viernes, 26 de febrero de 2016
La confesión de un gitano
La confesión de un gitano es un romance dialogado de teatro popular andaluz-manchego muy divulgado por los Montes de Toledo; hay muchas variantes y no he intentado reconstruir el original; entre las manchegas conozco versiones de Puebla de don Fadrique y Montalvos, Albacete; entre las andaluzas, de Cortes de Baza, Sierra de Segura, Benímar (Almería) etcétera. La versión que ofrezco es popular y fue representada escénicamente en Montalvos, Albacete, a fines de los años cuarenta. Fue reconstruido de memoria por Emilio Lara. Es una obra un poco políticamente incorrecta, pero muy cómica. Está tomada de aquí.
La acción se desarrolla en el patio de la casa del cura, que forma parte de una iglesia rural manchega. Mientras el cura permanece sentado con un libro en las manos a la sombra de una higuera, aparece ante él un gitano alto y mal encarado que porta una larga vara de fresno.
GITANO.- Padre, vengo a confesarme.
CURA.-¿A confesarte!
GITANO.-Sí, a eso vengo,
a ver si quiere escucharme
y de gratis perdonarme,
los pecaíllos que tengo.
CURA.-Eso es cierto?
GITANO.-Se lo juro.
CURA.-Al confesionario iremos.
GITANO.-No, que allí está muy oscuro.
Este sitio es más seguro.
Aquí que las caras nos vemos.
CURA.-Algún ángel te ha inspirado
a que busques confesión.
Ven, acércate a mi lado.
Cuéntame lo que has pecado,
que Dios te dará el perdón.
(Para sí)
GITANO.-Vaya tío y que buen cachorro está.
CURA.-Vamos, cuéntame, hijo mío.
GITANO.-Padre, si es que no me fío,
de decirle la verdá.
CURA.-¿Temes que yo te delate?
El confesor no hace eso.
GITANO.-Si hace usté tal disparate,
le echo mano al gaznate,
y lo dejo patitieso.
CURA.-hijo, no seas así.
No te impacientes, ten calma,
que yo rezaré por tí
para conseguir así
la salvación de tu alma.
Empieza ya, ves diciendo:
GITANO.-Verá, yo fui una mañana,
cuando estaba el día rompiendo,
y me encontré a mi gitana,
que se estaba divirtiendo
con un gachó que vestía
lo mismico que viste usté.
¡Y cómo se divertían!
Al verme entrar ¡Madre mía!
Se jiñó encima, chipén.
Ella comenzó a gritar,
y yo pa que no gritara,
le largué una bofetá,
que algo más de la mitá
se le perdió de la cara.
A los gritos infernales
que lanzaba el amor mío,
acudieron los curiales
a recoger los quijares,
que entavía no han paecío.
Se echaron encima e mí
lo mismico que chusqueles,
pero yo no me encogí.
Le di aire a los pinreles,
y como un rayo salí.
Tomé viento y me largué.
Ya en la calle, al primer paso,
con un guardia me topé,
y de un solo puñetazo,
sin narices lo dejé.
Aquello fue más sonao
que en Toleo la campana,
y yo lo he recomendao
pa bailar las sevillanas
con un guiri en un tablao.
Desde aquel maldito día,
no me dejaron parar;
como me se perseguía,
pa ganarme la comía,
fuí y me dediqué a afanar.
Mangué un pollino en Lucena.
Una jaquilla en Carmona.
Una muleta en Purchena.
Dos mulas en Estepona
y un caballo en Trebujena.
Usando las mañas mías,
y sin pecar de ignorancia,
me hice en muy pocos días,
hombre de gran importancia,
tratante en caballerías.
Entré a una iglesia a rezar,
y en un rincón me escondí.
Cuando me quise marchar,
se vino detrás de mí,
to lo que había en el altar.
A la Virgen le pedí
los pendientes y el anillo.
Ella me dijo que sí.
Y los cuartos del cepillo,
que también los recogí.
A un fraile muy gordinflón,
de esos que cantan en coro,
al darme la bendición,
le trinqué una cruz de oro,
diez duros y un medallón.
Me recogió un ermitaño,
una noche de aguacero,
y sin querer hacer daño,
me llevé tres candeleros
y una bandeja de estaño.
Me encontré a un cura en un prao
que se empeñó en confesarme.
Después de oírme, asustao,
no se atrevió a perdonarme
y lo enterré en un sembrao.
¿Qué, qué tal la confesión?
CURA.-Flaquezas del ser humano.
GITANO.-¿Me dará la absolución?
CURA.-Sí, hijo y Dios soberano
te concederá el perdón.
GITANO.-Entonces voy a seguir.
CURA.-¿Te queda más todavía?
GITANO.-Claro está padre, que sí.
CURA.-Déjalo para otro día.
GITANO.-Ca, yo ya no vuelvo a venir.
Como soy un buen cristiano,
tengo miedo a condenarme,
y además que soy gitano,
quiero deltó confesarme,
a ver si la gloria gano.
CURA.-Sigue pues, pero abreviando.
GITANO.-Está bien, abreviaré.
Ya sabe usté que afanando,
la manduca me gané,
cuando no pude engañando,
por andequiera que fui,
de lo que vi me apropié.
Que nunca miedo he tenío,
siéndome todito listo,
y que ande yo me he metío,
lo que mis ojos han visto,
mis manos han recogío.
CURA.-¿Queda más?
