domingo, 16 de diciembre de 2007

Jaime Campmany, Tres sonetos de amor y de muerte

TRES SONETOS DE AMOR Y DE MUERTE

Era Madrid y otoño y amarillo
y lunes y violín y atardecía;
era tu mano que palidecía
al correr la clausura del visillo.
Era en tus ojos húmedos el brillo
de una primera llama que te ardía.
Era octubre y amor y melodía
y soledad y todo tan sencillo.
Era otoño y Madrid y me mirabas,
era tu breve pecho en oleaje
y tu boca desierta y entreabierta.
Era después el beso en que te dabas,
y fue que, de una rama de mi traje,
cayó mi corazón como hoja muerta.

Como si nada hubiese sucedido,
has abierto temprano la ventana
y has bañado en la luz de la mañana
la alcoba ruin y el lecho florecido.
Una triste canción de agua y olvido
ha sonado en la pobre palangana,
y el espejo ha devuelto con desgana
la sonrisa fugaz de tu descuido.
He mirado tu cuerpo, tu desnudo,
reto impecable al sol avergonzado,
desafío de mármol a la lumbre,
y estoy pensando ahora en cómo
pudo oprimir mi costado tu costado
como un suceso más de mi costumbre.

He de pasar. Más tarde o más temprano,
tendré que encaminarme a la salida.
La muerte siempre gana esta partida
que con la vida juega mano a mano.
Viví la primavera y el verano,
anda por el otoño ya mi vida
y el invierno me espera. Ya se cuida
de mullirme la tumba mi gusano.
¿Por qué morir, pasar como si nada,
dejar la luz, el mar, la sangre, el fuego,
y el amor a ceniza reducido?
Un hombre es soledad desenterrada
y un buen día te vas. Ese es el juego.
Uno se tiene que ir porque ha venido.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Quién va allí, Walt Whitman

¿Quién va allí?
Grosero, hambriento, místico, desnudo... ¡quién es aquél?
¿No es extraño que yo saque mis fuerzas de la carne del buey?
Pero ¿qué es el hombre en realidad?
¿Qué soy yo?¿Qué eres tú?

Cuanto yo señale como mío,
Debes tú señalarlo como tuyo,
Porque si no pierdes el tiempo escuchando mis palabras.

Cuando el tiempo pasa vacío y la tierra no es mas que cieno y podredumbre,
no me puedo parar a llorar.
Los gemidos y las plegarias adobadas con polvo para los inválidos;
y la conformidad para los parientes lejanos.

Yo no me someto.
Dentro y fuera de mi casa me pongo el sombrero como me da la gana.
¿Por qué he de rezar?

¿Por qué he de inclinarme y suplicar?

Después de escudriñar en los estratos,
después de consultar a los sabios,
de analizar y precisar
y de calcular atentamente,
he visto que lo mejor de mi ser está agarrado de mis huesos.

Soy fuerte y sano.
Por mi fluyen sin cesar todas las cosas del universo.
Todo se ha escrito para mi.
y yo tengo que descifrar el significado oculto de las escrituras.

Soy inmortal.
Sé que la órbita que escribo no puede medirse con el compás de un carpintero,
y que no desapareceré como el círculo de fuego que traza un niño en la noche con un carbón encendido.

Soy sagrado.
Y no torturo mi espíritu ni para defenderme ni para que me comprendan.
Las leyes elementales no piden perdón.
(Y, después de todo, no soy mas orgulloso que los cimientos desde los cuales se levanta mi casa.)

Así como soy existo. ¡Miradme!
Esto es bastante.
Si nadie me ve, no me importa,
y si todos me ven, no me importa tampoco.
Un mundo me ve,
el mas grande de todos los mundos: Yo.

Si llego a mi destino ahora mismo,
lo aceptaré con alegría,
y si no llego hasta que transcurran diez millones de siglos, esperaré...
esperaré alegremente también.
Mi pie está empotrado y enraizado sobre granito
y me río de lo que tu llamas disolución
porque conozco la amplitud del tiempo.

Pasa y ollvida, de Rubén Darío

Peregrino que vas buscando en vano
un camino mejor que tu camino,
¿cómo quieres que yo te dé la mano,
si mi signo es tu signo, Peregrino?

No llegarás jamás a tu destino;
llevas la muerte en ti como el gusano
que te roe lo que tienes de humano...
¡lo que tienes de humano y de divino!

Sigue tranquilamente, ¡oh, caminante!
Todavía te queda muy distante
ese país incógnito que sueñas...
Y soñar es un mal. Pasa y olvida,
pues si te empeñas en soñar, te empeñas
en aventar la llama de tu vida.

Farewell, Pablo Neruda

Desde el fondo de ti, y arrodillado,
un niño triste como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas
tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada.
Para que nada nos amarre

que no nos una nada.

Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron tus palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.

Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.

(Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.)

Amo el amor que se reparteen besos, lecho y pan.
Amor que puede ser eterno

y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse
para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor.

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor.

Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó.

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

...Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.

No te vayas tan confiado esa noche, de Dylan Thomas

No vayas tan confiado esa noche,
la vejez quemará y delirará al acabar el día:
odiad, odiad el fin de la luz.

Aunque los listos sepan al fin que lo oscuro está bien

porque sus palabras no se andan por las ramas, ellos
no marchan confiados esa noche.

Los buenos, los que quedan, lloran por lo bien
que sus sutiles logros podrían haber bailado en la verde bahía,
odiad, odiad el fin de la luz

Los salvajes que llegan y cantan al sol en vuelo
y aprenden, muy tarde, que se entristecieron a su manera

no van confiados esa noche.

Los importantes par de la muerte que ven con vista ciega
ojos ciegos inflamables cual meteoros ser felices,
odiad odiad la muerte de la luz.

Y tú, padre mío, en tu ahí alta tristeza,
maldice, bendíceme ahora con tus feroces lágrimas, te ruego
no marches
confiado esa noche.

Odio, odio la muerte de la luz

Piedra negra sobre una piedra blanca, César Vallejo

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos

Morí por la belleza, Emily Dickinson

Morí por la Belleza,
pero apenas acomodada en la tumba,
uno que murió por la Verdad yacía
en un cuarto contiguo

y me preguntó en voz baja por qué morí.
-Por la Belleza -repliqué-
-Y yo por la Verdad-
Las dos son una.
-Somos Hermanos -dijo-.

Y así, como parientes, reunidos una noche,
hablamos de un cuarto a otro,
hasta que el musgo alcanzó nuestros labios
y cubrió
nuestros nombres.

Donde habite el olvido, Luis Cernuda

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo solo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

País del sueño, Edgar Allan Poe

Por un camino oscuro y yermo
que asolan ángeles enfermos,
donde Noche es el icono
que reina erguido en negro trono,
he llegado aquí como pude
desde esa última y brumosa Tule;
¡desde un clima salvaje, sublime y reacio
que mora fuera del tiempo y el espacio!

Valles sin fondo y ríos sin cauces
y grietas y cuevas y titánicos sauces
cuyas formas al hombre escamotean
las lágrimas que por doquier gotean;
montañas que hunden sus laderas
en mares abruptos, sin riberas;
mares que elevan sus olas airadas
hasta los cielos envueltos en llamas;
lagos que extienden, sin cesar, a espuertas
sus aguas solitarias, solitarias y muertas,
sus aguas quietas, quietas y heladas
debido a la nieve de los lirios y calas.

Junto a los lagos que a espuertas
extienden sus aguas solitarias y muertas,
sus aguas tristes, tristes y heladas
debido a la nieve de los lirios y calas;
junto alas montañas, cerca del río
y de su murmullo eterno y sombrío;
junto al bosque gris, en el pantano lacio
donde viven la nutria y el batracio;
junto a las tenebrosas lagunas
donde tienen los íncubos sus cunas;
en los rincones más vulgares
y los más mustios lugares;
allí el viajero encuentra, alelado,
amortajadas memorias del pasado,
formas que suspiran inquietantes,
y aterran a su paso al visitante;
espectros de amigos que concedieron
sus restos agónicos a la tierra... y el cielo.

Para aquél cuyos pesares son legión
es sedante y apacible esta región.
Para el espíritu que avanza rodeado
de sombras es, ¡oh, todo un Eldorado!
Pero el viajero, al atravesarla,no debe
demorarse en escrutarla;
jamás los frágiles ojos humanos
podrán posar la vista en sus arcanos;
lo quiere así su rey, que ha vedado
alzar el tenue párpado cerrado;
de modo que la infausta alma que pasa
ve lo que ve tras un velo de gasa.

Por un camino oscuro y yermo
que asolan ángeles enfermos,
donde Noche es el icono
que reina erguido en su negro trono,
he vuelto a casa como pude
desde esa última y brumosa Tule.

A sí mismo, Giacomo Leopardi

Or poserai per sempre,
Stanco mio cor. Perì l'inganno estremo,
Ch'eterno io mi credei. Perì. Ben sento,
In noi di cari inganni,
Non che la speme, il desiderio è spento.
Posa per sempre. Assai
Palpitasti. Non val cosa nessuna
I moti tuoi, nè di sospiri è degna
La terra. Amaro e noia
La vita, altro mai nulla; e fango è il mondo
T'acqueta omai. Dispera
L'ultima volta. Al gener nostro il fato
Non donò che il morire. Omai disprezza
Te, la natura, il brutto
Poter che, ascoso, a comun danno impera
E l'infinita vanità del tutto

Descansarás por siempre,
cansado corazón. Murió el engaño
que eterno yo creí. Murió. Bien siento
que de amados engaños,
no sólo la esperanza, el ansia ha muerto.
Reposa ya. Bastante
palpitaste. No valen cosa alguna
tus afanes, ni es digna de suspiros
la tierra. Aburrimiento
es tan sólo la vida, y fango el mundo.
Cálmate. Desespera
por una sola vez. A nuestra especie el hado
sólo nos dio el morir. Desprecia ahora
a Natura, al indigno
poder que, oculto, impera sobre el daño,
y la infinita vanidad del todo.

