Four poems (2007)
Luis Alberto de Cuenca
LEER EN VOZ ALTA
Siempre ando con un libro en las manos. Ya sea uno viejo y gastado del siglo XIX con láminas y pauta final para ubicarlas en el texto, ya sea otro nuevo e intrépido que recibí ayer mismo y huele todavía a tinta fresca y joven, ya sea un libro antiguo que viajó por el tiempo hasta esa estantería de mi cada vez más poblada biblioteca... El vicio de leer suele ser solitario, pero puede, también, compartirse. Los griegos de la época de Sócrates leían en voz alta. Lo mismo hacía Nietzsche. A mí me gusta mucho leer en compañía y en voz alta los grandes libros de nuestra tribu, esa tribu perversa, racista y miserable que disfruta creyéndose superior (y lo es). De ese modo, recuerdo haber leído Drácula, Melmothy Frankenstein, el Poema del Cid, Beowulf, los Nibelungos, la Divina Comedia, los Psalmos, la Canción de Rolando, La isla del tesoro y la Ilíada, tal y como los griegos leían hace siglos, alto y claro, lanzando las palabras al aire, porque la voz añade temblor de biografía personal y caduca a tanta eternidad, al vértigo solemne de tanta permanencia.
CÍRCULO
Ojalá fuese un círculo vicioso, pero dejó de serlo hace ya tiempo. Es un círculo a secas. No permite que le pongamos adjetivos. Tiene muy mal carácter, el humor muy agrio. Si en nuestro deambular por su interior quisiéramos un día liberarnos de sus paredes inmisericordes y huir al otro lado, no podríamos hacerlo. En ese círculo vivimos, por mucho que tratemos de olvidarlo, y en él acabaremos nuestros días, sin saber cuándo, ni por qué, ni cómo.
EL AIRE DE TUS VERSOS
A la memoria de Blas de Otero
El aire era la vida en tu soneto de Leganés, y ahora ya no hay aire donde vives, maestro. No hay manera de respirar allí donde tú mueres. El aire se ha largado con su soplo a otra parte. Y no sirve para nada alzar las manos contra el firmamento, ni formular preguntas al vacío. Pero los ruiseñores de tu canto, ellos sí, vivirán eternamente. Se lo dijo Calímaco a un poeta que murió antes de tiempo, y eso vale para ti, Blas de Otero. La poesía que araña sombras para ver a Dios termina viendo a Dios y respirando el aire inmarchitable de tus versos.
BÚSCALA
Busca a la Diosa Blanca, ve a buscarla por occidente y por oriente, por el sur y por el norte, no la dejes de buscar en las sombras de la noche y en las luces del justo mediodía, sin desmayar jamás, sin acordarte de otro nombre que el suyo, sin reposo, por el cielo, debajo de la tierra y en las profundidades del océano. No habrá huellas que valgan en tu búsqueda, pues la Diosa no deja huellas nunca. Quién sabe dónde está, nadie la ha visto jamás en este mundo. Pero tú búscala sin desmayo en esos bosques, mil veces densos, donde el sol no halla paso a la hierba. Búscala en las ninfas que descansan al lado de la fuente y, sobre todo, búscala en el agua de esa fuente, en el agua en que los ciervos sacian su sed cuando declina el día, en el agua que canta y que libera de cuanto estorba. Y luego, cuando nada te retenga en la selva, continúa buscándola, aunque duela, por el aire emponzoñado, por el fuego insomne, por el camino hacia ninguna parte, por el desierto helado del silencio, por las calles vacías del olvido.