Si cien lenguas distintas y acordadas
el cielo a esta sazón me concediera,
y en ellas las palabras más limadas
que hay en la clara discreción pusiera,
fueran de aliento corto y limitadas,
si encarecer con ellas pretendiera
el dolor, sentimiento, angustia y llanto
que en Crisalba causó el mortal espanto.
¡Oh humana suerte de inconstancias llena,
con quien ni vale gracia ni hermosura,
ni el cetro real que un mundo y otro enfrena
en su misma grandeza se asegura!
¡No hay tiempo claro, ni alma tan serena,
a quien no siga invierno y nochę oscura,
ni alegre sangre en juveniles años
libre de riesgo y máquinas de engaños!
¡Ahora el cabello enlace y la garganta
con las perlas del mar que Arabia cría,
y en púrpura de Tiro asiente cuanta
riqueza el monte Imabo a Persia envía!
¡Ahora de la beldad que al mundo espanta
las flores goce, y donde muere el día
suene su voz, y corra desde Oriente
libre de lengua en lengua y gente en gente!
¡Todo ello es sombra, fábula y engaño,
despiertos sueños de la humana vida,
que corre y vuela de uno en otro daño
hasta donde la muerte está escondida,
cortando a todos de vestir de un paño,
sin hacer diferencia en la medida:
que son el pobre, el rico, el flaco y fuerte,
iguales a las puertas de la muerte!
¡No del Tigris las ondas espumosas,
que en furiosos raudales van pasando,
ni de Venus las aves amorosas
en sesgo vuelo por el aire blando
en curso igualan las humanas cosas,
que los tiempos tras sí llevan volando,
la pena sola y el dolor más breve,
parece adonde está que no se mueve!
Así iba el Rey de Persia lamentando
su larga historia, corta de ventura,
al tiempo que también el conde Orlando
del valle de Pomier por la espesura,
a Garilo y los suyos declarando
la artificiosa enigma antes obscura,
con el discurso deste dulce cuento
la verdad confirmó de su argumento.
“Todas las cosas que en el mundo vemos,
cuantas se alegran con la luz del día,
aunque de sus lenguajes carecemos...
su habla tienen, trato y compañía:
si sus conversaciones no entendemos,
ni sus voces se sienten cual la mía,
es por tener los hombres impedidos
a coloquios tan graves los oídos.
¿Quién publica a las próvidas ovejas
sus sabios aranceles y ordenanzas?
Y ¿a quién el ruiseñor envía sus quejas
si siente al cazador las asechanzas?
¿Quién a las grullas dice y las cornejas
de los tiempos del mundo las mudanzas?
Y, al prado que florece más temprano,
¿quién le avisa que viene ya el verano?
¿Quién sino estos lenguajes que, escondidos,
no de todas orejas son hallados,
mas de sus sordas voces los ruidos
los raros hombres a quien dan cuidados
tan absortos los traen, tan divertidos
y en tan nuevas historias ocupados,
que es fuerza en esto confundirse todos
en varios casos por diversos modos.
Créese que del ruido que las cosas
unas con otras hacen murmurando,
de su armonía y voces deleitosas
las suspensiones dan de cuando en cuando;
que en su canto y palabras poderosas
así el seso se va desengazando,
que el de más grave precio se alborota
y el saber de mayor caudal se agota.
Desto a veces se engendra la locura,
y las respuestas sin concierto dadas
sin traza al parecer, sin coyuntura,
ni ver cómo ni a quién encaminadas:
los árboles, los campos, su frescura,
las fuentes y las cuevas más calladas,
a quien llega a sentir por este modo,
todo le habla, y él responde a todo.
Y el no entender ni oír este lenguaje
con que el mundo se trata y comunica
y a su Criador en feudo y vasallaje
eternos cantos de loor publica
la ocasión cuentan que es cierto brebaje,
que el engaño en paciendo nos aplica,
de groseras raíces de la tierra,
que el seso embota y el sentido cierra.
Mas aquel que por suerte venturosa,
y favorable rayo de su estrella,
la voz desta armonía milagrosa
libre de imperfección llega a entendella
al cuerpo la halla y alma tan sabrosa,
que a todas horas ocupado en ella
a solo su feliz deleite vive
y de otra cosa en nada le recibe.
No es invención ni fábula compuesta,
que ya por mí este caso ha sucedido,
llegando sin pensar a una floresta,
junto a una cueva en un lugar florido:
al pie de un roble, por pasar la siesta,
al son del agua me quedé dormido,
y una serpiente en tanto que dormía
los oídos y el rostro me lamía.
