sábado, 2 de enero de 2021

Charles Algernon Swinburne, poemas

Poemas de Swinburne


El jardín de Proserpina


 «Aquí, donde el mundo está en calma,

aquí, donde toda tribulación es un

tumulto de vientos muertos y olas agotadas,

en un dudoso sueño de sueños,

veo crecer los campos verdes,

entre sembradores y cosechadores,

entre la cosecha y la siega,

un mundo de arroyos perezosos.


Estoy cansado de risas y lágrimas,

y de los hombres que lloran y ríen,

del futuro del sembrador y su cosecha.

Estoy cansado de los días y las horas,

de trémulos capullos entre flores estériles,

de deseos y ensueños de gloria,

y de todo, excepto el Sueño.


Aquí, la Vida es vecina de la Muerte,

lejos del oído y la vista

se afanan las olas pálidas y los húmedos vientos;

giran los débiles barcos y los espíritus,

vagan errando con la marea,

sin saber hacia dónde se dirigen sus pasos.

Aquí, esos vientos no soplan,

y aquí, no crecen esas cosas.

Aquí, no crecen hierbas ni malezas,

flores de brezo o vides;

sino estériles brotes de amapola,

verdes racimos de Proserpina,

blancas vasijas de ondulantes juncos.

Aquí nada florece o colorea,

excepto esta flor,

de la que Ella extrae para los hombres

un néctar mortal.


Aunque uno tuviese la fuerza de siete,

también conocerá la Muerte;

no despertará con alas en el Cielo,

ni lamentará las penas del Infierno.

Aunque fuera hermoso como las rosas,

su belleza se nublará y decaerá;

y por más que en el Amor descanse,

su fin no será bueno jamás.


 Pálida, detrás de atrios y pórticos,

coronada de tranquilas hojas,

allí está quien recoge los frutos mortales,

con sus manos blancas e inmortales;

sus labios son más dulces

que los del Amor, que le temen;

más dulces para esos hombres que se confunden,

y llegan cansados de muchas épocas y tierras.


Ella cuida de uno y de otro,

cuida de todos los mortales,

y olvida la Tierra, su madre;

y la vida de los frutos y los vegetales,

y la primavera y los granos,

y las golondrinas que se alejan y la siguen,

allí dónde los cantos helados suenan en falso

y las flores son despreciadas.


Allí van los amores marchitos,

los viejos amores con sus alas cansadas;

y todos los años muertos,

y todos los desastres;

sueños deshechos de días olvidados,

ciegos capullos que la nieve ha arrancado,

hojas secas que el viento se ha llevado,

rojos peregrinos de fuentes arruinadas.


No estamos seguros de la tristeza,

y la alegría nunca fue segura;

el hoy morirá mañana,

y el Tiempo no oye ningún llamado;

y el Amor, débil e indolente,

suspira con labios arrepentidos,

llorando la brevedad de los amores

con los ojos del Olvido.

Por excesivo amor a la vida,

por la esperanza y el temor liberados,

brevemente agradecemos a los dioses,

sin importar quiénes sean,

que la vida no sea eterna,

que nunca los muertos se levanten,

que hasta el río más perezoso

llegue en sus giros al reposo del mar.

Porque entonces las estrellas no nos despertarán,

ni el sol con sus resplandores de luz;

ni el murmullo de las aguas inquietas,

ningún sonido y ninguna visión,

ni hojas estivales ni hojas invernales,

ni días ni cosas diurnas;

sólo un eterno sueño,

en una eterna noche.» 


El Mar


Retornaré a ti, madre generosa y dulce,

amante de los hombres, escondida bajo las aguas del mar.

Hasta tus profundidades descenderé, lejos de los hombres,

pugnando por besarte y fundirme a ti,

por asirte en un feroz abrazo.

¡Oh madre hermosa y blanca, que en días pretéritos

naciste sin hermanos ni hermanas!

Haz que mi alma sea libre, como libre es la tuya.

¡Oh bella madre mía, ceñida por verdores,

bajo las aguas del mar, vestida por el sol y la lluvia,

tus besos dulces y resueltos son fuertes como el vino

y tu abrazo, como el dolor, es hondo y vasto!

Sálvame y ocúltame con todas tus olas,

encuentra una tumba para mí entre los miles de sepulcros

helados que albergas en tus profundidades

y que forjaste sin necesidad de los hombres para un mundo más puro.


Dormiré. surcaré tus agua junto a los barcos,

seguiré el curso de tus vientos y mareas,

mis labios harán un festín en la espuma de los tuyos;

contigo he de alzarme y hundirme.

Dormiré, sin preguntarme de dónde eres o adónde vas,

con mis ojos y mis cabellos plenos de vida,

como una rosa colmada hasta los bordes

de brillo, fragancia y orgullo.


Y si esta vestidura mortal, tejida por la noche y el día

alguna vez me fuese arrebatada,

desnudo y contento zarpará hacia tus confines,

lleno de vida, sensible a ti y a tus caminos,

libre del mundo, buscando refugio en tu hogar

engalanado de verdores y coronado por la espuma,

sintiendo el pulso de la vida en tus radas y bahías,

como una vena en el corazón de las corrientes marinas.


El Jardín de Proserpina


Aquí, donde el mundo se acalla;

aquí, donde todas las aflicciones

se agolpan como olas exhaustas,

o como un tumulto de muertas corrientes

en un dudoso sueño de sueños.

Veo crecer las verdes campiñas

entre sembradores y labradores,

en tiempos de cosecha y en tiempos de ciega;

un dormido mundo de arroyos.


Cansado estoy de la alegría y la tristeza,

de los hombres que ríen y lloran,

y del destino que aguarda a sus cosechas.

Los días y las horas me fastidian,

marchitos capullos de flores estériles,

y también los anhelos, poderes y deseos;

dormir, sólo quiero dormir.


Aquí la vida es vecina de la muerte;

lejos de la vista y del oído, en otras regiones,

resuena el sollozo de las olas y de los vientos

empujando al espíritu en frágiles embarcaciones.

A la deriva, sin rumbo fijo.

Mas aquí, del otro lado del mundo,

donde nada florece,

esos vientos no soplan.


Aquí no brotan hierbas ni malezas;

no hay brezos ni vid;

entre débiles juncos donde las hojas no crecen

sólo mustios capullos de amapola,

verdes racimos de Proserpina,

para que ella exprima su vino mortal

y lo entregue a los muertos.


Pálidos, innumerables, sin nombre,

inclinándose en sombríos campos de mieses

durante toda la noche,

esos muertos, como almas tardías,

no acunadas en cielo o infierno alguno,

abatidas por la neblina y las tinieblas,

buscan el brillo de una luz

que los aleje para siempre de las sombras.

Mas por fuerte que sea nuestra vida

también algún día habremos de morir.

Y no seremos ángeles, si ascendemos al cielo,

ni sufriremos dolores, si caemos al infierno.

Pero la belleza que hay en nosotros

habrá de nublarse hasta perecer

y nuestro amor, ya en reposo, tocará su fin.


Allí está ella, detrás de atrios y pórticos,

coronada de yermas hojas,

recogiendo toda cosa mortal

que llegue hasta sus frías e inmortales manos.

Allí está ella, temida por el amor

a quien supera en dulzura,

acercando sus labios

a tantos hombres de tierras y tiempos diversos.


A la espera de todos nosotros,

nacidos para morir,

ella nos hace olvidar esta tierra, nuestra madre,

y la vida de los frutos y las mieses.

La primavera, las semillas y las golondrinas

emprenden vuelo y la siguen,

allí donde el canto del verano se ahueca

y la vida se aleja.


Allá van los amores marchitos,

los viejos amores con sus alas cansadas,

y los años perdidos y las cosas deshechas.


Moribundos sueños de inhóspitos días,

ciegos capullos arrancados por la nieve,

hojas salvajes arrastradas por el viento,

sangrientos extravíos de arruinadas primaveras.


Ni las tristezas ni las alegrías son seguras;

el presente ha de morir en el mañana

y nada hay que pueda doblegar el señorío del tiempo.

El corazón, decaído y displicente, suspira acongojado;

sus ojos abatidos y olvidadizos

gimen la brevedad del amor.


Por grande que sea nuestro apego a la vida,

buscamos liberamos de esperanzas y temores;

por eso agradecemos a los dioses,

no importa quiénes sean,

que la vida no dure para siempre,

que nada perturbe el dormir de los muertos,

que hasta el río menos generoso

haya siempre de retornar al mar.

Porque entonces no habrá estrellas ni soles

ni cambios de luz que puedan despertarnos;

no habrá aguas que se agiten tumultuosamente

ni sonidos ni visiones;

tampoco habrá días, estaciones, o seres luminosos;

sólo un eterno sueño

en una eterna noche.


Ave Atque Vale: en Memoria de Charles Baudelaire


¿Debo derramar una rosa, un quejido o un laurel,

oh hermano mío, sobre éste que fue tu velo?

Quizá deseas una flor apacible modelada por el mar

o una filipéndula, germinando lentamente,

de aquellas que las Dríadas, dormidas en verano, solían tejer

antes de ser despertadas por la suave y repentina nieve de la víspera.


