viernes, 23 de enero de 2015

Poemas sociales del siglo XVIII. Arroyal y Cienfuegos

León de Arroyal 

Oda XXIII

“En alabanza de Juan Fernández de la Fuente, labrador honrado de la villa de Vara de Rey”
Canto a un felice anciano
coronado de espigas y de frutos
del plácido verano,
no gobernando los neptúneos brutos
con esmaltado freno,
sino los tardos bueyes
y su rebaño por el campo ameno.

Canto un hombre estimado
de todos sus vecinos y parientes,
y lo que es más, honrado
aun de viciosas y malignas gentes,
aquellos que sus días
gastan mordiendo honras
con sus murmuraciones y falsías.

Canto un varón constante
en los trabajos de su larga vida
de parcitud amante
y no de riqueza desmedida:
canto un hombre prudente,
trabajador, sufrido,
a Juan Fernández canto de la Fuente.

Él no en ilustre cuna
se crio, ni emprender pudo lustrosa
carrera, ni Fortuna
le subió a una eminencia prodigiosa;
ni vio la adusta guerra
donde es el más famoso
el hombre que destruye más la tierra.

Nació en una aldeílla
cerca a Vara de Rey, y allí criose
en la vida sencilla
del campo ¡oh Dios!, y de ella alimentose
ochenta y cuatro años
que cuenta con luz clara
de lo que es este mundo y sus engaños.

Ni pudo el mal ejemplo
de algunos holgazanes infestarle:
desde su casa al templo
y del templo a su casa era encontrarle,
pero nunca en el juego
ni tampoco en la plaza,
ni entre el lascivo y execrable fuego.

Jamás dijo mentira,
ni se verificó que a uno engañase,
ni pudo hacer la ira
que, sin razón, cólerico, injuriase;
ni de empeños a fuerza,
ni a fuerza de dinero,
se vio jamás que la justicia tuerza.

Siendo nombrado alcalde
(aunque de él con entera repugnancia)
administró de balde
la justicia, no haciendo su ganancia
la pérdida de algunos,
que, atropelladamente,
se meten en mil pleitos importunos.

Ninguno tuvo queja
de su modo de obrar, ni la censura
del vulgo, que no deja
delito sin castigo, le fue dura:
quien le ha necesitado
siempre le halló propicio,
para servir a todos preparado.

Sin libros y sin ciencia,
aunque sí con un alma esclarecida,
sabe por su experiencia
más que muchos de aquellos que la vida
en estudiar gastamos,
y en mucho se aprovecha
más que acá nuestra ciencia aprovechamos.

A costa de fatiga
y sudor trabajó en la primavera
de su edad cual la hormiga
que los rigores del invierno espera,
y en su vejez ahora,
sin cansar al pariente,
come el trabajo que antes atesora.

Él buen vecino ha sido
y buen juez, buen hijo y buen hermano,
y ha sido buen marido,
y, por decirlo todo, buen cristiano.
Su conducta inculpable,
a lo que ver se deja,
a su Dios y a los hombres es amable.

¿Quién, quién habrá que pueda
no envidiar una vida tan sencilla
y pura, aunque la rueda
de Fortuna le tenga allá en la silla
primera del estado
hecho objeto de envidia
sobre todos los otros sublimado?

¡Oh hombre el más dichoso
de todos los mortales!
Vive, vive en tu dulce reposo
y este pequeño don de mí recibe
con natural bonanza;
aunque yo no te alabo:
a tu virtud va toda la alabanza. 


"En alabanza de un carpintero llamado Alfonso"

Nicasio Álvarez Cienfuegos


Virtutem... invenies... callosas habentem manus.

SÉNECA, De vita beata, 7.

