martes, 14 de julio de 2015

Oda al dos de mayo, de Bernardo López García

Bernardo López García

Oda al dos de mayo.

Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes pendones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.

Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que, libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!

Doquiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
contando tu valentía.
Desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!

Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones.
Nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.

Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.

Y aún hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto.
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
¡presta luz a mi memoria!
y el mundo y la patria, a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir.

¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!

La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!"

Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!

¡Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad,
¡en la tumba descansad!
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero.

Oración de San Guillermo: sátira del calvinismo por el poeta prerromántico escocés Robert Burns

He aquí esta que no me atrevo a llamar traducción, sino "aproximación" a la famosa sátira anticlerical Holy Willie's Prayer de Robert Burns.

Oración de San Guillermo

¡Oh tú que haces morar en la gloria,
y como te dé la gana
envías uno al cielo
y diez al Infierno,
todo por indolencia,
y no por nada bueno o malo
que hayan hecho en la vida!

¡Bendíceme, y alabaré tu inigualable poder,
que a tantos miles abandonó en la noche,
porque estoy ante ti
para que me des dones y gracia
y un fuego que prenda
todo este lugar!

¿Por qué habría de arrepentirme
si ya en mi mismo nacimiento
recibí tu salvación?
¡Yo, que merecía más justa condena
seis mil años antes de haber nacido,
por culpa del pecado original de Adán!

Cuando caí del vientre de mi madre
podrías haberme sumido en el profundo Infierno,
donde son el llanto y rechinar de dientes
y lagos de fuego,
encadenado por malditos demonios
que rugen o gritan.

Sin embargo, he sido elegido para estar aquí
y mostrar que tu gracia es más que grande;
soy un pilar de tu templo,
fuerte como una roca,
guía, escudo y ejemplo
de todo tu rebaño.

¡Oh Señor, sabes qué celos tengo
cuando los bebedores se mojan
y no paran de jurar y perjurar,
cantando y bailando acá y allá
como hace todo quisque!
Sigo solo por temor de Ti
libre de todos estos pecados.

Y, sin embargo, Señor... Confieso
que a veces siento también
la concupiscencia de la carne,
pues solo soy un hombre;
interponte en mi vileza,
recuerda que somos polvo
profanado por el pecado.

¡Oh Señor! Ayer por la tarde, sabes,
me tiré a la Meg
y ruego tu perdón sinceramente;
que nunca sea una plaga viva
para mi deshonra,
y nunca saltaré la ley
una vez más.

Además, debo declarar
que, aunque tuve de Lizzie tres hijas,
ese viernes estaba borracho
cuando llegué a su lado
que, a tu siervo verdadero,
nunca a ella otra cosa lo ha traído.

Tú nos dejaste esta espina carnal
tormento de tu siervo día y noche,
aunque no muy alta y poderosa
para el hombre templado y talentoso;
si lo fuera, siempre hay que imponer Tu mano
hasta que la levantes.

Señor: bendice a tus elegidos en este lugar,
pues aquí tienes un pueblo elegido,
pero Dios confunda el terco rostro
y enfangue el nombre
de cuantos atraen a los ancianos
desgracia y vergüenza.

Señor: asegúrate de que Gavin Hamilton
recibe su merecido:
bebe, jura, juega a las cartas,
pero tiene tanta influencia
entre toda clase social
que roba del propio sacerdote de Dios
el corazón del pueblo.

Pues, cuando tratamos de torcer su senda,
sabes que, riéndose de nosotros,
levantó un jolgorio tan grande
como un rugido en todo el mundo;
¡maldice su medio de vida y sus posesiones,
y todos sus sembrados de patatas!

Señor, escucha mi oración, un clamor ferviente
contra el tribunal eclesiástico de Ayr:
con tu fuerte mano derecha, Señor,
visítalos y hiere sus cabezas
sin perdonar sus fechorías.

¡Señor, Dios mío! Retén la lengua locuaz de Aitken:
mi corazón y cuerpo están temblando,
de pensar cómo sudábamos muertos de miedo,
mientras hablaba la serpiente suavemente:
es capaz de ganar el caso.

Señor, en el día de la venganza que lo intente,
visita a quien hizo emplearla
y no pase tu misericordia por ellos,
ni oigas su oración:
destrúyelos por el bien de tu pueblo
y no perdones.

Señor, recuérdame a mí y los míos,
danos misericordia temporal y divina,
con que la gracia y la riqueza puedan brillar
y a cambio de nada
toda la gloria será tuya,
¡amén, amén!