jueves, 11 de enero de 2018

Michel de Montaigne, Selección de sus Ensayos

“Señora, si no me salvan la originalidad y la novedad, que acostumbran  a dar valor a las cosas, jamás saldré dignamente de esta necia empresa; mas es tan fantástica y posee una apariencia tan alejada de lo común, que quizá por ello tenga un pasar. Una inclinación melancólica y por consiguiente muy enemiga de mi forma de ser natural, producida por la tristeza de la soledad, a la que me había entregado desde hacía algunos años, hizo que naciera en mi cabeza esta fantasía de meterme a escribir. Y después, hallándome enteramente desprovisto y vacío de cualquier otra materia, me presenté a mí mismo como argumento y tema. Es este un libro único en el mundo y en su especie, de propósito raro y extravagante. No hay cosa alguna en esta tarea digna de destacar, si no es esta misma rareza; pues a tema tan vano y vil ni el mejor artesano del mundo habría sabido dar forma que mereciese ser mencionada .

Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo y estudio más que mi propia persona; y si estudio otra cosa, es para aplicármela a mí. No hay descripción de tanta dificultad como la de uno mismo, ni ciertamente de tanta utilidad.

Sí, quizá me digan que este deseo de servirse de uno mismo como tema para escribir, sería excusable en hombres únicos y famosos, los cuales, por su celebridad hubieren inspirado cierto deseo de ser conocidos… Este reproche es muy verdadero, pero apenas sí me afecta… No erijo con esto una estatua para colocarla a la entrada de una ciudad, ni en una iglesia, ni en la plaza pública: Non equidem hoc studeo, bullatis ut mihi nugis / Pagina turgescat… Secreti loquimur(“No intento inflar mis páginas con bagatelas y con nimiedades; hablo de forma confidencial” Persio V,19)

Es para un rincón de la biblioteca y para divertir a un vecino, a un pariente, a un amigo que se entretendrá en descubrirme y compararme con esta imagen…Y aun cuando nadie me leyese, ¿acaso habría perdido el tiempo al ocuparme durante tantas horas ociosas en pensamientos tan útiles y agradables?

Al moldear en mí esta figura hube de alzarme y componerme tan a menudo para extraerme, que el modelo se afirmó y formó de algún modo a sí mismo. Al pintarme a mí para los demás, me pinté en mí con colores más nítidos que los míos primeros. No he hecho mi libro más de lo que mi libro me ha hecho, libro consustancial a su autor, mediante tarea propia, parte de mi vida; no mediante una tarea y una meta tercera y ajena como todos los demás libros.

¿Acaso he perdido el tiempo al haberme rendido cuentas de mí mismo tan continua y cuidadosamente? Pues aquellos que se dan un repaso en pensamiento solamente y en voz alta en algún momento, no se examinan tan esencialmente ni se penetran como aquél que hace de ello su estudio, su obra y su oficio, que se compromete a un análisis largo, con toda su fe y todas sus fuerzas.

¡Cuántas veces me ha distraído este trabajo de pensamientos enojosos! Y han de contarse como enojosos todos los frívolos. Nos ha obsequiado la naturaleza con una amplia facultad para entretenernos en privado y a ello nos llama a menudo para enseñarnos que nos debemos en parte a la sociedad, más, en la mejor parte, a nosotros. Para formar mi fantasía a que incluso sueñe con orden y proyecto, y salvarla de perderse y desbarrar en el viento, no hay como dar cuerpo y anotar tantos menudos pensamientos como se le ocurren.

¿Y qué decís de estar más atento a los libros desde que los acecho por ver si podré sisar algo con qué esmaltar y apuntalar el mío?

No estudié para hacer un libro; más sí estudié algo porque lo había hecho, si a revolotear y pellizcar de aquí y de allá, ora de un autor, ora de otro, puede llamársele estudiar; en modo alguno para formar mis ideas; sí, para, una vez formadas, ayudarlas, secundarlas y servirlas.

Quizá quieren que dé testimonio de mí con obras y hechos, y no sólo con desnudas palabras. Pinto principalmente mis pensamientos, objeto informe, que no puede reducirse a producto artesanal. A duras penas puedo meterlo en ese cuerpo etéreo de la palabra… Los hechos hablarían más acerca del destino que de mí. Dan testimonio de su papel, no del mío, a no ser por conjeturas y de forma incierta: retazos de una exhibición particular. Me expongo por entero: como una anatomía en la que a primera vista aparezcan las venas, los músculos, los tendones, cada pieza en su lugar.

