domingo, 13 de noviembre de 2022

Horacio Quiroga, La gallina degollada.

 ​La gallina degollada​ de Horacio Quiroga


Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.

Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.

Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.

El padre, desolado, acompañó al médico afuera.

—A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.

—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que?...

—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.

Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.

Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.

No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.

Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.

—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos—que podrías tener más limpios a los muchachos.

Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.

—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.

Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:

—De nuestros hijos, ¿me parece?

—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.

Esta vez Mazzini se expresó claramente:

—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?

—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.

—¿Qué, no faltaba más?

—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.

Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.

—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.

—Como quieras; pero si quieres decir...

—¡Berta!

—¡Como quieras!

Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.

Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complaciencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.

Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.

No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.

De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.

Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.

—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces?. . .

—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.

Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!

—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti. . . ¡tisiquilla!

—¡Qué! ¿Qué dijiste?...

—¡Nada!

—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!

Mazzini se puso pálido.

—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!

—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!

Mazzini explotó a su vez.

—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!

Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.

Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.

A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.

El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...

—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.

Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.

—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!

Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.

Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron;, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.

Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.

De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.

Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio , y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.

Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.

—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.

—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.

—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.

Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.

—Me parece que te llama—le dijo a Berta.

Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Bertita a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.

—¡Bertita!

Nadie respondió.

—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.

Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.

—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.


Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:

—¡No entres! ¡No entres!

Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Juan Calzadilla, Poemas

 LA CRISIS


Dios dispuso de bastante tiempo

para constatar que mi país estaba torcido

y, pese a todo, no pudo enderezarlo

o no se molestó en hacerlo

cuando hubiera podido,

quizás convencido de que era ya tarde

y dejó que siguiera como estaba.

Ahora es difícil hacer algo.

Dios también está torcido

y aquí nadie cree en milagros.


LA VIA DESAPACIBLE


A veces uno se deja así mismo en casa

cuando sale a la calle. No quiere duplicarse.

En la esquina se consigue a otro y, sorprendido,

le increpa:

—¿Cómo? ¿Y no acabo de dejarte en casa?


CICLO


La humanidad decrece con el individuo.

Se reduce paulatinamente,

se caricaturiza en éste.

Porque el individuo la representa,

es su encarnación viviente.

La lenta degradación infantil de la mente

privilegiada del artista es su metáfora.

El poder del mundo disminuye

con cada hombre que envejece.

Con éste envejece todo.


LA UBRE PÚBLICA


La mejor utilidad que presta el tiempo

deriva de consumirlo,

de consumirlo eternamente, gozoso,

como a las frutas.

Si no vives lo has perdido para siempre.

Y sin embargo, ¿quién pone en duda

que es una ubre pública?

Tienes que hacerte un sitio debajo

y pronto: para que no lleguen a decir

que lo desperdiciaste por estar pensando

en la mejor forma de exprimirlo.


PREVISIÓN


Todo poeta actúa convencido de que morirá

primero que su obra.

De allí que se esmere tanto en maquillarla.

La trata como si ya vislumbrara en ella

a su propio cadáver,

intacto y puro.


COROLARIO


Lo deseable sería que la conciencia del tiempo

no se quedara detrás del tiempo. Pero tampoco

que lo sobrepasara.


MI PAÍS METIDO EN UN BOLSILLO


Por fin, cuando después de tanto esperar,

de tantos sinsabores y amarguras,

de tantas ocasiones malgastadas,

de tanto errar por la geografía,

tuve la suerte de poder meterme a mi país

en un bolsillo, traté de asirlo con fuerza

pero se arrugó entre mis dedos

(era un mapa).


Antología de Rafael Cadenas

Fragmento de 'Derrota' (1963):

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

que creí que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

....

mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente

me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros

y de mí hasta el día del juicio final.


'Fracaso', del libro 'Falsas maniobras' (1966). Fragmento:


Tú no existes.

Has sido inventado por la delirante soberbia.

¡Cuánto te debo!

Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.

Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.

Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, trepar con esfuerzos propios, reñir las jerarquías, inflarme hasta reventar.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.

Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido.

Me has brindado solo desnudez.


'Los cuadernos del destierro' (1960), fragmento:


Pero el tiempo me había empobrecido.

Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo.

De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. Presa de tenaces anillos,

a pesar de mi parsimonioso continente de animal invicto me guardaba de la transitoriedad incita a mis actos.

Magnificencia de la ignorancia. Brujos solemnes habían auscultado mi cuerpo sin poder arribar a un dictamen. Solo yo conocía

mi mal. Era -caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos- la duda.

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Nunca pude precisar si tenía una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí ya mis ancestros.

Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos, gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.

Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana.

Mi mal era irrescatable.

Me sentía solo. Necesitaba a mi lado una mujer silenciosa, paciente y dúctil que me rodease con una voz.


'Las paces' (Poemas selectos, 2004):


Lleguemos a un acuerdo, poema.

Ya no te forzaré a decir lo que no quieres

ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.

Hemos forcejeado mucho.

¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen

Cuando sabes cosas que no sospecho?

Líbrate ya de mí.

Huye sin mirar atrás.

Sálvate antes de que sea tarde.

Pues siempre me rebasas,

sabes decir lo que te impulsa

y yo no,

porque eres más que tú mismo

y yo solo soy el que trata de reconocerse en ti.

Tengo la extensión de mi deseo

y tú no tienes ninguno,

sólo avanzas hacia donde te diriges

sin mirar la mano que mueves

y te cree suyo cuando te siente brotar de ella

como una sustancia

que se erige.

Imponle tu curso al que escribe, él

sólo sabe ocultarse,

cubrir la novedad,

empobrecerse.

Lo que muestra es una reiteración

cansada.

Poema,

apártame de ti.


'Ars poética', de  Intemperie (1977), en el que defiende que la poesía comprometida con su tiempo:


Que cada palabra lleve lo que dice.

Que sea como el temblor que la sostiene.

Que se mantenga como un latido.


No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.

Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.

Somos reales.

Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.


Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la impostura, restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.

Enloquezco por corresponderme.

Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.



De "Una Isla" 1958:


1. Coney Island


Rosa de claras risas

que golpea siempre

un mismo jirón de luz

y a un blanco río

de trópico que duerme

va girando,

girando

en la noche

amante.


* * *


2. Escribiste: "Estos muros se hacen transparentes cuando te siento.

Mañana traigo los libros.

Te besa".

Mi libertad había nacido tras aquellas paredes. El calabozo núm. 3

se extendía como un amanecer. Su día era vasto.

El pobre carcelero se creía libre porque cerraba la reja, pero

a través de ti yo era innumerable.


* * *


3. Vengo de un reino extraño,

vengo de una isla iluminada,

vengo de los ojos de una mujer.

Desciendo por el día pesadamente.

Música perdida me acompaña.


Una pupila cargadora de frutas

se adentra en lo que ve.


Mi fortaleza,

mi última línea,

mi frontera con el vacío

ha caído hoy.