Tal vez tu destino sea otro: marchitarte en el baldío

regazo de la tierra, entre pálidos capullos, sacudido por

el eterno calor de amargos veranos, lejos de las dulces

espigas que bordean la costa de un pueblo sin nombre.


Orgulloso y sombrío

palpitabas en el abismo profundo del cielo;

tus oídos atentos estuvieron al lamento del vagabundo,

al sollozo del mar en agrestes promontorios,

al estéril beso de las olas,

al rumor incierto de la tumba de Leucadia,

con sus hondos cantos.

Ah, el beso yerto y salado del mar,

el triste clamor de los vientos oceánicos sacudiendo los golfos,

acosándonos y derribándonos,

como ciegos dioses que ignoran la misericordia.


Fuiste tú, hermano mío, con tus antiguas visiones,

quien adivinó secretos y dolores vedados al hombre,

amores salvajes, frutos prohibidos y venenosos,

desnudos ante tu ojo escrutador

que se abría en medio del aire viciado de la noche.

Toscas cosechas en tiempos de lascivia:

pecado sin forma, placer sin palabra.

Turbulentos presagios se agolpaban en tus sueños

y hacían cerrar los afligidos ojos de tu espíritu.

En cada rostro viste la sombra

de aquellos que sólo siembran y cosechan hombres.


Oh corazón insomne, Oh alma fatídica incapaz de conciliar el sueño;

el silencio es tu regocijo, indiferente ante el altar de la vida,

¡has dejado a un lado el amor, la serenidad, el espíritu de lucha!

Ahora los dioses, hambrientos de muerte,

alma y cuerpo nos arrebatan, la primavera, nuestras melodías.

El amor no puede equivocarse

entregándose a un placer sin aguijón, colmillo o espuma,

allí donde hay labios que nunca se abrirán.

El alma se escurre del cuerpo

y la carne se arranca de los huesos, sin congojas,

como el rocío cuando cae desde las campánulas.


Es suficiente: el principio y el fin

son para ti una y la misma cosa, para ti que estás más allá de cualquier límite.

Oh mano separada del amigo incondicional,

sin frutos que recoger o victorias por alcanzar.

Lejos del triunfo, de los diarios afanes y de las codicias

sólo hojas muertas y un poco de polvo.

Oh, quietos ojos cuya luz nada nos dice,

los días se acallan; no así el insondable abismo de tu noche,

cuando tu mirada se desliza entre lóbregos silencios.

Pensamientos y palabras se desmoronan de tu alma;

dormir, dormir para ver la luz.


Ahora todas las horas y amores extraños han terminado;

sólo sueños y deseos, canciones y placeres umbríos.

Quizá has encontrado tu lugar

entre las piernas de la mujer de un Titán, pálida amante,

reclamando de ti hondas visiones

bajo la sombra de su cabeza, de sus prodigiosos pechos,

de sus poderosos miembros que inclinados te adormecen,

con todo el peso de sus cabellos

cuyo aroma evoca el sabor y la sombra de antiguos bosques de pino

donde aún gime el viento tras haber sorteado húmedas colinas.


¿Has encontrado alguna similitud para tus visiones?

Oh jardinero de extrañas flores: ¿cuáles brotes, cuáles

capullos has encontrado sembrados en la penumbra?

¿Existen acaso desesperanzas y júbilos? ¿No es todo

una cruel humorada? ¿Qué clase de vida es ésta, con salud o enfermedad?

¿Son las frutas grises como el polvo o brillantes como la sangre?

¿Crece alguna semilla para nosotros en aquella landa sombría?

¿Hay raíces que germinen en sus débiles campiñas,

allí, en las tierras bajas donde el sol y la luna se enmudecen? ¿Hay flores o frutos?


Ah, mi volátil canción se desvanece

ante ti, el mayor de los poetas, esquivo y arcano,

tú, veloz como ninguno.

Presiento oscuras burlas en la risa misteriosa

de los guardianes de la muerte, ciegos y sin lengua,

cubriendo con un velo la cabeza de Proserpina.

Pasajera y débil es mi visión: vanas lágrimas

que caen desde ojos acongojados,

que resbalan por pálidas bocas llenas de estertores.

Son éstas las cosas que atribulaban tu espíritu cuando las veías emerger.


Demasiado lejos te encuentras ahora; ni siquiera el vuelo de las palabras puede alcanzarte;

lejos, muy lejos del pensamiento o de la oración.

¿Qué nos incomoda de ti, que sólo eres viento y aire?

¿Por qué despertamos al vacío desgarrados de temor?

Fantasías, deseos,

o sueños hambrientos de muerte, como ráfagas que propagan el fuego.

Nuestros sueños persiguen nuestra muerte y no la encuentran.

Aun así, por rápida que ésta sea, un tenue ardor se desvanece de nosotros,

mortecina luz que cae desde cielos remotos

cuando el oído está sordo

y la mirada se nubla.


Nunca más serás aquello que fuiste; ajeno al tiempo

te alejas; por eso ahora intento apresar tan sólo

un destello del triste sonido tu alma,

la sombra de tu espíritu fugaz, este pergamino cerrado

en el que pongo mi mano sin dejar que la muerte separe

mi espíritu de la comunión con tus versos.

Estos recuerdos y estas melodías

que abruman el fúnebre y oscuro umbral de las musas;

las saludo, las toco, las abrazo y me aferro,

con mis manos prestas a ceñir,

con mis oídos atentos al vago clamor

de aquellos que marchan por la vida vestidos de luto.


Yo soy uno de ellos, avanzando

ante hogueras que arden, apilada la tierra,

ofreciendo libaciones a la muerte y sus dioses,

haciéndoles una leve reverencia en medio de la fúnebre procesión de los hombres,

sin plegarias ni alabanzas,

brindando mis ofrendas a sus taciturnas majestades,

que de miel y esencias están sembradas mis tierras

mientras mis frutos se pudren en el gélido aire.

Como Orestes, deposité en tu sepulcro

un rizo de mi cabello desgreñado.


No hay manos capaces de traicionarte,

oh rey de cabeza encogida,

pues tu pálido resplandor basta para acabar con la misma Troya.

Engaños, mentiras: sobre este polvo tuyo ninguna lágrima habrá de brotar.

Nunca hubo llanto como el tuyo: que ahora los hombres

escuchen la dulce caída de tus lágrimas eternas

en las hojas abiertas de las páginas de los santos poetas.

Ni Orestes ni Electra se conduelen de tu suerte;

pero arrodillándose desde sus urnas inmemoriales,

las más altas musas de todos los tiempos

gimen por ti y hasta el mismo Dios en su corazón te añora.


Así, aun cuando aquí entre nosotros

Dios esconda su sagrada fuerza

y apague su luz

sin manifestar su música y su poder

con el suave ardor de canciones sonoras,

quiso sin embargo tocar tus labios con vino amargo

y nutrirlos con su agrio aliento.

Seguramente de sus manos el alimento de tu alma viene.

Las llamas que atemorizaron tu espíritu con su fulgor

al mismo tiempo lo iluminaron, alimentando tu corazón hambriento

así como al nuestro lo sacia con fama.


Y ahora, en el ocaso de tu alma,

el dios de todos los soles y canciones se inclina

para unir sus laureles con tu corona de cipreses.

Es Él quien guarda tu polvo de la culpa y del olvido.

Sabiendo todo lo que fuiste y eres,

compasivo, melancólico, sagrado en cada orilla del corazón,

lamenta tu muerte como la muerte de sus hijos

y santifica con extrañas lágrimas y ajenos suspiros

tu boca sin palabras, tus ojos enlutados,

y sobre tu yerta cabeza

deposita un último trazo de luz.


Desearía sollozar junto a ti en las orillas del Leteo,

abrazar con mis lágrimas su cambiante curso,

llegar hasta la escarpada colina donde Venus levanta su santuario,

la genuina Venus, no aquella que después fue cambiada

por Citerea y Ericina, perdiendo sus labios y su rostro

la divina risa de la antigua Grecia.


Un fantasma, un dios abyecto y lascivo:

tú también te postraste a su carne,

por ella entonaste plegarias

y te apartaste hacia una tierra desconocida

mientras ardían las sombras del Infierno.


Sé que ninguna corona brotará de estas flores;

que ningún saludo atraerá la luz.

Tan sólo un espíritu enfermo en medio de la noche dulce y olorosa,

los cansados ojos del amor con sus manos y su pecho estéril.

No hay remedio para estas cosas; ya no hay nada

por alcanzar o enmendar; ni siquiera nuestras canciones, querido amigo,

despejarán el misterio de la muerte asegurando la inmortalidad.

Mas no por ello dejaré de hacer música para ti

cubriendo tu polvo con rosas, hiedras o vides silvestres.

Así al menos depositaré un cetro

en el relicario donde moran tus sueños.


Descansa en paz. Si la vida fue injusta contigo, el destino te absolverá.

Si acaso fue dulce, debes agradecer y perdonar,

pues a no mucho más puede aspirar el hombre.

Aquel mortecino jardín donde día tras día tus manos entrelazaban estériles flores,

flores urdidas en el sigilo y la sombra;

en sus verdes capullos encontraste sufrimientos y abyecciones,

en sus grises vestigios el penetrante sabor del veneno.

