miércoles, 21 de febrero de 2007

Soneto XIII, Garcilaso de la Vega

A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían;

de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo 'staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

Las cosas que deseamos, Juan del Encina

Las cosas que deseamos
tarda o nunca las habemos,
y las que menos queremos
más presto las alcanzamos.

Porque fortuna desvía
aquello que nos aplace,
mas lo que pesar nos hace
ella mesma nos lo guía:
así por lo que penamos
alcanzar no lo podemos,
y lo que menos queremos
muy más presto lo alcanzamos.

Romance de Mis arreos son las armas

Mis arreos son las armas
mi descanso el pelear,
mi cama los duras peñas,
mi dormir siempre velar;

las manidas son oscuras,
los caminos por usar,
así ando de sierra en sierra
por orillas de la mar,

a probar si en mi ventura
hay lugar donde avadar;
pero por vos, mi Señora,
todo se ha de comportar.

Noche oscura del alma, San Juan de la Cruz

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado, Luis de Góngora

Descaminado, enfermo, peregrino
en tenebrosa noche, con pie incierto,
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,

distincto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.

Salió el sol, y entre armiños escondida,

soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña,
que morir de la suerte que yo muero.

Para los alcaldes de Toledo, Diego Gómez Manrique

Nobles discretos varones
que gobernáis a Toledo:
en aquestos escalones
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares.
Pues vos fizo Dios pilares
de tan riquísimos techos,
estad firmes y derechos.

Romance de la Jura de Santa Gadea

En Santa Gadea de Burgos
do juran los fijosdalgo,
allí le toma la jura
el Cid al rey castellano,
sobre un ferrojo de hierro
e una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.
—Villanos mátente, Alfonso,
villanos, que nom fidalgos,
de las Asturias de Oviedo,
que no sean Castellanos;
mátente con aguijadas,
non con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
non con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que non zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,
non de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
non de holanda ni labrados;
vengan cabalgando en burras,
non en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,
non decueros fogueados.
Mátente por las aradas,
non en villas ni poblados
y sáquente el corazón
por el siniestro costado
si no dijeres la verdad
de lo que te es preguntando:
si fuiste, ni consentiste,
en la muerte de tu hermano.—
Jurado tiene el buen rey
que en tal caso no es hallado,
pero de allí en adelante
dijo muy mal enojado:
Cid, hoy me tomas la jura,
mañana, besarme has la mano.
—Por besar mano de rey
no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
—¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no vengas más a ellas,
desde este día, en un año!
—Pláceme, dijo el buen Cid,
pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado:
tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.—
Ya se parte el buen Cid,
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
esforzados fijosdalgo;
todos son hombres mancebos,
ninguno hay viejo ni cano;
todos llevan lanza en puño
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas,
con borlas de colorado.

Romance de Abenámar

-Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había.

Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace,
no debe decir mentira.

Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
-No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida,

porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía:

que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto pregunta, rey,
que la verdad te diría.

-Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!

-El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.

El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día
y el día que no los labra
otras tantas se perdía.

El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.

-Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;

daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.

Romance del prisonero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.


Recogido por Ramón Menéndez Pidal en Flor Nueva de Romances Viejos

Romance del infante Arnaldos


¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!

Andando a buscar la caza
para su halcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;

las velas trae de sedas,
la jarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.

Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;

los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.

Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
«Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.»

Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
«Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.»