudiera, ¿querría que vieras

Mi mismo amor por ti llenándome,

Y que conocieras mi alma a fondo, como yo conozco

La semejanza y el aspecto de tu garganta y tu cabello?


No te cambiaré. No, aunque pudiera,

¿cambiaría mi dulce amor con una palabra?

Preferiría que tu cabello cambiara en una noche,

Claro ahora como el penacho de un pájaro negro brillante;

Tu rostro falla de repente, cesa, encanece,

Muere como una hoja que muere en un día.

Guardaré mi alma en un lugar fuera de la vista,

Lejos, donde no se escuche su pulso.



A lo lejos camina, en un espacio desolado,

Lleno del sonido del dolor de los años.

He tejido un velo para el rostro que llora,

cuyos labios han bebido el vino de las lágrimas;

He encontrado un camino para los pies que fallan,

Un lugar para que el sueño y el dolor se encuentren;

No hay rumor sobre el lugar,

Ni luz, ni ninguno que vea ni oiga.


Escondí mi alma fuera de la vista, y dije

: "Que nadie se apiade de ti, nadie

consuele tu llanto: porque he aquí, estás muerto,

yace quieto ahora, a salvo de la vista del sol.

¿No te he construido una tumba? , y forjaste

tus vendas funerarias de penoso pensamiento,

con suaves versos y lágrimas sin derramar,

y dulces y ligeras visiones de cosas sin hacer?


"Te he dado vestiduras y bálsamo y mirra,

Y oro, y hermosos ajuares funerarios.

Pero tú, ahora en paz, no te alborotes. ¿

No es tu sepulcro como el de un rey real?

No te inquietes aunque el fin sea doloroso;

Duerme , sé paciente, no me molestes más.

Duerme, ¿qué tienes que ver con ella? ¿

Los ojos que lloran, con la boca que canta?


Donde las hojas rojas muertas de los años yacen podridas,

Los fríos viejos crímenes y los hechos arrojados por,

Los mal concebidos y los mal nacidos,

Encontraría un pecado que cometer antes de morir,

Seguro que me disolvería y destruiría por completo,

Eso establecería más alto en el cielo, servirte

y dejarte feliz, cuando limpio olvidado,

como un muerto fuera de mi mente, soy yo.


Tus manos ágiles me atraen, tu rostro me quema,

soy rápido para seguirte, deseoso de ver;

Pero el amor carece de fuerza para redimirme o deshacerme;

Como he sido, sé que seguramente seré;

"¿Qué deberían hacer tipos como yo?" No,

mi parte sería peor si eligiera jugar;

Pues lo peor es esto después de todo; si me conocieran,

ni un alma en la tierra se apiadaría de mí.


Y no juego por lástima de estos; pero tú,

si vieras con tu alma qué hombre soy,

me alabarías al menos porque mi alma toda

te ama, aborreciendo las vidas que mienten;

Las almas y los labios que se compran y se venden,

Las sonrisas de plata y los besos de oro,

Los amores del perrito faldero que gimen al masticar,

Los amantitos que maldicen y lloran.


Hay mujeres más bellas, según tengo entendido; podría ser;

Pero yo, que os amo y os encuentro hermosa,

que son más que hermosas a mis ojos si lo son, ¿

lo saben los altos dioses o les importan los grandes dioses?

Aunque las espadas en mi corazón para uno fueran siete,

¿Debería el hueco de hierro del cielo dudoso,

Que no sabe si es de día o de noche,

Reverberar palabras y una oración tonta?


Volveré a la gran madre dulce,

Madre y amante de los hombres, el mar.

Bajaré a ella, yo y nadie más,

Cerraré con ella, la besaré y la mezclaré conmigo;

Aférrate a ella, lucha con ella, abrázala fuerte:

oh hermosa madre blanca, en días lejanos

Nacido sin hermana, nacido sin hermano,

Libera mi alma como tu alma es libre.


