miércoles, 21 de diciembre de 2011

Católica, sacra y real Majestad, memorial atribuido a Quevedo

Este es el famoso memorial que, según una leyenda, encontró en su servilleta el rey Felipe IV y motivó uno de los destierros de Quevedo a la Torre de Juan Abad. Se trata de pareados de dodecasílabos, con cesura en la sexta, una estrofa de poco uso entonces que evoca la literatura patriótica del revuelto siglo XV en pleno siglo XVII. Edito el texto con razones filológicas; por ejemplo, cuando hay sinéresis, rebajando el timbre de la vocal más débil para hacer diptongo: lialtad, rialengo... También he corregido algún verso hipermétrico.

A S. M. EL REY DON FELIPE IV 

MEMORIAL 

Católica, sacra y real majestad, 
que Dios en la tierra os hizo deidad: 

un anciano pobre, sencillo y honrado, 
humilde os invoca y os habla postrado. 

Diré lo que es justo, y le pido al cielo 
que así me suceda cual fuere mi celo. 

Ministro tenéis de sangre y valor, 
que solo pretende que reinéis, señor, 

y que un memorial de piedades lleno 
queráis despacharle con lialtad de bueno. 

La Corte, que es franca, paga en nuestros días 
más pechos y cargas que las behetrías. 

Aun aquí lloramos con tristes gemidos, 
sin llegar las quejas a vuestros oídos. 

Mal oiréis, señor, gemidos y queja 
de las dos Castillas, la Nueva y la Vieja. 

Alargad los ojos; que el Andalucía 
sin zapatos anda, si un tiempo lucía. 

Si aquí viene el oro, y todo no vale, 
¿qué será en los pueblos, de donde ello sale? 

La arroba menguada de zupia y de hez 
paga nueve riales, y el aceite diez. 

Ocho los borregos por cada cabeza, 
y las demás reses, a rata por pieza. 

Hoy viven los peces o mueren de risa, 
que no hay quien los pesque, por la grande sisa. 

En cuanto Dios cría, sin lo que se inventa, 
de más que ello vale se paga la renta. 

A cien reyes juntos nunca ha tributado 
España las sumas que a vuestro reinado. 

Y el pueblo doliente llega a recelar 
no le echen gabela sobre el respirar. 

Aunque el cielo frutos inmensos envía. 
le infama de estéril nuestra carestía. 

El honrado, pobre y buen caballero 
si enferma no alcanza a pan y carnero. 

Perdieron su esfuerzo pechos españoles, 
porque se sustentan de tronchos de coles. 

Si el despedazarlos acaso barrunta 
que valdrá dinero, lo admite la Junta. 

Familias sin pan y viudas sin tocas 
esperan hambrientas y mudas sus bocas. 

Ved que los pobretes, solos y escondidos, 
callando os invocan con mil alaridos. 

Un ministro, en paz, se come de gajes 
más que en guerra pueden gastar diez linajes. 

Venden ratoneras los extranjerillos, 
y en España compran horcas y cuchillos

y, porque con logro prestan seis reales, 
nos mandan y rigen nuestros tribunales. 

Honrad a españoles chapados, macizos; 
no así nos prefieran los advenedizos. 

Con los medios juros que el vasallo aumenta, 
el que es de Ginebra barata la renta. 

Más de mil nos cuesta el daros quinientos; 
lo demás nos hurtan para los asientos. 

Los que tienen puestos, lo caro encarecen, 
y los otros plañen, revientan, perecen. 

No es buena grandeza hollar al menor; 
que al polluelo tierno Dios todo es tutor. 

En vano el agosto nos colma de espigas, 
si más lo almacenan logreros que hormigas. 

Cebada que sobra los años mejores 
de nuevo la encierran los revendedores. 

El vulgo es sin rienda ladrón homicida; 
burla del castigo; da coz a la vida. 

"¿Qué importa mil horcas" (dice alguna vez) 
"si es muerte más fiera hambre y desnudez?" 

Los ricos repiten por mayores modos: 
"¿Ya todo se acaba? Pues hurtemos todos." 

Perpetuos se venden oficios, gobiernos, 
que es dar a los pueblos verdugos eternos. 

Compran vuestras villas el grande, el pequeño; 
rabian los vasallos de perderos dueño. 

En vegas de pasto rialengo vendido, 
ya todo ganado se da por perdido. 

Si a España pisáis, apenas os muestra 
tierra que ella pueda deciros que es vuestra. 

Así en mil arbitrios se enriquece el rico, 
y todo lo paga el pobre y el chico. 