Yo lo juré: mi incorruptible acento         
vengará la virtud, que lagrimosa         
en infame baldón yace indigente.          
En despecho del oro macilento              
y de ambición pujante y envidiosa,     5          
mil templos la alzaré do reverente,          
sus aras perfumando          
al orbe su loor iré cantando.             
Nobles magnates, que la humana esencia             
osasteis despreciar por un dorado     10          
yugo servil que ennobleció un Tiberio,          
mi lira desoíd. Vuestra ascendencia          
generación del crimen laureado,          
vuestro pomposo funeral imperio,              
vuestro honor arrogante,     15          
yo los detesto, iniquidad los cante.             
¿Del palacio en la mole ponderosa          
que anhelantes dos mundos levantaron          
sobre la destrucción de un siglo entero,              
morará la virtud? ¡Oh congojosa     20          
choza del infeliz! A ti volaron          
la justicia y razón desde que fiero,          
ayugando al humano,          
de la igualdad triunfó el primer tirano.                 
Dilo tú, dilo tú, pura morada     25          
del íntegro varón: taller divino          
de un recto menestral... Adonde, adonde...          
¿Quién sacrílego habló? ¿Qué lengua osada          
se mueve contra mí porque apadrino              
a la miseria do virtud se esconde     30          
mi Apolo condenando,          
innoble y bajo al menestral llamando?             
¿Innoble? ¡Oh monstruo, en el profundo Averno          
perezca para siempre tu memoria              
y tu generación! ¿Eternamente     35          
habremos de ignorar que el sempiterno          
es Padre universal? ¿Que no hay más gloria          
ante su rectitud inteligente          
que inflexible justicia,              
ni más baldón que la parcial malicia?     40             
Fue usurpación, que la verdad nublando,          
distinciones halló do sus horrores          
se ilustrasen. Por ella la nobleza,          
del ocioso poder la frente alzando,              
dijo al pobre: soy más; a los sudores     45          
el cielo te crió; tú en la pobreza,          
yo en rico poderío,          
tu destino es servir, mandar el mío.             
¿Y nobles se dirán estos sangrientos              
partos de perdición, trastornadores     50          
de las eternas leyes de natura?          
¿Nobles serán los locos pensamientos          
de un ser que innatural huella inferiores          
a sus hermanos, y que audaz procura              
en sobrehumana esfera     55          
divinizar su corrupción grosera?             
¿Pueden honrar al Apolíneo canto,          
cetro, toisón y espada matadora,              
insignias viles de opresión impía?     60         
 ¿Y de virtud el distintivo santo,          
el tranquilo formón, la bienhechora          
gubia su infame deshonor sería?          
¿Y un insecto envilece          
lo que Dios en los cielos ennoblece?                 
Levantaos, oh grandes de la tierra;     65          
seguid mis pasos, que a su tumba oscura          
Alfonso os llama. Enhiestos y brillantes          
con más tesoros que Golconda encierra,          
de vuestra claridad y excelsa altura              
presentad los blasones arrogantes,     70          
que a los vuestros famosos          
él ya a oponer sus timbres virtuosos.             
Recibiólo al nacer sacra pobreza          
para seguirle hasta el postrer aliento.              
Nació, y oyendo su primer vagido     75          
voló la enfermedad, y con dureza          
quebrantó su salud, eterno asiento          
fijando en él. Se queja, y al quejido          
desde el Olimpo santo              
baja virtud para enjugar su llanto.     80             
Crece, y sus padres con placer miraron          
crecer en él la cándida inocencia.          
Corrió su edad, esclareció su mente,          
y ya su pecho y su razón le hablaron.              
Mira en torno de sí, y es indigencia     85          
cuanto miró; y al contemplar doliente          
su familia infelice,          
un escoplo tomó, y así le dice:             
«Objeto de mi amor ¡ay!, sólo es dado              
el sustento al afán, y sólo el vicio     90          
se alimenta sin él. ¡Ley adorable          
de mi adorable autor! El triste estado          
ves de mis padres, cuánto sacrificio          