Oh bella madre mía, de verde ceñido,

Mar, que estás vestida de sol y de lluvia,

Tus dulces y duros besos son fuertes como el vino,

Tus grandes abrazos son agudos como el dolor.

Sálvame y escóndeme con todas tus olas,

Encuéntrame una tumba de tus mil tumbas,

Esas puras frías y populosas tumbas tuyas

Forjadas sin mano en un mundo sin mancha.


Dormiré, y me moveré con los barcos en movimiento,

Cambiaré como cambian los vientos, viraré en la marea;

Mis labios se deleitarán con la espuma de tus labios,

me levantaré con tu levantamiento, contigo me hundiré;

Dormir, y no saber si ella estará, si estuvo,

Llena de vida para los ojos y el cabello,

Como una rosa se colma hasta las puntas de las hojas de rosa

Con espléndido verano y perfume y orgullo.


Esta vestidura tejida de noches y días,

si una vez fuera desechada y desenrollada de mí,

desnuda y feliz caminaría por tus caminos,

viva y consciente de tus caminos y de ti;

Limpia del mundo entero, escondida en casa,

Vestida de verde y coronada de espuma,

Un pulso de la vida de tus estrechos y bahías,

Una vena en el corazón de las corrientes del mar.


Bella madre, alimentada con la vida de los hombres,

Eres sutil y cruel de corazón, dicen los hombres.

Tomaste, y no volverás a dar;

Estás lleno de tus muertos, y frío como ellos.

Pero la muerte es lo peor que te puede pasar;

De nuestros muertos te alimentas, oh madre, oh mar,

pero ¿cuándo te has alimentado de nuestros corazones? ¿O cuándo,

habiéndonos dado amor, nos lo has quitado?


Oh tierno corazón, oh perfecto amante,

Tus labios son amargos, y dulce tu corazón.

Las esperanzas que duelen y los sueños que se ciernen, ¿

no se desvanecerán y se separarán?

Pero tú, estás seguro, eres más viejo que la tierra;

Eres fuerte para la muerte y fecundo para el nacimiento;

Tus profundidades ocultan y tus golfos descubren;

Desde el principio fuiste; al final eres tú.


Y el dolor no durará para siempre, lo sé.

Como cosas que no son, serán estas cosas;

Viviremos a través de las estaciones del sol y de la nieve,

y ninguno será tan doloroso para mí.

Oiremos, como quien oye en trance,

El sonido del tiempo, la rima de los años;

La esperanza naufragada y el dolor apasionado crecerán

como cosas tiernas de un mar de primavera.


Frutos marinos que se mecen en las olas que silban,

Oro ahogado y púrpura y anillos reales.

Y todo el tiempo pasado, ¿fue todo por esto?

¿Tiempos inolvidables y tesoros de cosas?

Rápidos años de simpatía y dulces y largas risas,

que no supieron bien de los años posteriores

hasta que el amor despertó, herido en el corazón por un beso,

con labios que temblaban y arrastrando alas.


En la Francia de antaño vivía un cantor

junto al doloroso mar del centro sin mareas.

En una tierra de arena y ruina y oro

Brillaba una mujer, y nadie más que ella.

Y viendo que la vida por causa de su amor fallaba,

estando deseoso de verla, ordenó zarpar,

tocó tierra, y la vio mientras la vida se enfriaba,

y alabó a Dios, viendo; y así murió él.


Murió, alabando a Dios por su don y gracia:

porque ella se inclinó ante él llorando, y dijo:

"Vive"; y sus lágrimas se derramaron sobre su rostro

o alguna vez se derramó la vida en su rostro.

Las agudas lágrimas cayeron a través de su cabello, y picaron

Una vez, y sus labios cerrados lo tocaron y se adhirieron

Una vez, y crecieron uno con los labios de él por un espacio;

Y así retrocedió, y el hombre estaba muerto.


Oh hermano, los dioses fueron buenos contigo.

Duerme y alégrate mientras el mundo perdure.

