lunes, 4 de julio de 2016

Canto autobiográfico de Lope sobre Elena Osorio

De La hermosura de Angélica, canto XIX

Lucindo soy , aquel que a Dios pluguiera 
que no fuera del mundo conocido, 
porque de la cruel envidia fuera 
menos injustamente perseguido. 
¡Dichoso el hombre que su edad entera 
pasa cubierta de un escuro olvido, 
pues toda fama, y más cuanto más nueva, 
tras sí la envidia y los trabajos lleva! 

Yo, pastorcillo en la ribera hermosa
donde Tajo se junta con Jarama,
aunque mis padres son de la famosa
Montaña y tierra que de León se llama,
mi estirpe contemplando generosa,
los ojos puse en la divina fama...
Pero en vano el ingenio se apercibe
si hay piedra de pobreza que derribe.

Yo celebré, con verso tosco y rudo,
del Tajo las pastoras y pastores,
aunque otros muchos de mi edad no dudo
que escribieron bucólicas mejores.
Anduve un tiempo entre las gentes mudo
y la publicidad de unos amores
hablar me hicieron tanto, que a mí solo
me sabe el nombre el contrapuesto polo.

Aquí donde me ves, tan pobre y roto,
he sido en otros tiempos cortesano,
y en la villa mejor de nuestro soto
fui de algún bueno a la derecha mano;
mas como sin estrella ni piloto
se rige a veces el sentido humano
(y más en los intentos del mancebo)
fue de mi perdición amor el cebo.

Que, como crece la delgada caña
entre las aguas turbias y limosas,
así en la ociosidad que tanto daña
del ciego amor las alas licenciosas.
No así la clara luz ardiendo engaña
las simples y pintadas mariposas
como los bellos ojos me engañaron
de aquella ingrata a quien después lloraron.

Amé furiosamente; amé tan loco,
como lo sabe el vulgo, que me tuvo
por fábula gran tiempo, y en tan poco
que muchas veces por llorarme estuvo.
Ahora a mil despechos me provoco
de ver lo que una Circe me detuvo,
habiendo yo pasado otras Sirenas
de tanto engaño y artificio llenas.

Y, aunque pudiera yo, por su ponzoña,
como unicornio entrar seguramente 
(cuya rara virtud desemponzoña 
el veneno del áspid en la fuente) 
por imitar a Pan, no en la zampoña, 
sino en la fruta de la negra frente 
no quise hacer tan áspera experiencia, 
que no es común a todos la paciencia, 

Fuime, ausenteme, no ligero y suelto, 
que la cadena y grillos arrastrando 
por dondequiera de su lazo envuelto 
mis fugitivos pies iban mostrando; 
mas pudo tanto el ánimo resuelto, 
que al mar llegaron otro mar llorando, 
en cuya orilla de aquel rostro ingrato, 
no el verdadero, sepulté el retrato. 

Pensaba yo que de prolixa ausencia 
fueran tres meses suficiente cura 
para poder volver a su presencia 
sin miedo alguno de mayor locura; 
mas cuando en la sutil convalescencia 
a comer el enfermo se aventura 
aquello de que estuvo tan al cabo, 
ni su ganancia ni mi vuelta alabo. 

Hallo que en otros gustos se desvela 
de un bello Adonis, o mintió la fama 
celoso yo, como en su fin la vela 
vuelvo en mi fuego muerto a alzar la llama; 
entonces ella (o fuese por cautela) 
esfuérzase a fingir que me desama, 
y yo a mostrarme alegre y apacible, 
encubriendo mis celos, si es posible. 

¿Qué te diré de la llaneza nuestra 
tan sin respeto y paternal recato 
el tiempo que la suerte alegre y diestra 
favoreció nuestro amoroso trato? 
Pero del paño difirió la muestra 
como la tela del sayal barato: 
que mientras ama la mujer encubre 
mil falsedades que después descubre. 

Huye mi mal, y la memoria trayle
adonde en nuevo llanto me resuelva, 
que no hay castigo, aunque en los tiempos hayle, 
cuando su frente rubia en plata vuelva. 
Al fin al juego, al regocijo, al baile, 
de myrtho coronado y madreselva, 
entraba entre los otros, y a mis solas, 
a fe que hasta morir llegaron olas. 

Íbame al campo a descansar mis males,
en cuya soledad enternecía
árboles, ríos, montes, animales
y cuantas aves en el aire había:
y como destas ansias desiguales
llegó la voz a la enemiga mía,
o no sé qué le movió, que el muerto fuego
se vio salir de las cenizas luego.

Lloró conmigo, hablome tiernamente, 
y al fin volvimos al primero trato: 
mas luego, ¡extraña cosa! mi accidente 
cesó, vengado de su pecho ingrato. 
Miré unos ojos cuya luz ardiente 
el sol no la mirara sin recato, 
y poco a poco aquel su amor me atrevo 
a trasladar en otro papel nuevo. 

Que como siempre amor buscó venganzas, 
y son todas sus tretas por el filo, 
páganse bien mudanzas con mudanzas, 
guardando en abrasar el mismo estilo: 
cuando durmiendo están las confianzas, 
el viento sosegado, el mar tranquilo, 
celos entonces, que es la treta propia, 
abrasan más que el sol en Ethïopia. 

Cuando en quererme el alma desvelaba, 
yo en adorar a quien le di la mía, 
de suerte que obligarme procuraba, 
y yo olvidalla cuanto más podía, 
pues cuando ya de todo punto estaba 
su alma ardiendo y mi memoria fría, 
yo la dejé del todo, y fuime a aquella, 
que fue, para salvar mi nave, estrella. 

No fue dificultoso amar amado, 
ni olvidar agraviado fue mal hecho, 
porque llueve un agravio declarado 
nubes de hielos a un ardiente pecho. 
Y como el pensamiento mejorado 
conoce brevemente su provecho, 
del olvidado amor amor nacía, 
que también tiene amor philosophía. 

Mas como la mujer menospreciada
los dientes vuelve al que halagó primero 
como suele la víbora pisada 
asiendo el pie del cazador ligero, 
celosa, melancólica y burlada 
de mi pecho fingido y lisonjero, 
que me maten procura, y finalmente 
vivo por ella de mi bien ausente. 

Cárcel injusta con destierro largo 
sufrí para vengar mis enemigos, 
admitiendo, mejor que mi descargo, 
la inicua falsedad de los testigos. 
Dejé la patria, aunque con llanto amargo, 
vendido de mis íntimos amigos, 
en que he tenido tan contraria estrella, 
que el que me debe más más me atropella. 

Aquí los cielos quieren que reporte 
mi vida, sin envidia del que sigue 
las cajas belicosas de Mavorte, 
ni el victorioso lauro que consigue. 
No hay gala, ni esperanza de la Corte 
que a pensamiento de mirar me obligue 
los templos de los ídolos crueles, 
arrimado a tapices y doseles. 

Las pretensiones no me causan pena, 
ni el juego me destruye, ni la gala, 
ni el dulce murmurar la vida ajena, 
adonde el que es más cuerdo al fin resbala: 
ni el malicioso aquí se desenfrena, 
ni el siempre rudo vulgo me señala: 
mando en mí mismo y soy lo que yo quiero 
más no soy nada, amor: de amores muero.