merezco a su cariño infatigable;              
ellos de noche y día     95          
compran con su dolor la dicha mía.             
¿Por siempre gemirán? Es tiempo ahora          
de amparar su vejez. Escoplo amigo,          
ya te puedo gritar; mi brazo fuerte              
a ti se acoge; tu favor implora;     100          
tú mi apoyo serás y firme abrigo          
contra el hambre y maldad; harás mi suerte          
hasta el día postrero,          
y yo te juro ser fiel compañero.                 
Empieza, empieza; y favorable el cielo     105          
bendiga tu empezar, y a tus labores          
dé rico galardón; puedas un día          
de mi triste familia ser consuelo.          
Puedas ¡ay!, de mi padre los sudores              
para siempre limpiar; y en compañía     110          
de su divina esposa          
cerrar los ojos en quietud dichosa.             
Y entonces ¡ay!, cuando orfandad doliente          
siembre en mis días soledad y lloro,              
¿adónde llevaré la débil planta     115          
que temple mi dolor? Tú de mi mente          
las fúnebres imágenes que honoro          
piadoso aparta, y la antorcha ardiente          
al amor concediendo              
con su dulce esposa mi penar partiendo.     120             
Modelo de virtud su fértil seno          
sabrá reproducir multiplicadas          
sus virtudes sin fin. Gozos filiales,          
el bien os ame; su cruel veneno              
no os soplen las maldades prosperadas.     125          
Estudiad los ejemplos maternales          
mientras la mano mía          
guarda vuestra niñez de la hambre impía.             
¡Seductora ilusión! ¡Oh quién me diera              
en salud floreciente mis labores     130          
no interrumpir jamás! Dios poderoso          
que paternal desde tu augusta esfera          
del infeliz recibes los clamores,          
yo me postro ante ti; vuelve piadoso              
hacia mí tu semblante,     135          
y mi quebranto cesará al instante.             
Yo no deseo la opulenta suerte          
de una alta condición; tú me la diste;          
cual tuyo adoraré mi humilde estado.              
Mas, ¡oh mi padre!, que tu brazo fuerte     140          
siempre me aparte de la senda triste          
del vicio; y que a tu acento recobrado          
mi vital desaliento          
en mi labor recoja mi sustento.»                 
Dijo, y obró; y al verle, estremecido     145          
el infierno tembló; y el vicio adusto          
miró caer su cetro fulminante.          
Por tres veces Alfonso repetido          
por los ángeles fue; y el nombre augusto              
de esferas en esferas resonante     150          
dijo el Ser soberano:          
este es el hombre que crió mi mano.             
Ven, oh tierra; venid, cielos hermosos,          
cantad las alabanzas del Eterno,              
y admirar su poder imponderable;     155          
ved entre los anhelos trabajosos,          
el hambre y el oprobio sempiterno,          
un Carpintero vil; inestimable          
tesoro en él se encierra:              
es la imagen de Dios, Dios en la tierra.     160             
Es el hombre de bien; oscurecido          
en miseria fatal, nubes espesas          
su virtud anublaron, despremiada          
su difícil virtud. Si enardecido              
de la fama al clarín arduas empresas     165          
obra el héroe, su alma es sustentada          
con gloriosa esperanza;          
mas la oscura virtud ¿qué premio alcanza?             
El desprecio, el afán, y la amargura;              
tal fue de Alfonso el galardón sangriento.     170          
Sacrificado a la inmortal fatiga,          
¿cuál fruto recogió? La parca dura          
debilitando su vital aliento          
desde el mismo nacer, hizo enemiga              
que en trabajo inclemente     175          
fuera estéril sudor el de su frente.             
Veía a sus hijos y su amante esposa          
en las garras del hambre macilenta          
prontos a perecer. En vano, en vano              
la enfermedad ataba poderosa     180          
sus miembros al dolor. Su alma atenta          
al ajeno sufrir, su estado insano          
olvida, y en contento          
dobla por sus amores su tormento.              
¡Oh tú, esposa feliz de un virtuoso,     185          
perpetua infatigable compañera          
