viernes, 24 de abril de 2015

Jenofonte, "Heracles en la encrucijada", en Recuerdos de Sócrates (Memorabilia)

...Y el sabio Pródico, en su escrito sobre Hércules, del que hizo muchas lecturas públicas, se expresa de la misma manera acerca de la virtud diciendo más o menos, según recuerdo:

«Cuando Hércules estaba pasando de la niñez a la adolescencia, momento en el que los jóvenes, al hacerse independientes, revelan si se orientarán en la vida por el camino de la virtud o por el del vicio, cuentan que salió a un lugar tranquilo y se sentó, sin saber por cuál de esos dos caminos se dirigiría...

Y se le aparecieron dos mujeres altas que se acercaban a él, una de ellas de hermoso aspecto y naturaleza noble, de pureza engalanado el cuerpo, la mirada púdica, su figura sobria y vestida de blanco.

La otra estaba bien nutrida y aun metida en carnes, blanda, embellecida con colorete, de modo que parecía más coloradota y esbelta de lo que era; tenía los ojos abiertos de par en par y llevaba un vestido que dejaba entrever sus encantos juveniles. Se  miraba y remiraba sin parar, mirando si algún otro la observaba, y a cada momento hasta se volvía a mirar su propia sombra.

Cuando estuvieron más cerca de Heracles y mientras la primera le seguía al mismo paso, la segunda se adelantó ansiosa de interpelar a Heracles y le dijo:

—Te veo indeciso, Heracles, sobre el camino de la vida que has de tomar. Por eso, si me tomas por amiga, yo te llevaré por el camino más dulce y más fácil, y no te quedará sin probar ninguno de los placeres. Vivirás sin conocer las dificultades y las penas. En primer lugar, no tendrás que preocuparte de guerras ni trabajos, sino que te pasarás la vida pensando qué comida o bebida agradable escoger, qué podrías ver u oír para deleitarte, con qué aromas te gustaría perfumarte y con qué jovencitos te gustaría más estar acompañado, cómo dormirías más blando y cómo conseguirías todo ello con el menor trabajo. Y, si alguna vez te entra recelo por los gastos para conseguir eso, no pienses que yo te llevaré a esforzarte y atormentar cuerpo y espíritu para procurarlo, sino que te aprovecharás del trabajo de los otros, sin privarte de nada de lo que se pueda sacar algún provecho; porque a los que me siguen yo les doy la facultad de sacar ventajas por doquier.

Dijo Heracles al oír estas palabras:

—Mujer, ¿cuál es tu nombre?

Y ella respondió:

—Mis amigos me llaman Felicidad, pero los que me odian, para denigrarme, me llaman Placer.

En esto se acercó la otra mujer y dijo:


—Yo he venido también a ti, Heracles, porque sé quiénes son tus padres y me he dado cuenta de tu carácter durante tu educación. Por ello tengo la esperanza de que, si orientas tu camino hacia mí, podrás llegar seguro a ser el héroe de nobles y hermosas hazañas, y yo misma seré mucho más estimada e ilustre por los bienes que otorgo. No te voy a engañar con preludios de placer, sino que te explicaré cómo son las cosas en realidad, lisa y llanamente, tal como los dioses las establecieron. Porque, de cuantas cosas buenas y nobles existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud, sino que, si quieres que los dioses te sean propicios, debes honrarlos; si quieres que tus amigos te estimen, tienes que hacerles favores; y, si quieres que alguna ciudad te honre, debes servirla; si pretendes que toda Grecia te admire por tu valor, has de intentar hacer a toda Grecia algún bien; si quieres que la tierra te dé frutos abundantes, tienes que cuidarla; si crees que debes enriquecerte con el ganado, debes preocuparte por él; si aspiras a prosperar en la guerra y quieres ser capaz de ayudar a tus amigos y someter a tus enemigos, debes aprender las artes marciales de quienes las conocen, y ejercitarte en la manera de utilizarlas. Si quieres adquirir fuerza física, tendrás que acostumbrar a tu cuerpo a someterse a la mente, y entrenarlo por medio de trabajos y sudores.

El Placer, según cuenta Pródico, interrumpiendo, dijo:


—¿Te das cuenta, Heracles, de cuán largo y difícil es el camino que esta mujer te propone hacia la dicha? Yo te llevaré hacia la felicidad por un camino fácil y corto.

Entonces dijo la Virtud:

¡Miserable! ¿Qué bien posees tú? O ¿qué sabes tú de placer, si no estás dispuesta a hacer nada para alcanzarlo? Tú, que ni siquiera esperas el ansia de placer, sino que, antes de desearlo, te sacias ya de todo, comiendo antes de tener hambre, bebiendo antes de tener sed, contratando cocineros para comer a gusto, buscando vinos carísimos para beber con agrado, corriendo por todas partes para buscar nieve en verano. 

Para dormir a gusto no te conformas con un colchón mullido, sino que además procuras armadura y dosel para las camas, pues deseas dormir no porque te cansas, sino por no tener nada que hacer. Y, en cuanto a los placeres amorosos, los fuerzas antes de necesitarlos, recurriendo a toda clase de artificios contra natura y utilizando a hombres como mujeres. Así es como educas a tus propios amigos, vejándolos por la noche y haciéndolos acostarse a las mejores horas del día. A pesar de ser inmortal, los dioses te han rechazado, y los hombres de bien te desprecian. No oyes nunca el más agradable de los sonidos, el de la autoestima, ni contemplaste jamás el más hermoso espectáculo, el de una buena acción hecha por ti.

¿Quién podría creerte cuando hablas? ¿Quién te socorrería en la necesidad? ¿Quién, que fuera sensato, se atrevería a ser de tu cofradía? Pues es la de las personas que mientras son jóvenes son físicamente débiles y, de viejos, se vuelven torpes de espíritu, porque durante su juventud se mantuvieron relucientes y sin esfuerzo y ya en la vejez la atraviesan marchitos y llenos de fatiga, avergonzados de sus acciones pasadas y agobiados por las presentes, pues, tras pasar velozmente durante su juventud por los placeres, han reservado para la vejez las lacras.

Yo, en cambio, estoy con los dioses y los hombres de bien y no hay acción hermosa divina o humana que se haga sin mí. Recibo más honores que nadie, tanto de los dioses como de los hombres afines. Soy una colaboradora estimada para los artesanos, guardiana leal de la casa de los señores, asistente benévola para los criados, buena auxiliar en los trabajos de la paz, aliada segura de los esfuerzos de la guerra, la mejor intermediaria en la amistad. Mis amigos disfrutan sin problemas de la comida y la bebida, porque se abstienen de ellas mientras no sienten deseo de ellas. Su sueño es más agradable que el de los vagos y, si se sienten molestos cuando lo dejan, ni siquiera a causa de él dejan de llevar a cabo sus obligaciones. Los jóvenes son felices con los elogios de los mayores, y los más viejos se complacen con los honores de los jóvenes. Disfrutan recordando acciones de antaño y gozan llevando bien a cabo las presentes. Gracias a mí son amigos de los dioses, estimados de sus amigos y honrados por su patria. Y cuando les llega el final marcado por el destino, no yacen sin gloria en el olvido, sino que florecen por siempre en el recuerdo, celebrados con himnos. 

Así es, Heracles, hijo de padres ilustres, como podrás, a través del esfuerzo continuado, conseguir la felicidad más perfecta».