Estén bien contentos a medida que pasan los años;

Da gracias por la vida, y los amores y señuelos;

Da gracias por la vida, oh hermano, y por la muerte,

Por el dulce postrer sonido de sus pies, de su aliento,

Por los dones que te dio, gratos y pocos,

Lágrimas y besos, aquella señora tuya.


Descansa y alégrate de los dioses; pero yo, ¿

cómo los alabaré, o cómo descansaré?

No hay lugar bajo todo el cielo

Para mí que no sé de lo peor o lo mejor,

Sueño o deseo de los días anteriores,

Dulces o amarguras, nunca más.

El amor no vendrá a mí ahora aunque muera,

como el amor se acercó a ti, pecho con pecho.


Nunca volveré a ser amigo de las rosas;

Aborreceré las dulces melodías, donde una nota que se hace fuerte

cede y retrocede, sube y se cierra,

como una ola del mar que se vuelve atrás por la canción.

Hay sonidos donde el deleite del alma se enciende,

Frente a frente con su propio deseo;

Un deleite que se rebela, un deseo que reposa;

Odiaré la música dulce toda mi vida.


El pulso de la guerra y la pasión del asombro,

Los cielos que murmuran, los sonidos que brillan,

Las estrellas que cantan y los amores que truenan,

La música que arde en el corazón como el vino,

Un arcángel armado cuyas manos levantan

Todos los sentidos mezclados en la del espíritu copa

hasta que la carne y el espíritu se derritan en pedazos--

Estas cosas han terminado, y ya no son mías.


Estos eran parte del juego que escuché

Una vez, antes de que mi amor y mi corazón estuvieran en conflicto;

Amor que canta y tiene alas como un pájaro,

Bálsamo de la herida y peso del cuchillo.

Más hermoso que la tierra es el mar, y el sueño

Que la vigilancia de los ojos que lloran,

Ahora el tiempo ha acabado con su dulce palabra,

El vino y la levadura de la vida hermosa.


Iré por mis caminos, mediré mi medida,

Llenaré los días de mi aliento diario

Con cosas fugitivas que no es bueno atesorar,

Haz lo que hace el mundo, di lo que dice;

Pero si nos hubiésemos amado, oh dulce,

si hubieras sentido, yaciendo bajo las palmas de tus pies,

el corazón de mi corazón, latiendo más fuerte de placer

al sentirte pisarlo hasta el polvo y la muerte.


Ah, ¿no había tomado mi vida y dado

todo lo que la vida da y los años se van,

el vino y la miel, el bálsamo y la levadura,

los sueños elevados y las esperanzas abatidas?

Ven vida, ven muerte, no se diga una palabra;

¿Debería perderte vivo y afligirte muerto?

nunca te lo diré en la tierra; y en el cielo,

si clamo a vosotros entonces, ¿oiréis o sabréis?

Hertha, de Swinburne

 Hertha

POR ALGERNON CHARLES SWINBURNE

Soy lo que comenzó;

               Fuera de mí ruedan los años;

       De mí Dios y hombre;

               soy igual y completo;

Dios cambia, y el hombre, y la forma de ellos corporalmente; yo soy el alma


       Antes de que existiera la tierra,

               Antes que nunca el mar,

       O suave pelo de la hierba,

               O hermosas ramas del árbol,

O el fruto de color fresco de mis ramas, yo era, y tu alma estaba en mí.


       Primera vida en mis fuentes

               Primero derivó y nadó;

       Fuera de mí están las fuerzas

               Que guárdalo o maldita sea;

De mí hombre y mujer, y bestia salvaje y pájaro; antes de que Dios fuera, yo soy.


       A mi lado o encima de mi

               No hay nada para ir;

       Ámame o desámame,

               Desconocerme o saber,

soy lo que me desama y ama; Estoy herido y soy el golpe.


       Yo la marca que se pierde

               Y las flechas que fallan,

       yo la boca que se besa

               Y el aliento en el beso,

La búsqueda, y lo buscado, y el buscador, el alma y el cuerpo que es.


       Soy esa cosa que bendice

               Mi espíritu se regocija;

       la que acaricia

               Con manos descrear

Mis miembros no engendrados que miden la longitud de la medida del destino.