de su eterna aflicción! Teresa amable,          
¿no es cierto que jamás tu santo esposo          
murmuró en su pesar? ¿Que lastimera              
su pobreza adoró? ¿Que inviolable     190          
su planta religiosa          
huyó de la maldad menos costosa?             
Y vosotros, oh prendas inocentes          
de Alfonso, hablad. Decidnos las lecciones              
que os dictó ejecutando; los dolientes     195          
que tierno consoló; los angustiados          
que su hambre sustentó; los corazones          
que su atractivo ejemplo       
llevó rendidos de virtud al templo.              
Bondad fue su vivir; en su semblante     200          
hablaba la deidad. ¡Oh cuántas veces          
mi espíritu en respetos abismado          
ante tu majestad probó el triunfante          
imperio de virtud. Mis altiveces              
allí desparecían, y humillado     205          
a sus palabras santas,          
tal vez quiso besar sus dignas plantas.             
Yo le vi... yo le vi... ¡Funesto día!          
Para siempre le vi... Pálida muerte              
volaba en torno de él. ¡Infortunado!,     210          
que el penúltimo sol entonces veía.          
Jamás, jamás, su enfurecida suerte          
ostentó más rigor. Desfigurado          
con furibundo acento              
me demandó su postrimer sustento.     215             
¡Sacrosanta virtud? ¿Tú suplicante          
a mí, débil mortal? Tú, tú lo viste,          
Omnipotente Dios, el amargura          
que mi pecho bebió en aquel instante.              
Nunca el sol para mí lució más triste;     220          
lloré mi dicha, deseé la tumba oscura,          
y ¡ojalá quien me diera          
que en el lugar de Alfonso padeciera!             
Disipad, destruid, oh colosales              
monstruos de la fortuna, las riquezas     225          
en la perversidad y torpe olvido          
de la santa razón; criad, brutales          
en nueva iniquidad, nuevas grandezas          
y nueva destrucción; y el duro oído              
a la piedad negando,     230          
que Alfonso expire, en hambre desmayando.             
¿Esto es ser noble? Vuestro honor sangriento          
en la muerte de Alfonso: ¡ay, ay, que expira!          
Pesadumbres huid; cesad siquiera              
de atormentar su postrimer aliento.     235          
Inútil ruego. Adonde el triste mira,          
aflicción. Con sus hijos lastimera          
su esposa se le ofrece;          
y cuanto sufrirán, él lo padece.                 ¡
Dolorido varón! Ni un solo día     240          
alegre te miró: ni un solo instante          
rió tu probidad. Torvos doctores,          
vos que enseñáis que con la tumba fría          
cesan el bien y el mal, ved expirante              
a Alfonso. Su virtud entre dolores;     245          
¿es nada, es nombre vano,          
o hay un otro vivir para el humano?             
Hay otro estado donde espera el justo          
eterno galardón. ¡Ah!, vuela, vuela,              
del santo Alfonso espíritu dichoso     250          
a la patria inmortal, adonde augusto          
te llama el Dios que justiciero vela          
por su amada virtud. Paró nubloso          
su invierno, y placentera              
ya le ríe inmortal la primavera.     255             
Goza, goza en la paz inalterable          
el fruto dulce de tu amable vida.          
Bebe de las delicias, que en torrentes          
manan sin descansar del Inefable.              
Yo entre tanto a la tumba oscurecida     260          
iré do tus cenizas inocentes          
yacen, y mis dolores          
mitigaré cubriéndola de flores.             
Iré, la bañaré con triste llanto              
en tributo anual; y cuando horrendo     265          
el falso vicio deslumbrarme intente,         
allí te buscaré. Tu nombre santo          
invocará mi voz, y el vicio huyendo,        
a mi clamor la sombra reverente              
saldrá, y en soplo frío     270          
volverá la virtud al pecho mío.             
¡Oh sepulcro que guardas el reposo          
de tan justo mortal! Hasta la muerte          
has de ser mi lección. Tú la inocencia              
me enseñarás; lo honesto y virtuoso     275          
leeré en tu oscuridad; harás que fuerte          
sepa amar el afán y la indigencia;          
y que allí atrincherado          
huelle el poder del crimen entronado.