* * *


4. Sola,

insegura,

apremiante

palabra,

casa sin atavío.


Para ella desearía

la fuerza

de los árboles.


* * *


5. Te extiendes, camino de arena, más suave que la memoria de un ciego.


Salimos a recorrer la ciudad.

Tú te tiendes sobre una tibia hojarasca,

Más tarde me encuentras, tocas mi hombro y te vuelves noche.


* * *


6. Tú que caminas esta noche en la soledad de la calle, vas llena de besos que no has dado.

Del amor ignoras la escritura prodigiosa.


Aunque no me conoces, en mi cuerpo tiembla el mismo mar que en tus venas danza.

Recibe mis ojos milenarios, mi cuerpo repetido, el susurro de mi arena.


* * *


7. Una urbe áspera sella mi boca.


Yo viajo a los espacios transparentes.

Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,

tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.

El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.

No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti.


* * *


8. You


Tú apareces,

tú te desnudas,

tú entras en la luz,

tú despiertas los colores,

tú coronas las aguas,

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,

tú rematas la más cegadora de las orillas,

tú predices si el mundo seguirá o va a caer,

tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo a tu lentitud de lava,

tú reinas en el centro de esta conflagración

y del primero

al séptimo día

tu cuerpo es un arrogante

                                                      palacio

donde vive

                          el

                               temblor.



De "Los cuadernos del destierro" 1960


1. Yo visité la tierra de luz blanda.

Anduve entre melones y hierbas marinas, comí frutas traídas por sacerdotisas adolescentes, palpé árboles

de savia roja como ladrillo que moraban junto a la tumba de un príncipe, vi viejos catafalcos de gobernadores

guardados por lentas palmas. Por los contornos había raíces en forma de tazones donde los monos mitigaban la sed.

Pasé un día cerca del lugar donde duermen los ahorcados.

Era la época en que los brujos habían partido a los campos de arroz destruyendo todos los talismanes.

En las calles vistosas doncellas oscuras danzaban.

Entonces los capitanes bajaban de los ojos para explorar la ciudad.

De este viaje más allá de los presuntos límites sólo conservo alguna que otra estrella de mar, varios retratos -ella y yo-

y un peregrino cofre que encontré en el barco durante la travesía.

De aquel idioma y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen que esté hoy extinguida. Los veleros tocan a las puertas

del aire donde persisto. La luz me trae delfines muertos. Tu olor reconquista el estremecimiento.


* * *


2. H e entrado a región delgada.

Todo lo que canta se reúne a mis pies como banderas que el tiempo inclina.

Aquí el mundo es una estación amanecida sobre corales.

Ésta es la morada donde se depositan los signos de las aguas, el légamo de los navíos,

los mendrugos cargados de relámpagos.

Éste es el huerto de las especias clamorosas, la temporada de arcilla que el océano erige.

Ésta es la fruta de un piélago muerto, la columna desesperada del hambre.

Ésta es la salobre campana de verdor que el fuego crucifica, la tierra donde una  tribu oscura

embalsama un clavel.

Ésta es la tinta trémula del día, la rosa al rojo vivo inscrita en los anales de la selva.


* * *


3.  Pero el tiempo me había empobrecido.

Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo.

De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. Presa de tenaces anillos,

a pesar de mi parsimonioso continente de animal invicto me guardaba de la transitoriedad ínsita a mis actos.

Magnificencia de la ignorancia. Brujos solemnes habían auscultado mi cuerpo sin poder arribar a un dictamen. Sólo yo conocía

mi mal. Era -caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos- la duda.

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Nunca pude precisar si tenía una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí ya mis ancestros.

Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos, gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.

Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana.

Mi mal era irrescatable.

Me sentía solo. Necesitaba a mi lado una mujer silenciosa, paciente y dúctil que me rodease con una voz.

Yo era un rey de infranqueable designio, de voluntad educada para la recepción del acatamiento, de pretensiones que hacían sonreír a los duendes.

Un rey niño.

Cuando advino, inopinadamente, una era de pobreza, perdí mi serenidad.

Mis pasiones absolutas -entre ellas el amor, que para mí era totalidad- fueron barridas.

En suma, yo era una pregunta condenada a no calzar el signo de interrogación. O un navío que se transformaba en fosforescente penacho de dragón. O una nube que se demudaba conforme al movimiento.

Habitaba un lugar indeciso.

Mi historia era un largo recuento de inauditas torpezas, de infértiles averiguaciones, de fabulosas fábricas.

Un dios cobarde usurpaba mis aras.

Él había degollado el amor frente a una reluciente laguna, en un bosque de caobos. Huía mugiendo sábanas ensangrentadas. Escapaba del recinto feliz. Las nubes eran símbolos zoológicos de mi destierro.

El amor me conducía con inocencia hacia la destrucción.

El odio, como a mis mayores, me fortalecía.

Pero yo era generoso y sabía reír.

Como no soportaba la claridad, dispuse entre anaranjados estertores de sol mi regreso hacia el final. Las aguas me condujeron como el sensitivo lleva la pesadilla. Volví insomne al lugar de la ficción.


* * *


4. Sól0 tú misma en el acto. Extendida, carnosa, húmeda.

Un temblor sin lapso. Sin equívoco. Torbellino en torno de la flor de blando terciopelo, acorazonada, que nace del clima

de tus piernas como un grito nocturno. Flor que se liba.

Sombra de flor. En la sinfonía ciega de las corrientes lozana forma de mis manos sin ojos. Cuerno remoto de los rendimientos.

Llego navegando ondulaciones desesperadas. Soy dichoso.

¿Cuál es el color de esta fruición desencadenada, cómo llamarla, qué dios nos ha entregado esta conjunción? Me iré, Venus,

me iré, pero antes quiero apurar la copa. Ahogar los límites mollares, sofocar los cerrojos albeantes, vencer la sombra leda

de la desnudez, sacrificar el sonrojo numerado.

No me marcharé hasta que esta vegetal confusión de ondas no se haya cumplido. En tanto mi animal lamedor no esté sosegado.

Amo los blandos linderos de inefable tinte, ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que sobresale de tu cuerpo

como mil vocecillas frutales, el letífico aroma, el muelle calor, el ansioso tremar. Toda tú adunada por mareas geométricas

a mi piel. Toda presión, jadeo, huida, retorno, blancor, demencia. Nadadora. Extensión que amamanta mi vicio. Sombra

del láudano bajo mi pesado tiempo.

No partiré sin llevar una hora feliz en la corola, giradora, vencida y celante de los ojos que como al sol te reciben.



De "Falsas maniobras" 1966


1. Beloved country


Cuánto tuyo no se desenvuelve como música perdida en mí.

País al que regreso cada vez que me he empobrecido.

Sello, fasto, bóveda de los cofres.

     

Nunca me has negado tu leche de virgen.

     

Mi reflujo, mi fuente secreta, mi anverso real.