¡Reposarás por siempre,
cansado corazón! Murió el engaño
que eterno imaginé. Murió. Y advierto
que en mí, de lisonjeras ilusiones
con la esperanza, aun el anhelo ha muerto.
Para siempre reposa;
basta de palpitar. No existe cosa
digna de tus latidos; ni la tierra
un suspiro merece: afán y tedio
es la vida, no más, y fango el mundo.
Cálmate, y desespera
la última vez: a nuestra raza el Hado
sólo otorgó el morir. Por tanto, altivo,
desdeña tu existencia y la Natura
y la potencia dura que con oculto modo
sobre la ruina universal impera,
y la infinita vanidad del todo.

El camino no elegido, Robert Frost

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
y, apenado por no poder tomar los dos
siendo un único viajero, largo tiempo estuve en pie
oteando uno de ellos tan lejos como pude,
hasta donde se perdía en la espesura;
entonces tomé el otro cabalmente
habiendo elegido quizás con justeza,
pues era breñoso y requería uso;
aunque, en cuanto a lo que vi allí,
hubiese elegido de los dos cualquiera.
Y ambos esa mañana yacían igual,
¡oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que todo va para adelante,
dudé si debía haber vuelto sobre mis pasos.
(Debo estar diciendo esto con un suspiro
de aquí a la eternidad)
Dos caminos divergían en un bosque, y yo,
yo, tomé el menos frecuentado,
y eso hizo toda la diferencia.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Poemas de Margarita Hickey

Margarita Hickey, Poemas


Que el verdadero sabio, donde quiera
que la verdad y la razón encuentre,
allí sabe tomarla, y la aprovecha
sin nimio detenerse en quién la ofrece.
Porque ignorar no puede, si es que sabe,
que el alma, como espíritu, carece
de sexo. Pues cada día, instantes y momentos,
vemos aventajarse las mujeres
en las artes y ciencias a los hombres,
si con aplicación su estudio emprenden.


De bienes destituidas,
víctimas del pundonor,
censuradas con amor,
y sin él desatendidas;
sin cariño pretendidas,
por apetito buscadas,
conseguidas, ultrajadas;
sin aplausos la virtud,
sin lauros la juventud,
y en la vejez despreciadas.

Son monstruos inconsecuentes,
altaneros y abatidos;
humildes, si aborrecidos;
si amados, irreverentes;
con el favor, insolentes;
desean, pero no aman;
en las tibiezas se inflaman,
sirven para dominar;
se rinden para triunfar;
y a la que los honra infaman.

Poema Soneto Definiendo El Amor O Sus Contrariedades de Margarita Hickey


Borrasca disfrazada en la bonanza,
engañoso deleite de un sentido,
dulzura amarga, daño apetecido,
alterada quietud, vana esperanza.

Desapacible paz, desconfianza,
desazonado gozo mal sufrido,
esclava libertad, triunfo abatido,
simulada traición, fácil mudanza.

perenne manantial de sentimientos,
efímera aprehensión que experimenta
dolorosas delicias y escarmientos.

Azarosa fortuna, cruel, violenta,
zozobra, sinsabor, desabrimientos,
risa en la playa y en el mar tormenta.

Sonetos de Francisco de Trillo Figueroa

FRANCISCO DE TRILLO Y FIGUEROA.(1618?-1680)

DESPRECIANDO LA FORTUNA

Dichoso aquél a quien la amarga muerte
no tronca el tiempo de sus dulces años,
y aquel que no alimenta desengaños
con el cebo engañoso de la suerte.

Dichoso (si hay alguno) aquél que advierte
su riesgo al resplandor de los extraños,
y aquel que, mariposa a los engaños,
entre las llamas el ardor advierte.

Dichoso el que con vuelo reposado
a la cumbre se acerca fatigable
de la alta ruina a que el honor aspira,

y mucho más aquél que, retirado
vive de la fortuna incontrastable,
limando con su paz su cruel ira.

A UNA ESPERANZA DUDOSA

De anciano roble un tronco mal vestido,
con débiles raíces amarrado
a un duro escollo, a quien el tiempo airado
de una alta roca había dividido.

Yacía en la montaña defendido
más del riesgo a que estaba dedicado
que de amiga segur o de olvidado
rigor, no al infelice concedido.

Doliente asombro del hermoso día
de mi esperanza simulacro era,
y horrendo asilo de aves gemidoras.

¡Oh cuán ingrato el riesgo se desvía
de quien trofeo el precipicio fuera!
¡Oh cuanto muere un triste en breves horas!

A UN SUPLICIO DE FUEGOEJECUTADO EN UN CÓMPLICE,DE MUCHOS EL MENOS PODEROSO.

Arde el delito en las crueles aras
de la necesidad más encendidas
que del fuego, brotando las heridas
tanto dolientes señas cuanto avaras.

Enlazada segur, torcidas varas,
cenizas entre llanto sumergidas
aun el humo descubre, aunque oprimidas
del ciego polvo, y las pavesas claras.

Las llamas del cadáver apartadas
aún menos del juez que del suplicio.

A muchos con la vista salpicaron,
y no fueron de pocos veneradas;
que habla mucho el silencio de un juicio.


Fortuna, cuya impía providencia
condena al pobre a eterno sufrimiento,
si no hay bien en sus males, ¿con qué intento
en su daño es piadosa tu inclemencia?

Si entiendes que es hacerte resistencia
tener paciencia en el mayor tormento,
fallezca en él, sepúltese su aliento,
que la muerte en el pobre es conveniencia.

"La muerte igonra que en el pobre hay vida"
Respondes: ¡Oh, cruel más que la muerte!
Pues ni muere ni vive, reducida

su vida a entrambos riesgos, de tal suerte
que la muerte se excusa con la vida,
y la vida se excusa con la muerte.

Sonetos de Leopoldo Panero

LEOPOLDO PANERO.(1909-1962)

A UNA ENCINA SOLITARIA.

La gracia cenicienta de la encina,
hondamente celeste y castellana,
remansa su hermosura cotidiana
en la paz otoñal de la colina.

Como el silencio de la nieve fina,
vuela la abeja y el romero mana,
y empapa el corazón a la mañana
de su secreta soledad divina.

La luz afirma la unidad del cielo
en el agua dorada del remanso
y en la miel franciscana del aroma,

y asida a la esperanza por el vuelo
la verde encina de horizonte manso
siente el toque de Dios en la paloma.

MADRIGAL LENTO.

Te haces al deshacerte más hermosa,
lo mismo que en la nieve derretida,
bajo su tersa limpidez dormida,
el tiempo, vuelto espíritu, reposa.

Te haces tan dulcemente tenebrosa,
lago de mi montaña ensombrecida,
que en tu quietud recoges hoy mi vida;
mi ayer que a mi mañana se desposa.

Igual que ayer cantaba a mi montaña,
hoy a ti, mi honda paz, mi nieve viva,
mi muerte atesorada en la costumbre

canto, mientras tu tiempo te acompaña,
oh, clara compañera fugitiva,
hacia el desnudo mar desde la cumbre.

Sonetos de Francisco Rodríguez Marín

FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN (1855-1943)

ANHELOS

Agua quisiera ser, luz y alma mía,
que con su transparencia te brindara;
porque tu dulce boca me gustara,
no apagara tu sed, la encendería.

Viento quisiera ser: en noche umbría
callado hasta tu lecho penetrara,
y aspirar por tus labios me dejara,
y mi vida en la tuya infundiría.

Fuego quisiera ser para abrasarte
en un volcán de amor, ¡oh, estatua inerte,
sorda a las quejas de quien supo amarte!

Y después para siempre poseerte,
tierra quisiera ser, y disputarte
celoso a la codicia de la muerte.



CHISMOGRAFÍA.

Dícenme que decís, ex reina mía,
que os dicen que yo he dicho aquel secreto.
Y yo digo que os digo en un soneto
que es decir por decir tal tontería.

¡Que tal cosa digáis..! ¡Quién lo diría!
¡Digo! ¿Iba yo a decir..? Digo y prometo
que digan lo que digan, yo respeto
lo que decís que os dije el otro día.

No digo que no digan (y me aflige)
lo que decís que dicen, pues barrunto
que dicen que hay quien dice por capricho.

Mas decid vos que digo que no dije
lo que dicen que dije de este asunto:
ni dije, ni diré. ¡Lo dicho, dicho!


A UN BIEN EFÍMERO.

¡Oh inesperado bien que a mí viniste!
¡Cómo en mi corazón te aposentaste,
y en céfiros efluvios lo inundaste,
y en un mar de delicias lo meciste!

Pues en tu fuego el alma me encendiste,
¿por qué, al irte, encendida la dejaste?
Para durar tan poco, ¿a qué llegaste?
Y si llegar te plugo, ¿por qué huiste?

Relámpago fugaz, ¡oh, bien!, has sido,
que aun no del todo el fulgurar se advierte,
cuando ya es apagado y fenecido.

Pero aún así bendeciré mi suerte,
¡oh, bien!, porque perdiéndote he perdido
el receloso miedo de perderte.

Anónimos del siglo XVI y XVII

ANÓNIMOS (S. XVI)

No me mueve, mi Dios, para quererte,

el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.


De quince a veinte es niña; buena moza

de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta,
¡dichoso aquél que en tal edad la goza!

De treinta a treinta y cinco no alboroza,
mas se puede comer con salpimienta.
Pero de treinta y cinco hasta cuarenta
anda en vísperas ya de una coroza.

A los cuarenta y cinco es bachillera,
gansea, pide y juega del vocablo.
Cumplidos los cincuenta da en santera.

A los cincuenta y cinco hecha retablo,
niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera se la lleva el diablo.



