Abusos de las disputas verbales
§. I
1. He oído, y leído mil veces (mas ¿quién no lo ha oído, y leído?) que el fin, si no tal, primario de las Disputas Escolásticas, es la indagación de la verdad. Convengo en que para eso se instituyeron las Disputas; mas no es ese por lo común el blanco a que se mira en ellas. Dirélo con voces Escolásticas. Ese es el fin de la obra; mas no del operante. O todos, o casi todos los que van a la Aula, o a impugnar, o a defender, llevan hecho propósito firme de no ceder jamás al contrario, por buenas razones que alegue. Esto se proponen, y esto ejecutan.
2. Ha siglo y medio, que se controvierte en las Aulas con grande ardor, sobre la Física Predeterminación, y Ciencia Media. Y en este siglo y medio jamás sucedió, que algún Jesuita saliese de la Disputa resuelto a abrazar la Física Predeterminación, o algún Tomista a abandonarla. Ha cuatro siglos que lidian los Scotistas con los de las demás Escuelas, sobre el asunto de la Distinción real formal. ¿Cuándo sucedió, que movido de la fuerza de la razón el Scotista, desamparase la opinión afirmativa; o el de la Escuela opuesta, la negativa? Lo propio sucede en todas las demás cuestiones, que dividen Escuelas, y aún en las que no las dividen. Todos, o casi todos van resueltos a no confesar superioridad a la razón contraria. Todos, o casi todos, al bajar de Cátedra, [2] mantienen la opinión que tenían, cuando subieron a ella. ¿Pues qué verdad es ésta, que dicen van a descubrir? Verdaderamente parece, que éste es un modo de hablar puramente Teatral.
3. ¿Pero acaso, aunque los combatientes no cejen jamás de las preconcebidas opiniones, los oyentes, o espectadores del combate harán muchas veces juicio de que la razón está de esta, o de aquella parte, y así para éstos, por lo menos, se descubrirá la verdad? Tampoco esto sucede. Los oyentes capaces, ya tomaron partido, ya se alistaron debajo de estas, o aquellas banderas, y tienen la misma adhesión a la Escuela que siguen, que sus Maestros. ¿Cuándo sucede, o cuándo sucedió, que al acabarse un acto literario, alguno de los oyentes, persuadido de las razones de la Escuela contraria, pasase a alistarse en ella? Nunca llega ese caso, porque aunque vean prevalecer el campeón, que batalla por el partido opuesto, nunca atribuyen la ventaja a la mejor causa, que defiende, sino a la debilidad, rudeza, o alucinación del que sustentaba su partido. Nunca en el contrario reconocen superioridad de armas, sí sólo mayor valentía de brazo.
4. ¿Mas qué? ¿Por eso condeno como inútiles las disputas? En ninguna manera. Hay otros motivos, que las abonan. Es un ejercicio laudable de los que las practican, y un deleite honesto de los que las escuchan. El tratar, y oír tratar frecuentemente materias científicas, infunde cierto hábito de elevación al entendimiento, por el cual está más dispuesto a mirar con desdén los deleites sensibles, y terrestres. Aun prescindiendo de esta razón, cuanto más se engolosinare la atención en aquellos objetos, tanto más se debilitará su afición a éstos, porque la disposición nativa de nuestro espíritu es tal, que, a proporción que se aumenta en él la impresión de un objeto, se mitiga la de otro. Finalmente, el ejercicio de la disputa instruye, y habilita para defender con ventajas los Dogmas de la Religión, e impugnar [3] los errores opuestos a ella. Y este motivo es de suma importancia.
5. Mas por lo que mira a aclarar la verdad en los asuntos, que se controvierten en las Escuelas, es verisimil que ésta se estará siempre escondida en el pozo de Demócrito. Bien lejos de ponerse los conatos, que se jactan para descubrirla, yo me contentaría con que no se pusiesen para obscurecerla. Daño es éste, que he lamentado en las Escuelas desde que empecé a frecuentarlas. No de todos los profesores me quejo; pero sí de muchos, que en vez de iluminar la Aula con la luz de la verdad, parece que no piensan sino en echar polvo en los ojos de los que asisten en ella. A cinco clases podemos reducir a estos, porque no en todos reinan los mismos vicios, aunque hay algunos, que incurren en todos los abusos, de que vamos a tratar.