Desligome el sentido de manera,
que cuando desperté quedé admirado,
porque en formado tono y voz entera,
hablar oí las flores del collado;
y un árbol por historia verdadera
me contó que en la cueva de aquel prado
Medoro hizo a Angélica la bella
seis días antes dueña de doncella.
Sobresalteme y, escuchando atento,
el bosque sospeché que era encantado,
y por albricias del amargo cuento
furioso todo lo dexé asolado:
partime con un nuevo descontento,
oyendo hablar las selvas, el ganado,
los árboles, los ríos y las fuentes,
las piedras, los collados y las ģentes.
Esta fue la ocasión que ya algún día
de mí el mundo creyó que loco estaba,
porque aunque preguntaba y respondía,
ni el porqué vían, ni con quién hablaba;
hasta que Astolfo, por la extraña vía
de un licor peregrino que él usaba,
me cerró como de antes los oídos,
y volvió a su concierto los sentidos.
Pues, en el tiempo que escuchando anduve
encubiertas historias no entendidas,
increíbles son las fábulas que tuve,
sin querer aprenderlas aprendidas:
y, entre otros, cierto día me detuve
en oír de unas tragedias nunca oídas,
lo que ahora quiero que por prueba quede
de lo que vale la ventura y puede.
Y no se entienda que es cuento inventado
de mi persona y gravedad indino,
que aunque de humilde cuerpo, va fundado
en caudal y discurso peregrino:
no está todo el valor en lo abultado,
menudo es el aljófar y, si es fino,
no pierde por menudo en buen consejo
lo que por limpio gana y por parejo.
Junto a los arruinados paredones
de la antigua Cartago llegué un día,
y, cansado de oír lamentaciones
que cada piedra contra el tiempo hacía,
juzgando por las mías sus pasiones
a la sombra de un álamo, que abría
pomposa rueda con sus ramos huecos,
de un ruiseñor me puse a oír los ecos.
Venía su nueva libertad cantando,
que de una jaula de oro al libre cielo
burlada la prisión, el aire blando
en ligero cortó y delgado vuelo:
y las vecinas selvas convidando
de su arpado canto al gran señuelo,
así cercado de aves y de espanto,
oyendo todas prosiguió su canto.
¡Oh dulce libertad! Dichosa prenda,
a ningún bien humano comparada,
sin quien del mundo la dorada rienda
es por más bien que dé carga pesada:
ni alcázar de oro, ni bordada tienda,
jardines ni comida regalada,
música, cantos, aparatos, galas,
ricas vajillas y entoldadas salas.
Ni los demás deleites que al sentido
el real cetro y su lisonja ofrece,
todo, sin libertad, es bien fingido,
falsa alquimia sin ley que oro parece.
Ya en rica jaula y en jardín florido,
a quien lo mejor de África obedece
vi yo mi albergue hecho y mi arpada
lengua de graves reyes escuchada.
Defendido de archeros, que por horas
la guarda hacen de mi altiva casa,
de sabroso manjar y aves cantoras,
la mesa puesta y los saraos sin tasa:
estanques de cristal, fuentes sonoras
y lo que a todo junto excede y pasa,
perdido el riesgo, el miedo y la sospecha
de sutil red y de invisible flecha.
Mas todo junto ¡oh libertad preciosa!
contigo ni se iguala ni te llega.
Por tu riesgo troqué mi paz sabrosa
y el real jardín por esta estéril vega:
sola entre sus deleites una cosa
a mi gusto tu nuevo estado niega:
que es privarme de ver la llena Luna
de aquel soberbio monstruo de fortuna.
Yo digo del feliz Rustaquio, hijo
del bárbaro Abdelmón, humilde ollero,
que hoy en su afortunada estrella fixo
de la ancha Libia vuela el cetro entero:
solo deste en mi libre regocijo
me falta el bien de ser su prisionero,
que de un hombre dichoso, aun las cadenas
de bienes suelen ser y gustos llenas.
