Advierte también que, cuando te quejas porque no tienes cruz, cruz tienes y cruz más viva y perfecta que otras veces. La cruz que tienes es un dolor, sentimiento y amargura porque no tienes cruz, una pena interior de verte sin la cruz ordinaria y conocida; y por eso es mayor, porque es nueva y no se conoce, como a la enfermedad vieja, que ya se fue habituando en una persona, menos la siente que la indispusición nueva. Y, si no, dime, ¿qué más tiene llorar porque no lloras, o llorar porque lloras; estar amarga y triste, o estar triste porque no estás triste y afligida por tu Dios? Yo pienso que estas segundas son penas más perfectas, porque amas tanto la cruz que la absencia de ella te trai crucificado. Y éste es un particular seguro que yo de ti tengo, porque nadie así me asegura un alma como tenerla asida y pegada a mi cruz. Y si por tiempo esta cruz faltare, que en fin a mis siervos las penas no les han de ser perpetuas, es gran cosa que tú sepas hacer otra cruz, remendar la que se rompió y tornar a atravesar los palos que se igualaron y deshicieron; y que en ti no sólo haya la cruz que yo pongo, sino que, si ésta alguna vez por mi gusto y porque tú descanses la deshago, estés tú tan habituada y hecha y tan amiga de padecer por mi amor que ese deseo brote y ponga en ti una cruz ascondida, la cual tú no la conoces porque, como es hecha por tus manos y engendrada por tus deseos, no sabes cómo es. Sólo sabes y conoces tus amarguras y trabajos, nacidos de que no tienes los trabajos que tú quisieras.
De Diálogos entre Dios y un alma afligida