Tú, con el corazón lleno de esperanza,

desataste pensamientos y pasiones desde lo más profundo de tus sueños;

pero ahora has partido, atravesado por la guadaña de la muerte

que a todos habrá de alcanzarnos

cuando nuestras vidas se agoten en la fúnebre corriente de los días.

Para ti, hermano mío,

alma sumergida en el silencio.


Recoge de mi mano esta guirnalda y despídete.

Delgadas son las hojas y baldíos los inviernos.

La tierra, nuestra madre fatal, se enfría a tu alrededor;

de sus entrañas brota la tristeza

y en medio de sus pechos asoma una tumba.

Mas, de cualquier modo, conténtate, porque tus días han acabado;

Ahora descansas en paz, sin turbulencias

ni visiones ni cantos que perturben tu espíritu.

Vaya este canto para ti, querido hermano,

sol inmóvil en donde todos los vientos se aquietan,

solitaria orilla en la que todas las aguas confluyen.


Antes del Ocaso


Antes que la noche se abrace a la tierra

la luz crepuscular del amor declina en el cielo.

Antes que al miedo le sea posible sentir temblores o escalofríos,

la luz crepuscular del amor declina en el cielo.


Cuando el insaciable corazón murmura entre lamentos

"o es demasiado o es poco",

y la boca sedienta tardíamente se abstiene.


Blandas, deslizándose por el cuello de cada amante,

las manos del amor sostienen secretamente la brida;

y mientras buscamos en él la señal esperada,

su luz crepuscular declina en el cielo.


Fragmentos de Atalanta en Calidon


Mirad a los dioses: no aman la justicia más que el destino;

lastiman la boca del noble y la boca del impío;

sangre corrupta dejan correr por las venas del hombre devoto;

mancillan el labio del santo y el labio del traidor.

Oh Dios, supremo mal,

todos estamos contra ti, contra ti, Oh Dios.

Con la espada y la vara nos recoges;

nos cubres de sombras apilando la hierba;

el destino debe cumplirse para oscurecer el rostro

del hombre ante ti, oh Dios


Fugaz y débil es el amor, ciego como una llama;

enmascarado por la risa, oculta lágrimas y deseos;

a su lado camina un hombre y una doncella.

Una doncella en cuyos ojos todo goce se apaga

cuando los capullos encienden su aliento nupcial.

A él lo bautizan bajo el nombre del Destino;

su amada no es otra que la muerte...


Oh madre soñadora,

¿podrás cubrirme

con todos tus anhelos, cálidos como el sol,

cuando yo me sumerja en lo oscuro, como una sombra entre las sombras

y solloce entre arroyos insalvables?



Tristeza


Tristeza, alado ser que recorres el mundo,

Aquí y allí, a través del tiempo, pidiendo reposo,

Si reposo es acaso la dicha que la tristeza reclama.


Un pensamiento yace cerca de su corazón,

Profunda pena de voluptuoso calor,

Una hierba seca en el río creciente,

Una lágrima roja que recorre la corriente.


Corazones que cortan las cadenas,

El vínculo de ayer será el olvido de mañana,

Todas las cosas de este mundo pasarán,

pero nunca la tristeza.


Amor y sueño


Tendida y dormida entre caricias nocturnas

vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho,

pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro,

rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido,

demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada,

pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo.

Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo

-en una sola palabra- placer.Y toda su cara era miel para mi boca,

y todo su cuerpo era alimento para mis ojos;

Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego

sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral,

sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos

y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.


Antes del ocaso


El amor crepuscular declina en el cielo

Antes que la noche descienda sobre la tierra

Antes de que miedo sienta del frío su hierro,

El crepúsculo del amor se desvanece en el cielo.


Cuando el insaciable corazón susurra entre lamentos

«o es demasiado o es poco»,

y los labios se abstienen tardíamente resecos,


Blandas, bajando por el cuello de cada amante,

las manos del amor sostienen su rienda secreta;

y mientras buscamos en él una señal concreta,

su luz crepuscular se desgarra en el cielo.


El laúd y la lira


Un deseo profundo, que penetra en el corazón y en la raíz del espíritu,

Encuentra su voz reluctante en versos que añoran, como brasas ardiendo;

Tomando su voz exultante cuando la música persigue en vano un

Profundo deseo.


Lacerante mientras arde la pasión de la rosa cuyos pétalos respira,

Fuerte mientras crece el anhelo de los capullos por las frutas,

Suena el secreto tácito agotando su profundo tono.


Desciende el arrebato que poseía el suave laúd del amor;

Desciende la palpitación del triunfo de la lira:

Todavía el alma se siente quemar, una llama desatada aunque silenciosa

En su profundo deseo.


Poeta Loquitur


Si una persona acaso concibe la opinión

de que mis versos son material apropiado,

o que también mi musa tiene una pluma en su ala,

no por ello ese juicio deja de ser banal.

Mi lógica, política, ¡mi libre pensamiento!

no tienen más valor que tres saltos de una mosca,

y las ideas mas huecas que pensarse pudieran

son las mías en la mar.


Dentro de un laberinto de murmullo monótono

donde la razón yerra por la rima arruinada,

en una voz que no es más seria ni más firme

que las sonajas que hay en el gorro de un loco,

un hombre reflexivo en parte pretencioso,

poseedor de una musa que es preciso arrancar,

hace que lengua y métrica se vuelvan ofensivas

con rimas para el viento.


Una tirada larga cual procesión de frases

con primor ataviada, aunque sensual y noble,

se abalanza y decanta predicando alabanzas

en una canallesca batalla por la rima,

reflejada en empuje de la tinta en mis páginas:

pero el lector que debe de estar desesperado

se imagina que yo soy uno de los sabios

que dirige el timón por los mares del tiempo.


Las locas mezcolanzas de afrancesados restos

con insultos al credo de doctrinas cristianas,

la cegata blasfemia, la mofa infantil, todas

me alaban cual si fuera un genuino zoquete.

Me concibo a mí mismo obviamente como a alguien

cuya audiencia no puede jamás disminuir

mas la tarea del párvulo tiene que ser extraña

si su maestro es el viento.


Veo como en mis poemas, con encantador éxtasis

me golpea la tormenta, me acaricia y escuece:

mas rara vez soy ave que tú atrapar pudieras

a campo abierto en fronda de cosas similares.

Prefiero así estar fuera del alcance del daño

cuando la tempestad hace temblar los árboles,

y el viento gracias a su movimiento invencible

vuelve en jabón la mar.


Con firmeza aguantando los andrajos ajenos,

de quien antes que yo mejor lo hizo, trato

de poder verlos como mis hermanas y hermanos,

aun cuando yo sepa cuán bajo es mi nivel.

¡Me hace gritar la simple mirada de una iglesia,

cual chiquillo pateado en partido de fútbol!

¡Mas la causa se pasa ayudando al que cree

que el viento es su evangelio!


Cualquier marca genuina, roja, pasado pálido

está cubierta siempre por hechos condenables;

pero el dulce y materno misterio del futuro

se manifiesta libre de coronas y credos.

La verdad alborea en la ruina del tiempo,

sonora, franca, drástica, aromática y libre:

y aparentemente todo ello es la obra

del viento en la mar.


Suele adular la fama ante el engreimiento

cuya arboladura es flagrantemente fina:

y no es ni necesario tener que mencionar

que es este el lugar que a mí me corresponde.

Algunos rimadores transigen complacientes,

aunque pecaminosos, pecan altruistamente:

mas los que ser podrían mis maléficos versos

nada son sino viento.


[Para que la franqueza se pavonee y dibuje

de una forma más chusca que lo hace el escolar,

para sentirse atraído por sus brillantes próceres,

mientras él va ondeando la bandera de un tonto,

puede a mí parecerme el deber de un poeta,

¿pero en qué lugar fuera de Bedlam se halla aquél

que pueda imaginarse que al luchar por mostrarlo

no estoy ya en la mar?].


[Puedo pensar lograr el honor y la gloria

a la velocidad del cometa de una estrella,

difamando a la Musa de un poeta laureado,

o denunciando acaso las correrías de un Zar.

Mas esos rimadores risueños son útilmente

(como dicen los niños en el fútbol) pateados,

cuando su Musa ya -lo harán esas hetairas-

navegue junto al viento].



Poeta Loquitur

If a person conceives an opinion

That my verses are stuffthat will wash,

Or my Muse has one plume on her pinion,

That person’s opinion is bosh.

My philosophy, politics, free-thought!

Are worth not three skips of a flea,

And the emptiest of thoughts that can be thought

Are mine on the sea.


In a maze of monotonous murmur

Where reason roves ruined by rhyme,

In a voice neither graver nor firmer

than the bells on a fool’s cap chime,

a partly pretentiously pensive,

with a Muse that deserves to be skinned,

makes language and metre offensive

with rhymes of the wind.


A perennial procession of phrases

Pranked primly, though pruriently prime,

Precipitates preaching on praises

In a ruftianly riot of rhyme

Through the pressure of print on my pages:

But reckless the reader must be

Who imagines me one of the sages

hat steer through Time’s sea.