Ignoro el alcance de tu olor, pero sé que has estado

en todos mis puntos de partida, envolviéndome,

Oriente solícito, como una ceremonia.


País donde van las líneas de mi mano, lugar donde soy otro,

mi anillo de bodas, estás cerca del centro.


* * *


2. Desolado


De tanto imaginarte, sonreírte, esperarte, me canso. Te veo y pregunto ¿eres tú?

Respiro tu llegada; ya sin creer.


No me pidas explicaciones.

No me quites la idea que tengo, tan vaga.

No me pruebes, por favor, en terreno firme (me harías a un lado).


Algunas veces de ti no queda nada, una pequeña lámina.

Si llegas, te aproximas, te parece bien, sencillamente será otra cosa, otra cosa, cosa de delirio.

Tendrás magnitud y calor.


Eres el otro lado del botín.

¿Comprendes?


* * *


3. Rutina


Me fustigo.

Me abro la carne.

Me exhibo sobre un escenario.

Allí no ofrezco el número decisivo.

Devorarme ¡mi gran milicia!, pero soy también un armador tenaz.

Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.

Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.

A golpes junto las piezas.

Siempre regreso a mi tamaño natural.

Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar,

                                                                                                                                   montar al carafresca.

(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien

                                                                                                                                   las proporciones.)

Planto mi casa en medio de la locuacidad.

Me reconstruyo con un plano inefable.

Calma. Ya está. Entro a la horma.


 

De "Intemperie" 1977


1. ¿Cómo pudo

volverse tribunal

de su vida

(no es sino la sala

donde se reúne

a rumiar fallos)

el

que menos juzga,

el

que existe desde su cuerpo,

el

menos concluyente

de los nacidos?


* * *


2. Puesto que estás aquí,

tienes que


Aquí se camina

sin preguntar.


Tienes que

No precisemos.

Haz como que entiendes.


Ya sabes:

sin interrogar.

(Todas las preguntas caen

a los pies de tienes que.)


¿Angustia?

Nada de eso,

quédate tranquilo

en tu silla, contando las horas.


* * *


3. Vida

arrásame,

barre todo,

que sólo quede

la cáscara vacía, para no llenarla más,

limpia, limpia sin escrúpulo

y cuanto sostuviste deja caer

sin guardar más.


 

De "Memorial" 1977


1. Mal


Detenido, no sé dónde, mas es un hecho que estoy, detenido.

Llevo años en el mismo lugar, al fondo. ¿Vivo? Funciono, y ya es mucho.


* * *


2. Angst


No es nada, nada

algo sin trascendencia,

nada.

Una dificultad leve

en la respiración.

Problema de angostura

parece.

¿Acaso no sabías

que la puerta es estrecha?


* * *


3. As if


Es como si amáramos. Es como si sintiésemos. Es como si viviéramos.


Esto fatiga. Hasta se ansía un error. Puede que al equivocarse,

                                                                                            los actores rocen la verdad.


* * *


4. Deseo


Asciende por mi cuerpo como otra sangre

más cálida

que en mi boca se muda,

se vuelve la que no es

y se extingue

como un rumor más de la noche.

Río

que repite nombres.


* * *


5. Despilfarro


Es recio haber gastado días, meses, años en defenderse sin saber de quién.

Recio no poder ver el rostro del que asedia.

Recio ignorar lo que nos devasta.


* * *


6. El argumento


Por la mañana

leemos anestesiados

las noticias

de la guerra (cualquier guerra),

un titular

bien merece algunos combates;

cada bando

desea demostrar que Dios

está de su parte

con el argumento definitivo;

nuestros ojos recorren

las páginas

-buscamos más confirmaciones

de nuestra derrota

y el periódico trae lo que esperamos encontrar.


* * *


7. Sé

que si no llego a ser nadie

habré perdido mi vida.


 




 


De "Amante" 1983


1. Eludías

el encuentro

con el tú

magnífico,

el que te toma

y te anula como tempestad

y de ti arranca al que busca.


* * *


2. Cómo pudiste vivir

de la idea

que la ocultaba,

con un sabor

que no era el de ella,

huyendo

de su aparecer

que era también el tuyo?


* * *


3.  Llegas

no a modo de visitación

ni a modo de promesa

ni a modo de fábula

sino

como firme corporeidad, como ardimiento, como inmediatez.


* * *


4. Llevas el amante

al lugar

del acontecer


-el lugar del asentimiento.


* * *


5. Él abre los ojos,

siente,

se abandona.

Sabe ya que nada, nada

le pertenece,

salvo su dependencia,

y acata

el extraño señorío.


* * *


6. Se creyó dueño

y ella lo obligó a la más honda encuesta,

a preguntarse qué era en realidad suyo.

Después lo tomó en sus manos

y fue formando su rostro

con el mismo material del extravío, sin desechar nada,

y lo devolvió a los brazos del origen

como a quien se amó sin decírselo.


* * *


7. Misión

                   del amante:


arder

fuera del camino.


* * *


8. Enséñame,

rehazme

                  a fondo,

avívame

                  como quien enciende un fuego.


* * *


9. Destruye

la retórica del amante

y hazlo venir a pie, desnudo, sin arrimo,

a tu recio descampado.

Que pruebe a sostenerse ahí,

que sienta tu frío,

que vele.


 

De "Gestiones"  1992


1. Lo que miras a tu alrededor

no son flores, pájaros, nubes,

sino

existencia.


No, son flores, pájaros, nubes.


* * *


2. ¿ Quién es ese que dice yo

usándote

y después te deja solo?


No eres tú,

tú en el fondo no dices nada.


Él es sólo alguien

que te ha quitado la silla,

un advenedizo

que no te deja ver,

un espectro

que dobla tu voz.


Míralo

cada vez que asome el rostro.


* * *


3. Matrimonio


Todo, habitual,

sin magia,

sin los aderezos que usa la retórica,

sin esos atavíos con que se suele recargar el misterio.


Líneas puras, sin más, de cuadro clásico.

Un transcurrir lleno de antigüedad,

de médula cotidiana,

de cumplimiento.

Como de gente que abre a la hora de siempre.


* * *


4. Tú

dependes

pero

¿lo sabes

a fondo,

con tu cuerpo,

lo puedes vocear,

se ha vuelto carne fascinada?


* * *


5. Quién es ese que dice yo

usándote

y después te deja solo?


No eres tú,

tú en el fondo no dices nada.


Él es sólo alguien

que te ha quitado la silla,

un advenedizo

que no te deja ver,

un espectro

que dobla tu voz.


Míralo

cada vez que asome el rostro.


* * *


6. ¿Quién deja de oponerse?

¿Quién se sale del juego?

¿Quién se vive en el vacío?

¿Quién hace del desabrigo refugio?

¿Quién se disuelve en el percibir?

¿Quién se expone sin arrimo al descampado?

¿Quién abandona el trajín por la hora solitaria?

¿Quién puede comer con tenedores de absoluta piedad?