¡Ay, Dios!, si yo cegara antes que os viera,

o ya que os vi de paso, os contemplara;
o ya que os contemplé, no os deseara,
o ya que os deseé, no os mereciera;

o ya que no os merezco, no naciera
o al mismo punto que nací expirara;
o ya que no expiré, que no aspirara
mi corazón a cosa que no espera;

que si es para remedio es con la muerte;
muerte sola podrá darme la vida;
la vida para mí triste y penada;

penada, larga, trabajosa y fuerte;
fuerte trago de un alma despedida,
despedida de verse remediada.



Yo no sé cuál diablo me ha traído

a ser de vos, Señora, enamorado,
pues el fruto que al fin de ello he sacado
es el pesar del yerro cometido.

Hallo que tantas veces he mentido
cuantas de ser hermosa os he loado,
y de este testimonio levantado
a vos, y a Dios, perdón mil veces pido.

Bien sé que no queréis vos perdonarme
porque es grave la injuria que os he hecho
en decir cosa de que estáis ajena;

pero si es menester arrodillarme
y darme con las manos en el pecho,
yo diré que he mentido a boca llena.



No eres nieve, que fueras derretida

ya del furioso fuego que me abrasa,
ni brasa porque fueras siendo brasa
del agua de mis ojos consumida;

ni dama aunque por tal eres tenida,
porque mirando el mal que por mí pasa
si no es que fueras de sentido escasa
te tuviera mi amor enternecida;

y no eres piedra, que si piedra fueras
bastare mi porfía a deshacerte;
eres un imposible de estos hecho:

de fuego los efectos y las veras,
de dama altiva la soberbia y suerte,
de piedra el corazón, de nieve el pecho.



Viste al romper del sol la noche oscura

dl alba, Aliso, de cristal bordada,
bajar la nieve a copos rastreada
desmintiendo a los ojos su blancura;

has visto del naranjo la flor pura
en aromas sutiles levantada,
bermeja rosa en leche deshojada,
y de la tersa plata la lisura;

si de estas varias cosas, pues, te admiras,
y no puedes creer que humanamente
en un sujeto el cielo las retrata;

mira, verás si el rostro a Julia miras,
cuello, boca, nariz, ojos y frente,
alba, nieve, azahar, rosas y plata.


LAS TRANSFORMACIONES

(Cartas de los amantes primos)

Si el mundo todo en mi poder tuviera
por rey del mundo, primo, os coronara,
y si pudiera hacer mundos, formara
otros mil mundos que a esos pies pusiera.

Si el Cielo dilatar me concediera
la vida de los hombres, dilatara
tanto la vuestra, primo, que llegara
al fin universal que el mundo espera;

y si de Ovidio el artificio extraño
se pasara a sucesos verdaderos
y su transformación no fuera engaño,

me transformara en vos para teneros
el amor que os tenéis, si no me engaño;
yo os quiero más que vos podéis quereros.

/Respuesta/

Si fuera yo la juventud florida,
en vuestra verde edad me aposentara,
y si yo fuera el tiempo me parara
para que fuera eterna vuestra vida.

Si fuera el sol, la luz esclarecida
de vuestros ojos por mi luz tomara
para que el mundo, viéndola, os llamara
sola del sol de tanta luz vestida;

si no hubiérades sido para hacerme
vivir de vuestro ser (a pesar vengo
si soy, no más, que vuestra sola idea)

no quisiera haber sido para verme
sin mí y sin vos, porque este ser que tengo
es ser por vos hasta que ser no sea.


ANÓNIMO (S. XVII).

Desconsolada, lánguida, caída
sobre la faz tristísima del viento,
en nube, en luto, en caos soñoliento,
la alma del mundo está despavorida.

Al hielo la ave y el terror rendida,
no canta el río, calla descontento;
van las estrellas por el firmamento
perezosas y negras y sin vida.

¡Qué dormido, qué solo que está el mundo!
Ni el pájaro más triste se lamenta;
el mar no se oye, el aire está parado.

Las horas pasan con horror profundo.
¿Y yo canto en imagen tan violenta?
Sí, que estoy loco yo y enamorado.

Sonetos de José Bergamín

JOSÉ BERGAMÍN.(1895-1983)

A CRISTO CRUCIFICADO.

Tú me ofreces la vida con tu muerte,
y esa vida sin Ti yo no la quiero;
porque lo que yo espero, y desespero,
es otra vida en la que pueda verte.

Tú crees en mi. Yo a Ti, para creerte,
tendría que morirme lo primero;
morir en Ti, porque si en Ti no muero
no podría encontrarte sin perderte

.Que de tanto temer que te he perdido,
al cabo, ya no sé qué estoy temiendo:
porque de Ti y de mí me siento huido.

Mas con tanto dolor, que estoy sintiendo
por ese amor con el que me has herido,
que vivo en Ti, cuando me estoy muriendo.


ECCE ESPAÑA.

Dicen que España está españolizada,
mejor diría, si yo español no fuera,
que, lo mismo por dentro que por fuera,
lo que está España es como amortajada.

Por tan raro disfraz equivocada,
viva y muerta a la vez de esa manera,
se encuentra de sí misma prisionera
y furiosa de estar ensimismada.

Ni grande ni pequeña, sin medida,
enorme en el afán de su entereza,
única siempre pero nunca unida;

de quijotesca en quijotesca empresa,
por tan entera como tan partida,
se sueña libre y se despierta presa.

Sonetos de Juan Boscán

JUAN BOSCÁN.(1474-1542)


Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.

Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.

No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas,

que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló
no por eso serán mejor curadas.


Dulce soñar y dulce congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba,
si un poco más durara el engañarme.

Dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba,
que alguna vez llegara a despertarme.

¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras, si vinieras tan pesado,
que asentaras en mí con más reposo!

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado;
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.

A la pereza, de Manuel Bretón de los Herreros

MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS.(1796-1873)

A LA PEREZA

¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio el que madruga con la aurora
aunque las musas digan que enamora
oír cantar a un ave en la alborada!

¡Oh, qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora y otra hora!
Comer, holgar..., ¡qué vida encantadora,
sin ser de nadie y sin pensar en nada!

¡Salve, oh, Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo

arrastro bostezando, y en tal modo
tu apacible modorra a entrar me empieza
que no acabo el soneto... de per... (eza)

El poder del tiempo, de José Cadalso

JOSÉ CADALSO.(1741-1782)

SOBRE EL PODER DEL TIEMPO.

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios en cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene al mar y viento enfurecido,
postra al león y rinde al bravo toro.

Sola una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.

Los padres y los hijos, de Ramón de Campoamor

RAMÓN DE CAMPOAMOR(1817-1901)

LOS PADRES Y LOS HIJOS

Un enjambre de pájaros metidos
en jaula de metal guardó un cabrero,
y a cuidarlos voló, desde el otero,
la pareja de padres afligidos.

"Si aquí -dijo el pastor- vienen unidos
sus hijos a cuidar con tanto esmero,
ver cómo cuidan a sus padres quiero
los hijos por amor y agradecidos"

Deja entre redes la pareja envuelta;
la puerta abre el pastor del duro alambre,
cierra a los padres, y a los hijos suelta.

Huyó de los hijuelos el enjambre,
y como en vano se esperó su vuelta,
mató a los padres el dolor y el hambre.

Soneto de Leonor de la Cueva

LEONOR DE LA CUEVA Y SILVA.(?-1650)

Ni sé si muero ni si tengo vida,

ni estoy en mí, ni fuera puedo hallarme,
ni en tanto olvido cuido de buscarme,
que estoy de pena y de dolor vestida.

Dame pesar el verme aborrecida
y si me quieren, doy en disgustarme;
ninguna cosa puede contentarme,
todo me enfada y deja desabrida;

ni aborrezco, ni quiero, ni desamo;
ni desamo, ni quiero, ni aborrezco,
ni vivo confiada ni celosa;

lo que desprecio a un tiempo adoro y amo;
vario portento en condición parezco,
pues que me cansa toda humana cosa.

Sonetos de Gerardo Diego

ANTE LAS TORRES DE COMPOSTELA.

También la piedra, si hay estrellas, vuela.
Sobre la noche, biselada y fría,
creced, mellizos lirios de agonía,
creced, pujad, torres de Compostela.

Campo de estrellas vuestra frente anhela,
silenciosas maestras de porfía.
En mi pecho -ay, amor- mi fantasía
torres más altas labra. El amor vela.

Y ella -tú- aquí, conmigo, aunque no alcanzas
con tus dedos mis torres de esperanzas
como yo estas de piedra con los míos,

contemplo, entre mis torres las estrellas
-no éstas de otoño, bórralas- aquellas
de nuestro Agosto ardiendo en sueños fríos.



INSOMNIO.


Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. Duermes.
No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

El sauce y el ciprés, de José Selgas

JOSÉ SELGÁS Y CARRASCO.(1824-1882)

EL SAUCE Y EL CIPRÉS.

Cuando a las puertas de la noche umbría,
dejando el prado y la floresta amena,
la tarde, melancólica y serena,
su misterioso manto recogía,

un macilento sauce se mecía
por dar alivio a su constante pena
y, en voz süave y de suspiros llena,
al son del viento murmurar se oía:

"¡Triste nací... mas en el mundo moran
seres felices que el penoso duelo
y el llanto oculto y la tristeza ignoran!"

dijo, y sus ramas esparció en el suelo.
"¡Dichosos, ay, los que en la tierra lloran!"
le contestó un ciprés mirando al cielo.

El soldado español, Antonio Fernández Grilo

ANTONIO FERNÁNDEZ GRILO.(1845-1906)

EL SOLDADO ESPAÑOL.

Curtido por la pólvora que humea,
noble con el amigo y el contrario,
audaz hasta emprender lo temerario,
y más valiente cuanto más pelea.

En rústica mochila que blanquea
lleva su pan, su equipo y su salario,
y al cuello, en el bendito escapulario,
el culto de la Virgen de su aldea.

