martes, 7 de febrero de 2012

Epístola a Mateo Vázquez, de Miguel de Cervantes




De Miguel de Cervante, [sic]  captivo, a M. Vázquez mi señor.

Si el bajo son de la zampoña mía,
señor, a vuestro oído no ha llegado
en tiempo que sonar mejor debía,

no ha sido por la falta de cuidado,
sino por sobra del que me ha traído
por extraños caminos desvïado.

También, por no adquirirme de atrevido
el nombre odioso, la cansada mano
ha encubierto las faltas del sentido.

Mas, ya que el valor vuestro sobrehumano,
de quien tiene noticia todo el suelo,
la graciosa altivez, el trato llano

anichilan el miedo y el vüelo
que ha tenido,  hasta aquí, mi humilde pluma,
de no quereros descubrir su velo,

de vuestra alta bondad y virtud suma
diré lo menos, que lo más no siento
quién de cerrarlo en verso se presuma.

Aquel que os mira en el subido asiento
do el humano favor puede encumbrarse
y que no cesa el favorable viento

y él se ve entre las ondas anegarse
del mar de la privanza, do procura,
o por fas o por nefas, levantarse,

¿quién dubda que no dice "la ventura
ha dado en levantar este mancebo
hasta ponerle en la más alta altura.

Ayer le vimos inexperto y nuevo
en las cosas que agora mide y trata,
tan bien, que tengo envidia y las apruebo"?

Desta manera se congoja y mata
el envidioso, que la gloria ajena
le destruye, marchita y desbarata.

Pero aquel que, con mente más serena
contempla vuestro trato y vida honrosa
y el alma dentro de virtudes llena,

no la inconstante rueda presurosa
de la falsa Fortuna, suerte o hado,
signo, ventura, estrella ni otra cosa

dice que es causa que en el buen estado
que agora poseéis os haya puesto,
con esperanza de más alto grado,

mas, sólo, el modo del vivir honesto,
la virtud escogida que se muestra
en vuestras obras y apacible gesto;

esta dice, señor, que os da su diestra
y os tiene asido con sus fuertes lazos
y a más y a más subir siempre os adiestra.

¡Oh sanctos, oh agradables dulces brazos
de la sancta virtud, alma y divina,
y sancto quien recibe sus abrazos!

¿Quién con tal guía como vos camina?
¿De qué se admira el ciego vulgo bajo,
si a la silla más alta se avecina?

Y, puesto que no hay cosa sin trabajo,
quien va sin la virtud, va por rodeo,
y, el que la lleva, va por el atajo.

Si no me engaña la experiencia, creo
que se vee mucha gente fatigada
de un solo pensamiento y un deseo:

pretenden más de dos llave dorada,
muchos un mesmo cargo y quien aspira
a la fidelidad de una embajada,

cada cual por sí mesmo al blanco tira
do asestan otros mil, y sólo es uno
cuya saeta dio do fue la mira,

y, este, quizá, que a nadie fue importuno,
ni a la soberbia puerta del privado
se halló, después de vísperas, ayuno,

ni dio ni tuvo a quien pedir prestado:
sólo con la virtud se entretenía
y en Dios y en ella estaba confiado.

Vos sois,  señor,  por quien decir podría
y lo digo y diré sin estar mudo,
que sola la virtud fue vuestra guía

y que ella sola fue bastante y pudo
levantaros al bien do estáis agora,
privado humilde, de ambición desnudo.

¡Dichosa y felicísima la hora
donde tuvo el real conocimiento
noticia del valor que anida y mora

en vuestro reposado entendimiento
cuya fidelidad, cuyo secreto,
es de vuestra virtudes el cimiento!

Por la senda y camino más perfecto
van vuestros pies, que es la que el medio tiene
y la que alaba el seso más discreto.

Quien por ella camina vemos viene
a aquel dulce süave paradero
que la felicidad en sí contiene.


Yo, que el camino más bajo y grosero
he caminado, en fría noche escura,
he dado en manos del atolladero,

y, en la esquiva prisión, amarga y dura,
adonde agora quedo, estoy llorando
mi corta infelicísima ventura,

con quejas tierra y cielo importunando,
con suspiros el aire escuresciendo,
con lágrimas el mar acrescentando.

¡Vida es esta, señor, do estoy muriendo
entre bárbara gente descreída,
la malograda juventud perdiendo!

No fue la causa aquí de mi venida,
andar vagando por el mundo acaso
con la vergüenza y la razón perdida;

diez años ha que tiendo y mudo el paso
en servicio del gran Filipo nuestro,
ya con descanso, ya cansado y laso,

y, en el dichoso día que siniestro
tanto fue el hado a la enemiga armada
cuanto a la nuestra favorable y diestro,

de temor y de esfuerzo acompañada
presente estuvo mi persona al hecho,
más de esperanza que de hierro armada.