¿Quién accede a trocar su día por un rostro que no ha de ver?



Dichos


Vivir en el misterio: frase redundante.


*

Todo es misterio, aun lo que la conciencia conoce en detalle en

su orgulloso penúltimo escalón-


 *


Lo que tengo por novedad no es novedoso, es la novedad de la gota de agua.


*


¿Discutir para qué? Siempre es posible encontrar argumentos para defender esto

o aquello. De lo que se trata, y hay urgencia, es de inquirir.


*


En las universidades existe siempre el peligro de que la literatura deje de ser lo que es

-la manera más entrañable de habla- para volverse objeto de estudio, algo que será viviseccionado

en lugar de ser vivido.


*


Con la palabra «materia» se le da otro nombre al misterio.


*


Cualquier hombre es una agresividad en busca de una bandera.


*


Lo más importante es lo que no puede ser hallado.


*


La razón se crea su propio coto para señorear allí. No le atañe pregunta que no lleve

en sí su posibilidad de respuesta. Su fuerza es falsa, pues se apoya en el límite

que ella misma se pone.


*


No hay diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario.


*


Quien no busca, es.


*


Nada hay más extraño que la existencia.


Extraído de "Poemas selectos" 2004


 

Disyuntiva


                                       La naturaleza de la poesía

                                                        es inintencionada.

                                                                     Goran Palm


Yo quería escribir

un poema,

luego tuve la intención

de no tener intención

y el poema se quedó allí

detenido,

atrapado,

carbonizado entre la chispa

de las dos intenciones

y aquí

lo dejo.


Extraído de "Poemas selectos" 2004

 


Las paces


Lleguemos a un acuerdo, poema.

Ya no te forzaré a decir lo que no quieres

ni tú te resistirás tanto a lo que deseo.

Hemos forcejeado mucho.

¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen

cuando sabes cosas que no sospecho?

Líbrate ya de mí.

Huye sin mirar atrás.

Sálvate antes de que sea tarde.

Pues siempre me rebasas,

sabes decir lo que te impulsa

y yo no,

porque eres más que tú mismo

y yo sólo soy el que trata de reconocerse en ti.

Tengo la extensión de mi deseo

y tú no tienes ninguno,

sólo avanzas hacia donde te diriges

sin mirar la mano que mueves

y te cree suyo cuando te siente brotar de ella

como una sustancia

que se erige.

Imponle tu curso al que escribe, él

sólo sabe ocultarse,

cubrir la novedad,

empobrecerse.

Lo que muestra es una reiteración

cansada.

Poema,

apártate de mí.


Extraído de "Poemas selectos" 2004

Rafael Cadenas, Derrota (1963)

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo que creí

que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quién me soporte

que fui preterido en aras de personas más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)

que nunca podré viajar a la India

que he recibido favores sin dar nada en cambio

que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma

que me dejo llevar por los otros

que no tengo personalidad ni quiero tenerla

que todo el día tapo mi rebelión

que no me he ido a las guerrillas

que no he hecho nada por mi pueblo

que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable

que no puedo salir de mi prisión

que he sido dado de baja en todas partes por inútil

que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno

que me niego a reconocer los hechos

que siempre babeo sobre mi historia

que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento

que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo

que no lloro cuando siento deseos de hacerlo

que llego tarde a todo

que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas

que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable

que no soy lo que soy ni lo que no soy

que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras

que he vivido quince años en el mismo círculo

que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado

que nunca usaré corbata

que no encuentro mi cuerpo

que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi

flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

sábado, 6 de agosto de 2022

Tucídides, "Discurso fúnebre a los griegos de Pericles", en Guerra del Peloponeso, II

 Tucídides de Atenas, Guerra del Peloponeso, libro II.Traducción de Diego Gracián de Alderete [1494-1584]

En este mismo invierno, los Atenienses, siguiendo la costumbre antigua, hicieron exequias públicas en honra de los que habían muerto en la guerra. Las cuales se realizaron de esta manera. Tres días antes habían hecho un gran cadalso sobre el cual ponían los huesos de los que habían muerto en aquella guerra, y sus padres, parientes y amigos podían poner encima lo que quisiesen. Cada tribu tenía una gran arca de ciprés, dentro de la cual metían los huesos de aquellos que habían muerto de ella, y aquel arca la llevaban sobre una carreta. Tras estas arcas llevaban en otra carreta un gran lecho vacío que representaba aquellos que habían sido muertos, cuyos cuerpos no pudieron ser hallados. Estas carretas iban acompañadas de gente de todas clases, así ciudadanos, como forasteros, cuantos querían ir hasta el sepulcro, donde estaban las mujeres, parientes y deudos de los muertos, haciendo grandes demostraciones de dolor y sentimiento. Ponían después todas las arcas en un monumento público, hecho para este efecto, que estaba en el barrio principal de la ciudad y en el cual era costumbre sepultar todos aquellos que muriesen en las guerras, excepto los que murieron en la batalla de Maratón, a los cuales, en memoria de su valentía y esfuerzo singular, mandaron hacer un sepulcro particular en el mismo sitio. Cuando habían sepultado los cuerpos, era costumbre que alguna persona notable y principal de la ciudad, sabio y prudente, preeminente en honra y dignidad, delante de todo el pueblo hiciese una oración en loor de los muertos, y, hecho esto, cada cual volvía a su casa. De esta manera sepultaban los Atenienses a los que morían en sus guerras. Aquella vez, para referir las alabanzas de los primeros que fueron muertos en la guerra, fue elegido Pericles, hijo de Jantipo, el cual, terminadas las solemnidades hechas en el sepulcro, subió sobre una cátedra, de donde todo el pueblo le pudiese ver y oir, y pronunció este discurso:

«Muchos de aquellos que antes de ahora han hecho oraciones en este mismo lugar y asiento alabaron en gran manera esta costumbre antigua de elogiar delante del pueblo a aquellos que murieron en la guerra, más, a mi parecer, las solemnes exequias que públicamente hacemos hoy son la mejor alabanza de aquellos, que por sus hechos las han merecido. Y también me parece que no se debe dejar al albedrío de un hombre solo que pondere las virtudes y loores de tantos buenos guerreros, ni menos dar crédito a lo que dijere, sea ó no buen orador, porque es muy difícil moderarse en los elogios hablando de cosas de que apenas se puede tener firme y entera opinión de la verdad. Porque, si el que oye tiene buen conocimiento del hecho y quiere bien a aquel de quien se habla, siempre cree que se dice menos en su alabanza de lo que deberían y él querría que dijesen; y, por el contrario, el que no tiene noticia de ello le parece, por envidia, que todo lo que se dice de otro es superior a lo que alcanzan sus fuerzas y poder. Entiende cada oyente que no deben elogiar a otro por haber hecho más que él mismo hiciera, estimándose por igual, y si lo hacen tiene envidia y no cree nada. Empero, porque de mucho tiempo acá está admitida y aprobada esta costumbre y se debe así hacer, me conviene, por obedecer a las leyes, ajustar cuanto pueda mis razones a la voluntad y parecer de cada uno de vosotros, comenzando por elogiar a nuestros mayores y antepasados.