Cuando en el trato humano considero
la altiva majestad, la real grandeza
con que un hombre avasalla un mundo entero,
y se hace dél a su pesar cabeza:
la ciencia de un filosofo, el severo
rostro de un senador, la fortaleza
de un soldado, el nivel de un arquitecto
y el compás de un artífice perfecto,
la luz del sol , del mundo la alegría,
las perlas de la mar, los granos de oro
que en sus entrañas para el hombre cría,
fuentes de gusto, venas de tesoro,
mármoles, jaspes, bronces, pedrería
que por curiosidad, pompa y decoro
da a sus teatros y ciudades bellas
y el suntuoso primor dellos y dellas,
la religión, el trato, las maneras
de fiestas y comidas regaladas,
prados, jardines, cazas, montes, fieras,
músicas y pinturas delicadas,
la luz, el aire, el cielo, sus esferas,
para el servicio humano fabricadas,
las flores, frutas, fuentes, mares, ríos,
sus bosques, selvas y árboles sombríos
y otros varios deleites de que goza
el hombre en esta vida a su contento,
cuando la juvenil sangre retoza,
o se madura ya el entendimiento;
la salud, el linaje, la edad moza,
que es del placer el verdadero asiento,
y el gusto del saber, que, de la cepa
humana no hay sabor que tanto sepa;
Cuando todo esto considero, y miro
criado el hombre y hecho a su regalo,
lo juzgo por feliz y no me admiro
que perder tanto bien tenga por malo,
que tire del vivir, que es dulce tiro,
y sin precio un brevísimo intervalo
de vida en que gozar de lo presente,
que el cuerpo muerto, al fin, ni ve ni siente.
Mas, cuando vuelvo a ver la humana suerte
sujeta al tiempo y a miseria tanta
y cual frágil cañuela es el más fuerte
cedro que el monte Líbano levanta,
cuando, vecino al polvo y a la muerte,
está el dosel que más se le adelanta,
los miedos, sobresaltos, sinsabores,
vejez, enfermedades y dolores...
y, sobre todo, el curso irreparable
con que en los breves días se consume
el bien mayor, el gusto más durable
del que en su estado y fuerzas más presume,
hallo al hombre tan pobre, tan instable,
que toda su grandeza se resume
en ciega vanidad, locos vaivenes
de propios males y de inciertos bienes.
Todo es sombra, y no más. Mas donde en todo
es digna de llamar la humana suerte,
es a ver cuán a tiento y de qué modo
anda el hombre en la vida y en la muerte:
aquí le dan la mano, allí del codo,
aquí le hacen errar, allí que acierte...
¡Oh laberinto humano! ¡Cuán a ciegas
los gustos das o los contentos niegas!
De la jurisdicción de la Fortuna
estos turbios celajes forjó el hado,
sin que haya vista tan de lince alguna
que el fondo alcance a ver de su nublado:
sola ella en dispensar su antojo es una,
y Rustaquio Abdelmón su más privado,
en cuyo bien jamás supo estar queda,
hasta darle la cumbre de su rueda.
Por todas las edades que en el mundo
mi estrecha alma gozó vital aliento,
de fortuna favor tan sin segundo
mi vista vio, ni en su memoria siento;
y la larga experiencia en que me fundo
no es de un año ni dos, de diez ni ciento:
millares de años son y años perfetos
los que el mundo he cursado y sus secretos.
Dexo ahora el contar como criadas
las almas ya, por áspero castigo
de sus primeras culpas son ligadas
en frágil nudo al cuerpo su enemigo:
y como de uno en otro barajadas
siempre mudando van casa y abrigo
y en nueva forma y vida diferente:
eternas vueltas dan eternamente.
Hoy suelen habitar un cuerpo humano
y mañana hallarse en el de un bruto;
yo fui primero un capitán troyano,
después Armodio, un noble disoluto;
una vez fui gigante, otra fui enano,
otra Lisander, un mordaz astuto,
y dentro de Pitágoras el mudo
al mundo hice un filósofo sañudo.
Después fui rey, después un elefante,
tras esto la ramera Aspasia y, luego,
Atenedoro, un fiel representante,
y Epídices, cobarde orador griego.
Fui Terpandro, gran músico y danzante,
que a la arpa añadió una cuerda, y ciego
olvidé los primores que sabía,
camello fui otra vez, gallo otro día.
Médico de opinión y mal poeta,
en Periandro nací, y el seso lleno
de quimeras seguí tras la imperfeta
senda, sin encontrar un verso bueno;
fui Epicuro glotón, fui la indiscreta
Filomena, fui el asno de Sileno,
fuí Foción, hablador de dichos vanos,
y fui Ademedes, jugador de manos.
Fui Heráclito el risueño, fui el mendigo
Parresias, fui Diomedes el tirano
y, entre estos varios mundos, al abrigo
de un árbol de oro fui pavón lozano:
puesto de la fortuna por testigo
a los ciegos discursos de su mano,
donde de un barajado mundo a ciento
los disgustos reparte y el contento.
En medio lo poblado de la tierra
un altísimo monte se levanta,
que un yerto cerro y escabrosa sierra
hasta las cumbres es desde su planta:
su altura aquí en pomposos ramos cierra
de un árbol celestial la insigne planta,
de esmeraldas sus hojas, de oro el tronco,
lustroso de una parte y de otra bronco.