No describo mis gestos, sino mi propia persona, mi esencia. Sostengo que se ha de ser prudente al juzgarse uno mismo e igualmente serio al dar testimonio, ya sea elevado, ya sea bajo, indistintamente. Ocuparse de uno mismo a algunos les parece que es complacerse en uno mismo; tratarse y observarse, quererse demasiado. Puede ser, mas ese exceso sólo nace en aquellos que se palpan superficialmente, que se miran después de sus asuntos, que a ocuparse de sí mismos, a formarse y a construirse, a hacer castillos en el aire, llaman ociosidad y fantasía: considerándose cosa secundaria y ajena a ellos mismos.

No dudo en modo alguno que a menudo caiga en hablar de cosas que tratan mejor los maestros del oficio y con más verdad. Esto es puramente la prueba de mis facultades naturales y en absoluto de las adquiridas; y quien me sorprenda en algún error, no hará nada contra mí, pues apenas si responderé ante los demás de mis razones, si no respondo de ellas ni ante mí mismo; ni de ellas estoy satisfecho. Quien va en busca de la ciencia, hállala allí donde se aloja: nada hay de lo que yo me jacte menos. Plasmo aquí mis ideas, mediante las cuales no pretendo dar a conocer las cosas, sino a mí mismo: quizá algún día me sean conocidas o me lo hayan sido antaño según me haya llevado la fortuna a los lugares en los que quedaban esclarecidas. Mas ya no lo recuerdo. Y si soy hombre de ciertos estudios, soy hombre de memoria nula.

Así, no garantizo certeza alguna si no es la de dar a conocer hasta qué punto llega en estos momentos el conocimiento que tengo. Que no se fijen en las materias sino en la forma que les doy.

Que vean, por lo que tomo prestado, si he sabido elegir con qué realzar mi tema. Pues hago que otros digan lo que yo no puedo decir tan bien, ya sea por la pobreza de mi lenguaje, ya por la pobreza de mi juicio.

Mucho me agradaría tener un conocimiento más perfecto de las cosas, mas no quiero comprarlo a cualquier precio. Mi proyecto es pasar dulcemente y no laboriosamente lo que me queda de vida. Nada hay por lo que quiera romperme la cabeza, ni siquiera por el saber, cualquiera que sea su valor. En los libros sólo busco deleitarme mediante sano entretenimiento; o si estudio, sólo busco con ello el saber que trata del conocimiento de mí mismo y que puede instruirme para bien morir y bien vivir.

Digo libremente mi parecer sobre todas las cosas, incluso sobre aquellas que quizá se salen de mi inteligencia, que en modo alguno considero que pertenecen a mi jurisdicción. Lo que opino de ellas revela la medida de mi vista y no la medida de las cosas.

Soy enemigo acérrimo de la obligación, la asiduidad y la constancia; que nada hay tan contrario a mi estilo como una narración extensa: me recorto con frecuencia, falto de aliento. Por tanto heme puesto a decir lo que sé decir, adecuando la materia a mi capacidad.  Y mis opiniones las estimo infinitamente atrevidas y constantes al condenar mi incapacidad. Realmente, también es un tema en el que ejercito mi juicio más que en ningún otro. El mundo mira siempre hacia fuera; repliego yo la vista hacia mi interior, la fijo y la ocupo allí. Cada cual mira de frente; yo miro dentro de mí: sólo he de vérmelas conmigo, me analizo sin cesar, me controlo y me pruebo. Los demás, si se dan cuenta, van siempre hacia otra parte, nemo in sese tentat descendere (“Nadie intenta verse a sí mismo”, Persio, IV,20) yo, me encierro en mí mismo.

Me estudio más que cualquier otro tema. Es mi metafísica y mi física. Dividen y apuntan sus ideas los sabios más específica y detalladamente. Yo que no veo en ellas más que lo que me dice la práctica, sin regla, presento las mías de modo general y a tientas. Como aquí; escribo mi pensamiento en artículos descosidos, como cosa que no puede decirse de una vez y en bloque.