§. II
6. Los primeros son aquellos, que disputan con demasiado ardor. Hay quienes se encienden tanto, aun cuando se controvierten cosas de levísimo momento, como si peligrase en el combate su honor, su vida, y su conciencia. Hunden la Aula a gritos, afligen todas sus junturas con violentas contorsiones, vomitan llamas por los ojos. Poco les falta para hacer pedazos Cátedra, y barandilla con los furiosos golpes de pies, y manos.
10. El segundo abuso, que se da mucho la mano con el primero, es herirse los disputantes con dicterios. En las tempestades de la cólera, pocas veces suena tan inocente el trueno de la voz, que no le acompañe el rayo de la injuria. Es dificultosísimo en los que se encienden demasiado, regir de tal modo las palabras, que no se suelte una, o otra ofensiva.
14. El tercer abuso es la falta de explicación. Este defecto, aunque menos voluntario, no es menos nocivo. En él se incide frecuentísimamente. Muchas alteraciones porfiadísimas se cortarían felizmente sólo con explicar recíprocamente el arguyente, y el sustentante la significación, que dan a los términos. Es el caso, que muchísimas veces uno da a una voz cierta significación, y otro otra diferente; y uno le da significación más lata, otro más estrecha; uno más general, otro más particular. Entrambos dicen verdad, y entrambos se impugnan acerbísimamente, escandalizándose cada uno de lo que dice el otro. Entrambos dicen verdad, porque cualquiera de las dos proposiciones, en el sentido en que toma los términos el que la profiere, es verdadera. Con todo se van multiplicando silogismos sobre silogismos, y todos dan en vacío, porque en la realidad están acordes, y sólo en el sonido niega el uno lo que afirma el otro.
16. El cuarto abuso es argüir sofísticamente. Los Sofistas hacen un papel tan odioso en las Aulas, como en los Tribunales los tramposos. Entre los antiguos Sabios eran tenidos por los truhanes de la Escuela. Luciano los llamó Monos de los Filósofos. Y yo les doy el nombre de Titereteros de las Aulas. Una, y otra son Artes de ilusiones, y trampantojos. Platon (in Euthydemo) dice, que la aplicación a los Sofismas es un estudio vilísimo, y ridículos los que se ejercitan en él: Studium hoc vilissimum est, & qui in eo versantur, ridiculi. Poco antes había dicho (sentencia digna de Platon) que es cosa más vergonzosa concluir a otro con sofismas, que ser concluido de otro con ellos.
22. El quinto, y último abuso, o defecto, que hallamos en las disputas verbales, es la establecida precisión de conceder, o negar todas las proposiciones de que consta el argumento. Este defecto (si lo es) general [11], pues todos lo practican así. Pero entiendo, que muchos que lo practican, acaso los más, no lo hacen por dictamen de que eso sea lo más conveniente, sino por la casi inevitable necesidad, en que los pone la costumbre establecida. Ocurren muchas veces en el argumento proposiciones, de cuya verdad, o falsedad no hace concepto determinado el que defiende. Parece ser contra razón, que entonces conceda, ni niegue. ¿Por qué ha de conceder lo que ignora si es verdadero, o negar lo que no sabe si es falso? ¿Pues qué expediente tomará? No decir concedo ni nego, sino dudo. Esto manda la santa ley de la veracidad. En el caso propuesto, ni asiente, ni disiente positivamente: Luego concediendo, o negando, falta a la verdad; porque conceder la proposición, es expresar que asiente a ella; y negar, es manifestar que disiente positivamente. Sólo diciendo que duda, se conformarán las palabras con lo que tiene en la mente. Ni por eso se empantanará el argumento (que es el inconveniente, que se me podría objetar) porque al arguyente incumbe probar la verdad de su proposición, cuando duda de ella el que defiende, del mismo modo que si la negase.