Lleva por fruta y flor honras y afrentas,
una y otra fortuna indiferente,
y ella en sus ramos puesta con violentas
manos la coge y da confusamente.
Al pie del árbol van olas hambrientas
sin tiento de confusa y ciega gente,
que por los riscos sin cesar trepando
unos cayendo van y otros volando.
En piñas de oro cae la fruta altiva,
y coge cada cual la más galana,
y bien si todas de oro caen de arriba,
una podrida sale, y otra vana:
unas llenas de muerte , otras de esquiva
afrenta , y otras de honra soberana,
este lisonjas halla, el otro honores,
y a otro un áspid le pica entre las flores.
De gusto aquel, y de tesoros llena
su piña coge y, al cerrar la mano,
en lugar del contento halla la pena,
y las riquezas vueltas aire vano:
por uno al fin que acierta con la buena,
la suerte yerran mil, ¡oh engaño humano!
que la fortuna puesta sobre todos
de un error ríe los diversos modos.
Yo aquí imitando su pomposa rueda,
en la que de mis plumas componía,
lozano pavón vuelto a la vereda
del curso humano fui gran tiempo espía:
y, aunque vi allí grandezas de que pueda
hacer alarde aquí la lengua mía,
ni en esta edad hallé ni en otra alguna
como la de Abdelmón igual fortuna.
Muchos hay que de humildes fundamentos
se alzaron a supremas dignidades,
príncipes hubo, cuyos nacimientos
apenas los conocen las edades;
pero fueron al fin sus crecimientos
hijos de sus altivas voluntades,
saliéndole a ayudar en el camino
por esta o la otra parte a su destino.
Mas Rustaquio Abdelmón que hoy rige al mundo
todo es parto feliz de la Fortuna.
Ella el paso primero, ella el segundo
dio у los demás en su creciente Luna;
ni él la solicitó, ni su fecundo
reino le debe diligencia alguna,
que cuanta majestad goza en su altura,
todo es hinchado golpe de ventura."
Esto cantaba el ruiseñor al vuelo
de las aves que oyéndole se espantan,
que con arpadas lenguas siempre al cielo
misterios a este semejantes cantan:
y n0 sin causa, que en el mauro suelo
así en las cosas de Abdelmón discantan,
que de cuantos adoran en la Luna
por monstruo le confiesan de Fortuna.
Rústico hijo de un humilde ollero,
en África le halló su estrella un día
que formar el dibuxo verdadero
de un hombre venturoso pretendía:
fue de su dicha el escalón primero
un real carbunco, en quien el Sol hacía
nuevo retrato suyo, y entre peñas
él a los ojos con vislumbres señas.
Huyendo una enroscada sierpe, que arde
en sus escamas de oro el campo raso,
que el triplicado silbo al pie cobarde
a tiempo le hizo huir medroso el paso,
donde la rica piedra haciendo alarde
está de su beldad, tropezó a caso
y, al caer sin tiento en el estéril llano,
Fortuna misma se la dio en la mano.
Y él, sin hacer de su valor estima,
tibia la lleva y, desganadamente,
cuando a Vanicio vio, que era la prima
en presunción de su aldeana gente,
diole la piedra, y vio cómo no estima
su resplandor el bárbaro insipiente,
que en ignorantes manos la más fina
perla se vuelve humilde cornerina.
Y él, conociendo el sin igual tesoro
que en su estrecha materia se incluía,
en cuya estimación es pobre el oro,
y humilde la más noble pedrería,
guardándole a su dicha aquel decoro
que a tan nuevo favor se le debía,
de todo su caudal se necesita
por comprar la preciosa margarita.
Comprola, y dio por ella su pobreza,
y con ella quedó próspero y rico.
No sabe en qué emplear tanta riqueza,
que el mundo todo a su grandeza es chico:
ya del sayal le enfada la baxeza,
en brocado trocar quiere el pellico,
sobre su estéril paja está acostado,
y allí se sueña en tálamo dorado.
[...]
Desta muerte infeliz el golpe extraño
los males dio que a Creta han perseguido,
desta crueldad nacieron, deste daño...
El reino está en desgracias consumido:
alzáronse las nubes con el año,
dejó su fuego el aire corrompido,
y el fértil campo, ya agostado y seco,
de sus tributos hizo estéril trueco.
Sembró Mercurio horrible pestilencia
de fieras sierpes y aires venenosos,
que la reina mataron sin clemencia,
y fueron menos que ella rigurosos;
cumpliéndose del hado la sentencia,
que a Creta dio en agüeros espantosos
de su llama infeliz una centella,
a fin que su quietud se abrase en ella.