Igualmente veo yo mejor que nadie que lo que aquí escribo no son más que lucubraciones de hombre que sólo ha probado la corteza de las ciencias en su infancia, reteniendo únicamente un aspecto informe y general; un poco de cada cosa y nada del todo, a la francesa. Mas profundizar más, quemarme las cejas estudiando a Aristóteles, u obstinarme en alguna ciencia, eso jamás lo hice; ni hay arte cuyas primeras líneas sepa trazar. Sea como fuere y sean cuales sean mis inepcias, quiero decir que no he intentado ocultarlas, al igual que un retrato de mi persona en el que hubiese plasmado el pintor, no un rostro perfecto, sino el mío, canoso y calvo. Pues aquí están mis sentimientos y opiniones; los entrego en tanto que constituyen lo que yo creo, no porque deban ser creídos. Sólo intento poner al descubierto mi manera de ser que podría ser otra mañana si un nuevo aprendizaje me hiciera cambiar.

Tomo al azar el primer tema que se me presenta. Todos me son igualmente buenos. Y jamás pretendo tratarlos por entero. Pues de nada puedo ver el todo. Aquéllos que pretenden mostrárnoslo, no lo hacen. De cien partes o rostros que cada cosa tiene, tomo uno de ellos, ya sólo para lamerlo, ya para rozarlo, ya para pellizcarlo hasta el hueso. Y a menudo gusto de cogerlo desde algún punto de vista inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia, si me conociera menos. Esta mezcolanza de tantas cosas distintas se debe a que no me pongo manos a la obra más que cuando a ello me obliga una ociosidad demasiado insulsa, y sólo cuando estoy en casa. Así se ha construido en diversas situaciones y a intervalos, pues las circunstancias me retienen fuera varios meses a veces. Por otra parte, no corrijo mis primeras ideas con las segundas; quizá sí alguna palabra, más para cambiar, no para quitar. Quiero plasmar la evolución de mis pensamientos y que se vea cada cosa en su nacimiento. Me gustaría haber empezado más pronto y reconocer la marcha de mis mutaciones.

Yo voy cambiando indiscreta y tumultuosamente. Mi estilo y mi mente vagabundean igual. Se ha de tener cierta locura si no se quiere tener más necedad. Expongo aquí fantasías, informes e indecisas, no para establecer la verdad, sino para buscarla.

He envejecido siete años u ocho años desde que comencé. No pinto el ser. Pinto el paso: no el paso de una edad a otra, o, como dice el pueblo, de siete años en siete años, sino día a día, minuto a minuto. He de adaptar mi historia al momento. Podré cambiar dentro de poco no sólo de fortuna, sino también de intención. Es un registro de diversos y cambiantes hechos y de ideas indecisas cuando no contrarias; ya sea porque soy otro yo mismo, ya porque considere los temas por otras circunstancias y en otros aspectos. El caso es que quizá me contradiga, pero la verdad, como decía Demades, no la contradigo. Si mi alma pudiera asentarse, dejaría de probar y me decidiría; mas está siempre aprendiendo y poniéndose a prueba.

Los autores se dan a conocer al pueblo por alguna marca particular y externa; yo soy el primero en dar a conocer mi ser total, en mostrarme como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto. Si se queja el mundo de que hablo demasiado de mí, me quejo yo de que él no piense sólo en sí.

Mas, ¿es lógico acaso que siendo tan individualista de costumbres, pretenda que se me conozca públicamente? Las fantasías de la música están guiadas por el arte, las mías por la suerte. Al menos tengo algo conforme a la disciplina, que jamás hombre alguno trató de tema del que entendiese y supiese más que del que yo he emprendido, y que en él soy el hombre más sabio que existe; en segundo lugar, que jamás nadie profundizó más en la materia, ni desmenuzó con más detalle los elementos y sus consecuencias; ni alcanzó más exacta y plenamente el fin que se había propuesto con su trabajo. Para acabarlo, no he de aportar más que la fidelidad; ésta es la más sincera y pura que puede haber. Digo la verdad, no tanta como en mí cabe, mas si tanta como oso decir; y oso más al envejecer, pues parece que se suele tener a esta edad más libertad para charlar y hablar de uno con indiscreción.

