martes, 21 de mayo de 2013

Lope de Vega, Epístola a Antonio Hurtado de Mendoza


EPÍSTOLA 
A DON ANTONIO HURTADO DE MENDOZA,
Caballero del hábito de Calatrava,
Secretario de su majestad.


Ya se pasaron, generoso Antonio,
las iras del rigor de mi fortuna,
si basta su mudanza en testimonio.

Mi condición, más fácil que importuna,
pensó que era pedir que se mudase
fijar la plata de la errante luna.

Consejo fue de Dios que le rogase
quien pretendiese de Él alguna cosa,
materia en que su forma dilatase.

La humana majestad, temporal diosa, 
también gusta de ser importunada 
para imprimir su forma poderosa. 

Quien nada pide, no merece nada: 
ya tengo el desengaño de haber sido, 
mi dicha no, mi condición culpada: 

Ya salgo a nueva luz del necio olvido, 
y de la queja criminal me aparto, 
si alguna mis estrellas han tenido. 

Bien haya el siglo de Felipe cuarto 
que, como coronado excelso monte, 
gigante dio la espectación del parto. 

¿Cómo os diré que fue Belerofonte 
de la quimera que formó mi estrella, 
sin ser de tanto sol pluma Faetonte? 

Que es imposible penetrar con ella 
cielo de tan divinas perfecciones, 
ni escura sombra actividad tan bella. 

Si admite peregrinas impresiones 
real esfera en su materia hermosa, 
encenderá mi amor exhalaciones, 

mis versos por su púrpura espaciosa 
cometas volarán con breve vida 
en los reinos del sol llama animosa; 

y, cuando la culpasen de atrevida, 
es delito menor que ser ingrata 
a la merced, Antonio, recibida. 

Divino cielo próspero dilata 
el cetro de Felipe soberano, 
y en muros de cristal montes de plata. 

Orbe mayor que el conquistado indiano
austral sirva a sus pies de rica alfombra,
a pesar del estrecho lusitano.

El mar, helado imperio de la sombra, 
sus islas rinda al suyo como aquellas, 
que el rojo oriente de su nombre nombra. 

Donde se ven seis meses las estrellas 
su nieve eterna adore, su luz pura, 
y reine el sol, si se ausentaren ellas. 

Sus islas le presente Sincapura,
selvas del mar, y a su león ofrezca 
sus fieras Anïan, Tabín su altura. 

De manera la margen engrandezca, 
Antonio, la filípica corona, 
que al sol para alcanzarla le anochezca.

Sus rayos de oro la no vista zona 
desconozcan nacida nuevamente, 
y ignoto viento la tremante lona, 

en todo, pero no su casamiento,
Fénix le admire el mundo y tenga España
de su alta sucesión perpetuo aumento.

De un rey es esta la primera hazaña,
que antes della no es justo que le vea
armado en blanco la marcial campaña.

En tales muestras el valor emplea,
que le tiemblan los montes carpetanos, 
cuyas robustas fieras alancea. 

Entonces Tajo a los cabellos canos 
el oro sacudió de sus arenas, 
besó sus plantas y adoró sus manos. 

Y las orillas fertiles y amenas, 
vestidas de cendales cristalinos 
se poblaron de cándidas Sirenas.

Dechados le ofrecieron peregrinos
con las historias del Augusto Carlos,
orlas de perlas y diamantes finos.

Los versos que cantaron, reiterarlos
fuera de mi ignorancia atrevimiento,
pues aun no le presumo de alabarlos.

Allí también al gran gobierno atento
pintaron al segundo sin segundo,
fundador de su eterno monumento

y en el Tercero aquel dolor profundo,
que templaron a España cinco flores
que han de esparcir su claro nombre al mundo.

¡Oh mil veces dichosos escritores,
que alcanzaréis los siglos que os esperan:
mayores hechos os harán mayores!