GITANO.-Una aventura,
de una vez que fui a emparnarme
a un pueblo de Extremadura,
y al no tener qué llevarme,
ne llevé al ama del cura.
CURA.-Hijo, no tienes salvación.
Poder salvarte no espero.
GITANO.-Sí le ha entrao a usté quemazón,
pero en fin me se figura,
que a usté ya se le olvidó,
que fue también otro cura
el que amí me la quitó.
Bueno, yo ya he terminao.
Puede perdonarme o no.
Porque si queo condenao,
con usté voy a hacer yo,
lo que con aquel del prao.
CURA.-Sí, sí, sí te absolveré,
aunque eso es muy grave.
GITANO.-Padre, ya está hecho ¿Qué quié usté?
Por la gloria de mi madre,
que otra vez no lo haré.
CURA.-Yo te perdono hijo mío,
de Dios en su santo nombre,
y, procurarás, confío,
desde hoy ser un buen hombre.
GITANO.-Eso yo siempre lo he sío.
CURA.-Ya estás listo, márchate.
GITANO.-Padre, ¿Y la penitencia?
CURA.-Yo por tí la cumpliré.
GITANO.-¡Qué buenecico es usté.
Ya me ha limpiao la concencia.
Padre, ahora que me acuerdo,
yo no sé si volveré.
Y por si acaso me pierdo,
y no lo vuelvo a usté a ver,
quiero que me dé un recuerdo.
CURA.-¡Un recuerdo?
GITANO.-Claro está.
Yo tengo muchos apuros.
Ni ayer ni hoy, gané na.
Deme usté veinte durillos,
pa que me pueda najar.
CURA.-Tómalos y vete ya.
GITANO (para sí).
Válgame y qué tonto he sío.
He hecho una barbaridá.
Si más le llego a pedir,
lo mismico me lo da.
-Adiós padre, buena suerte.
Que se conserve usté bueno.
Si otra vez vuelvo a pecar,
cuando tenga el saco lleno,
volveré aquí a confesar.
CURA.-Adiós hijo, buena suerte.
Que te conserves muy bien.
Que Dios quiera protegerte.
Y que yo no vuelva a verte,
por nunca, jamás, amén.
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El spanking o azotaina
BUENA PERSONA
-¡Tío, tío! –Aquí estoy ya.
-¡Qué infamia! ¡Qué villanía!
-¿Qué tienes, sobrina mía?
-Que me ha pegado mamá.
-¿Mi hermana, di? –Sí señor.
-¿Y por qué?... ¡Dios la confunda!
-¿Algún cachete? –Una tunda
de las de marca mayor.
¡Ay tío, qué vapuleo!
¡Qué redoble! ¡Zas, zis, zas!
¡Una costilla no más
se ha librado del solfeo!
Moquetes, y… sin recato
(sentiré escandalizarte)
en salva sea la parte
desnuda, con un zapato.
¡Una que ni a los chiquillos!
Tengo los cuatro carrillos
que me están echando lumbre.
-¿Los dos? –Los cuatro.- Ya... ya...
Ahora lo adivino todo.
¿Qué has hecho que de ese modo
te ha solfeado mamá?
-Pues mirar por la familia,
ser formal. –¡Vaya un capricho!
-Mamá hace un rato me ha dicho:
“Hay que decidirse, Emilia,
tienes tres novios y no
quisiera yo que perdieres
la ocasión. ¿A cuál prefieres?”
Y entonces le dije yo:
“Si es forzoso decidir,
voy a hablarte sin empacho.
Mira: Andrés es un muchacho
como no hay más que pedir.
Su exquisita educación
y su porte distinguido
confieso que han encendido
en amor mi corazón;
gentileza y juventud
une a un talento probado,
y además es un dechado
de honradez y de virtud.
Tiene un alma generosa;
todo cuanto puede hacer
la dicha de una mujer
que consiga ser su esposa.”
-¡Me gusta que así lo alabes!
-...Y en el Tribunal de Cuentas
tiene ya dos mil quinientas
pesetas de sueldo ¿sabes?
Y, según vale, confío
que ascienda rápidamente:
es un muchacho excelente,
en fin, una ganga, tío.
Juan, en cambio, es un tunante:
botín, taurina, cafés…
y sombrero cordobés,
juergas y cañas y cante.
Siempre de toros (me irrita)
la conversación entabla:
cuando del Reverte no habla,
es para hablar del Guerrita.
Tiene fortuna corriente
y hasta escudo de nobleza.
¿Que sentará la cabeza?
¡Pero hasta que no la siente…!
El tercero es necio y tonto,
don Ramiro Pérez Mota,
un vejestorio con gota
que se morirá muy pronto.
Gasta peluca con rizos.
Es un mentecato, un lerdo
reparado del izquierdo
y lleva dientes postizos.
Además es tartajoso.
Tiene (y cada año la aumenta)
veinte mil duros de renta,
pero es lo más asqueroso.
La elección, como tú ves,
no era dudosa. Elegí...
-¡No digas más…! Entendí.
¡Al intachable, a tu Andrés!
-No, a Don Ramiro. -¿Tú... tú?
¡Casta! -¿Qué hace usted? -Ven, Casta,
mira, toma mi bambú
y renueva el vapuleo…
-¡Tío, por Dios! -¡Chilla, chilla!
¡Y te rompo la costilla
que se libró del solfeo!
Rafael María Liern (1832 – 1897)
Publicado en la revista Madrid Cómico núm. 590 del 9 de junio de 1894.
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