Porque es justo y conveniente dar honra a la memoria de aquellos que primeramente habitaron esta región y sucesivamente de mano en mano por su virtud y esfuerzo nos la dejaron y entregaron libre hasta el día de hoy. Y, si aquellos antepasados son dignos de loa, mucho más lo serán nuestros padres que vinieron después de ellos, porque, además de lo que sus ancianos les dejaron, por su trabajo adquirieron y aumentaron el mando y señorío que nosotros al presente tenemos. Y aun también, después de aquéllos, nosotros los que al presente vivimos y somos de madura edad, le hemos ensanchado y aumentado, y provisto y abastecido nuestra ciudad de todas las cosas necesarias, así para la paz como para la guerra. Nada diré de las proezas y valentías que nosotros y nuestros antepasados hicimos, defendiéndonos así contra los Bárbaros como contra los Griegos, que nos provocaron guerra, por las cuales adquirimos todas nuestras tierras y señorío, porque no quiero ser prolijo en cosas que todos vosotros sabéis; pero, después de explicar con qué prudencia, industria, artes y modos nuestro Imperio y señorío fue establecido y aumentado, vendré a las alabanzas de aquellos de quien aquí debemos hablar. Porque me parece que no es fuera de propósito al presente traer a la memoria estas cosas y que será provechoso oirlas a todos aquellos que aquí están, ora sean naturales, ora forasteros.

Pues tenemos una república que no sigue las leyes de las otras ciudades vecinas y comarcanas, sino que da leyes y ejemplo a los otros, y nuestro gobierno se llama Democracia, porque la administración de la república no pertenece ni está en pocos, sino en muchos. Por lo cual cada uno de nosotros, de cualquier estado ó condición que sea, si tiene algún conocimiento de virtud, tan obligado está a procurar el bien y honra de la ciudad como los otros, y no será nombrado para ningún cargo, ni honrado, ni acatado por su linaje ó solar, sino tan sólo por su virtud y bondad. Que por pobre ó de bajo suelo que sea, con tal que pueda hacer bien y provecho a la república, no será excluido de los cargos y dignidades públicas. Nosotros, pues, en lo que toca a nuestra república gobernamos libremente, y asimismo en los tratos y negocios que tenemos diariamente con nuestros vecinos y comarcanos, sin causarnos ira ó saña que alguno se alegre de la fuerza ó demasía que nos haya hecho, pues, cuando ellos se gozan y alegran, nosotros guardamos una severidad honesta y disimulamos nuestro pesar y tristeza. Comunicamos sin pesadumbre unos a otros nuestros bienes particulares, y en lo que toca a la república y al bien común no infringimos cosa alguna, no tanto por temor al juez, cuanto por obedecer las leyes, sobre todo las hechas en favor de los que son injuriados, y, aunque no lo sean, causan afrenta al que las infringe.

Para mitigar los trabajos tenemos muchos recreos, los juegos y contiendas públicas, que llaman sacras, los sacrificios y aniversarios que se hacen con aparatos honestos y placenteros, para que con el deleite se quite ó disminuya el pesar y tristeza de las gentes. Por la grandeza y nobleza de nuestra ciudad, traen a ella de todas las otras tierras y regiones mercaderías y cosas de todas clases, de manera que no nos servimos y aprovechamos menos de los bienes que nacen en otras tierras que de los que nacen en la nuestra.

En los ejercicios de guerra somos muy diferentes de nuestros enemigos, porque nosotros permitimos que nuestra ciudad sea común a todas las gentes y naciones, sin vedar ni prohibir a persona natural ó extranjera ver ni aprender lo que bien les pareciere, no escondiendo nuestras cosas aunque pueda aprovechar a los enemigos verlas y aprenderlas, pues confiamos tanto en los aparatos de guerra y en los ardides y cautelas, cuanto en nuestros ánimos y esfuerzo, los cuales podemos siempre mostrar muy conformes a la obra. Y, aunque otros muchos en su mocedad se ejercitan para cobrar fuerzas hasta que llegan a ser hombres, no por eso somos menos osados ó determinados que ellos para afrontar los peligros cuando la necesidad lo exige. De esto es buena prueba que los Lacedemonios jamás se atrevieron a entrar en nuestra tierra en son de guerra sin venir acompañados de todos sus aliados y confederados; mientras, nosotros, sin ayuda ajena, hemos entrado en la tierra de nuestros vecinos y comarcanos, y muchas veces sin gran dificultad hemos vencido a aquellos que se defendían peleando muy bien en sus casas. Ninguno de nuestros enemigos ha osado acometernos cuando todos estábamos juntos, así por nuestra experiencia y ejercicio en las cosas de mar, como por la mucha gente de guerra que tenemos en diversas partes. Si acaso nuestros enemigos vencen alguna vez una compañía de las nuestras, se alaban de habernos vencido a todos, y si, por el contrario, los vence alguna gente de los nuestros, dicen que fueron acometidos por todo el ejército. Y en efecto: más queremos el reposo y sosiego cuando no somos obligados por necesidad que los trabajos continuos, y deseamos ejercitarnos antes en buenas costumbres y loable policía que vivir siempre con el temor de las leyes, de manera que no nos exponemos a peligro pudiendo vivir quietos y seguros, prefiriendo el vigor y fuerza de las leyes al esfuerzo y ardor del ánimo. Ni nos preocupan las miserias y trabajos antes que vengan. Cuando llegan, las sufrimos con tan buen ánimo y corazón, como los que siempre están acostumbrados a ellas.

Por estas cosas y otras muchas podemos tener en gran estima y admiración esta nuestra ciudad, donde, viviendo en medio de la riqueza y suntuosidad, usamos de templanza y hacemos una vida morigerada y filosófica, es a saber, que sufrimos y toleramos la pobreza sin mostrarnos tristes ni abatidos, y usamos de las riquezas más para las necesidades y oportunidades que se pueden ofrecer que para la pompa, ostentación y vanagloria. Ninguno tiene vergüenza de confesar su pobreza, pero tiénela muy grande de evitarla con malas obras. Todos cuidan de igual modo de las cosas de la república que tocan al bien común como de las suyas propias; y, ocupados en sus negocios particulares, procuran estar enterados de los del común. Sólo nosotros juzgamos al que no se cuida de la república no solamente por ciudadano ocioso y negligente, sino también por hombre inútil y sin provecho. Cuando imaginamos algo bueno, tenemos por cierto que consultarlo y razonar sobre ello no impide realizarlo bien, sino que conviene discutir cómo se debe hacer la obra antes de ponerla en ejecución. Por esto en las cosas que emprendemos usamos juntamente de la osadía y de la razón más que ningún otro pueblo, pues los otros algunas veces, por ignorantes, son más osados que la razón requiere, y otras, por quererse fundar mucho en razones, son tardíos en la ejecución. Serán tenidos por magnánimos todos los que comprendan pronto las cosas que pueden acarrear tristeza o alegría y, juzgándolas atinadamente, no rehuyan los peligros cuando les ocurran. En las obras de virtud somos muy diferentes de los otros, porque procuramos ganar amigos haciéndoles beneficios y buenas obras antes que recibiéndolas de ellos, pues el que hace bien a otro está en mejor condición que el que lo recibe para conservar su amistad y benevolencia, mientras el favorecido sabe muy bien que con hacer otro tanto paga lo que debe. También nosotros solos usamos de magnificencia y liberalidad con nuestros amigos, con razón y discreción, es decir, por aprovechar sus servicios y no por vana ostentación y vanagloria de cobrar fama de liberales.


