Muy revuelta está Castilla;
quejoso está y fatigado
aquese rey Don Enrique,
rey no bien afortunado.
Quéjase de muchos hombres
a quienes puso en estado
por haberle descompuesto
en auto solemnizado
y haber alzado por rey
a Don Alfonso, su hermano;
y, aunque murió Don Alfonso,
su intento no habían dejado.
Grandes partidos se mueven
estando en aqueste estado,
y en un concierto muy justo
al rey han encaminado
para ser obedecido
por todos, y acatado,
y para aqueste concierto,
siendo por él aprobado.
Muy grandes gentes se ayuntan
en los Toros de Guisando:
señores y caballeros
y también muchos prelados.
Vienen con Doña Isabel
para verse con su hermano,
porque por su socesora
el rey la había señalado.
Todos hablaron al rey,
todos le besan la mano:
el rey, con semblante alegre,
a todos ha perdonado.
Y el cardenal Venerín,
que venía por legado,
a todos aquellos grandes
que allí se habían juntado
absolvió del juramento
que el rey les había tomado
al tiempo que Doña Juana
por princesa habían jurado,
por contemplación del rey
que los había forzado
y porque del jurameolo
todos habían reclamado.
Ya del juramento absueltos,
el Rey les ha así hablado:
—Perlados y caballeros,
los que aqui estáis ayuntados:
yo os mando que en mi presencia
juréis delante el Legado
porr sucesora en mis reinos
desque yo sea finado
a Doña Isabel mi hermana
y que la beséis la mano ,
porque en todas las ciudades
así lo tengo mandado.—
Todos juran la princesa
con placer demasïado,
la cual le prometió al rey
de casar por su mandado;
y así hubieron fin las vueltas
que gran tiempo habían durado.