Sin duda el demonio, propicio y benino,
aquel que por nombre llaman Peregrino, 

al Conde le dijo, favorable y plácido, 
cuando su excelencia oraba en San Plácido: 

«Del rey los vasallos compiten tu puesto; 
destruye, aniquila y acábalo presto. 

Los de la Corona mayores contrarios 
serán la disculpa para tus erarios: 

que, si acaban estos con la monarquía, 
morirá también quien te perseguía. 

Mejor libra en guerra el que es prisionero 
que el que es sentenciado por el juez severo. 

La causa de todo lo que ellos ganaron, 
no la mataron, sino la libraron.» 

Esto dijo el diablo al conde Guzmán, 
y el Conde prosigue como don Julián. 

Consentir no pueden las leyes reales 
pechos más injustos que los desiguales. 

Ved tantas miserias como se han contado 
teniendo las costas del papel sellado. 

Si en algo he excedido, merezco perdones: 
duelos tan del alma no afectan razones. 

Servicios son grandes las verdades ciertas; 
las falsas razones son flechas cubiertas. 

Estímanse lenguas que alaban el crimen, 
honran al que pierde y al que vence oprimen. 

Las palabras vuestras son la honra mayor, 
y, aun si fueran muchas, perdieran, señor.

Todos somos hijos que Dios os encarga; 
no es bien que, cual bestias, nos mate la carga. 

Si guerras se alegan, y gastos terribles, 
las justas piedades son las invencibles. 

No hay riesgo que abone, y más en batalla, 
trinchando vasallos para sustentalla. 

Demás que lo errado de algunas quimeras 
llamó a los franceses a nuestras fronteras. 

El quitarle Mantua a quien la heredaba 
comenzó la guerra que nunca se acaba. 

Azares, anuncios, incendios, fracasos 
es pronosticar infelices casos. 

Pero, ya que hay gastos en Italia y Flandes, 
cesen los de casa superfluos y grandes. 

Y no con la sangre de mí y de mis hijos 
abunden estanques para regocijos. 

Plazas de madera costaron millones, 
quitando a los templos vigas y tablones.

Crecen los palacios ciento en cada cerro, 
y, al gran San Isidro, ni ermita ni entierro.

Madrid a los pobres pide mendigante, 
y en gastos perdidos es Roma triunfante. 

Al labrador triste le venden su arado 
y os labran de hierro un balcón sobrado. 

Y con lo que cuesta la tela de caza 
pudieran enviar socorro a una plaza. 

Es lícito a un rey holgarse y gastar, 
pero es de justicia medirse y pagar. 

Piedras excusadas con tantas labores 
os preparan templos de eternos honores. 

Nunca tales gastos son migajas pocas, 
porque se las quitan muchos de sus bocas. 

Ni es bien que en mil piezas la púrpura sobre, 
si todo se tiñe con sangre del pobre. 

Ni en provecho os entran, ni son agradables, 
grandezas que lloran tantos miserables. 

¿Qué honor, qué edificios, qué fiesta, qué sala
como un reino alegre que os cante la gala? 

Más adorna a un rey su pueblo abundante. 
que vestirse al tope de fino diamante. 

Si el rey es cabeza del reino, mal pudo 
lucir la cabeza de un cuerpo desnudo. 

Lleváranse bien los gastos enormes; 
lleváranse mal si fueren disformes. 

Muere la milicia de hambre en la costa; 
vive la malicia de ayuda de costa. 

Gana la vitoria'l valiente arriesgado; 
brindan con el premio al que está sentado. 

El que por la guerra pretende alabanza 
con sangre enemiga la escribe en su lanza. 

Del mérito propio sale el resplandor, 
y no de la tinta del adulador. 

La fama, ella misma, si es digna, se canta: 
no busca en ayuda algazara tanta. 

Contra lo que vemos quieren proponernos 
que son Paraíso los mismos Infiernos. 

Las plumas compradas a Dios jurarán 
que el palo es regalo y las piedras pan. 

Vuestro es el remedio: ponedle, señor. 
Así Dios os haga, de Grande, el Mayor. 

Grande sois, Filipo, a manera de hoyo; 
ved esto que digo, en razón lo apoyo: 

Quien más quita al hoyo, más grande le hace; 
mirad quién lo ordena, veréis a quien place. 

Porque lo demás todo es cumplimiento 
de gente civil que vive del viento. 

Y así de estas honras no hagáis caudal; 
mas honrad al vuestro, que es lo principal. 

Servicios son grandes las verdades ciertas; 
las falsas lisonjas son flechas cubiertas. 

Si en algo he excedido, merezca perdones: 
¡Dolor tan del alma no afecta razones! 

[F. de Quevedo]