Os digo que cuando oigo a alguien detenerse en el lenguaje de los Ensayos, preferiría que se callase. No es tanto ensalzar las palabras como menospreciar el sentido. Si he errado, si muchos otros hacen más atractiva la materia, sin embargo, sea como sea, mal o bien, ningún escritor la ha sembrado ni mucho más sustanciosa, ni al menos más recia, en el papel.

Nosotros, mi libro y yo, vamos de acuerdo y con la misma marcha. En otros casos puédese elogiar la obra y criticar al obrero, por separado; en este no: si se ataca al uno, se ataca al otro.

¿Quién no ve que he tomado un camino por el cual seguiré sin cesar y sin esfuerzo mientras haya tinta y papel en el mundo? No puedo contar mi vida por mis actos: la fortuna los pone demasiado abajo; la cuento por mis pensamientos. ¿Y cuándo terminaré de representar la continua agitación y mutación de mis pensamientos, sea cual sea la materia en que caigan, dado que Diómedes llenó seis mil libros únicamente con el tema de la gramática?

Además de este provecho que saco escribiendo sobre mí, espero este otro: que si ocurre el que mis lucubraciones plazcan y convengan a algún hombre de bien antes de que yo muera, intente tratarme. Le doy mucho ya hecho, pues todo cuanto un largo conocimiento y una larga familiaridad podría proporcionarle en muchos años, lo ve a través de este escrito en tres días y con mayor seguridad y exactitud. Escribo este libro para pocos hombres y para pocos años.

He hecho lo que he querido: todos me reconocen en mi libro y a mi libro en mí.

Y yo no sé si no preferiría haber producido un hijo perfectamente formado mediante la unión con las musas que mediante la unión con mi mujer. A éste [los Ensayos] tal y como es, lo que le doy, se lo doy pura e irrevocablemente, como se da a los hijos corporales; ya no dispongo de ese pequeño bien que le he hecho; puede saber bastantes cosas más que yo ya no sé, y tener de mí lo que yo no he retenido y que habría de tomar prestado de él, como cualquier extraño, si lo necesitara. Él es más rico que yo, aunque yo sea más inteligente.

Le hablo al papel como hablo al primero que me encuentro.  ¿No hablo siempre así? ¿No me muestro así a lo vivo? ¡Basta! He hecho lo que he querido: todos me reconocen en mi libro y a mi libro en mí.

Petrarca

 A una joven en un verde laurel

Vi más blanca y más fría que la nieve 
que no golpea el sol por años y años; 
y su voz, faz hermosa y los cabellos
tanto amo que ahora van ante mis ojos, 
y siempre irán, por montes o en la riba. 

Irán mis pensamientos a la riba
cuando no dé hojas verde el laurel; 
quieto mi corazón, secos los ojos,
verán helarse al fuego, arder la nieve: 
porque no tengo yo tantos cabellos 
cuantos por ese día aguardara años.

Mas porque el tiempo vuela, huyen los años 
y en un punto a la muerte el hombre arriba, 
ya oscuros o ya blancos los cabellos,
la sombra ha de seguir de aquel laurel 
por el ardiente sol y por la nieve,
hasta el día en que al fin cierre estos ojos. 

No se vieron jamás tan bellos ojos,
en nuestra edad o en los primeros años, 
que me derritan como el sol la nieve:
y así un río de llanto va a la riba
que Amor conduce hasta el cruel laurel 
de ramas de diamante, áureos cabellos. 

Temo cambiar de faz y de cabellos
sin que me muestre con piedad los ojos 
el ídolo esculpido en tal laurel:
Que, si al contar no yerro, hace siete años 
que suspirando voy de riba en riba,
noche y día, al calor y con la nieve.

Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve, 
pensando igual, mudados los cabellos, 
llorando iré yo siempre a cada riba
por que tal vez piedad muestren los ojos 
de alguien que nazca dentro de mil años; 
si aún vive, cultivado, este laurel.

A oro y topacio al sul sobre la nieve 
vencen blondos cabellos, y los ojos 
que apresuran mis años a la riba.


Amor lloraba, y yo con él gemía...

Amor lloraba, y yo con él gemía,
del cual mis pasos nunca andan lejanos, 
viendo, por los efectos inhumanos,
que vuestra alma sus nudos deshacía. 