Semejante al pedazo de metralla
que el cañón a los aires abandona,
sucumbirá ignorado en la batalla;

pero si el triunfo su valor pregona,
para el que lucha, y sufre, y vence y calla...
¿no ha de tener la patria una corona?


AMÓS ESCALANTE.(1831-1902)

NUESTRO SOLDADO.

Roto, descalzo, dócil a la suerte,

cuerpo cenceño y ágil, tez morena,
a la espalda el morral, camina y llena
el certero fusil su mano fuerte.

Sin pan, sin techo, en su mirar se advierte
vívida luz que el ánimo serena,
la limpia claridad de un alma buena
y el augusto reflejo de la muerte.

No hay a su duro pie risco vedado;
sueño no ha menester; treguas no quiere;
donde le llevan va; jamás cansado

ni el bien le asombra ni el desdén le hiere:
sumiso, valeroso, resignado
obedece, pelea, triunfa y muere.

Soneto de Rafael de Penagos

Otra vez el cansancio: aquí en mis manos,
aquí en mi corazón, aquí en mi frente.
El cansancio, Señor, en estos llanos
de humana tierra sin rumor de fuente.

Melancólica tierra: tu simiente
yo sé cómo se agosta los veranos.
Y yo sé, vida, los esfuerzos vanos
para ponerte el ceño sonriente.

Busco el amanecer, y cuando espero
la llamada del sol en mi ventana
sólo encuentro el rescoldo de su ocaso.

Es la noche, otra vez. Y otra vez veo,
cansado de soñar con la mañana,
cómo me hundo en la sombra, paso a paso...

Sonetos de Góngora

De chinches y de mulas voy comido,
las unas culpa de una cama vieja,
las otras de un Señor que me las deja
veinte días y más, y se ha partido.

De vos, madera anciana, me despido,
miembros de algún navío de vendeja,
patria común de la nación bermeja,
que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.

Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
tal coz el que quizá tendrá mancilla
de ver que me coméis el otro lado.

A Dios, Corte envainada en una villa,
a Dios, toril de los que has sido prado,
que en mi rincón me espera una morcilla.



EN LA PARTIDA DEL CONDE DE LEMUS YDEL DUQUE DE FERIA

A NAacute;POLES Y AFRANCIA.

El Conde mi señor se fue a Napoles;
el Duque mi señor se fue a Francía;
príncipes, buen vïaje, que este día
pesadumbre daré a unos caracoles.

Como sobran tan doctos españoles,
a ninguno ofrecí la Musa mía;
a un pobre albergue sí, de Andalucía,
que ha resistido a grandes, digo Soles.

Con pocos libros libres (libres digo
de expurgaciones) paso y me paseo,
ya que el tiempo me pasa como higo.

No espero en mi verdad lo que no creo:
espero en mi conciencia lo que digo,
mi salvación, que es lo que más deseo.



A LA JORNADA DE LARACHE.


-¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
-Señora tía, de Cagalarache.
-Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
-Treinta soldados en tres mil galeras.

-¿Tanta gente? -Tomámoslo de veras.
-¿Desembarcastes, Juan? -¡Tarde piache!,
que al dar un Santiago de azabache,
dio la playa más moros que veneras.

-Luego, ¿es de moros? -Sí, señora tía;
mucha algazara, pero poca ropa.
-¿Hicieron os los perros algún daño?

-No, que en ladrando con su artillería,
a todos nos dio cámaras de popa.
-¡Salud serían para todo el año!

Sonetos de Jorge Guillén

Miro hacia atrás, hacia los años, lejos,
y se me ahonda tanta perspectiva
que del confín apenas sigue viva
la vaga imagen sobre mis espejos.

Aun vuelan, sin embargo, los vencejos
en torno de unas torres, y allá arriba
persiste mi niñez contemplativa.
Ya son buen vino mis viñedos viejos.

Fortuna adversa o próspera no auguro.
Por ahora me ahínco en mi presente,
y aunque sé lo que sé, mi afán no taso.

Ante los ojos, mientras, el futuro
se me adelgaza delicadamente,
más difícil, más frágil, más escaso.

EL DESCAMINADO

. ¡Si pudiese dormir! Aun me extravío

por este insomnio que se me rebela.
No sé lo que detrás de la cancela
me ocurre en mi interior aún más sombrío.

Denso, confuso y torpe, me desvío
de lo que el alma sobre todo anhela:
mantener encendida esa candela
propia sin cuya luz yo no soy mío.

¡"Descaminado enfermo"! Peregrina
tras mi norma hacia un orden, tras mi polo
de virtud va esa voz. El mal me parte.

Quiero la luz humilde que ilumina
cuerpo y alma en un ser, en uno solo.
Mi equilibrio ordinario es mi gran arte.

Sonetos de Tomás de Iriarte

TOMÁS DE IRIARTE.

(1750-1791)

EL GALÁN Y LA DAMA.

Cierto Galán a quien París aclama
Petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año,
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su Dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

"¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!
(dijo la Dama): ¡Viva el gusto y numen
del Petimetre, en todo primoroso!"

Y ahora digo yo: Llene un volumen
de disparates un Autor famoso
y si no le alabaren, que me emplumen.

TRES POTENCIAS BIEN EMPLEADAS EN UN CABALLERITO DE ESTOS TIEMPOS.

Levántome a las mil, como quien soy.
Me lavo. Que me vengan a afeitar.
Traigan el chocolate, y a peinar.
Un libro... ya leí. Basta por hoy.

Si me buscan, que digan que no estoy...
Polvos... Venga el vestido verdemar...
¿Si estará ya la misa en el altar..?
¿Han puesto la berlina? Pues me voy.

Hice ya tres visitas. A comer...
Traigan barajas. Ya jugué. Perdí...
Pongan el tiro. Al campo, y a correr...

Ya doña Eulalia esperará por mí...
Dio la una. A cenar, y a recoger..."
¿Y es éste un racional?" "Dicen que sí."

MIS DESEOS

Si Dios omnipotente me mandara
de sus deseos tomar el que quisiera,
ni el oro ni la plata le pidiera,
ni imperios ni coronas deseara.

Si un sublime talento me bastara
para vivir feliz, yo le eligiera;
mas, ¡cuántos sabios referir pudiera
a quien su misma ciencia costó cara!

Yo sólo pido al Todopoderoso
propicios me conceda estos tres dones,
con que vivir en paz y ser dichoso:

un fiel amigo en todas ocasiones,
un corazón sencillo y generoso
y juicio que dirija mis acciones.

LA SEMANA ADELANTADA

Un tío enfermo y en edad anciana
casó con su sobrina (¡muy mal hecho!),
doncella alegre, joven y lozana,
pronta a cobrar el marital derecho.

Díjola el novio: "te prevengo, Juana,
pues vamos a estrenar el nupcial lecho,
que yo sólo una vez cada semana
podré servirte en algo de provecho"

Conformose la ninfa; y recibiendo
aquel tributo solitario y frío,
repetía entre sí: "peor es nada".

Mas, llamado el anciano reverendo,
le instaba humilde: "Vaya, tío mío,
siquiera una semana adelantada".

Sonetos de Pedro Liñán de Riaza

PEDRO LIÑÁN DE RIAZA.(1557-1607)

LA CONDICIÓN HUMANA

Si el que es más desdichado alcanza muerte,
ninguno es con extremo desdichado;
que el tiempo libre le pondrá en estado
que no espere ni tema injusta suerte.

Todos viven penando si se advierte
éste por no perder lo que ha ganado,
aquél porque jamás se vio premiado.
¡Condición de la vida injusta y fuerte!

Tal suerte aumenta el bien, y tal lo ataja;
a tal despojan porque tal posea;
sucede a gran pesar grande alegría,

mas, ¡ay!, que al fin les viene en la mortaja
al que era triste lo que más desea,
al que es alegre lo que más temía.


LA NOCHE

La noche es madre de los pensamientos,
cama de peregrinos y cansados,
velo de pobres y de enamorados
y día de ladrones y avarientos;

cueva de fugitivos y sangrientos,
guerra de enfermos, paz de maltratados,
reino de vicio, tierra de pecados
y testigo de santos pensamientos.

Es un rebozo de naturaleza,
es máscara del sol, luz de estudiosos,
capa de pecadores y de justos;

es una sombra llena de extrañeza,
espuela de cobardes y animosos
y causa, al fin, de gustos y disgustos.

Cristo legislador, de José Zorrilla

Cristo, legislador, no escribió nada;
ni papiro dejó ni un pergamino:
quedó tras Él su espíritu divino,
su fe con su memoria inmaculada.

Cristo, rey, no empuñó cetro ni espada;
en el polvo sembró de su camino
de su fe la semilla; a su destino
dejándola y al tiempo encomendada.

Germen de amor, de paz, de fe y cariño,
culto del alma, religión interna,
de fausto exenta y de mundano aliño,

la propagó el amor, la amistad tierna,
la fe del pobre, la mujer y el niño:
y por eso es veraz, única, eterna.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Tartaria, de Julio Martínez Mesanza


Cuando a mi estéril corazón me vuelvo,
por las eternas dudas asolado,
pienso en Tartaria, en gélidos desiertos,
y una sombra comienza a tomar forma
y una forma se encarna lentamente,
mientras mi débil voluntad conquista.
Deseo entonces que el jinete eterno,
a quien turban inmensas lejanías,
lleno de desazón, se ponga en marcha.

De Europa y otros poemas (1990)

De Julio Martínez Mesanza

Sólo sabes vivir en el desierto,
sólo sabes vivir contigo misma,
entre las rocas y los arenales,
lejos de los estúpidos jardines,
de las mortales rosas, del murmullo
del agua que adormece los sentidos.
Sólo sabes vivir en el desierto,
y aun el desierto te parece, alma,
sometido a la vida innecesaria.

miércoles, 3 de octubre de 2007

A un galán del siglo XVII, Enrique de Mesa


Acuchilla los toros del Jarama
como a los alguaciles de la ronda,
y en su rizada cabellera blonda
prendió su corazón más de una dama.