§. I
1. He oído, y leído mil veces (mas ¿quién no lo ha oído, y leído?) que el fin, si no tal, primario de las Disputas Escolásticas, es la indagación de la verdad. Convengo en que para eso se instituyeron las Disputas; mas no es ese por lo común el blanco a que se mira en ellas. Dirélo con voces Escolásticas. Ese es el fin de la obra; mas no del operante. O todos, o casi todos los que van a la Aula, o a impugnar, o a defender, llevan hecho propósito firme de no ceder jamás al contrario, por buenas razones que alegue. Esto se proponen, y esto ejecutan.
2. Ha siglo y medio, que se controvierte en las Aulas con grande ardor, sobre la Física Predeterminación, y Ciencia Media. Y en este siglo y medio jamás sucedió, que algún Jesuita saliese de la Disputa resuelto a abrazar la Física Predeterminación, o algún Tomista a abandonarla. Ha cuatro siglos que lidian los Scotistas con los de las demás Escuelas, sobre el asunto de la Distinción real formal. ¿Cuándo sucedió, que movido de la fuerza de la razón el Scotista, desamparase la opinión afirmativa; o el de la Escuela opuesta, la negativa? Lo propio sucede en todas las demás cuestiones, que dividen Escuelas, y aún en las que no las dividen. Todos, o casi todos van resueltos a no confesar superioridad a la razón contraria. Todos, o casi todos, al bajar de Cátedra, [2] mantienen la opinión que tenían, cuando subieron a ella. ¿Pues qué verdad es ésta, que dicen van a descubrir? Verdaderamente parece, que éste es un modo de hablar puramente Teatral.
3. ¿Pero acaso, aunque los combatientes no cejen jamás de las preconcebidas opiniones, los oyentes, o espectadores del combate harán muchas veces juicio de que la razón está de esta, o de aquella parte, y así para éstos, por lo menos, se descubrirá la verdad? Tampoco esto sucede. Los oyentes capaces, ya tomaron partido, ya se alistaron debajo de estas, o aquellas banderas, y tienen la misma adhesión a la Escuela que siguen, que sus Maestros. ¿Cuándo sucede, o cuándo sucedió, que al acabarse un acto literario, alguno de los oyentes, persuadido de las razones de la Escuela contraria, pasase a alistarse en ella? Nunca llega ese caso, porque aunque vean prevalecer el campeón, que batalla por el partido opuesto, nunca atribuyen la ventaja a la mejor causa, que defiende, sino a la debilidad, rudeza, o alucinación del que sustentaba su partido. Nunca en el contrario reconocen superioridad de armas, sí sólo mayor valentía de brazo.
4. ¿Mas qué? ¿Por eso condeno como inútiles las disputas? En ninguna manera. Hay otros motivos, que las abonan. Es un ejercicio laudable de los que las practican, y un deleite honesto de los que las escuchan. El tratar, y oír tratar frecuentemente materias científicas, infunde cierto hábito de elevación al entendimiento, por el cual está más dispuesto a mirar con desdén los deleites sensibles, y terrestres. Aun prescindiendo de esta razón, cuanto más se engolosinare la atención en aquellos objetos, tanto más se debilitará su afición a éstos, porque la disposición nativa de nuestro espíritu es tal, que, a proporción que se aumenta en él la impresión de un objeto, se mitiga la de otro. Finalmente, el ejercicio de la disputa instruye, y habilita para defender con ventajas los Dogmas de la Religión, e impugnar [3] los errores opuestos a ella. Y este motivo es de suma importancia.
5. Mas por lo que mira a aclarar la verdad en los asuntos, que se controvierten en las Escuelas, es verisimil que ésta se estará siempre escondida en el pozo de Demócrito. Bien lejos de ponerse los conatos, que se jactan para descubrirla, yo me contentaría con que no se pusiesen para obscurecerla. Daño es éste, que he lamentado en las Escuelas desde que empecé a frecuentarlas. No de todos los profesores me quejo; pero sí de muchos, que en vez de iluminar la Aula con la luz de la verdad, parece que no piensan sino en echar polvo en los ojos de los que asisten en ella. A cinco clases podemos reducir a estos, porque no en todos reinan los mismos vicios, aunque hay algunos, que incurren en todos los abusos, de que vamos a tratar.
