Un nuevo corazón, un hombre nuevo
Francisco de Quevedo
Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, la ánima mía,
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.
Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que hallaré la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.
Tu hacienda soy, tu imagen, Padre, he sido,
y si no es tu interés, en mí no creo,
que otra cosa defiende mi partido.
Haz lo que pide verme cual me veo;
no lo que pido yo, pues, de perdido,
recato mi salud de mi deseo.
(En este poema Quevedo cita la imagen de San Pablo de "vestirse del hombre nuevo", Ad efesios, 4. 24)