Está el ignoto laberinto hecho
por la mano de Dédalo ingeniosa,
de la rica ciudad un breve trecho,
al ciego amparo de una selva umbrosa;
donde un real monstruo de doblado pecho
posada tuyo y cárcel engañosa,
y al fin la luz de un hilo delicados
hacerlo pudo claro de intrincado...
De aquí espantosos nacen todavía
disformes bultos, sombras infernales,
este el fuego encendió que en Creta ardía,
y parió en ella los presentes males:
sobre este oscuro laberinto un día
un rico templo de arcos inmortales
se vio nacido, ardiendo su tesoro
en las basas de cien colunas de oro.
En medio la alta fábrica preciosa,
de un enlutado pórfido labrada,
una sombría tumba está pomposa,
sobre diez ninfas de cristal sentada:
y otra enlutada bóveda vistosa
de mosaicos follajes antorchada,
así en arcos levanta su tesoro,
que humilde hace en su respeto al oro.
En hombros destas ninfas se sustenta
la enlutada y funesta pesadumbre,
y con sus diestras manos se alimenta
al templo una inmortal y eterna lumbre:
y así al mundo sus luces acrecienta
con la que al oro enciende en su techumbre,
que hizo bajando al mar que se dijese,
que el día en Creta a no morir naciese.
Del real sepulcro en las doradas barras,
con que su arqueada bóveda crecía,
de un dragón de oro en las azules garras
una guirnalda daba lumbre al día;
brillando toda está luces bizarras
de flores de tan rica pedrería,
que igualar su tesoro a los de Craso,
es comparar la mar a un chico vaso.
Por hojas, esmeraldas; y, por flores,
rubís ardientes, perlas cristalinas,
rubios topacios, iris de colores,
blancos jacintos, amatistas finas,
camafeos cubiertos de primores,
y entre las agoreras amandinas
con esta letra un real carbunco frío,
por la venganza tuya, y honor mío."
En el hueco sepulcro otro letrero
la muerte entre diamantes descubría,
y aunque amasado de oro el rostro fiero,
con el verso mataba, que decia:
"En cada luna una doncella espero
que aquí degüelle la venganza mía,
hasta que ponga otra mayor belleza
esta hermosa guirnalda en su cabeza."
Turbado del prodigio de la muerte
a ver el nuevo templo el pueblo vino,
confuso del rigor con que le advierte
su destruición el celestial destino:
Ley sin piedad, cruel y adversa suerte
la juzgara el tirano más sanguino;
librarse quieren todos del tormento,
mas no poner ninguno el instrumento.
Del Consejo del rey salió acordado
que se ejecute lo que el cielo ordena,
y, el sacrificio, cual lo pide el hado,
se ofrezca cada mes la luna llena;
hasta que en sangre laven su pecado,
y con la culpa quede igual la pena
Y a este fin se procure por la tierra
la beldad que mayor caudal encierra.
De los reinos de amor las más hermosas
a grande expensa y gastos son buscadas,
y para las exequias dolorosas
en pronósticos tristes alistadas:
aquí solas las feas son dichosas,
y todas las hermosas desdichadas;
si ser en algo venturosa quiere
váyase a Creta la que fea fuere.
Sus gentes en las islas comarcanas
ni oro han dejado ni doncella hermosa,
escogiendo en las flores más tempranas
para su triste altar la mejor rosa:
al fin, entre estas víctimas humanas
un día cautivaron a mi diosa,
y el rey, viendo la luz por quien yo vivo,
de una cautiva se sintió cautivo.
Pervirtió el nuevo amor los sacrificios,
y, la que iba a ser víctima sagrada,
en lugar de los dioses más propicios
por diosa instituyó fuese adorada:
mas ya el cielo cansado de sus vicios,
al nuevo altar de la beldad amada
dio por verdugo la disforme fiera,
que le vengara si por mí no fuera.
De allí, cual dije, liberté la vida
de quien la mía en pago me ha quitado,
y en triunfo ilustre a la ciudad traída
nuevo decreto el real Consejo ha dado:
que a las primeras suertes sea admitida,
y sujeta al rigor del duro hado,
sin que mando de rey ni otra potencia
en algo altere esta última sentencia.''
De doce de la urna aborrecible
la última fue a salir mi amada diosa,
con que el cielo mostró en señal visible
ser la menos decente y más hermosa:
ya once altares corrían sangre horrible
de infeliz hermosura ¡extraña cosa!
que más la hambre y mortandad crecía
cuando algún sacrificio se hacía.