§. II
6. Los primeros son aquellos, que disputan con demasiado ardor. Hay quienes se encienden tanto, aun cuando se controvierten cosas de levísimo momento, como si peligrase en el combate su honor, su vida, y su conciencia. Hunden la Aula a gritos, afligen todas sus junturas con violentas contorsiones, vomitan llamas por los ojos. Poco les falta para hacer pedazos Cátedra, y barandilla con los furiosos golpes de pies, y manos.
10. El segundo abuso, que se da mucho la mano con el primero, es herirse los disputantes con dicterios. En las tempestades de la cólera, pocas veces suena tan inocente el trueno de la voz, que no le acompañe el rayo de la injuria. Es dificultosísimo en los que se encienden demasiado, regir de tal modo las palabras, que no se suelte una, o otra ofensiva.
14. El tercer abuso es la falta de explicación. Este defecto, aunque menos voluntario, no es menos nocivo. En él se incide frecuentísimamente. Muchas alteraciones porfiadísimas se cortarían felizmente sólo con explicar recíprocamente el arguyente, y el sustentante la significación, que dan a los términos. Es el caso, que muchísimas veces uno da a una voz cierta significación, y otro otra diferente; y uno le da significación más lata, otro más estrecha; uno más general, otro más particular. Entrambos dicen verdad, y entrambos se impugnan acerbísimamente, escandalizándose cada uno de lo que dice el otro. Entrambos dicen verdad, porque cualquiera de las dos proposiciones, en el sentido en que toma los términos el que la profiere, es verdadera. Con todo se van multiplicando silogismos sobre silogismos, y todos dan en vacío, porque en la realidad están acordes, y sólo en el sonido niega el uno lo que afirma el otro.
16. El cuarto abuso es argüir sofísticamente. Los Sofistas hacen un papel tan odioso en las Aulas, como en los Tribunales los tramposos. Entre los antiguos Sabios eran tenidos por los truhanes de la Escuela. Luciano los llamó Monos de los Filósofos. Y yo les doy el nombre de Titereteros de las Aulas. Una, y otra son Artes de ilusiones, y trampantojos. Platon (in Euthydemo) dice, que la aplicación a los Sofismas es un estudio vilísimo, y ridículos los que se ejercitan en él: Studium hoc vilissimum est, & qui in eo versantur, ridiculi. Poco antes había dicho (sentencia digna de Platon) que es cosa más vergonzosa concluir a otro con sofismas, que ser concluido de otro con ellos.
22. El quinto, y último abuso, o defecto, que hallamos en las disputas verbales, es la establecida precisión de conceder, o negar todas las proposiciones de que consta el argumento. Este defecto (si lo es) general [11], pues todos lo practican así. Pero entiendo, que muchos que lo practican, acaso los más, no lo hacen por dictamen de que eso sea lo más conveniente, sino por la casi inevitable necesidad, en que los pone la costumbre establecida. Ocurren muchas veces en el argumento proposiciones, de cuya verdad, o falsedad no hace concepto determinado el que defiende. Parece ser contra razón, que entonces conceda, ni niegue. ¿Por qué ha de conceder lo que ignora si es verdadero, o negar lo que no sabe si es falso? ¿Pues qué expediente tomará? No decir concedo ni nego, sino dudo. Esto manda la santa ley de la veracidad. En el caso propuesto, ni asiente, ni disiente positivamente: Luego concediendo, o negando, falta a la verdad; porque conceder la proposición, es expresar que asiente a ella; y negar, es manifestar que disiente positivamente. Sólo diciendo que duda, se conformarán las palabras con lo que tiene en la mente. Ni por eso se empantanará el argumento (que es el inconveniente, que se me podría objetar) porque al arguyente incumbe probar la verdad de su proposición, cuando duda de ella el que defiende, del mismo modo que si la negase.
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