Si del amor, en la agridulce trama,
desvío y burla halló su pasión honda,
es bien que en rimas su despecho esconda
y en madrigal convierta un epigrama.

Y cuando en duelo, por amor reñido,
rueda a sus pies el contrincante herido
y en tierra dice: "¡Confesión, que muero!",

a la luz del farol que, débil, brilla,
doblegando, cristiano, la rodilla,
le da a besar la cruz: la de su acero.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Abencerrajes

Yo salí al mundo del vientre de mi madre y, por cumplir mi padre el mandamiento del Rey, enviome a Cartama al Alcaide que en ella estaba, con quien tenía estrecha amistad. Este tenía una hija, casi de mi edad, a quien amaba más que a sí, porque, allende de ser sola y hermosísima, le costó la mujer, que murió de su parto. Esta y yo, en nuestra niñez, siempre nos tuvimos por hermanos (porque así nos oíamos llamar). Nunca me acuerdo haber pasado hora que no estuviésemos juntos. Juntos nos criaron, juntos andábamos, juntos comíamos y bebíamos. Nascionos desta conformidad un natural amor, que fue siempre creciendo con nuestras edades.

Acuérdome que, entrando una siesta en la huerta que dicen de los jazmines, la hallé sentada junto a la fuente componiendo su hermosa cabeza. Mirela, vencido de su hermosura, y paresciome a Salmacis: y dije entre mí:

-¡Oh, quién fuera Trocho para parescer ante esta hermosa diosa!

No sé cómo me pesó de que fuese mi hermana, y, no aguardando más, fuime a ella y, cuando me vio, con los brazos abiertos me salió a rescebir y, sentándome junto a sí, me dijo:

-Hermano, ¿cómo me dejastes tanto tiempo sola?

Yo la respondí:

-Señora mía: porque ha gran rato que os busco, y nunca hallé quien me dijese do estábades, hasta que mi corazón me lo dijo. Mas, decidme ahora, ¿qué certinidad tenéis vos de que seamos hermanos?

-Yo -dijo ella- no otra más del grande amor que te tengo, y ver que todos nos llaman hermanos.

-Y, si no lo fuéramos -dije yo- ¿quisiérasme tanto?

-¿No ves -dijo ella- que, a no serlo, no nos dejara mi padre andar siempre juntos y solos?

-Pues si ese bien me habían de quitar -dije yo-, más quiero el mal que tengo.

Entonces ella, encendiendo su hermoso rostro en color, me dijo:

-¿Y qué pierdes tu en que seamos hermanos?

-Pierdo a mí y a vos -dije yo.

-Yo no te entiendo -dijo ella-, mas a mí me paresce que, solo serlo, nos obliga a amarnos naturalmente.

-A mí, sola vuestra hermosura me obliga, que antes esa hermandad paresce que me resfría algunas veces.

Y, con esto bajando mis ojos, de empacho de lo que le dije, vila en las aguas de la fuente al proprio como ella era: de suerte que donde quiera que volvía la cabeza hallaba su imagen, y en mis entrañas la más verdadera. Y decíame yo a mí mismo (y pesárame que alguno me lo oyera)

-Si yo me anegase ahora en esta fuente, donde veo a mi señora, ¡cuánto más desculpado moriría yo que Narciso! Y, si ella me amase como yo la amo, ¡qué dichoso sería yo! Y, si la Fortuna nos permitiese vivir siempre juntos, ¡qué sabrosa vida sería la mía!

Diciendo esto levanteme, y volviendo las manos a unos jazmines de que la fuente estaba rodeada, mezclándolos con arrayán, hice una hermosa guirnalda, y poniéndola sobre mi cabeza me volví a ella coronado y vencido. Ella puso los ojos en mí (a mi parescer) más dulcemente que solía, y quitándomela, la puso sobre su cabeza. Paresciome en aquel punto más hermosa que Venus cuando salió al juicio de la manzana, y volviendo el rostro a mí, me dijo:

-¿Qué te paresce ahora de mí, Abindarráez?

Yo la dije:

-Paresceme que acabáis de vencer el mundo, y que os coronan por reina y señora de él.

Levantándose, me tomó por la mano, y me dijo:

-Si eso fuera, hermano, no perdiérades vos nada.

Yo sin la responder la seguí hasta que salimos de la huerta.

Esta engañosa vida trajimos mucho tiempo, hasta que ya el amor, por vengarse de nosotros, nos descubrió la cautela, que, como fuimos creciendo en edad, ambos acabamos de entender que no éramos hermanos. Ella no sé lo que sintió al principio de saberlo: mas yo nunca mayor contentamiento recebí, aunque después acá lo he pagado bien. En el mismo punto que fuimos certificados desto, aquel amor limpio y sano que nos teníamos se comenzó a dañar y se convertió en una rabiosa enfermedad, que nos durara hasta la muerte. Aquí no hubo primeros movimientos que excusar, porque el principio destos amores fue un gusto y deleite fundado sobre bien; mas después no vino el mal por principios, sino de golpe y todo junto: ya yo tenía mi contentamiento puesto en ella, y mi alma hecha a medida de la suya. Todo lo que no vía en ella me parecía feo, excusado y sin provecho en el mundo. Todo mi pensamiento era en ella. Ya en este tiempo nuestros pasatiempos eran diferentes; ya yo la miraba con recelo de ser sentido, ya tenía invidia del sol que la tocaba. Su presencia me lastimaba la vida, y su ausencia me enflaquescía el corazón. Y de todo esto creo que no me debía nada, porque me pagaba en la misma moneda.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Edgar Alan Poe, Conversación entre Eiros y Charmion


Te traeré el fuego.

(EURÍPIDES, Andrómaca)

Eiros.- ¿Por qué me llamas Eiros?

Charmion.- Así te llamarás desde ahora y para siempre. A tu vez, debes olvidar
mi nombre terreno y llamarme Charmion.

Eiros.- ¡Esto no es un sueño!

Charmion.- Ya no hay sueños entre nosotros; pero dejemos para después estos
misterios. Me alegro de verte dueño de tu razón, y tal como si estuvieras vivo. El velo
de la sombra se ha apartado ya de tus ojos. Ten ánimo y nada temas. Los días de
sopor que te estaban asignados se han cumplido, y mañana te introduciré ya mismo
en las alegrías y las maravillas de tu nueva existencia.

Eiros.- Es verdad, el sopor ha pasado. El extraño vértigo y la terrible oscuridad me han abandonado, y ya no oigo ese sonido enloquecedor, turbulento, horrible, semejante a «la voz de muchas aguas». Y sin embargo, Charmion, mis sentidos están
perturbados por esta penetrante percepción de lo nuevo.

Charmion.- Eso cesará en pocos días, pero comprendo muy bien lo que sientes. Hace ya diez años terrestres que pasé por lo que pasas tú y, sin embargo, su recuerdo no me abandona. Empero ya has sufrido todo el dolor que sufrirás en Aidenn.

Eiros.- ¿En Aidenn?

Charmion.- En Aidenn.

Eiros.-¡Oh, Dios! ¡Charmion, apiádate de mí! Me siento agobiado por la majestad de todas las cosas... de lo desconocido de pronto revelado... del Futuro, una conjetura fundida en el augusto y cierto Presente.

Charmion.- No te empeñes por ahora en pensar de esa manera. Mañana hablaremos de ello. Tu mente vacila, y encontrará alivio a su agitación en el ejercicio de los simples recuerdos. No mires alrededor, ni hacia adelante; mira hacia atrás. Ardo de ansiedad por conocer los detalles del prodigioso acontecer que te ha traído entre nosotros. Cuéntame. Hablemos de cosas familiares, en el viejo lenguaje familiar del mundo que tan espantosamente ha perecido.

Eiros.- ¡Oh,- sí, espantosamente! ¡Esto no es un sueño!

Charmion.- No hay más sueños. Eiros mío, ¿fui muy llorada?

Eiros.- ¿Llorada, Charmion? ¡Oh, cuán llorada! Hasta aquella última hora cernióse sobre tu casa una nube de profunda pena y devota tristeza.

Charmion.- Y esa última hora... -háblame de ella. Recuerda que, fuera del hecho en sí de la catástrofe, nada sé. Cuando abandoné la humanidad, entrando en la Noche a través de la Tumba, en ese período, si recuerdo bien, la calamidad que os abrumó era por completo insospechada. Cierto es que poco conocía yo la filosofía especulativa de entonces.

Eiros.- Como has dicho, aquella calamidad era enteramente insospechada, pero desgracias análogas habían dado a los astrónomos motivo de discusión. Apenas necesito decirte, amiga mía, que ya cuando nos dejaste los hombres coincidían en interpretar los pasajes de las muy santas escrituras que hablan de la destrucción final de todas las cosas por el fuego, como referidos solamente al globo terráqueo. Las especulaciones, empero, sobre la causa inmediata del fin, no llegaban a ninguna conclusión desde la época en que la ciencia astronómica había despojado a los cometas del terrible carácter incendiario que antes se les atribuía. Bien establecida se hallaba la escasa densidad de aquellos cuerpos celestes. Se los había observado pasar entre los satélites de Júpiter, sin que produjeran ninguna alteración sensible en las masas o las órbitas de aquellos planetas secundarios. Hacía mucho que considerábamos a esos errabundos como creaciones vaporosas de inconcebible tenuidad, incapaces de dañar nuestro macizo globo aun en el caso de un choque directo. No sentíamos temor alguno de un contacto, pues los elementos de todos los cometas eran perfectamente conocidos. Hacía muchos años que se consideraba inadmisible buscar entre ellos al agente de la destrucción por el fuego. Pero en aquellos días finales las conjeturas y las extravagantes fantasías abundaban ,singularmente entre los hombres, y aunque el temor sólo asaltaba a unos pocos ignorantes, el anuncio de un nuevo cometa formulado por los astrónomos fue recibido con no sé qué agitación y desconfianza generales.


