FRANCISCO RODRÍGUEZ MARÍN (1855-1943)
ANHELOS
Agua quisiera ser, luz y alma mía,
que con su transparencia te brindara;
porque tu dulce boca me gustara,
no apagara tu sed, la encendería.
Viento quisiera ser: en noche umbría
callado hasta tu lecho penetrara,
y aspirar por tus labios me dejara,
y mi vida en la tuya infundiría.
Fuego quisiera ser para abrasarte
en un volcán de amor, ¡oh, estatua inerte,
sorda a las quejas de quien supo amarte!
Y después para siempre poseerte,
tierra quisiera ser, y disputarte
celoso a la codicia de la muerte.
CHISMOGRAFÍA.
Dícenme que decís, ex reina mía,
que os dicen que yo he dicho aquel secreto.
Y yo digo que os digo en un soneto
que es decir por decir tal tontería.
¡Que tal cosa digáis..! ¡Quién lo diría!
¡Digo! ¿Iba yo a decir..? Digo y prometo
que digan lo que digan, yo respeto
lo que decís que os dije el otro día.
No digo que no digan (y me aflige)
lo que decís que dicen, pues barrunto
que dicen que hay quien dice por capricho.
Mas decid vos que digo que no dije
lo que dicen que dije de este asunto:
ni dije, ni diré. ¡Lo dicho, dicho!
A UN BIEN EFÍMERO.
¡Oh inesperado bien que a mí viniste!
¡Cómo en mi corazón te aposentaste,
y en céfiros efluvios lo inundaste,
y en un mar de delicias lo meciste!
Pues en tu fuego el alma me encendiste,
¿por qué, al irte, encendida la dejaste?
Para durar tan poco, ¿a qué llegaste?
Y si llegar te plugo, ¿por qué huiste?
Relámpago fugaz, ¡oh, bien!, has sido,
que aun no del todo el fulgurar se advierte,
cuando ya es apagado y fenecido.
Pero aún así bendeciré mi suerte,
¡oh, bien!, porque perdiéndote he perdido
el receloso miedo de perderte.
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