Las Musas, que a Felipe consideran 
divino protector de su esperanza, 
los perdidos laureles recuperan: 

y del siglo admirando la mudanza, 
heroico efecto de Felipe solo, 
que a letras y armas igualmente alcanza: 

saliendo más hermoso a nuestro polo, 
en forma humana descendió al Parnaso, 
y a las alegres Musas dijo Apolo: 

"Cantad el nuevo, el estupendo caso, 
Pimpleides bellas, modulantes diosas 
al son de los cristales del Pegaso. 

Coronad de verbenas amorosas
y verde mirto el oro de las frentes, 
mezclando blancas y puníceas rosas. 

Resuene por los aires trasparentes 
el nombre de Felipe en dulce rima, 
Felipe cuarto, honor de vuestras fuentes. 

Responda en eco el más remoto clima, 
y mil elogios a su nombre eterno 
con estampa inmortal mármol imprima. 

Decid que imita el celestial gobierno 
el cetro de sus polos venturoso, 
si bien de su verdor pimpollo tierno. 

Pase la negra línea del cerdoso
arco el llanto del ámbar y la grana, 
vista al salterio el plectro sonoroso: 

Escurezca la griega y la romana 
grandeza en Alejandro y en Augusto 
de Felipe la gloria soberana. 

Que su divino entendimiento y gusto 
honra, venera y premia los poetas, 
que bárbaro olvidaba siglo injusto. 

Ahora sí que se verán perfetas 
sus dulces obras con aliento nuevo, 
cuantas el disfavor hizo imperfetas". 

Apenas esto dijo el claro Febo, 
cuando el aplauso délfico derriba 
laurel, murta, arrayán y verde acebo: 

y, diciendo con él, ¡Felipe viva!, 
repetida del valle, monte y río, 
dio voz el aire al agua fugitiva. 

Pues ¿qué, si a mí me preguntara Clío, 
si era verdad que los poetas premia? 
¿Qué presto vieran el ejemplo mío? 

¡Oh, Antonio, claro honor del Academia 
del Tajo! Vuestro dulce entendimiento 
a lisonjas parece que me apremia. 

Mejor es para vos este argumento:
escribid las grandezas de Felipe,
que falta a mi rudeza atrevimiento.

¿Quién duda que esa vista se anticipe,
como más cerca a los segundos actos,
y que mayores luces participe?

Así de las visiones y los tactos,
que como forma substancial produce,
se ven los instrumentos más exactos

y así veréis también a qué le induce
mejor el apetito intelectivo,
que al alma las pasiones introduce.

Mas cuando en familiar estilo escribo:
"qué bachillera andáis, Filosofía"
pero ¿qué no sabrá genio tan vivo?

Porque vuestra dulcísima armonía 
afrenta las científicas escuelas 
con excelente y natural poesía. 

Arte, ¿por qué te afliges y desvelas, 
vencido en don Antonio de Mendoza, 
ni a tu soberbio labirinto apelas? 

El ingenio clarísimo que goza
rinde a sus versos la mayor doctrina, 
y a la mayor edad edad tan moza. 

Mas ¿dónde este paréntesis camina, 
después de persuadiros la alabanza 
de vuestros versos excelentes dina? 

No ponga en vuestro ardiente amor templanza 
ese humor melancólico, pues siento, 
que más contemplación con él se alcanza: 

que mejor el pasible entendimiento 
percibe las especies producidas 
en el agente por tristeza atento 

y están mejor guardadas y esculpidas 
de la virtud fantástica en un triste 
las intenciones a su afecto asidas; 

que la imaginación abstracta asiste
con mayor atención a lo que emprende
y lo que el placer con inquietud resiste. 

Pues si por dicha vuestro ingenio enciende 
Apolo con dulcísima armonía, 
que del olvido la virtud defiende, 

después de celebrar la valentía, 
las heroicas grandezas singulares 
deste divino sol vuestra Talía, 

decid cerno laureles y olivares
abrazaron su esplendida corona,
que no pudieron los distintos mares.