Los elementos del extraño astro fueron inmediatamente calculados, y todos los observadores coincidieron en que su paso, en el perihelio, lo aproximaría mucho a la tierra. Dos o tres astrónomos de renombre secundario sostuvieron resueltamente que el choque era inevitable. Imposible expresar el efecto de esta noticia en las gentes. Durante unos pocos días no quisieron creer en una afirmación que su inteligencia, tanto tiempo aplicada a consideraciones mundanas, no podía aprehender de ninguna manera. Pero la verdad de un hecho de importancia vital se abre paso en el entendimiento del más estólido.

Los hombres comprendieron finalmente que los astrónomos no mentían, y esperaron el cometa. Al principio su acercamiento no parecía muy rápido, y nada de insólito había en su aspecto. Era de un rojo oscuro, con una cola apenas perceptible. Durante siete u ocho días no advertimos ningún aumento en su diámetro aparente, y su color cambió muy poco. Entretanto los negocios ordinarios de la humanidad habían sido suspendidos y todos lo, intereses se concentraban en las discusiones científicas referentes a la naturaleza del cometa. Aun los más ignorantes forzaban sus indolentes inteligencias para entenderlas. Y los sabios consagraron entonces su intelecto, su alma, o ya a aliviar los temores o a sostener sus amadas teorías, sino a buscar la verdad, a buscarla desesperadamente. Gemían en procura del conocimiento perfecto. La verdad se alzó en toda la pureza de su fuerza y de su excelsa majestad, y los sensatos se inclinaron y adoraron.

La opinión según la cual nuestro globo o sus habitantes sufrirían daños materiales de resultas del temible contacto, perdía diariamente fuerza entre los sabios, y a éstos les era dado ahora gobernar la razón y la fantasía de la multitud. Se demostró que la densidad del núcleo del cometa era mucho menor que la de nuestro gas más raro; el inofensivo pasaje de un visitante similar entre los satélites de Júpiter era argüido como un ejemplo convincente, capaz de calmar los temores. Los teólogos, con un celo inflamado por el miedo, insistían en la profecía bíblica, explicándola al pueblo con una precisión y una simplicidad que jamás se había visto antes. La destrucción final de la tierra se operaría por intervención del fuego; así lo enseñaban con un brío que imponía convicción por doquier; y el que los cometas no fueran de naturaleza ígnea (como todos sabían ahora) constituía una verdad que liberaba en gran medida de las aprensiones sobre la gran calamidad predicha. Es de hacer notar que los prejuicios populares y los errores del vulgo concernientes a las pestes y a las guerras -rrores que antes prevalecían a cada aparición de un cometa- eran ahora completamente desconocidos. Como naciendo de un súbito movimiento convulsivo, la razón había destronado de golpe a la superstición. La más débil de las inteligencias extraía vigor del exceso de interés.

Los daños menores que pudieran resultar del contacto con el cometa eran tema de minuciosas discusiones. Los entendidos hablaban de ligeras perturbaciones geológicas, de probables alteraciones del clima y, por consiguiente, de la vegetación, aludiendo también a posibles influencias magnéticas y eléctricas. Muchos sostenían que los efectos no serían visibles ni apreciables. Y mientras las discusiones proseguían, su objeto se aproximaba gradualmente, aumentaba su diámetro y más brillante se volvía su color. La humanidad palidecía al verlo acercarse. Todas las actividades humanas estaban suspendidas.

La evolución de los sentimientos generales llegó a su culminación cuando el cometa hubo alcanzado por fin un tamaño que sobrepasaba toda aparición anterior. Desechando las últimas esperanzas de que los astrónomos se hubieran equivocado, los hombres sintieron la certidumbre del mal. Todo lo quimérico de sus terrores había desaparecido. El corazón de los más valientes de nuestra raza latía precipitadamente en su pecho. Y sin embargo bastaron pocos días para que aun esos sentimientos se fundieran en otros todavía más insoportables. Ya no podíamos aplicar a aquel extraño astro ninguna idea ordinaria. Sus atributos históricos habían desaparecido. Nos oprimía con una emoción espantosamente nueva. No lo veíamos como un fenómeno astronómico de los cielos, sino como un íncubo sobre nuestros corazones y una sombra sobre nuestros cerebros. Con inconcebible rapidez había tomado la apariencia de un gigantesco manto de llamas muy tenues extendido de un horizonte al otro.

Pasó otro día, y los hombres respiraron con mayor libertad. No cabía duda de que nos hallábamos bajo la influencia del cometa, y sin embargo vivíamos. Hasta sentimos una insólita agilidad corporal y mental. La extraordinaria tenuidad del objeto de nuestro terror era ya aparente, pues todos los cuerpos celestes se percibían a través de él. Entretanto nuestra vegetación se había alterado sensiblemente y, como ello nos había sido pronosticado, cobramos aún más fe en la previsión de los sabios. Un follaje lujurioso, completamente desconocido hasta entonces, se desató en todos los vegetales. Pasó otro día más... y la calamidad no nos había dominado todavía. Era evidente que el núcleo del cometa chocaría con la tierra. Un espantoso cambio se había operado en los hombres, y la primera sensación de dolor fue la terrible señal para las lamentaciones y el espanto. Aquella primera sensación de dolor consistía en una rigurosa constricción del pecho y los pulmones, y una insoportable sequedad de la piel. Imposible negar que nuestra atmósfera estaba radicalmente afectada; su composición y las posibles modificaciones a que podía verse sujeta constituían ahora el tema de discusión.

El resultado del examen produjo un estremecimiento eléctrico de terror en el corazón
universal del hombre.

Se sabía desde hacía mucho que el aire que nos circundaba era un compuesto de oxígeno v nitrógeno, en proporción respectiva de veintiuno y setenta y nueve por ciento. El oxígeno, principio de la combustión y vehículo del calor, era absolutamente necesario para la vida animal, y constituía el agente más poderoso y enérgico en la naturaleza. El nitrógeno, por el contrario, era incapaz de mantener la vida animal y la combustión. Un exceso anómalo de oxígeno produciría, según estaba probado, una exaltación de los espíritus animales, tal como la habíamos, sentido en esos días. Lo que provocaba el espanto era la extensión de esta idea hasta su límite. ¿Cuál sería el resultado de una extracción total del nitrógeno? Una combustión irresistible, devoradora, todopoderosa, inmediata: el cumplimiento total, en sus minuciosos y terribles detalles, de las llameantes y aterradoras anunciaciones de las profecías del Santo Libro.

¿Necesito pintarte, Charmion, el desencadenado frenesí de la humanidad? Aquella tenuidad del cometa que nos había inspirado previamente una esperanza era ahora la fuente de la más amarga desesperación. En su impalpable, gaseosa naturaleza percibíamos claramente la consumación del Destino. Y entretanto pasó otro día, llevándose con él la última sombra de la Esperanza. Jadeábamos en aquel aire rápidamente modificado. La sangre arterial batía tumultuosamente en sus estrechos canales.

Un delirio furioso se había posesionado de todos los hombres y, con los brazos rígidamente tendidos hacia los cielos amenazantes, temblaban y clamaban. Pero el núcleo del destructor llegaba ya a nosotros; aun aquí, en el Aidenn, me estremezco al hablar.

Déjame ser breve... breve como la destrucción que nos asoló. Durante un momento vimos una terrible, cárdena luz que penetraba en todas las cosas. Entonces... ¡inclinémonos, Charmion, ante la sublime majestad de Dios el grande!, entonces se alzó un clamoroso y penetrante sonido, tal como si brotara de Su boca, y toda la masa de éter, dentro de la cual existíamos, reventó instantáneamente en algo como una intensa llama roja, cuya insuperable brillantez y abrasante calor no tienen nombre, ni siquiera entre los ángeles del alto cielo del conocimiento puro. Así acabó todo.

Caballeros de la Orden de la Banda, fray Antonio de Guevara

Muy illustre señor y mayor Conde de España:

Muy grata fué a mi coraçón la carta que me escribió con el comendador Aguilera, porque no había en estos reynos señor ni perlado que no me hubiese escrito, y a quien yo no hubiese rescripto, si no era Vuestra Señoría y el señor conde de Cabra. Pues ya se pasa el puerto, se marea el golfo, se roçó el camino y venimos en conoscimiento; conosciendo yo la limpieza de vuestra sangre, la generosidad de vuestra persona, la autoridad de vuestra casa y la fama de vuestra fama, no os dexaré ya de requerir, tú me dexaré de os escribir. Con algunos señores tengo conoscimiento, con otros deudo, con otros amistad, con otros conversación y aun de otros aparto la comunicación y huyo la condición, porque en el ingenio son botos y en la comunicación muy pesados. Más trabajo es sufrir a un señor pesado que a un labrador nescio, porque el caballero hace os rabiar, y el bobo labrador provoca os a reír, y más y allende de esto al uno podéisle mandar que no hable, y al otro habéisle de esperar a que acabe. Pues Vuestra Señoría es tan buena estofa y salió de tan buena turquesa, no habrá lugar en él mi sacudimiento, pues es de tan delicado juicio, sino que de aquí adelante me presciaré de su conversación y me loaré de su condición.

Mandáisme, señor, que os escriba si he leído en alguna escriptura antigua quiénes fueron en España los caballeros de la Vanda, y también queréis saber en tiempo de qué príncipe esta Orden se levantó, y quién fué el que la inventó, y porqué la inventó, y qué regla de vivir les dió, y qué tanto duró, y porqué se perdió. Aunque yo fuera algún testigo sospechoso, y Vuestra Señoría fuera el alcalde Ronquillo, no me tomara el dicho por interrogatorio más delicado; que, a ley de bueno le juro, que, si es tan cumplida mi respuesta como lo fué su pregunta, él quede bien satisfecho y yo no quede poco cansado. Después que vi las casas superbas que hecistes en Valladolid, más os alababa de buen edificador que no de curioso lector, y por eso huelgo mucho de lo que pide y me escribe, porque al buen caballero también le parece tener un libro so la almohada como la espada a la cabecera. El gran Julio César, en mitad de sus reales tenía los Comentarios en el seno, la lança en la mano izquierda y la pluma en la derecha, por manera que todo el tiempo que ahorraba de pelear, le expendía en leer y escrebir. El Magno Alexandro, que con sólo el temor sojuzgó a Poniente, y con las armas al Oriente, la espada de Achiles trahía siempre ceñida y con la Illiada de Homero se dormía en la cama. No quiero tan poco, señor Conde, que el leer y escrebir toméis por principal oficio como yo que soy letrado, sino que el diezmo de las horas que gastáis en parlar y perdéis en jugar, lo empleéis y gastéis en leer.