Mad mixtures of Frenchified offal

With insults to Christendom’s creed,

Blind blasphemy, schoolboylike scoff, all

These blazon me blockhead indeed.

I conceive myself obviously some one

Whose audience will never be thinned

But the pupil must needs be a rum one

Whose teacher is wind.


In my poems, with ravishing rapture

Storm strikes me and strokes me and stings:

But I’am scarcely the bird you might capture

Our of doors in the thick of such things.

I prefer to be well out of harm’s way

Whem tempests makes tremble the tree,

And the wind with omnipotent arm-sway

Makes soap of the sea.


Hanging hard on the rent rags of others,

Who before me did better, I try

To believe them my sisters and brothers,

Though I know what a low lot am I.

The mere sight of a church sets me yelping

Like a boy that at football is shinned!

But the cause must indeed be past helping

Whose gospel is wind!


All the pale past’s red record of history

Is dusty with damnable deeds;

But the future’s mild motherly mystery

Peers pure of all crowns and all creeds.

Truth dawns on time’s resonant ruin,

Frank, fulminant, fragrant and free:

And apparently this is the doing

Of wind on the sea.


Fame flatters in front of pretension

Whose flagstaff is flagrantly fine:

And it cannot be needful to mention

That such beyond question is mine.

Some singers indulging in curses,

Though sinful, have splendidly sinned:

But my would-be maleficent verses

Are nothing but wind.


[For freedom to swagger and scribble,

In a style that’s too silly for school,

At the heels of his betters to nibble,

While flaunting the flag of a fool,

May to me seem the part of a poet,

But where out of Bedlain is he

Who can think that in struggling to show it

I am not at sea?].


[l may think to get honour and glory at

The rate of a comet of a star,

By maligning the Muse of a Laureate,

Or denouncing the deeds of a Czar.

But such rollicking rhymesters get duly

(As schoolboys at football say) shinned,

When their Muse, as such trollops will truly:

Sails too near the wind].


Traducción de Miguel Angel García Peinado (Universidad de Córdoba).

Sonetos de Shakespeare

 XVIII


¿A un día de verano compararte?

Más hermosura y suavidad posees.

Tiembla el brote de Mayo bajo el viento

y el estío no dura casi nada.


A veces demasiado brilla el ojo

solar, y otras su tez de oro se apaga;

toda belleza alguna vez declina,

ajada por la suerte o por el tiempo.


Pero eterno será el verano tuyo.

No perderás la gracia, ni la Muerte

se jactará de ensombrecer tus pasos

cuando crezcas en versos inmortales.


Vivirás mientras alguien vea y sienta

y esto pueda vivir y te dé vida.


William Shakespeare, Sonetos. Selección y traducción de Manuel Mujica Lainez, Editorial Losada, Buenos Aires, 1964



XVIII


¿Por qué igualarte a un día de verano

si eres más hermoso y apacible?

El viento azota los capullos mayos

y el término estival no tarda en irse;

si a veces arde el óculo solar,

más veces su dorada faz se nubla

y es norma que, por obra natural

o del azar, lo bello al fin sucumba.

Mas no se nublará tu estío eterno

ni perderá la gracia que posee,

ni te tendrá la muerte por trofeo

si eternas son las líneas donde creces:

Habiendo quien respire y pueda ver,

todo esto sigue vivo y tú también.


William Shakespeare, Sonetos & Lamento de una amante, traducción de Andrés Ehrenhaus, Editorial Paradiso, Buenos Aires, 2009



18


¿Te comparo a un día de verano?

Vos sos más temperado y placentero.

El viento bate el capullito enano

y el verano se pasa muy ligero.

A veces quema el sol con su destello,

otras, sus rayos tórridos se opacan

lo bello cede a veces de lo bello

suerte o naturaleza los atacan.

Pero el verano tuyo no se amengua

ni perderás tampoco lo que es tuyo

ni la Muerte usará su engreída lengua

si con versos eternos te construyo.


Mientras los hombres respiren y ojos lean

vas a vivir en esos que me lean.


Sólo vos sos vos. Los sonetos de Shakespeare en traducción rioplatense. Traducción de Miguel Angel Montezanti, Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Mar del Plata, 2011


CXXI


Mejor ser vil que tal considerado

cuando, sin serlo, esta culpa te achacan,

y un lícito placer pierdes, que tanto

los demás condenan, pero no tu alma.

Pues ¿por qué los ojos espurios de otros

han de juzgar a mi impetuosa sangre;

o espiar mis flaquezas quien es más flojo

y estima malo lo que yo, agradable?

No, yo soy el que soy; y los que apuntan

a mis desmanes, los propios exponen;

habrá en sus ojos una torcedura,

que sus juicios no ensucien mis acciones.

A no ser que esta máxima sostengan:

todo hombre es malo y en su maldad reina.

Traducción: Ariel Laurencio Tacoronte


CXXIII

No, Time, thou shalt not boast that I do change:

Thy pyramids built up with newer might

To me are nothing novel, nothing strange;

They are but dressings of a former sight.

Our dates are brief, and therefore we admire

What thou dost foist upon us that is old;

And rather make them born to our desire

Than think that we before have heard them told.

Thy registers and thee I both defy,

Not wondering at the present nor the past,

For thy records and what we see doth lie,

Made more or less by thy continual haste.

This I do vow and this shall ever be;

I will be true despite thy scythe and thee.


CXXIII

Tiempo, no has de jactarte de mis cambios:

alzas con nuevo brío tus pirámides

y no son para mí nuevas ni extrañas

sino aspectos de formas anteriores.

Por ser corta la vida, nos sorprende

lo antiguo que reiteras y que impones,

cual si fuera lo nuevo que deseamos

y si no conociéramos su historia.

Os desafío a ti y a tus anales; no me asombran

pasado ni presente, pues tus anales y lo visto engañan

al transformarse mientras te apresuras.

Por mí, te juro que he de ser constante

a pesar de tu hoz y de ti mismo.

Traducción: Manuel Mujica Láinez



CXXIX

Derroche del espíritu en vergüenza

la lujuria es en acto, y hasta el acto

perjura, sanguinaria, traidora,

salvaje, extrema, cruel y ruda:

despreciada no bien se la disfruta,

sin mesura anhelada, y ya alcanzada,

odiada sin mesura, cual un cebo

que desquicia al incauto que lo traga.

Desquicio los suspiros, los abrazos,

los gemidos del antes y el durante,

júbilo al gozar, después penuria,

promesa de alegría, luego un sueño.

Lo saben todos, pero nadie sabe

cerrar el cielo que lleva hasta ese infierno.

Traducción: Carlos Gardini


CXLVI


Pobre alma, centro de culpable limo

a la que burla, indócil, quien la ciñe,

¿por qué adentro sufrir afán y hambre

si pintas lo exterior de alegre lujo?

Si el contrato es tan breve, ¿por qué gastas

ornando tu morada pasajera?

¿Tendrá por fin tu cuerpo sustentar

al gusano que herede tu derroche?

Vive, alma, a expensas de tu servidor;

que aumenten sus fatigas tu tesoro;

y cambia horas de espuma por divinas.

Sé rica adentro, en vez de serlo afuera.

Devora tú a la Muerte y no la nutras,

pues si ella muere, no podrás morir.

Traducción: Manuel Mujica Láinez


CXLVII

Mi amor es como fiebre que delira

por el mal que agudiza el sufrimiento,

nutriéndose de cuanto el mal preserva

para aplacar deseos enfermizos.

Mi razón, que en el trance me atendía,

al ver su prescripción no respetada,

se marchó con enfado, y desespero

porque el deseo es muerte sin remedio.

Soy enfermo sin cura ni cordura,

y, presa de morbosas crispaciones,

desvarío en palabra y pensamiento;

en vano la verdad me habla al oído,

pues juré que eras blanca y radiante,

y negro infierno eres, noche oscura.

Sonetos de Shakespeare, traducidos por Manuel Mújica Laínez, versión bilingüe

 

Mujica Láinez, Manuel (1983. 1ª ed. 1963). William Shakespeare. Sonetos. Madrid: Visor Madrid. 

A

FIVE SONNETS


I


From fairest creatures we desire increase,

That thereby beauty's rose might never die,

But as the riper should by time decease,

His tender heir might bear his memory:


But thou contracted to thine own bright eyes,

Feed'st thy light's flame with self-substantial fuel,

Making a famine where abundance lies,

Thy self thy foe, to thy sweet self too cruel:


Thou that art now the world's fresh ornament,

And only herald to the gaudy spring,

Within thine own bud buriest thy content,

And, tender churl, mak'st waste in niggarding:


Pity the world, or else this glutton be,

To eat the world's due, by the grave and thee.


XVIII


Shall I compare thee to a summer's day?

Thou art more lovely and more temperate:

Rough winds do shake the darling buds of May,

And summer's lease hath all too short a date:


Sometime too hot the eye of heaven shines,

And often is his gold complexion dimmed,

And every fair from fair sometime declines,

By chance, or nature's changing course untrimmed:


But thy eternal summer shall not fade,

Nor lose possession of that fair thou ow'st,

Nor shall death brag thou wander'st in his shade,

When in eternal lines to time thou grow'st,


So long as men can breathe, or eyes can see,

So long lives this, and this gives life to thee.