Pintad del Conde la real persona,
dulce severamente, amable y grave,
que el aspecto de Júpiter abona.

Pintad un claro príncipe que sabe,
porque sabe premiar quien lo merece,
no porque yo de que lo fui me alabe.

Mas porque a sombra de su sol florece 
la virtud militar y la alta ciencia, 
que a mí ni el proprio amor me desvanece. 

[Verdad es que partí de la presencia 
de mis padres y patria en tiernos años 
a sufrir de la guerra la inclemencia. 

Pasé por alta mar reinos extraños,
donde serví primero con la espada;
que con la pluma describiese engaños

rompió mi inclinación la comenzada 
palestra de las armas, y las Musas 
me dieron otra vida más templada. 

No pude resistir, que eran infusas, 
enseñándome versos y deseos 
amor, padre del ocio y las excusas: 

amor en tierna edad, cuyos trofeos 
o paran en destierros o en tragedias, 
con mil memorias para dos Leteos. 

Necesidad y yo, partiendo a medias 
el estado de versos mercantiles, 
pusimos en estilo las comedias. 

Yo las saqué de sus principios viles,
engendrando en España más poetas,
que hay en los aires átomos sutiles.

Mis años, que en figura de cometas
volaron por mi edad hasta las canas,
que suelen ser a su posar discretas,

pasando el tiempo en esperar mañanas
en la región de tantos desvaríos,
desvanecieron esperanzas vanas.

Mas ¿qué tienen que ver sucesos míos
con induciros a alabar al Conde,
ni el referir los juveniles bríos?

Decid que a su grandeza corresponde
la sangre que dio reyes a Castilla,
que el sol vuelve a salir, aunque se esconde.

Decid que hasta la envidia maravilla
el ver juntas en él divinamente
con la toga, la espléndida cuchilla.

Mató Guzmán el Bueno la serpiente,
que es timbre de sus armas sin veneno,
si la envidia de entrambos lo consiente,

y cuando por la daga el tronco ameno
no fuera el nombre antiguo propagando,
se llamara por él Guzmán el Bueno.

Yo siempre agradecido estoy pensando,
qué hipérboles, qué versos, qué concetos
irán mi amor y obligación mostrando:

estos serán de mi cuidado efetos:
¡oh, cuánto en admitir las voluntades
tienen de Dios los príncipes discretos! 

No corren de una suerte las edades:
yace a los pies de la verdad el oro,
que, en no habiendo interés, reinan verdades.

Y presumid, Antonio, que el tesoro
del rey de Lidia no pudiera tanto
que deslumbrara la verdad que adoro.

Ya vos me conocéis y sabéis cuánto
del vulgo de los hombres me retira 
de humanos precios el desprecio santo. 

Más una flor deste jardín me admira 
de quien fuistes vecino, que los techos 
que el ambicioso pretendiente mira. 

Ya tengo todos los sentidos hechos 
a una cierta moral filosofía 
que los anchos palacios juzga estrechos. 

Entre los libros me amanece el día 
hasta la hora que del alto cielo 
Dios mismo baja a la bajeza mía. 

Y, cuando nuestra luz con pies de hielo
la noche eclipsa, lo que al rezo sobra
su parte con las Musas me desvelo.

Pero ¿quién debe de palabra y obra
obligaciones justas a quien solo
en la desnuda voluntad las cobra?

A un gran señor, deste gobierno polo, 
no es lisonja alabarle, pues es justo 
hablar en él lo que permite Apolo. 

Esto es agradecer con pluma y gusto, 
Antonio, las mercedes recibidas 
de un príncipe magnánimo y augusto. 

Fuera de ser en verso permitidas,
de césares, de reyes, de hombres sabios
no siendo las verdades ofendidas.

Cuando los cortesanos astrolabios
toman la altura al polo con mentiras, 
convierten los servicios en agravios. 

Pero detente, pluma, que deliras
con la licencia que el amor te ha dado,
aunque, si el genio del sujeto miras,
lo mismo que te atreve te ha culpado.