Viniendo, pues, al propósito, es de saber que en la era de mil y trezientos y sesenta y ocho, estando en la ciudad de Burgos el rey don Alonso, hijo que fué del rey don Hernando y de la reyna doña Costanza, hiço este buen rey una nueva Orden de caballería, a la cual llamó la Orden de la Vanda, en la cual entró el mesmo rey, y sus hijos y hermanos, y los hijos de los ricos hombres y caballeros. Desde a cuatro años que ordenó esta Orden de la Vanda, estando el rey don Alonso en Palencia, tornó a reformar la regla que había hecho, y a poner penas a los transgresores della, de manera que conforme a la regla postrera, que fué la mejor y más caballerosa, os escribiré, señor, esta carta.

Llámanse caballeros de la Vanda, porque traían sobre sí una correa colorada, ancha de tres dedos, la cual a manera de estola la echaban sobre el hombro izquierdo, y la annudaban sobre el braço derecho. No podía dar la vanda sino sólo el rey, ni podía ninguno rescebirla si no fuese hijo de algún caballero, o hijo de algún notable hidalgo, y que por lo menos hubiese en la Corte diez años residido, o al rey en las guerras de moros servido. En esta Orden de la Vanda no podían entrar los primogénitos de caballeros que tenían mayorazgos, sino los que eran hijos segundos o terceros y que no tenían patrimonios, porque la intención del buen rey don Alonso fué de honrrar a los hijosdalgo de su Corte que poco podían y poco tenían. El día que rescebían la vanda hacían en manos del rey pleito homenage de guardar la regla, y digo que no hacían algún voto estrecho o algún juramento riguroso, porque si después alguno quebrantase algo de la regla estubiese subjeto al castigo, mas no obligado al pecado.

Mandaba su regla que el caballero de la Vanda fuese obligado de hablar al rey, siendo requerido en pro de los naturales de su tieraa y por el defendimiento de la república, sopena que, siendo de esto notado, fuese del patrimonio privado, y de la tierra desterrado.

Mandaba su regla que el caballero de la Vanda fuese y, sobre todas cosas, dixese al rey siempre verdad y a su corona y persona guardase fidelidad, y que si en su presencia alguno del rey murmurase, y él lo disimulase y aprobase, le echasen de la Corte con infamia y le privasen para siempre de la vanda.

Mandaba su regla que todos los de aquella Orden hablasen poco y lo que hablasen fuese muy verdadero, y que si por caso algún caballero de la Vanda dijese alguna notable mentira, anduviese un mes sin espada.

Mandaba su regla que se acompañasen con hombres sabios de quienes aprendiesen a bien vivir, y con hombres de guerra que los enseñasen a pelear, sopena que el caballero de la Vanda que le dexare acompañar, o le viere pasear con algún merchante, o oficial, o plebeyo, o rústico, sea del maestro gravemente reprehendido y un mes entero en su posada encarcelado.

Mandaba su regla que todos los caballeros de, esta Orden mantuviesen sus palabras y guardasen fidelidad a sus amigos, y en caso que se probase contra algún caballero de la Vanda que no había cumplido su palabra, aunque fuese dada a persona baxa, y sobre cosa muy pequeña, que el tal se anduviese por la Corte solo y desacompañado, sin osar a nadie hablar ni a ningún caballero se allegar.

Mandaba su regla que fuese obligado el caballero de la Vanda a tener buenas armas en su cámara, buenos caballos en su caballeriza, buena lanza en su puerta y buena espada en su cinta, sopena que si en algo de esto fuere defectuoso, le llamen en la Corte, por espacio de un mes, escudero, y pierda el nombre de caballero.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de andar en la Corte a mula, sino a caballo, ni fuese osado de andar sin la vanda en lo público, ni se atreviese, sin llevar espada, entrar en Palacio, ni aun osase en su posada comer solo, sopena que para hacer la tela de la justa pagase un marco de plata.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda sirviese de lisonjero ni se presciase de chocarrero, sopena que si alguno dellos se pusiese en Palacio a contar donayres, o a decir al rey algunas lisonjas, anduviese por la Corte un mes a pie y estuviese restado en su posada otro.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda se quexase de alguna herida que tuviese, ni se alabase de alguna hazaña que hiziese, que el que dixese ¡ay! al tiempo de la cura y el que relatase muchas veces su proeza, fuese del maestre gravemente reprehendido y de los otros caballeros de la Vanda no visitado.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de jugar ningún juego, en especial juego de dados secos, sopena que, si alguno los jugase, o en su posada los consintiese jugar, le quitasen el sueldo de un mes y no entrase en Palacio mes y medio.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de empeñar sus armas ni jugar las ropas de su persona, y esto a ningún juego que fuese, sopena que el que las jugase y aun sobre ellas apostase, anduviese dos meses sin vanda y estuviese otro mes preso en su posada.

Mandaba su regla que el caballero de la Vanda entre ni semana se vistiese de paño fino y las fiestas sacase sobre sí alguna seda, y las pascuas algún poco de oro, y e medias calças y truxese botas, fuese obligado el maestre de se las tomar, y a los pobres dellas limosna hacer.

Mandaba su regla que si el caballero de la Vanda quisiese en palacio, o por la Corte, pasearse a pie, que no anduviese muy a prisa ni hablase a grandes voces, sino que hablase baxo, y se pasease despacio, sopena que de los otros fuese reprehendido y del maestre castigado.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado, ora en burlas, ora de veras, decir a otro caballero alguna palabra maliciosa ni sospechosa de que el otro caballero quedase afrentado o lastimado, sopena que después pidiese perdón al injuriado y le diesen de la Corte tres meses de destierro.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda tomase contienda con ninguna doncella en cabello, ni levantase pleito a muger hijadalgo, sopena que el tal caballero no pudiese acompañar a ninguna señora por el pueblo, ni osar servir alguna dama en Palacio.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda topase en la calle con alguna señora que fuese generosa y valerosa, fuese obligado de se apear, y de la ir acompañar, sopena que perdiese un mes de sueldo y fuese de las damas desamado.

Mandaba su regla que sí alguna muger noble o doncella en cabello rogase que hiciese alguna cosa por ella a algún caballero de la Vanda, y pudiendo la hacer no la hiciese, que al tal le llamasen en Palacio las damas «el caballero mal mandado y no bien comedido».

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de comer cosas torpes y sucias, es a saber: puerros, ajos, cebollas, ni otras semejantes vascosidades, sopena que el tal no entrase aquella semana en Palacio ni se asentase a mesa de caballero.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de comer estando en pie, ni comer solo, ni de comer sin manteles, sino que comiesen asentados y acompañados y los manteles tendidos, sopena que el caballero que así no lo hiciere comiese un mes sin espada y pagase un marco de plata para la tela.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda bebiese vino en vasija de barro ni bebiese agua en cántaro, y que al tiempo del beber se santiguase con la mano y no con el vaso, sopena que el caballero que hiciese lo contrario desto fuese un mes desterrado del Palacio y otro mes que no bebiese vino.

Mandaba su regla que si dos caballeros de la Vanda riñesen y se desafiasen, los otros caballeros trabaxasen de los poner en paz, y si no quisiesen ser amigos, que de nadie fuesen ayudados, sopena que si alguno los vandeare, ande un mes sin vanda y pague un marco de plata para la justa.

Mandaba su regla que si alguno truxese vanda sin habérsela dado el rey, le desafiasen dos caballeros de la Vanda, y si ellos le venciesen a él, que no pudiese traer vanda, y si él venciese a ellos, pudiese dende adelante la vanda traer y caballero de la Vanda se llamar.

Mandaba su regla que cuando en la Corte se hiciesen justas y torneos, el caballero que ganase la joya de la justa, y la presea del torneo, ganase también la vanda, aunque no fuese caballero de la Vanda, la cual el rey allí luego le había de dar, y todos los caballeros en la Orden y compañía suya rescebir.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda echase mano a su espada para otro caballero compañero suyo, que en tal caso no paresciese delante el rey dos meses, y que no truxese más de media vanda otros dos.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda hiriese a otro caballero de la Vanda sobre enojo y rencilla, que no entrase en Palacio en un año y estuviese preso el medio de aquel tiempo.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda fuese justicia por el rey, ora en la Corte, ora fuera della, que no pudiese justiciar a ningún caballero de la Vanda, sino que en tomándole en cosa no bien hecha, solamente le pueda prender y después al rey remitir.

Mandaba su regla que yendo el rey a la guerra, fuesen con él todos los caballeros de la Vanda, y que puestos en el campo se juntasen todos so una vandera, y estuviesen y peleasen a una, sopena que el caballero que en la guerra fuera de su vandera pelease, y a otro caballero estraño se allegase, perdiese un año de sueldo y anduviese con media vanda otro año.

Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de ir a guerra si no fuese de moros, y que si en alguna otra guerra se hallase con el rey, que se quitase por entonces la vanda, y que sí pelease en favor de otro que el rey, perdiese la vanda.

Mandaba su regla que todos los caballeros de la Vanda se juntasen tres veces en el año, do el rey mandase, y que estas juntas fuesen para que hiciesen alarde de sus armas y caballos y para platicar en cosas de su Orden, y éstas fuesen por abril, y setiembre, y navidad.