En suma, nuestra ciudad es totalmente una escuela de doctrina, una regla para toda la Grecia y un cuerpo bastante y suficiente para administrar y dirigir bien a muchas gentes en cualquier género de cosas. Que todo esto se demuestra por la verdad de las obras antes que con atildadas frases, bien se ve y conoce por la grandeza de esta ciudad, que por tales medios la hemos puesto y establecido en el estado que ahora veis, teniendo ella sola más fama en el mundo que todas las demás juntas. Sólo ella no da motivo de queja a los enemigos aunque reciba de ellos daño, ni permite que se quejen los súbditos como si no fuese merecedora de mandarlos. Y no se diga que nuestro poder no se conoce por señales é indicios, porque hay tantos que los que ahora viven y los que vendrán después nos tendrán en grande admiración. No necesitamos al poeta Homero ni a otro alguno para encarecer nuestros hechos con elogios poéticos, pues la verdad pura de las cosas disipa la duda y falsa opinión, y sabido es que, por nuestro esfuerzo y osadía, hemos hecho que toda la mar se pueda navegar y recorrer toda la tierra, dejando en todas partes memoria de los bienes o de los males que hicimos. Por tal ciudad, los difuntos cuyas exequias hoy celebramos, han muerto peleando esforzadamente, que les parecía dura cosa verse privados de ella, y por eso mismo debemos trabajar los que quedamos vivos.

Esta ha sido la causa porque he sido algo prolijo al hablar de esta ciudad, para mostraros que no peleamos por cosa igual con los otros, sino por cosa tan grande que ninguna le es semejante y también porque los loores de aquéllos de quien hablamos fuesen más claros y manifiestos. La grandeza de nuestra ciudad se debe a la virtud y esfuerzos de los que por ella han muerto, y en pocos pueblos de Grecia hay justo motivo de igual vanagloria. A mi parecer, el primero y principal juez de la virtud del hombre es la vida buena y virtuosa, y el postrero que la confirma es la muerte honrosa, como ha sido la de éstos. Justo es que aquellos que no pueden hacer otro servicio a la república se muestren animosos en los hechos de guerra para su defensa, porque, haciendo esto, merezcan el bien de la república en común que no merecieron antes en particular por estar ocupados cada cual en sus negocios propios, recompensen esta falta con aquel servicio y lo malo con lo bueno. Así lo hicieron éstos, de los cuales ninguno se mostró cobarde por gozar de sus riquezas, queriendo más el bien de su patria que el gozo de poseerlas; ni menos dejaron de exponerse a todo riesgo por su pobreza, esperando venir a ser ricos; antes quisieron más el castigo y venganza de sus enemigos que su propia salud, y, escogiendo este peligro por muy bueno, han muerto con esperanza de alcanzar la gloria y honra que nunca vieron, juzgando por lo que habían visto en otros que debían aventurar sus vidas y que valía más la muerte honrosa que la vida deshonrada. Por evitar la infamia lo padecieron, y en breve espacio de tiempo quisieron antes con honra atreverse a la fortuna que dejarse dominar por el miedo y temor.

Haciendo esto, se mostraron para su patria cual les convenía que fuesen. Los que quedan vivos deben estimar la vida, pero no por eso ser menos animosos contra sus enemigos, considerando que la utilidad y provecho no consiste sólo en lo que os he dicho, sino también, como lo saben muchos de vosotros y podrán decirlo, en rechazar y expulsar a los enemigos. Cuanto más grande os pareciere vuestra patria, más debéis pensar en que hubo hombres magnánimos y osados, que, conociendo y entendiendo lo bueno y teniendo vergüenza de lo malo, por su esfuerzo y virtud la ganaron y adquirieron. Y cuantas veces las cosas no sucedían según deseaban, no por eso quisieron defraudar la ciudad de su virtud, antes le ofrecieron el mejor premio y tributo que podían pagar, cual fue sus cuerpos en común, y cobraron en particular por ellos gloria y honra eterna, que siempre será nueva y muy honrosa esta sepultura, no tan sólo para sus cuerpos, sino también para ser en ella celebrada y ensalzada su virtud, y que siempre se pueda hablar de sus hechos ó imitarlos. Toda la tierra es sepultura de los hombres famosos y señalados, cuya memoria no solamente se conserva por los epitafios y letreros de sus sepulcros, sino por la fama que sale y se divulga en gentes y naciones extrañas que consideran y revuelven en su entendimiento mucho más la grandeza y magnanimidad de su corazón que el caso y fortuna que les deparó su suerte. Estos varones os ponemos delante de los ojos, dignos ciertamente de ser imitados por vosotros, para que, conociendo que la libertad es felicidad y la felicidad libertad, no huyáis los trabajos y peligros de la guerra, y para que no penséis que los ruines y cobardes que no tienen esperanza de bien ninguno son más cuerdos en guardar su vida que aquellos que por ser de mejor condición la aventuran y ponen a todo riesgo. Porque a un hombre sabio y prudente más le pesa y más vergüenza tiene de la cobardía que de la muerte, la cual no siente por su proeza y valentía y por la esperanza de la gloria y honra pública.

Por tanto, los que aquí estáis presentes, padres de estos difuntos, consolaos de su muerte y no llorarla, porque, sabiendo las desventuras y peligros a que están sujetos los niños mientras se crían, tendréis por bien afortunados aquellos que alcanzaron muerte honrosa como ahora éstos, y vuestro lloro y lágrimas por dichosas. Sé muy bien cuán difícil es persuadiros de que no sintáis tristeza y pesar todas las veces que os acordéis de ellos, viendo en prosperidad a aquellos con quienes algunas veces os habréis alegrado en semejante caso, y cuando penséis que fueron privados no sólo de la esperanza de bienes futuros, sino también de los que gozaron largo tiempo. Empero, conviene sufrirlo pacientemente y consolaros con la esperanza de engendrar otros hijos los que estáis en edad para ello, porque a muchos los hijos que tengan en adelante les harán olvidar el duelo por los que ahora han muerto y servirán a la república de dos maneras: una, no dejándola desconsolada, y la otra, inspirándola seguridad, pues los que ponen sus hijos a peligros por el bien de la república, como lo han hecho los que perdieron los suyos en esta guerra, inspiran más confianza que los que no lo hacen. Aquellos de vosotros que pasáis de edad para engendrar hijos tendréis de ventaja a los otros, que habéis vivido la mayor parte de la vida en prosperidad y que lo restante de ella, que no puedo ser mucho, lo pasaréis con más alivio acordándoos de la gloria y honra que estos alcanzaron, pues sólo la codicia de la honra nunca envejece y algunos dicen que no hay cosa que tanto deseen los hombres en su vejez como ser honrados.