Ahora que al buen camino Dios os guía, 
con fervor alzo al cielo mis dos manos 
y doy gracias al ver que los humanos 
ruegos justos escucha, y gracia envía. 

Y si, tornando a la amorosa vida,
por alejaros del deseo hermoso, 
foso o lomas halláis en el sendero, 

es para demostrar que es espinoso, 
y que es alpestre y dura la subida 
que conduce hacia el bien más verdadero.

Versión de F. Maristany


Bendito sea el año, el punto, el día...       

Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan sólo lo comparte.

Versión de F. Maristany


El que su arte infinita y providencia...

El que su arte infinita y providencia 
demostró en su admirable magisterio, 
que, con éste, creó el otro hemisferio
y a Jove, más que a Marte, dio clemencia, 

vino al mundo alumbrando con su ciencia 
la verdad que en el libro era misterio, 
cambió de Pedro y Juan el ministerio
y, por la red, les dio el cielo en herencia. 

Al nacer, no le plugo a Roma darse,
sí a Judea: que, más que todo estado, 
exaltar la humildad le complacía;

y hoy, de una aldea chica, un sol ha dado, 
que a Natura y al sitio hace alegrarse 
donde mujer tan bella ha visto el día.



En la muerte de Laura

Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante, 
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente, 
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía! 
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía...

Aquí termine mi amoroso canto: 
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto. 

Versión de Alejandro Araoz Fraser


Fue el día en que del sol palidecieron... 

Fue el día en que del sol palidecieron 
los rayos, de su autor compadecido, 
cuando, hallándome yo desprevenido, 
vuestros ojos, señora, me prendieron. 

En tal tiempo, los míos no entendieron 
defenderse de Amor: que protegido 
me juzgaba; y mi pena y mi gemido 
principio en el común dolor tuvieron. 

Amor me halló del todo desarmado 
y abierto al corazón encontró el paso 
de mis ojos, del llanto puerta y barco: 

pero, a mi parecer, no quedó honrado 
hiriéndome de flecha en aquel caso
y a vos, armada, no mostrando el arco.


Los que, en mis rimas sueltas...

Los que, en mis rimas sueltas, el sonido 
oís del suspirar que alimentaba
al joven corazón que desvariaba
cuando era otro hombre del que luego he sido; 

del vario estilo con que me he dolido 
cuando a esperanzas vanas me entregaba,
si alguno de saber de amor se alaba, 
tanta piedad como perdón le pido.

Que anduve en boca de la gente siento 
mucho tiempo y, así, frecuentemente
me advierto avergonzado y me confundo; 

y que es vergüenza, y loco sentimiento, 
el fruto de mi amor é claramente,
y breve sueño cuanto place al mundo.



Mi loco afán está tan extraviado...

Mi loco afán está tan extraviado
de seguir a la que huye tan resuelta, 
y de lazos de Amor ligera y suelta 
vuela ante mi correr desalentado,

que menos me oye cuanto más airado 
busco hacia el buen camino la revuelta: 
no me vale espolearlo, o darle vuelta, 
que, por su índole, Amor le hace obstinado. 

Y cuando ya el bocado ha sacudido,
yo quedo a su merced y, a mi pesar, 
hacia un trance de muerte me transporta: 

por llegar al laurel donde es cogido 
fruto amargo que, dándolo a probar, 
la llama ajena aflige y no conforta.



Mis venturas se acercan lentamente...

Mis venturas se acercan lentamente, 
dudando espero, el ansia en mí renace, 
y aguardar y apartarme me desplace, 
pues se van, como el tigre, velozmente. 

Ay de mí, nieve habrá negra y caliente, 
sierras con peces, mar que olas no hace, 
y el sol se acostará por donde nace 
Eufrate y Tigris de una misma fuente, 

antes que ella una tregua, o paz, me ofrezca, 
o Amor otro uso enseñe a mi señora,
que en contra mía ya han pactado alianza: 

que si algo hay dulce, tras la amarga hora, 
hace el desdén que el gusto desfallezca;
y de sus gracias nada más me alcanza. 



No tengo paz ni puedo hacer la guerra...

No tengo paz ni puedo hacer la guerra;
temo y espero, y del ardor al hielo paso,
y vuelo para el cielo, bajo a la tierra,
nada aprieto, y a todo el mundo abrazo.