       Pero ¿qué haces ahora,

               Mirando hacia Dios, para llorar

       "Yo soy yo, tú eres tú,

               Yo soy bajo, tú eres alto"?

Yo soy tú, a quien buscas para encontrarlo; encuéntrate a ti mismo, tú eres yo.


       yo el grano y el surco,

               El terrón partido por el arado

       y la reja del arado bien estirada,

               El germen y el césped,

La obra y el hacedor, la semilla y el sembrador, el polvo que es Dios.


       ¿Has sabido cómo te he formado,

               Niño, bajo tierra?

       Fuego que te apasionó,

               Hierro que ató,

Tenues cambios de agua, ¿qué cosa de todas estas has conocido o hallado?


       ¿Puedes decir en tu corazón

               Has visto con tus ojos

       con que astucia del arte

               Fuiste forjado de qué manera,

¿Por qué fuerza de qué material fuiste formado, y mostrado en mi pecho a los cielos?


       ¿Quién te lo ha dado, quién te lo ha vendido?

               ¿Conocimiento de mí?

       ¿Te lo ha dicho el desierto?

               ¿Has aprendido del mar?

¿Has comulgado en espíritu con la noche? ¿Han consultado contigo los vientos?


       ¿He puesto tal estrella

               Para mostrar luz en tu frente

       Que viste de lejos

               ¿Qué te muestro ahora?

¿Habéis hablado juntos como hermanos, el sol y las montañas y tú?


       ¿Qué hay aquí, lo sabes?

               ¿Qué fue, has sabido?

       profeta ni poeta

               Ni trípode ni trono

Ni el espíritu ni la carne pueden responder, sino solo tu madre sola.


       Madre, no hacedora,

               Nacido, y no hecho;

       Aunque sus hijos la abandonen,

               Seducido o asustado,

Orando oraciones al Dios de su moda, ella no se mueve por todos los que han orado.


       Un credo es una vara,

               Y una corona es de noche;

       Pero esta cosa es Dios,

               ser hombre con tu poder,

Para crecer recto en la fuerza de tu espíritu, y vivir tu vida como la luz.


       Estoy en ti para salvarte,

               como dice mi alma en ti;

       dale como yo te di,

               tu vida, sangre y aliento,

Hojas verdes de tu trabajo, flores blancas de tu pensamiento y frutos rojos de tu muerte.


       Sean los caminos de tu entrega

               como los míos para ti;

       La vida libre de tu vivir,

               Sé el regalo gratis;

No como siervo a señor, ni como amo a esclavo, te darás a mí.


       Oh hijos del destierro,

               Almas nubladas,

       ¿Fueron las luces que ves que se desvanecen?

               Siempre para durar,

No conocerías el sol que brilla sobre las sombras y las estrellas que pasan.


       Yo que vi donde andabais

               Los oscuros caminos de la noche

       Establecer la sombra llamada Dios

               en tus cielos para dar luz;

Pero la mañana de la madurez se levanta, y el alma sin sombras está a la vista.


       El árbol de muchas raíces

               Que se hincha hasta el cielo

       con frondas de frutos rojos,

               El árbol de la vida soy yo;

En los brotes de vuestras vidas está la savia de mis hojas: viviréis y no moriréis.


       Pero los dioses de tu moda

               Que toman y que dan,

       En su piedad y pasión

               que azotar y perdonar,

Son gusanos que se crían en la corteza que se cae; morirán y no vivirán.


       Mi propia sangre es lo que estanca

               Las heridas en mi corteza;

       Estrellas atrapadas en mis ramas

               Haz día de la oscuridad,

Y son adorados como soles hasta que la salida del sol apague sus fuegos como una chispa.


       Donde las edades muertas se esconden debajo

               Las raíces vivas del árbol,

       En mi oscuridad el trueno

               habla de mí;

En el choque de mis ramas entre sí oís el sonido de las olas del mar.