Y vosotros, los hijos y hermanos de estos muertos, pensad en lo que os obliga su valor y heroísmo, porque no hay hombre que no alabe de palabra la virtud y esfuerzo de los que murieron, de suerte que vosotros los que quedáis, por grande que sea vuestro valor, os tendrán cuando más por iguales a ellos y casi siempre os juzgarán inferiores, porque entre los vivos hay siempre envidia, pero todos elogian la virtud y el esfuerzo del que muere. También me conviene hacer mención de la virtud de las mujeres que al presente quedan viudas, y concluiré en este caso con una breve amonestación, y es que debéis tener por gran gloria no ser más flacas, ni para menos de lo que requiere vuestro natural y condición mujeril, pues no es pequeña vuestra honra delante de los hombres, cuando nada tienen que vituperar en vosotras.

He relatado en esta oración, que me fue mandada decir, según ley y costumbre, todo lo que me pareció ser útil y provechoso, y lo que corresponde a éstos que aquí yacen, más honrados por sus obras que por mis palabras, cuyos hijos, si son menores, criará la ciudad hasta que lleguen a la juventud. La patria concede coronas para los muertos y para todos los que sirvieren bien a la república como galardón de sus trabajos, porque doquier que hay premios grandes para la virtud y esfuerzo, allí se hallan los hombres buenos y esforzados. Ahora, pues, que todos habéis llorado como convenía a vuestros parientes, hijos y deudos, volved a vuestras casas






viernes, 29 de julio de 2022

Cómo empezó a jugar el agua, de Ted Hughes

 Cómo empezó a jugar el agua, de Ted Hughes



Agua quería vivir


fue al sol y volvió llorando


Agua quería vivir


fue a los árboles la quemaron volvió llorando


La pudrieron volvió llorando


Agua quería vivir


fue a las flores la pisaron volvió llorando


Quería vivir


fue al vientre encontró sangre


volvió llorando


fue al vientre encontró cuchillo


volvió llorando


fue al vientre encontró gusano y podredumbre


volvió llorando quería morir




Fue al tiempo fue por la puerta de piedra


volvió llorando


fue por todo el espacio buscando nada


volvió llorando quería morir


Hasta que no le quedó lloro


Yacía en el fondo de todas las cosas


completamente    agotada     completamente    claro todo 




Traducción de Jesús Pardo.

Maitines de Louise GLück

Maitines, de Louise Glück


Perdóname si digo que te amo: a los poderosos

se les engaña siempre, los débiles

son siempre manejados por el miedo. No puedo amar

lo que no puedo concebir, y tú no revelas

virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,

siempre la misma cosa en el mismo lugar,

o a la dedalera inconsistente, que brota primero

como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,

y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves

lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia

en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable

rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar

que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres

que pensemos?, ¿lo que explica el silencio esta mañana,

los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos

que en el patio no pelean?


Traducción de Eduardo Chirinos.

Treinta aerolitos de Carlos Edmundo de Ory

 Todo es una gota de fuego: el cuerpo, la salud, el sueño.


***


Hay silencio. Hay silencio. Como en mi infancia.


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Los camiones en la noche llenos de personalidad.


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Sueño palabra que sueña.


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–¿Qué miras?


–El polvo de la vida.


–También Lavoisier lo miraba. Eres un sabio.


–Nada de sabio. Yo miro. No analizo.


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Hay que saber Beckett, no leerlo.


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Cuento escrito en un huevo.


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No seas esclavo del lenguaje, ni de los dioses, ni de los hombres.


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Carne fraternal amiga.


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Epitafio para mi tumba: aquí yace nadie.


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El ocio es vital. El silencio es acto. Recomiendo ocio y silencio.


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¡La humildad! ¡Qué inmensa cosa! Ahí. Ni pesimismo ni cólera.


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Historia de la Filosofía: Marco Aurelio.


Historia a secas: Marco Aurelio también.


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Me gusta más la verdad que un huevo frito.


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La única solución potable: tirarse al agua.


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Estoy alegre. ¿A quién lo debo? A la existencia de la alegría.


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Caen las hojas del color amarillo.


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En el terreno resbaladizo de los días, me incorporo como puedo y avanzo hacia lo desconocido.


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Para mí, todo es paisaje y nostalgia de paisaje.


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El tren: berbiquí del espacio u oruga maquinal.


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Yo soy siempre mío, y lo pago caro.


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Soy el poeta de la media luna.


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Una mano de bofetadas a quien da consejos que nadie le ha pedido.


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He sido sorprendido en pleno zapateado. Estaba danzándome.


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Lujo fúnebre: una tumba al sol.


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¿Quién inventó el agua caliente?


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Ser libre como el ciprés, independiente como el pino.


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Soy el maestro del abismo absoluto.


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En el silencio de mi bibliocama.


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Almohada: alma del hada.


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Visito al viento en traje de etiqueta.


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Quien es perfecto caga lágrimas.


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Las palabras marchan hacia el silencio.

Castilla, de Manuel Machado

Castilla, de Manuel Machado


El ciego sol se estrella

en las duras aristas de las armas,

llaga de luz los petos y espaldares

y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo.


Nadie responde… Al pomo de la espada

y al cuento de las picas el postigo

va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes

de eco ronco, una voz pura, de plata

y de cristal, responde… Hay una niña

muy débil y muy blanca

en el umbral. Es toda

ojos azules, y en los ojos. lágrimas.

Oro pálido nimba

su carita curiosa y asustada.


Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,

arruinará la casa

y sembrará de sal el pobre campo

que mi padre trabaja…

Idos. El cielo os colme de venturas…

¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!


Calla la niña y llora sin gemido…

Un sollozo infantil cruza la escuadra

de feroces guerreros,

y una voz inflexible grita: ¡En marcha!

El ciego sol, la sed y la fatiga…

Por la terrible estepa castellana,

al destierro, con doce de los suyos

-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Poemas de Guillermo Carnero

 Paestum


Los dioses nos observan desde la geometría

que es su imagen.

Sus templos no temen a la luz

sino que en ella erigen el fulgor

de su blancura: columnatas

patentes contra el cielo y su resplandor límpido.

Existen en la luz.

Así sus pueblos bárbaros

intuyen el tumulto de sus dioses grotescos,

que son ecos formados en una sima oscura:

un chocar de guijarros en un túnel vacío.