Prisión que no se cierra ni des-cierra,
No me detiene ni suelta el duro lazo;
entre libre y sumisa el alma errante,
no es vivo ni muerto el cuerpo lacio.

Veo sin ojos, grito en vano;
sueño morir y ayuda imploro;
a mí me odio y a otros después amo.

Me alimenta el dolor y llorando reí;
La muerte y la vida al fin deploro:
En este estado estoy, mujer, por tí.

Versión de Julián del Valle


Porque una hermosa en mí quiso vengarse...

Porque una hermosa en mí quiso vengarse 
y enmendar mil ofensas en un día, 
escondido el Amor su arco traía
como el que espera el tiempo de ensañarse. 

En mi pecho, do suele cobijarse,
mi virtud pecho y ojos defendía 
cuando el golpe mortal, donde solía 
mellarse cualquier dardo fue a encajarse. 

Pero aturdida en el primer asalto,
sentí que tiempo y fuerza le faltaba 
para que en la ocasión pudiera armarme, 

o en el collado fatigoso y alto 
esquivar el dolor que me asaltaba,
del que hoy quisiera, y no puedo, guardarme. 


Si con suspiros de llamaros trato...

Si con suspiros de llamaros trato,
y al nombre que en mi pecho ha escrito Amor, 
de que el Laude comienza ya el rumor
del primer dulce acento me percato. 

Vuestra realeza, que hallo de inmediato, 
redobla, en la alta empresa, mi valor; 
pero ¡Tate!, me grita el fin, que honor 
rendirle es de otros hombros peso grato. 

Al Laude, así, y a reverencia, enseña
la misma voz, sin más, cuando os nombramos, 
oh de alabanza y de respeto digna:

sino que, si mortal lengua se empeña 
en hablar de sus siempre verdes ramos, 
su presunción tal vez a Apolo indigna.



Si el fuego con el fuego no perece...

Si el fuego con el fuego no perece
ni hay río al que la lluvia haya secado, 
pues lo igual por lo igual es ayudado, 
y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-, 
si has siempre nuestras mentes gobernado, 
¿qué haces tú que, de moda desusado,
con más querer, así el de ella decrece? 

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo 
desde muy alto, su contorno atruena,
o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando, 

el deseo que consigo no consuena,
en su objeto extremado va cediendo 
y, al espolear demás, se va frenando.



Soneto

Bendecidos el año, el mes, el día
y la estación y el sitio y el instante
y el hermoso país en que delante
de su mirar mi voluntad rendía.

Y bendecida la tenaz porfía
de amor entre mi pecho palpitante, 
y el arco y la saeta y la sangrante 
herida que en mi corazón se abría.

Bendecida la voz que repitiendo
va por doquier el nombre de mi amada, 
suspiros, ansias, lágrimas vertiendo.

Y bendecido todo cuanto escribe
la mente que al loarla consagrada
en Ella y sólo para Ella vive.

Versión de Carlos López Narváez


Soneto a Laura
Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,
ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.

Veo sin ojos y sin lengua grito;
y pido ayuda y parecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.

Llorando grito y el dolor transito;
muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado.

Versión de Jorge A. Piris

Shakespeare, monólogo de Medida por medida



William Shakespeare 



Medida por medida (fragmento)



Claudio. ¡La muerte es una cosa terrible! 


Isabela. ¡Y una vida en la vergüenza, despreciable! 

Claudio. ¡Sí!… Pero morir e ir no sabemos adónde; yacer en frías cavidades y quedar allí para pudrirse; este calor, esta sensibilidad, este movimiento, convertirse en un puñado de blanda arcilla; esta inteligencia deliciosa, bañarse en olas de fuego, o residir en alguna región escalofriante, de murallas de hielos espesos; estar aprisionado, en vientos invisibles y arremolinarse, con violencia sin tregua, en derredor de un mundo suspendido en el espacio; o volverse más miserable que el más miserable de esos seres que imaginan aullando pensamientos inciertos y desarreglados. ¡Es demasiado horrible! Que la vida terrenal más penosa y más maldita que la vejez, la enfermedad, la miseria o la prisión pueda imponerse a una criatura, es un Paraíso en comparación a lo que tememos de la muerte.