XXIII


As an unperfect actor on the stage,

Who with his fear is put beside his part,

Or some fierce thing replete with too much rage,

Whose strength's abundance weakens his own heart;


So I, for fear of trust, forget to say

The perfect ceremony of love's rite,

And in mine own love's strength seem to decay,

O'ercharg'd with burthen of mine own love's might.


O! let my looks be then the eloquence

And dumb presagers of my speaking breast,

Who plead for love, and look for recompense,

More than that tongue that more hath more express'd.


O! learn to read what silent love hath writ:

To hear with eyes belongs to love's fine wit.


LV


Not marble, nor the gilded monuments

Of princes, shall outlive this powerful rhyme;

But you shall shine more bright in these contents

Than unswept stone, besmear'd with sluttish time.


When wasteful war shall statues overturn,

And broils root out the work of masonry,

Nor Mars his sword, nor war's quick fire shall burn

The living record of your memory.


'Gainst death, and all oblivious enmity

Shall you pace forth; your praise shall still find room

Even in the eyes of all posterity

That wear this world out to the ending doom.


So, till the judgment that yourself arise,

You live in this, and dwell in lovers' eyes.


LXV


Since brass, nor stone, nor earth, nor boundless sea,

But sad mortality o'ersways their power,

How with this rage shall beauty hold a plea,

Whose action is no stronger than a flower?


O! how shall summer's honey breath hold out,

Against the wrackful siege of battering days,

When rocks impregnable are not so stout,

Nor gates of steel so strong but Time decays?


O fearful meditation! where, alack,

Shall Time's best jewel from Time's chest lie hid?

Or what strong hand can hold his swift foot back?

Or who his spoil of beauty can forbid?


O! none, unless this miracle have might,

That in black ink my love may still shine bright.




CINCO SONETOS


I


De los hermosos el retoño ansiamos

Para que su rosal no muera nunca,

Pero cuando el tiempo su esplendor marchite

Guardará su memoria su heredero.


Pero tú, que tus propios ojos amas,

Para nutrir tu luz, tu esencia quemas

Y hambre produces en donde hay hartura,

Demasiado cruel y hostil contigo.


Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,

Pregón de la radiante primavera,

Sepultas tu poder en el capullo,

Dulce egoísta que malgasta ahorrando.


Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,

Ávidos, lo que es suyo no devoren.


XVIII


¿A un día de verano compararte?

Más hermosura y suavidad posees,

Tiembla el brote de mayo bajo el viento

Y el estío no dura casi nada.


A veces demasiado brilla el ojo

Solar, y otras su tez de oro se apaga;

Toda belleza alguna vez declina,

Ajada por la suerte o por el tiempo.


Pero eterno será el verano tuyo,

No perderás la gracia, ni la Muerte

Se jactará de ensombrecer tus pasos

Cuando crezcas en versos inmortales.


Vivirás mientras alguien vea y sienta

Y ésto pueda vivir y te dé vida.


XXIII


Como actor vacilante en el proscenio

Que temeroso su papel confunde,

O como el poseído por la ira

Que desfallece por su propio exceso,


Así yo, desconfiando de mí mismo,

Callo en la ceremonia enamorada,

Y se diría que mi amor decae

Cuando lo agobia la amorosa fuerza.


Deja que la elocuencia de mis libros,

Sin voz, transmita el habla de mi pecho

Que pide amor y busca recompensa,

Más que otra lengua de excesivo alcance.


Del mudo amor aprende a leer lo escrito,

Que oír con ojos es amante astucia.


LV


Ni el mármol ni los áureos monumentos,

Durarán con la fuerza de esta rima,

Y en ella tu esplendor tendrá más brillo

Que en la losa que mancha el tiempo impuro.


Cuando tumbe la guerra las estatuas

Y el desorden los muros desarraigue,

Ni la espada de Marte ni su incendio

Destruirán tu memoria siempre viva.


Irás contra la muerte y el olvido.

Acogerá tu elogio la mirada

De la posteridad que, consumiéndolo,

Hasta el juicio final fatigue al mundo.


Así, hasta el día en que también te juzguen,

Aquí estarás y en los amantes ojos.


LXV


Si la muerte domina el poderío

De bronce, roca, tierra y mar sin límites,

¿Cómo le haría frente la hermosura

cuando es más débil que una flor su fuerza?


Con hálito de miel, ¿podrá el verano

Resistir el asedio de los días,

Cuando peñascos y aceradas puertas

No son invulnerables para el Tiempo?


¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte,

joyel que para su arca el Tiempo quiere?

¿Qué mano detendrá sus pies sutiles?

Y ¿quién prohibirá que te despojen?


Ninguna, a menos que un prodigio guarde

El brillo de mi amor en negra tinta.


B

¿A un día de verano compararte?...

¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar  y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.

Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Amor verdadero

No, no aparta a dos almas amadoras
adverso caso ni crüel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas.

Es fanal que borrascas bramadoras
con inmóviles rayos desafía;
estrella fija que los barcos guía;
mides su altura, mas su esencia ignoras.

Amor no sigue la fugaz corriente
de la edad, que deshace los colores
de los floridos labios y mejillas.
Eres eterno, Amor: si esto desmiente

mi vida, no he sentido tus ardores,
ni supe comprender tus maravillas.

Versión de Miguel Antonio Caro

 

Como actor vacilante en el proscenio...

Como actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,

así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.

Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.

Del mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 


¿Cómo puede buscar temas mi Musa...

¿Cómo puede buscar temas mi Musa
mientras tú alientas, que a mi verso infundes
tu dulce inspiración, harto preciosa
para exponerla en un papel grosero?

Agradécete a ti, si algo de mi obra
digno de leerse encuentra tu mirada:
¿quién tan mudo será que no te escriba
cuando tu luz aclara lo que inventa?

Sé la décima Musa y sé diez veces
mejor que las antiguas invocadas,
y otorga a quien te invoque eternos versos
que sobrevivan a lejanos siglos.

Si al futuro censor mi Musa encanta,
mía será la pena y tuyo el lauro.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Como un padre decrépito disfruta...

Como un padre decrépito disfruta
al ver de su hijo las empresas jóvenes,
así yo, mutilado por la suerte,
en tu lealtad y mérito me afirmo.

Pues sea la hermosura o el linaje,
el poder o el ingenio, uno o todos,
quien te corone con mejores títulos,
yo incorporo mi amor a esa riqueza.

Ni pobre ni ofendido soy, ni inválido,
que basta la substancia de tu sombra
para colmarme a mí con su opulencia,
y de una parte de tu gloria vivo.

Busca, pues, lo mejor: te lo deseo;
seré feliz diez veces, si lo hallas.

Versión de Manuel Mujica Láinez

  

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos...

Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.

Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.

¡Cuánto más te alabaran en su empleo
si respondieras : - « Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa »,
pues su beldad sería tu legado!

Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Cuando en las crónicas de tiempos idos...

Cuando en las crónicas de tiempos idos
veo que a los hermosos se describe
y a la Belleza embellecer la rima
que elogia a damas y señores muertos,

observo que al pintar de sus dechados
la mano, el labio, el pie, la frente, el ojo,
trataba de expresar la pluma arcaica
una belleza como la que tienes.

Así, sus alabanzas son presagios
de nuestro tiempo, que te prefiguran,
y pues no hacían más que adivinarte,
no podían cantarte cual mereces.

En cuanto a aquellos que te contemplamos
con absorta mirada, estamos mudos.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 


Cuando en sesiones dulces y calladas...

Cuando en sesiones dulces y calladas
hago comparecer a los recuerdos,
suspiro por lo mucho que he deseado
y lloro el bello tiempo que he perdido,

la aridez de los ojos se me inunda
por los que envuelve la infinita noche
y renuevo el plañir de amores muertos
y gimo por imágenes borradas.

Así, afligido por remotas penas,
puedo de mis dolores ya sufridos
la cuenta rehacer, uno por uno,
y volver a pagar lo ya pagado.

Pero si entonces pienso en ti, mis pérdidas
se compensan, y cede mi amargura.

Versión de Alejandro Araoz Fraser

 

Cuando haya muerto, llórame tan sólo...

Cuando haya muerto, llórame tan sólo
mientras escuches la campana triste,
anunciadora al mundo de mi fuga
del mundo vil hacia el gusano infame.

Y no evoques, si lees esta rima,
la mano que la escribe, pues te quiero
tanto que hasta tu olvido prefiriera
a saber que te amarga mi memoria.

Pero si acaso miras estos versos
cuando del barro nada me separe,
ni siquiera mi pobre nombre digas
y que tu amor conmigo se marchite,

para que el sabio en tu llorar no indague
y se burle de ti por el ausente.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Cuando hombres y Fortuna me abandonan...