       Ese ruido es del Tiempo,

               A medida que sus plumas se extienden

       Y sus pies dispuestos a subir

               A través de las ramas de arriba,

Y mi follaje resuena a su alrededor y susurra, y las ramas se doblan con su pisada.


       Los vientos tormentosos de las eras

               Sopla a través de mí y cesa,

       El viento de guerra que ruge,

               El viento primaveral de la paz,

Antes de que su aliento haga ásperas mis trenzas, antes de que crezca una de mis flores.


       Todos los sonidos de todos los cambios,

               Todas las sombras y luces

       En las cadenas montañosas del mundo

               y alturas desgarradas por arroyos,

Cuya lengua es la lengua del viento y el lenguaje de las nubes de tormenta en las noches que hacen temblar la tierra;


       Todas las formas de todos los rostros,

               Todas las obras de todas las manos

       En lugares inescrutables

               De tierras azotadas por el tiempo,

Toda muerte y toda vida, y todos los reinos y todas las ruinas, caen a través de mí como arena.


       Aunque dolorosa sea mi carga

               Y más de lo que sabes,

       Y mi crecimiento no tiene guerdon

               Pero solo para crecer,

Sin embargo, no dejo de crecer para relámpagos sobre mí o gusanos de muerte debajo.


       Estos también tienen su parte en mí,

               como yo también en estos;

       Tal fuego está en mi corazón,

               Tal savia es la de este árbol,

Que tiene en sí todos los sonidos y todos los secretos de tierras y mares infinitos.


       en las horas primaverales

               Cuando mi mente era como la de May,

       Allí brotan de mí flores

               Por siglos de días,

Fuertes capullos con perfume de virilidad brotaron de mi espíritu como rayos.


       Y el sonido de ellos saltando

               y el olor de sus brotes

       Eran como calidez y dulce canto

               y fuerza a mis raíces;

Y la vida de mis hijos perfeccionada con libertad de alma fueron mis frutos.


       Te pido que seas;

               No tengo necesidad de oración;

       te necesito gratis

               como vuestras bocas de mi aire;

Que mi corazón sea más grande dentro de mí, viendo los frutos de mí hermosos.


       Más bella que extraña es la fruta

               de las religiones que profesáis;

       En mi solo esta la raiz

               que florece en tus ramas;

He aquí ahora a vuestro Dios que os habéis hecho, para que lo apaciente con la fe de vuestros votos.


       En el oscurecimiento y blanqueamiento

               abismos adorados,

       Con la aurora y el relámpago

               Por lámpara y por espada,

Dios truena en el cielo, y sus ángeles están rojos con la ira del Señor.


       Oh hijos míos, oh demasiado obedientes

               Hacia dioses no de mí,

       ¿No fui bastante hermosa?

               ¿Fue difícil ser libre?

Porque he aquí, yo estoy contigo, estoy en ti y de ti; mira ahora y verás.


       He aquí, alado con las maravillas del mundo,

               Con milagros calzados,

       Con los fuegos de sus truenos

               por vestido y vara,

Dios tiembla en el cielo, y sus ángeles están blancos del terror de Dios.


       Porque su crepúsculo ha venido sobre él,

               Su angustia está aquí;

       Y sus espíritus lo miran mudos,

               Encanecido por su miedo;

Y su hora se apodera de él golpeado, el último de su año infinito.


       El pensamiento lo hizo y lo quebranta,

               La verdad mata y perdona;

       Pero a ti, como el tiempo lo lleva,

               Esta cosa nueva que da,

Incluso el amor, la amada República, que se alimenta de libertad y vive.


       Porque sólo la verdad es vivir,

               Sólo la verdad es completa,

       Y el amor de su entrega,

               estrella polar y polo del hombre;

Hombre, pulso de mi centro, fruto de mi cuerpo y semilla de mi alma.


       un nacimiento de mi seno;

               un rayo de mi ojo;

       Una flor superior

               que escala el cielo;

Hombre, igual y uno conmigo, hombre que está hecho de mí, hombre que soy yo.