Aquí los dioses son

como la concepción de estas columnas,

un único placer: la inteligencia,

con su progenied de fantasmas lúcidos.


Disolución del sueño


Nadie puede instalarse

en los sueños de otro: están fundados

en la incredulidad, la decepción y el miedo,

y su inquietud no admite compañía.

Juguetes rotos de una niñez tapiada

que no quiere arriesgar el privilegio

de mecerse en la paz de no haber sido;

un andrajo sin nombre

vacante en el umbral del paraíso

al no tener un cuerpo que lo vista.

El que contempla el Sol no ve su fuego,

cifrado en cenital circunferencia;

baja la vista, y teme. Lo confunde la luz;

sólo puede mirarla si se mezcla

a los colores turbios de las cosas.

Tampoco se permite

afrontar la arrogancia de sus sueños.

Finge que no lamenta su vacío

pues no los tiene ni jamás los tuvo,

o los destierra al sótano más hondo

sin calor ni alimento, hasta que mueren

y vagan insepultos y lo acosan

al apagar la luz en un cuarto de hotel;

y por fin engalana su cadáver,

lo corona de mirto y lo pasea

para ofrecerlo a quien lo pisotee,

y lo destierra al fin a la página escrita

para eludir su insulto de blancura,

salpicando de tinta su amenaza de espejo,

su insoslayable potestad de lirio.

Sueño: región más alta,

sonora en geometría cuyo color se vuelve

imán de la certeza del exilio.

La voz es una brisa que nos trae

los primeros jirones

de los aromas del jardín del sueño.

Ha de reburujarse como seda

o desplegarse cálida y redonda,

henchida al ascender en su ternura,

y volar sobre cumbres y estuarios.

Así tu voz, umbral de tantos mundos,

sabía concederlos resumidos

en la proximidad del horizonte

de la luz de la llama de una vela;

pero hoy vendría a mí tenue y descalza,

sobre la duda de cristales rotos

que esparciste en la estela de tu nombre.

Si rompieras a hablar, tu voz tendría

una pátina oscura de parajes

donde se pudre la lección del tiempo.

Ya no podré entenderte si me hablas:

sólo olvidando el lastre de las cosas

y las aristas negras de los nombres

tiene tu voz la pulcritud del sueño:

música en el estuche de su brillo.

En los sueños, los ojos son azules:

si son de otro color, no estás soñando.

El azul es un reino de dulzura.

Dulzura no es palabra suficiente

en lo espiritual y trascendido;

es la de los torrentes cuando llegan

a presentar en el Abril del valle

la rendición templada de su hielo,

conservando en color de las alturas

la transfiguración del aire límpido;

la del rumor de guijas y de conchas

que resuena en las playas por la noche,

llenando de sí misma

la conciencia de estar oculto y solo.

Cuando abrías los ojos levantabas

una cúpula azul sobre la tierra,

coronada de flámulas ardientes;

un recinto tan alto

y en su ofrenda de luz tan silencioso

que toda voluntad se deslizaba

por la pendiente del desasimiento.

Así unos ojos pueden encender

la latitud inaugural del mundo

diáfana y trasparente sin frontera,

y entrecerrar su propio laberinto

de heces y esquirlas de rumor taimado.

No quiero su amenaza

en la consternación del aire turbio:

sólo el azul extático y redondo.

La curvatura es vocación del río

con inflexiones lentas de meandro

en el arroyo que desciende al valle,

es consuelo en el círculo del Sol

cuando tiñe de rojo la parábola

en que la luz dibuja el horizonte,

espiral aguzada

en el brillo del brote de la hoja,

convexidad en la tensión del fruto,

densidad y turgencia

en todo lo colmado y lo creciente.

La redondez es signo de la carne

de mujer, salvación,

oasis de volumen

en la angustia del plano y de la recta;

pero ha de ser jardín al que no lleve

la ausencia de un camino no trazado.

Esa es la norma capital del sueño,

lo que confiere elevación de nube

y resplandor solar de paraíso

a la entereza de un jardín redondo

retirado al secreto

de su concavidad, sin que el dardo del tiempo

-serpiente rectilínea que hiere con la ciencia

del veneno sin paz de la memoria-

tenga puerta cerrada en que clavarse.

Pero tú oscureciste el horizonte

donde pudo brillar el más diáfano

silencio precursor de voz primera,

y trajiste al preludio

de su estación redonda la maldición del tiempo:

un largo corredor de palabras caídas

pudriéndose en la sombra de su otoño.

Así llegué al umbral del paraíso

como Moisés en su último viaje;

y en la desolación de la memoria

y la miseria del entendimiento

se desvanecen un jirón azul,

geometría sin voz, música abstracta.


De la inutilidad de los cristales ópticos


Si las imágenes se apiñan en un recinto oscuro

nada en ellas hay de movimiento (menos aún hábito de

movimiento);

sí en cambio los ojos de cristal que el taxidermista tan bien

conoce,

con su excesiva holgura en la órbita seca;

un día han de invadir a medianoche

los bulevares de la ciudad desierta,

aterrando con su agilidad a los animales pacíficos,

en una conjunción única que consagre el azar.


El azar, anigquilando en su represalia de hondero

el estupor del que alinea y su conciso cristal.


Museo de Historia Natural


Encerrados en un espacio distante

perfeccionan allí la estabilidad de no ser

más que inmovilidad de animales simbólicos

la escorzada pantera, el mono encadenado

y la fidelidad que representa el perro

echado ante los pies de la estatua yacente;

adquieren aridez en la luz incisiva

bajo las losas de cristal del domo,

traslúcido animal que no perece.

La boa suspendida

por cuatro alambres tensos sobre cartón pintado

no es más que el concepto de boa.

Agavillados

bajo un domo distante, la memoria

les redondea el gesto, los induce

a la circunferencia imaginaria

en la que inscriben dentro de su urna

la suspensión del gesto, salto rígido

igual que las mandíbulas abiertas

gritan terror de estopa, agonía en cartón, violencia plana.

Agazapados tras una puerta distante,

cuando la empuja el simulacro vuelve

a componer su coreografía;

y un día han de invadir los bulevares

de la ciudad desierta, amenazando

la arquitectura fácil del triunfo

y el gesto de la mano que acaricia

la mansedumbre impávida de animales pacíficos.


Palabras de Tersites


Esa carcasa ocre es Helena, la gracia de la nuca

aureolada de cabellos lúcidos.

Los que la amaron son inmortales ahí, en la tierra inverniza,

o bien envejecieron con una pierna rota

dislocada para mendigar unos vasos de vino-

y yo, el giboso, el patizambo, me acuerdo algunas veces

de la altivez biliosa de los jefes aqueos

considerando la pertinencia del combate,

inspiración segura de algún poema heroico

cantor de esta campaña y su cuerpo de diosa:

polvo para quien no la amó, sus versos humo.


Es la decrepitud lo que enciende esta guerra.