Cuando hombres y Fortuna me abandonan,
lloro en la soledad de mi destierro,
y al cielo sordo con mis quejas canso
y maldigo al mirar mi desventura,

soñando ser más rico de esperanza,
bello como éste, como aquél rodeado,
deseando el arte de uno, el poder de otro,
insatisfecho con lo que me queda;

a pesar de que casi me desprecio,
pienso en ti y soy feliz y mi alma entonces,
como al amanecer la alondra, se alza
de la tierra sombría y canta al cielo:

pues recordar tu amor es tal fortuna
que no cambio mi estado con los reyes.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 


Cuando, infeliz, postrado por el hombre y la suerte...

Cuando, infeliz, postrado por el hombre y la suerte,
en mi triste destierro lloro a solas conmigo,
y agito al sordo cielo mi grito vano y fuerte,
y, volviendo a mirarme, mi destino maldigo,

y sueño ser como otro más rico en esperanza,
tener su mismo aspecto, gozar sus compañías,
y envidio el arte de éste, del otro la pujanza,
hastiado aún de aquello que me daba alegrías;

si en estos pensamientos mi desprecio me espanta,
pienso en ti felizmente, y entonces mi consuelo
como una alondra a orillas del día se levanta
del mundo oscuro, y canta a las puertas del cielo.

Tal riqueza me ofreces, dulce amor recordado,
que desdeño cambiar con los reyes mi estado.

Versión de William Ospina
 


Cuando pienso que todo lo que crece...

Cuando pienso que todo lo que crece
su perfección conserva un mero instante;
que las funciones de este gran proscenio
se dan bajo la influencia de los astros;

y que el hombre florece como planta
a quien el mismo cielo alienta y rinde,
primero ufano y abatido luego,
hasta que su esplendor nadie recuerda:

la idea de una estada tan fugaz
a mis ojos te muestra más vibrante,
mientras que Tiempo y Decadencia traman
mudar tu joven día en noche sórdida.

Y, por tu amor guerreando con el Tiempo,
si él te roba, te injerto nueva vida.

Versión de Manuel Mujica Láinez



De los hermosos el retoño ansiamos...

De los hermosos el retoño ansiamos
para que su rosal no muera nunca,
pues cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará su memoria su heredero.

Pero tú, que tus propios ojos amas,
para nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre produces en donde hay hartura,
demasiado cruel y hostil contigo.

Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de la radiante primavera,
sepultas tu poder en el capullo,
dulce egoísta que malgasta ahorrando.

Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos, lo que es suyo no devoren.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Déjame confesar que somos dos...

Déjame confesar que somos dos
aunque es indivisible el amor nuestro,
así las manchas que conmigo quedan
he de llevar yo solo sin tu ayuda.

No hay más que un sentimiento en nuestro amor
si bien un hado adverso nos separa,
que si el objeto del amor no altera,
dulces horas le roba a su delicia.

No podré desde hoy reconocerte
para que así mis faltas no te humillen,
ni podrá tu bondad honrarme en público
sin despojar la honra de tu nombre.

Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 
Derroche del espíritu en vergüenza...

Derroche del espíritu en vergüenza
la lujuria es en acto, y hasta el acto
perjura, sanguinaria, traidora,
salvaje, extrema, cruel y ruda:

despreciada no bien se la disfruta,
sin mesura anhelada, y ya alcanzada,
odiada sin mesura, cual un cebo
que desquicia al incauto que lo traga.

Desquicio los suspiros, los abrazos,
los gemidos del antes y el durante,
júbilo al gozar, después penuria,
promesa de alegría, luego un sueño.

Lo saben todos, pero nadie sabe
cerrar el cielo que lleva hasta ese infierno.

Versión de Carlos Gardini

 

Derrochador de encanto, ¿por qué gastas...

Derrochador de encanto, ¿por qué gastas
en ti mismo tu herencia de hermosura?
Naturaleza presta y no regala,
y, generosa, presta al generoso.

Luego, bello egoísta, ¿por qué abusas
de lo que se te dio para que dieras?
Avaro sin provecho, ¿por qué empleas
suma tan grande, si vivir no logras?

Al comerciar así sólo contigo,
defraudas de ti mismo a lo más dulce.
Cuando te llamen a partir, ¿qué saldo
podrás dejar que sea tolerable?

Tu belleza sin uso irá a la tumba;
usada, hubiera sido tu albacea.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

El pecado de amarme se apodera...

El pecado de amarme se apodera
de mis ojos, de mi alma y de mí todo;
y para este pecado no hay remedio
pues en mi corazón echó raíces.

Pienso que es el más bello mi semblante,
mi forma, entre las puras, la ideal;
y mi valor tan alto conceptúo
que para mí domina a todo mérito.

Pero cuando el espejo me presenta,
tal cual soy, agrietado por los años,
en sentido contrario mi amor leo
que amarse siendo así sería inicuo.

Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio,
pintando mi vejez con tu hermosura.

Versión de Manuel Mujica Láinez
 

El soliloquio de Hamlet

¡Ser, o no ser, es la cuestión!  -¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar  de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así!

¡Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar!   -¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?...

Pero hay espanto
¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía
está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera
ningún viajero regresó, perturba
la voluntad, y a todos nos decide
a soportar los males que sabemos
más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
haces unos cobardes, y la ardiente
resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron.

Versión de Rafael Pombo


Extenuado, hacia el lecho me apresuro...

Extenuado, hacia el lecho me apresuro
a calmar mis fatigas de viajero,
pero empieza en mi ánimo otro viaje,
cuando acaban del cuerpo las faenas.

Porque mis pensamientos, alejándose
en tu busca, celosos peregrinos,
de mis párpados abren el agobio
a la tiniebla que los ciegos miran.

Sólo que mi visión imaginaria
trae tu sombra hasta mis ojos ciegos,
como un joyel que cuelga de la noche
y el rostro oscuro le rejuvenece.

Así, por ti y por mí, nunca reposan
de día el cuerpo y a la noche el alma.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 
He visto a la mañana en plena gloria...

He visto a la mañana en plena gloria
los picos halagar con su mirada,
besar con su oro las praderas verdes
y dorar con su alquimia arroyos pálidos;

y luego permitir el paso oscuro
de fieros nubarrones por su rostro,
y ocultarlo a la tierra abandonada
huyendo hacia occidente sin ventura.

Así brilló mi sol, un día, al alba,
sobre mi frente, con triunfal belleza;
una hora no más lo he poseído
y hoy me lo esconden las aéreas nubes.

No desdeñes mi amor: si el sol del cielo
se eclipsa, han de velarse los del mundo.

Versión de Manuel Mujica Láinez



Las horas que gentiles compusieron...

Las horas que gentiles compusieron
tal visión para encanto de los ojos,
sus tiranos serán cuando destruyan
una belleza de suprema gracia:

porque el tiempo incansable, en torvo invierno,
muda al verano que en su seno arruina;
la savia hiela y el follaje esparce
y a la hermosura agosta entre la nieve.

Si no quedara la estival esencia,
en muros de cristal cautivo líquido,
la belleza y su fruto morirían

sin dejar ni el recuerdo de su forma.
Mas la flor destilada, hasta en invierno,
su ornato pierde y en perfume vive.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Los corazones que supuse muertos...

Los corazones que supuse muertos
pues me faltaban, a tu pecho ocupan;
en él reinan amor y sus virtudes
y los amigos que creí enterrados.

¡Cuánta lágrima pía de mis ojos
robó el amor leal por esos muertos
que no son más que seres que han cambiado
de lugar y que yacen en ti ocultos!

Tú eres la tumba donde vive amor;
de mis amores los trofeos te ornan;
cada uno te dio mi parte suya
y ahora es tuyo el bien que fue de muchos.

Veo en ti las imágenes que amé:
soy tuyo entero pues las tienes todas.

Versión de Manuel Mujica Láinez

  

Mas cuán pesante se me hace este viaje...

Mas cuán pesante se me hace este viaje
Al ver que su final, que tanto ansío,
Me hará exclamar cuando pare y descanse:
¡Ya tan atrás has dejado a tu amigo!

La bestia que me lleva, ya sin fuerzas
Por mi penar, también con éste carga
Jadeando, como si algo le dijera
Que prisa su jinete no demanda.

La espuela en sangre su paso no apremia
Sino que ira en la piel le clava a veces,
Responde el animal con una queja
Que de cuanto le hiera más me hiere.

Pues esa misma queja me recuerda
Que alante el dolor, mi dicha atrás queda.

Versión de Ariel Laurencio Tacoronte

 
 

Mejor ser vil que tal considerado...

Mejor ser vil que tal considerado
Cuando, sin serlo, esta culpa te achacan,
Y un lícito placer pierdes, que tanto
Los demás condenan, pero no tu alma.

Pues ¿por qué los ojos espurios de otros
Han de juzgar a mi impetuosa sangre;
O espiar mis flaquezas quien es más flojo
Y estima malo lo que yo, agradable?

No, yo soy el que soy; y los que apuntan
A mis desmanes, los propios exponen;
Habrá en sus ojos una torcedura,
Que sus juicios no ensucien mis acciones.

A no ser que esta máxima sostengan:
Todo hombre es malo y en su maldad reina.

Versión de Ariel Laurencio Tacoronte

 

Mella, Tiempo voraz, del león las garras...