Vi el formado escuadrón roto y deshecho
y, de bárbara gente y de cristiana,
rojo en mil partes de Neptuno el lecho.

La muerte airada, con su furia insana,
aquí y allí, con priesa discurriendo,
mostrándose, a quien tarda, a quien temprana.

El son confuso, el espantable estruendo,
los gestos de los tristes miserables
que entre el fuego y el agua iban muriendo.

Los profundos sospiros lamentables
que los heridos pechos despedían,
maldiciendo sus hados detestables.

Helóseles la sangre que tenían
cuando, en el son de la trompeta nuestra,
su daño y nuestra gloria conoscían.

Con alta voz, de vencedora muestra,
rompiendo el aire claro, el son mostraba
ser vencedora la cristiana diestra.

A esta dulce sazón, yo, triste, estaba
con la una mano de la espada asida,
y sangre de la otra derramaba.

El pecho mío, de profunda herida,
sentía llagado, y la siniestra mano
estaba por mil partes ya rompida.

Pero el contento fue tan soberano,
que a mi alma llegó, viendo vencido
el crudo pueblo infiel por el cristiano,

que no echaba de ver si estaba herido
aunque era tan mortal mi sentimiento,
que a veces me quitó todo el sentido.

Y, en mi propia cabeza, el escarmiento
no me pudo estorbar que, el segundo año,
no me pusiese a discreción del viento

y al bárbaro, medroso pueblo extraño
vi: recogido, triste, amedrentado,
y, con causa, temiendo de su daño,

y al reino, tan antiguo y celebrado,
a do la hermosa Dido fue rendida,
al querer del troyano desterrado.

También, vertiendo sangre aún la herida
mayor, con otras dos quise hallarme
por ver ir la morisma de vencida.

¡Dios sabe si quisiera allí quedarme
con los que allí quedaron esforzados
y perderme con ellos o ganarme!

Pero mis cortos, implacables hados
en tan honrosa empresa no quisieron
que acabase la vida y los cuidados

y, al fin, por los cabellos me trujeron
a ser vencido por la valentía
de aquellos que, después, no la tuvieron

en la galera Sol (que escurescía
mi ventura su luz, a pesar mío),
fue la pérdida de otros y la mía.

Valor mostramos al principio, y brío,
pero, después, con la esperiencia amarga,
conoscimos ser todo desvarío.

¡Sentí de ajeno yugo la gran carga
y en las manos sacrílegas, malditas,
dos años ha que mi dolor se alarga!

Bien sé que mis maldades infinitas
y la poca atrición que en mí se encierra
me tiene entre estos falsos ismaelitas.

Cuando llegué vencido, y vi la tierra
tan nombrada en el mundo que en su seno
tantos piratas cubre, acoge y cierra,

¡no pude al llanto detener el freno,
que, a mi despecho, sin saber lo que era,
me vi el marchito rostro de agua lleno! [...]

Mi lengua balbuciente y cuasi muda
pienso mover en la real presencia,
de adulación y de mentir desnuda,

diciendo: "Alto señor, cuya potencia
sujetas trae mil bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia,

a quien los negros indios con sus dones
reconoscen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones,

¡despierte en tu real pecho el gran coraje,
la gran soberbia con que una bicoca
aspira de contino a hacerte ultraje!

La gente es mucha, mas su fuerza es poca,
desnuda, mal armada, que no tiene,
en su defensa, fuerte muro o roca.

Cada uno mira si tu armada viene
para dar a sus pies el cargo y cura
de conservar la vida que sostienen.

Del amarga prisión, triste y escura,
adonde mueren veinte mil cristianos,
tienes la llave de su cerradura.

Todos (cual yo) de allá, puestas las manos,
las rodillas por tierra, sollozando,
cercados de tormentos inhumanos,

valeroso señor, te están rogando
vuelvas los ojos de misericordia
a los suyos, que están siempre llorando,

y, pues te deja agora la discordia
que hasta aquí te ha oprimido y fatigado
y gozas de pacífica concordia,

¡haz , oh buen Rey, que sea por ti acabado
lo que, con tanta audacia y valor tanto,
fue por tu amado padre comenzado!

¡Sólo el pensar que vas, pondrá un espanto
en la enemiga gente, que adevino
ya, desde aquí, su pérdida y quebranto!

¡Quién dubda que el real pecho begnino [sic]
no se muestre, escuchando la tristeza
en que están estos míseros contino!

Bien paresce que muestro la flaqueza
de mi tan torpe ingenio, que pretende
hablar tan bajo ante tan alta alteza,

pero el justo deseo la defiende.
Mas a todo silencio poner quiero:
que temo que mi pluma ya os ofende
y al trabajo me llaman donde muero.