Mandaba la regla que todos los caballeros de la Vanda por lo menos torneasen dos veces en el año y justasen otras cuatro, y jugasen cañas seis, y fuesen a la carrera cada semana, sopena que el caballero que a estos exercicios militares fuese negligente en venir y fuese mal enseñado en los exercitar, anduviese un mes sin vanda y otro mes sin espada.

Mandaba su regla que todos los caballeros de la Vanda fuesen obligados dentro de ocho días que llegase el rey a algún lugar de poner tela para justar y carteles para tornear, y más allende de esto, tuviesen maestro y escuela a do fuesen a esgremir y a jugar de puñal y espada, sopena que el negligente en esto le restasen en su posada y le quitasen media vanda.

Mandaba la regla que ningún caballero de la Vanda estuviese en Corte sin servir alguna dama, no para la deshonrrar, sino para la festejar, o con ella se casar, y cuando ella saliese fuera la acompañase, como ella quisiese, a pie o a caballo, llevando quitada la caperuza y faciendo su mesura con la rodilla.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda supiese que en torno de diez leguas de la Corte se hacían justas o torneos, fuese obligado de ir allá a justar y a tornear, sopena de andar un mes sin espada y otro tanto sin vanda.

Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda se casase veinte leguas en torno de la Corte, todos los otros caballeros fuesen con él al rey a pedirle para él alguna merced, y que después le acompañasen todos hasta do se había de casar, para que allí hiciesen algún honrroso exercicio de caballería y para que ofresciesen alguna presea a su esposa.

Mandaba su regla que todos los primeros domingos de cada mes fuesen los caballeros de la Vanda a Palacio juntos, y muy bien ataviados y armados, y que allí, en el patio, en la sala real, delante el rey y toda su Corte, jugasen de todas armas, dos a dos, de manera que no se lisiasen, pues el fin de hacer esta Orden fué para que se presciasen de los hechos más que de los nombres de caballeros, en que por esto fuesen del rey muy honrrados.

Mandaba su regla que no torneasen más de treinta con treinta, y esto con espadas romas y sin filos, y que tocando las trompetas arremetiesen juntos, y en sonando el añafil, se retirasen todos, sopena de no entrar más en torneo y de no ir un mes a Palacio.

Mandaba su regla que en la justa no corriesen más de cada cuatro carreras y tuviesen por jueces cuatro caballeros, y el que en cuatro carreras no quebrantase la lança, pagase todo lo que costó la tela.

Mandaba su regla que al tiempo que falleciese algún caballero de la Vanda, le fuesen todos a ayudar a bien morir, y después le fuesen a enterrar, y que por haber sido hermano y compañero de la Vanda, se vistiesen todos de negro un mes, y no justasen dende a otros tres.

Mandaba su regla que dos días después de enterrado el caballero de la Vanda se juntasen todos los otros caballeros de la Orden y fuesen al rey; lo uno, a le dar la vanda que dejó el muerto, y lo otro, para le suplicar tenga memoria rescebir en su lugar algún hijo grande, si dexó, y haga alguna merced a la muger que tenía, para se sustentar y sus hijas casar.

He aquí, señor, la regla y orden de los caballeros de la Vanda, que hizo el buen rey don Hernando, junto de la cual os quiero poner a todos los caballeros que primero en esta Orden entraron, el título de los quales dice así:

estos son los muy corteses, y muy preciados, y muy nombrados, y muy escogidos caballeros y infançones de la fidalga orden de la vanda, que mandó facer nuestro señor el rey don Alfonso, que dios mantenga.

El Rey don Alfonso, que hizo la Orden.
El Infante don Pedro.
Don Enrique.
Don Fernando.
Don Tello.
Don Juan el Bueno.
Don Juan Núñez.
Enrrique Enrríquez.
Alfonso Fernández Coronel.
Lope Díaz de Almaçán.
Fernán Pérez Puerto Carrero.
Fernán Pérez Ponce.
Carlos de Guevara.
Fernán Enrríquez.
Alvar García de Albornoz.
Pero Fernández.
Garci Jofre Tenorio.
Juan Estévanez.
Diego García de Toledo.
Martín Alfonso de Córdoba.
Gonçalo Ruiz de la Vega.
Juan Alfonso de Benavides.
Garcilaso de la Vega.
Fernán García Duque.
Garci Fernández Tello.
Pero Gonçález de Agüero.
Juan Alfonso Carriello.
Íñigo López de Orozco.
Garci Gutiérrez de Grajalba.
Gutierre Fernández de Toledo.
Diego Fernández Castriello.
Pero Ruiz de Villegas.
Alfonso Fernández Alcayde.
Ruy González de Castañeda.
Ruy Ramírez de Guzmán.
Sancho Martínez de Leiva.
Juan González de Bazán.
Pero Trillo.
Suero Pérez de Quiñones.
Gonzalo Mexía.
Fernán Carriello.
Juan de Rojas.
Perálbarez Osorio.
Pero Pérez de Padilla.
Don Gil de Quintana.
Juan Rodríguez de Villegas.
Diego Pérez Sarmiento.
Mendo Rodríguez de Viezma.
Juan Fernández Coronel.
Juan de Cerejuela.
Juan Rodríguez de Cisneros.
Orejón de Liébana.
Juan Fernández Delgadillo.
Gómez Capiello.
Beltrán de Guevara, único.
Juan Tenorio.
Umbrete de Torrellas.
Juan Fernández de Bahamón.
Alfonso Tenorio.

En toda esta letra lo que se ha de notar es cuán en orden andaban los caballeros en aquel tiempo y cómo se exercitaban en las armas y se preciaban de hacer proezas y que los hijos de los buenos eran en la casa del rey muy bien criados y que no los dexaban ser viciosos, ni andar perdidos. Es también de notar en esta letra en cuán poco tiempo hace tantas mudanzas el mundo, es a saber: deshaciendo a unos, y levantando del polvo a otros, porque la fortuna nunca descarga sus tiros sino contra los que están muy adelante puestos. Digo esto, señor Conde, porque hallará aquí en esta Orden de la Vanda algunos antiguos linages que en aquel tiempo eran bien generosos y afamados, los cuales todos, no sólo son ya acabados, mas un del todo olvidados. ¿Qué casas ni mayorazgos hay hoy en España de los Albornoces, de los Tenorios, de los Villegas, de los Trillos, de los Quintanas, de los Biezmas, de los Cerejuelas, de los Bahamondes, de los Coroneles, de los Cisneros, de los Grajalbas y de los Orozcos? De todos estos linages había caballeros muy honrados en aquellos tiempos, como parece en la lista de los que entraron primero en la Orden de la Vanda, de los cuales todos agora, no sólo se hallan generosos mayorazgos, mas aun los solares proprios. Hay agora en España otros linajes, que son: Velascos, Manrriques, Enrríquez, Pimenteles, Mendozas, Córdovas, Pachecos, Zúñigas, Faxardos, Aguilares, Manueles, Arellanos, Tendillas, Cuevas, Andrades, Fonsecas, Lunas, Villandrandos, Carvajales, Soto Mayores y Benavides.

Cosa por cierto es de notar, y no menos de espantar, que ningún linaje de todos estos sobredichos están entre los caballeros de la Vanda nombrados; los cuales todos son agora en estos nuestros tiempos ilustres, generosos, ricos y muy nombrados. Bien es de creer que algunos de estos ilustres linajes eran ya levantados en aquellos tiempos, y si no los pusieron entre los caballeros de la Vanda fué, no porque les faltaba gravedad, sino por no tener entonces tanta autoridad, y aun porque si les sobraba la nobleza, les faltaba la riqueza. También es de creer que de aquellos linajes antiguos y olvidados hay agora hartos descendientes que son nobles y virtuosos, a los cuales, como les vemos tener poco y poder poco, tenemos por mejor callarlos que nombrarlos.

Los hijosdalgo, y caballeros, por más de ilustre sangre que sean, si tienen poco y pueden poco, ténganse por dicho que los han de tener en poco, y por eso les sería muy saludable consejo que antes se quedasen en sus tierras a ser escuderos ricos, que no venir a las cortes de los reyes a ser caballeros pobres, porque de esta manera serían en sus tierras honrrados, y así andan por las cortes corridos. Al propósito de esto, acontesció en Roma que como Cicerón fuese tan valeroso en su persona, y tuviese tanto mando en la república, teníanle todos tanta envidia y mirábanle con muy sobrada malicia, y por esto le dijo un patricio romano, como si dixésemos un hidalgo español: «Dime, Cicerón, ¿por qué te quieres tú igualar comigo en el Senado, pues sabes tú, y lo saben todos, en cómo desciendo yo de romanos ilustres y tú de rústicos labradores?» A esto le respondió Cicerón con muy buena gracia: «Yo te quiero confesar que tú desciendes de romanos patricios, y yo procedo de labradores pobres; mas junto con esto, no me puedes tú negar que todo tu linaje se acaba en ti, y todo el mío comienza en mí». De este exemplo podéis, señor Conde, colligir cuánto va de un tiempo a otro, de un lugar a otro y aun de una persona a otra, pues sabemos que en Gayo començaron los Augustos y en Nero se acabaron los Césares. Quiero, por todo lo dicho, decir que la poquedad de muchos dió fin a muchos linajes de los caballeros de la Vanda, y la valerosidad de otros dió principio a otros ilustres linajes que hoy hay en España, porque las casas de los grandes señores nunca se pierden por mengua de riqueza, sino por falta de personas.

Yo me he alargado en esta letra mucho más de lo que había prometido, y aún en mi presupuesto; mas todo lo doy por bien empleado, pues soy cierto que si yo quedo cansado de la escrebir, Vuestra Señoría no tomará fastidio en la leer, porque van en ella tantas y tan buenas cosas que para caballeros viejos son dignas de saber y para caballeros mozos necesarias de imitar.

De Toledo, a XII de deziembre de MDXXVI.