Mella, Tiempo voraz, del león las garras,
deja a la tierra devorar sus brotes,
arranca al tigre su colmillo agudo,
quema al añoso fénix en su sangre.

Mientras huyes con pies alados, Tiempo,
da vida a la estación, triste o alegre,
y haz lo que quieras, marchitando al mundo
Pero un crimen odioso te prohíbo:

no cinceles la frente de mi amor,
ni la dibujes con tu pluma antigua;
permite que tu senda siga, intacto,
ideal sempiterno de hermosura.

O afréntalo si quieres, Tiempo viejo:
mi amor será en mis versos siempre joven.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 
 

Mi amor es una fiebre que incesante...

Mi amor es una fiebre que incesante
ansía lo que su virus alimenta,
porque en mi mal mi gusto se apacienta
y es por sí enfermo el apetito amante.

Ya, viendo mi doctor (la vigilante
razón) que no haga del caso ni cuenta,
me abandonó, y el ánima sedienta
corre a su abismo, aunque lo ve adelante.

Salvación para mí, ni la hay ni la quiero:
todo yo soy locura, inquietud, ira;
loco en cuanto imagino y vocifero,
y víctima infeliz de una mentira

te juré honrada y franca; y mi amor tierno
¿qué halló en ti? Noche oscura, negro infierno.

Versión de Rafael Pombo

 

Mira a tu espejo, y a tu rostro dile...

Mira a tu espejo, y a tu rostro dile:
ya es tiempo de formar otro como éste.
Si no renuevas hoy su lozanía,
al mundo engañas y a una madre robas.

¿Quién es la bella del intacto seno
que tu cultivo marital desdeñe?
y ¿quién tan loco para ser la tumba
de un amor egoísta sin futuro?

Tu madre encuentra en ti, que eres su espejo,
la gracia de su abril, su primavera;
así, de tu vejez por las ventanas,
aunque mustio, verás tu tiempo de oro.

Mas si pasar prefieres sin memoria,
muere solo y tu imagen morirá.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

No creeré en mi vejez, ante el espejo...

No creeré en mi vejez, ante el espejo,
mientras la juventud tu edad comparta;
sólo cuando los surcos te señalen
pensaré que la muerte se aproxima.

Si toda la hermosura que te cubre
es el ropaje de mi corazón,
que vive en ti, como en mí vive el tuyo,
¿cómo puedo ser yo mayor que tú?

Por eso, amor, contigo sé prudente,
como soy yo por ti, no por mí mismo;
tu corazón tendré con el cuidado
de la nodriza que al pequeño ampara.

No te ufanes del tuyo, si me hieres,
pues me lo diste para no volverlo.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

No dejes, pues, sin destilar tu savia...

No dejes, pues, sin destilar tu savia,
que la mano invernal tu estío borre:
aroma un frasco y antes que se esfume
enriquece un lugar con tu belleza.

No ha de ser una usura prohibida
la que alegra a quien paga de buen grado;
y tú debes dar vida a otro tú mismo,
feliz diez veces, si son diez por uno.

Más que ahora feliz fueras diez veces,
si diez veces, diez hijos te copiaran:
¿qué podría la muerte, si al partir

en tu posteridad siguieras vivo?
No te obstines, que es mucha tu hermosura.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

No me sucede lo que a aquel poeta...

No me sucede lo que a aquel poeta
que versifica a una beldad pintada,
y al cielo mismo empleá como adorno,
midiendo cuánto es bello con su bella;

y en henchidas imágenes la acopla
al sol, la luna y a las gemas ricas
y a las flores de abril y a las rarezas
que el aire envuelve en este globo vasto.

Sincero amante, la verdad escribo.
Mi amor es tan gentil, podéis creerme,
como cualquier hijo de madre, y brilla
menos que las candelas celestiales.

Dejad que digan más los habladores;
yo no quiero ensalzar lo que no vendo.

Versión de Manuel Mujica Láinez
 
 
 

No, no aparta a dos almas amadoras...

No, no aparta a dos almas amadoras
adverso caso ni crüel porfía:
nunca mengua el amor ni se desvía,
y es uno y sin mudanza a todas horas.

Es fanal que borrascas bramadoras
con inmóviles rayos desafía;
estrella fija que los barcos guía;
mides su altura, mas su esencia ignoras.

Amor no sigue la fugaz corriente
de la edad, que deshace los colores
de los floridos labios y mejillas.

Eres eterno, Amor: si esto desmiente
mi vida, no he sentido tus ardores,
ni supe comprender tus maravillas.

Versión de Miguel Antonio Caro

  

No te acongojes más por lo que has hecho...

No te acongojes más por lo que has hecho;
fango y espina tienen fuente y rosa;
a la luna y al sol vela el eclipse;
vive el gusano en el capullo suave.

Todos cometen faltas, yo también
pues disculpo con símiles la tuya,
y por justificarte me corrompo
y excuso tus pecados con exceso.

A tu yerro sensual le doy mi ayuda;
de opositor me vuelvo tu abogado
y comienzo a pleitear contra mí mismo.
Tanto el amor y el odio en mí combaten

que no puedo dejar de ser el cómplice
del ladrón tierno que cruel me roba.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

O viviré para escribir tu losa...

O viviré para escribir tu losa,
o vives y en la tierra me he podrido.
Qué importa que yo caiga en el olvido
si en mi canto inmortal tu honor reposa.

No morirá por mí tu fama hermosa
aunque yo al mundo moriré ya ido:
tú serás recordado y bendecido,
yo volveré a ser polvo entre la fosa.

Cuando sean los que hoy viven sombra vana
mis estrofas serán tu monumento
que mirará generación lejana.

Remota edad repetirá mi acento;
vivirás por mi pluma soberana
doquier se exhale un amoroso aliento.

Versión de Alejandro Araoz Fraser

  

Pobre alma, centro de culpable limo...

Pobre alma, centro de culpable limo
a la que burla, indócil, quien la ciñe,
¿por qué adentro sufrir afán y hambre
si pintas lo exterior de alegre lujo?

Si el contrato es tan breve, ¿por qué gastas
ornando tu morada pasajera?
¿Tendrá por fin tu cuerpo sustentar
al gusano que herede tu derroche?

Vive, alma, a expensas de tu servidor;
que aumenten sus fatigas tu tesoro;
y cambia horas de espuma por divinas.
Sé rica adentro, en vez de serlo afuera.

Devora tú a la Muerte y no la nutras,
pues si ella muere, no podrás morir.

Versión de Manuel Mujica Láinez

  

¿Por qué me prometiste un día hermoso...

¿Por qué me prometiste un día hermoso
y a viajar sin mi capa me obligaste,
si me dejaste sorprender por nubes
que en su bruma ocultaron tu destello?

No me basta que surjas de la niebla
y que la lluvia enjugues en mi rostro,
pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo
que cicatriza pero no remedia.

Ni tu vergüenza a mi dolor aplaca,
ni tu remordimiento a lo perdido:
del ofensor la pena poco alivia
a quien la cruz soporta del agravio.

Pero tus lágrimas de amor son perlas
y su riqueza todo el mal rescata.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Pintado por Natura el rostro tienes...

Pintado por Natura el rostro tienes
de mujer, dueño y dueña de mi amor;
y de mujer el corazón sensible
mas no mudable como el femenino;

tus ojos brillan más, son más leales
y doran los objetos que contemplas;
de hombre es tu hechura, y tu dominio roba
miradas de hombres y almas de mujeres.

Primero te creó mujer Natura
y, desvariando mientras te esculpía,
de ti me separó, decepcionándome,
al agregarte lo que no me sirve.

Si es tu fin el placer de las mujeres,
mío sea tu amor, suyo tu goce.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Pintores son mis ojos: te fijaron...

Pintores son mis ojos: te fijaron
sobre la tabla de mi corazón,
y mi cuerpo es el marco que sostiene
la perspectiva de la obra insigne.

A través del pintor hay que mirar
para encontrar tu imagen verdadera,
colgada en el taller que hay en mi pecho
al que brindan ventanas tus dos ojos.

Y observa de los ojos el servicio:
los míos diseñaron tu figura,
los tuyos son ventanas de mi pecho
por las que atisba el sol, feliz de verte.

Mas algo falta al arte de los ojos:
dibujan lo que ven y al alma ignoran.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 


Que los favorecidos por los astros...

Que los favorecidos por los astros
de honores y de títulos se ufanen;
yo, que la suerte priva de esos triunfos,
hallo mi dicha en lo que más venero.

Los favoritos de los grandes príncipes
abren al sol sus hojas cual caléndulas,
y su orgullo sepultan en sí mismos
pues los abate un ceño que se frunce.

El célebre guerrero laborioso,
derrocado una vez tras mil victorias,
es del libro de honores suprimido
y de su gesta lo demás se olvida.

Feliz de mí, que amando soy amado,
y ni cambiar ni ser cambiado puedo.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Que no le ponga inconvenientes yo...

Que no le ponga inconvenientes yo
A la alianza de espíritus constantes.
Amor que cede ante otro no es amor,
Ni el que cambie cuando cambios halle;

Oh, no, es un faro eternalmente fijo
Entre tormentas, y jamás da en tierra;
Es el astro de nómadas navíos,
Invalorado, bien que a lo alto ascienda.

Tiempo en Amor no se inmiscuye, aunque
Bajo el zas de su hoz caen labios rosas;
Con Tiempo va hasta donde el sino alcance
Amor, que no muda en fugaces horas.

Si es esto error, y en mí se demostrase,
Jamás he yo escrito, ni amado nadie.

Versión de Ariel Laurencio Tacoronte

 

Quién creerá en el futuro a mis poemas...

¿Quién creerá en el futuro a mis poemas
si los colman tus méritos altísimos?
Tu vida, empero, esconden en su tumba
y apenas la mitad de tus bondades.

Si pudiera exaltar tus bellos ojos
y en frescos versos detallar sus gracias,
diría el porvenir: «Miente el poeta,
rasgos divinos son, no terrenales».

Desdeñarían mis papeles mustios,
como ancianos locuaces, embusteros;
«métrico exceso» de un «antiguo» canto.
Mas si entonces viviera un hijo tuyo,

mi rima y él dos vidas te darían.
para darla a la muerte y los gusanos.

Versión de Manuel Mujica Láinez

  

Señor del amor mío, cuyo mérito...

Señor del amor mío, cuyo mérito
obliga mi homenaje de vasallo,
te envío esta embajada manuscrita,
mi devoción probando y no mi ingenio.

Grande es mi devoción: mi pobre espíritu
la muestra sin ropaje de vocablos
y espera, aunque desnuda, que en tu alma
le dé tu comprensión sutil albergue;

hasta que el astro que mi andanza guía
me señale con brillo favorable,
y al ornar mis andrajos amorosos
haga que yo merezca que me mires.

Así podré exhibir mi amor ufano,
pero hasta entonces rehuiré la prueba.

Versión de Manuel Mujica Láinez

  

Si a mis días colmados sobrevives...

Si a mis días colmados sobrevives,
y cuando esté en el polvo de la Muerte
una vez más relees por ventura
los inhábiles versos de tu amigo,

con lo mejor de tu época compáralos,
y aunque todas las plumas los excedan,
guárdalos por mi amor, no por mis rimas,
superadas por hombres más felices.

Que tu amor reflexione: «Si su Musa
crecido hubiera en esta edad creciente,
frutos más caros a su edad le diera,
dignos de incorporarse a tal cortejo:

pero ha muerto; en poetas más notables
estilo buscaré y en él amor».

Versión de Manuel Mujica Láinez

  

Si la hosca carne fuera pensamiento...

Si la hosca carne fuera pensamiento
La vil distancia no me detendría,
Pues a do te hallas desde lo más lejos
Yo, pese al espacio, arribaría.

Y qué importará así que yo pisara
La más remota tierra que no vieras,
Pues la ágil idea el mar, países salva
Tan pronto rumia el sitio que desea.

Mas ¡ay!, me mata el pensar que no soy
Pensamiento que venza millas, leguas;
Que por ser de tanta agua y tierra yo
Debo ocupar el ocio con mis quejas.

Sin nada lograr de agentes tan lentos
Más que lágrimas, signos del mal nuestro.

Versión de Ariel Laurencio Tacoronte

 

Si la muerte domina al poderío...

Si la muerte domina al poderío
de bronce, roca, tierra y mar sin límites,
¿cómo le haría frente la hermosura
cuando es más débil que una flor su fuerza?

Con su hálito de miel, ¿podrá el verano
resistir el asedio de los días,
cuando peñascos y aceradas puertas
no son invulnerables para el Tiempo?

¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte,
joyel que para su arca el Tiempo quiere?
¿Qué mano detendrá sus pies sutiles?
Y ¿quién prohibirá que te despojen?

Ninguno a menos que un prodigio guarde
el brillo de mi amor en negra tinta.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

¿Te he de comparar con un sol de estío?...

¿Te he de comparar con un sol de estío?
Descubro en ti más gracia y más encanto.
Furiosos vientos agitan el fino
Botón de mayo, es tan breve el verano.

Quema a veces tanto el ojo del cielo,
Se opaca a menudo su tez dorada,
Lo que es bello deja a veces de serlo
Por azar o por natural mudanza.

Mas tu eterno estío no decaerá
Ni ha de perder el bello que posees,
Ni el nublarte la muerte jactará
Cuando en el tiempo en verso eterno creces.

Mientras respirando o viendo se siga
Esto vivirá, y esto te da vida.

Versión de Ariel Laurencio Tacoronte

 

Tiempo devorador, desafila las garras del león...

Tiempo devorador, desafila las garras del león
y haz que la tierra devore su propio dulce retoño,
arranca los agudos colmillos de las crueles mandíbulas del tigre
y quema en su sangre el fénix de larga vida;

alterna en tu vuelo estaciones tristes y alegres
y haz todo lo que quieras, Tiempo de rápido pie,
al vasto mundo y a todas sus dulzuras fugitivas;
pero yo te prohíbo un crimen, el más odioso:

¡oh! no marques con tus horas la frente de mi hermoso amor,
ni traces líneas con tu antigua pluma,
déjalo intacto en tu carrera,
como modelo de belleza para los hombres a venir.

O bien haz lo peor, viejo Tiempo: a despecho de tu ultraje,
en mis versos mi amor vivirá joven eternamente.

Versión de Manuel Mujica Láinez
 

  

Tiempo, no has de jactarte de mis cambios...

Tiempo, no has de jactarte de mis cambios:
alzas con nuevo brío tus pirámides
y no son para mí nuevas ni extrañas
sino aspectos de formas anteriores.

Por ser corta la vida, nos sorprende
lo antiguo que reiteras y que impones,
cual si fuera lo nuevo que deseamos
y si no conociéramos su historia.

Os desafío a ti y a tus anales;
no me asombran pasado ni presente,
pues tus anales y lo visto engañan
al transformarse mientras te apresuras.

Por mí, te juro que he de ser constante
a pesar de tu hoz y de ti mismo.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 


Tu capricho y tu edad, según se mire...

Tu capricho y tu edad, según se mire,
provocan tus defectos o tu encanto;
y te aman por tu encanto o tus defectos,
pues tus defectos en encanto mudas.

Lo mismo que a la joya más humilde
valor se da en los dedos de una reina,
se truecan tus errores en verdades
y por cosa legítima se tienen.

¡Cómo engañara el lobo a los corderos,
si en cordero pudiera transformarse!
Y ¡a cuánto admirador extraviarías,
si usaras plenamente tu prestigio!

Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.

Versión de Manuel Mujica Láine

 
 

Tu pecho está cargado con todos los corazones...

Tu pecho está cargado con todos los corazones,
que yo supuse, en mi ignorancia, muertos;
y allí reina el Amor con todas sus amantes partes
y todos los amigos que yo creía extintos.

Cuántas sagradas y obsequiosas lágrimas
extrajo de mis ojos el amor religioso
en interés de los muertos, que aparecen ahora
como cosas remotas que en ti yacen ocultas!

Tú eres la tumba en que el amor sepulto ahora vive,
adornado con los trofeos de mis amores idos,
que todas sus partes de mí a ti te dieron,

pues ese haber de muchos es tuyo ahora solo:
Sus imágenes que amé las veo en ti
y tú, con todos ellos, lo tienes todo del total de mí.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Unos se vanaglorian de la estirpe...

Unos se vanaglorian de la estirpe,
del saber, el vigor o la fortuna;
otros, de la elegancia extravagante,
o de halcones, lebreles y caballos;

cada carácter un placer comporta
cuya alegría a las demás excede;
pero estas distinciones no me alcanzan
pues tengo algo mejor que las incluye.

En altura, tu amor vence al linaje;
en soberbia al atuendo; al oro en fausto;
en júbilo al de halcones y corceles.
Teniéndote, todo el orgullo es mío.

Mi única miseria es que pudieras
quitarme todo y en miseria hundirme.

Versión de Manuel Mujica Láinez



¡Ve! si en oriente la graciosa luz...

¡Ve! si en oriente la graciosa luz
su cabeza flamígera levanta,
los ojos de los hombres, sus vasallos,
con miradas le rinden homenaje.

Y mientras sube al escarpado cielo,
como un joven robusto en su edad media,
lo siguen venerando las miradas
que su dorada procesión escoltan.

Pero cuando en su carro fatigado
deja la cumbre y abandona al día,
apártanse los ojos antes fieles,
del anciano y su marcha declinante.

Así tú, al declinar sin ser mirado,
si no tienes un hijo, morirás.

Versión de Manuel Mujica Láinez

 

Y por qué no es tu guerra más pujante...

¿Y por qué no es tu guerra más pujante
contra el Tirano tiempo sanguinario;
y contra el decaer no te aseguras
mejores medios que mi rima estéril?

En el cenit estás de horas risueñas.
Los incultos jardines virginales
darían para ti vivientes flores,
a ti más semejantes que tu efigie.

Tendrías vida nueva en vivos trazos,
pues ni mi pluma inhábil ni el pincel
harán que tu nobleza y tu hermosura
ante los ojos de los hombres vivan.

Si a ti mismo te entregas, quedarás
por tu dulce destreza retratado.

Versión de Manuel Mujica Láinez