José Zorrilla tomó posesión en 1885 de su plaza en la Academia escribiendo para la ocasión un famoso discurso en verso en que rechaza la poesía callejera y sin idealismo y reduce a ritmo, brillo y musicalidad el don de su poesía, en la que declara haber perdido la fe, haciéndose una muy dura autocrítica: ''Divagador y descriptor difuso, / productor tan sin plan como sin ciencia, / y versificador tan laberíntico / que con versos labré rombos y trenzas, / si es flor mi poesía, es inodora, / rítmica y musical, mas sin ideas / poeta sin doctrina ni enseñanza, / útil al bien social ¿de mí qué resta? / Humo de antorchas y rumor de aplausos, / lo único que de sí rastro no deja: / el humo se disipa al exhalarse / y el aplauso subsiste lo que suena''
Pero el eco becqueriano había depurado su poesía notablemente, como se ve en la "Introducción" a La leyenda del Cid, 1882, después del preambulo pintoresco de la descripción de Burgos:
Corona condal de España,
floronada de castillos,
empenachada de torres
hechas de encaje finísimo;
ciudad labrada con piedras,
cuyo alto valor artístico
en cada muro te ofrece
de diamantes un cintillo;
reina cuya cabellera
da al viento, en lugar de rizos,
dos trenzas de hebras de roca
de sutileza prodigios,
con vistosísimas plumas
trabajadas en granito,
dos cinceladas agujas
primores del arte ojivo,
asombro de las naciones,
mofa del viento y los siglos,
de su blasón lambrequines
y de su gloria obeliscos;
ciudad madre de los reyes
y los hidalgos invictos
que dieron en tus solares
al reino español principio:
muy noble ciudad de Burgos,
sultana de los castillos,
oye lo que con el alma
en estas hojas te digo;
y haz cuenta que respetuoso
ante tus puertas me hinco,
para ofrecerte de hinojos
un ejemplar de este libro.
Nobilísima ciudad,
aunque no nací tu hijo,
por ser madre de mi madre
te tengo filial cariño.
De los campos que a tu asiento
sirven de alfombra en un pico,
del viejo Muño a la falda
y a la sombra de un sotillo,
hay un rincón de tu tierra
que fue de mi madre y mío,
donde ésta con su memoria
me ha dejado un paraíso.
Ya ves que son burgaleses,
aunque tu hijo no he nacido,
la sangre que en mí circula
y el aire con que suspiro.
Por eso te he amado siempre,
y, mientras ciego y perdido
erré por mar y por tierra
del mundo en el laberinto,
en medio de sus escollos,
a través de sus peligros,
por encima de sus glorias
y a despecho de su olvido,
tu recuerdo siempre fresco,
como laurel inmarchito,
arraigado en mi memoria
sombreando mi alma ha ido.
Fotografiado he llevado
en mis pupilas el sitio
donde a orillas del Arlanza
elevas tus edificios;
y el susurro de tus olmos,
y el murmullo de tu río,
y el timbre de tus campanas
he llevado en mis oídos.
De ti jamás un recuerdo
me dio al corazón martirio,
de ti jamás una espina
se me enconó en el espíritu.
Tus memorias, juguetonas
cual tus corderos merinos,
sabrosas como tu leche,
doradas como tus trigos,
por doquier para mí fueron
de mis penas lenitivo,
de mis esperanzas faro,
de mis dolores alivio.
Tu espolón entre dos puentes,
el torreado frontispicio
del arco imagineriado
que restauró Carlos quinto,
tus desmantelados cubos,
tus arabescos postigos,
tus agudos campanarios,
tus cruceros cupulinos,
tus filigranadas torres,
tus nobles templos tan ricos
en cresterías y mármoles,
en verjerías y vidrios,
en las naves prodigados,
en sepulturas y nichos,
bóvedas, y botareles,
ajimeces, balconcillos,
pórticos, escalinatas,
pasamanos, fustes, plintos,
por camarines y claustros
de detalles tan prolijos,
de labor tan minuciosa,
de tan diferente estilo
crestonado, alicatado,
losanjeado, laberíntico,
fenicio, celta, romano,
godo, árabe, bizantino
esas mil partes, en fin,
que forman el nunca visto
conjunto del noble todo,
que hace del Burgos antiguo
por el nuevo abigarrado
un cuadro característico,
original, pintoresco,
sin par, y palpable y vivo,
se conservó en mi memoria
perennemente esculpido.
Por eso te he amado, Burgos
y al volver de un ostracismo,
que no por ser voluntario
menos amargo me ha sido,
corrí anheloso a tu seno
como a su oasis nativo
vuelve a través del desierto
el árabe peregrino.
Tú, ciudad leal y noble,
con espontáneo cariño
reconociste al poeta
vagabundo y fugitivo;
abrazaste al hijo prodigo,
le diste en tu hogar asilo,
le diste asiento en tu mesa,
convocaste a los amigos,
y celebraste su vuelta
cual la de tu hijo legítimo,
con saraos, serenatas,
convites y regocijos.
Por eso te adoro. Burgos:
porque la primera has sido
que de mi niñez quisiste
volver a escuchar los himnos;
y aunque echaste en ellos menos
cuando volvistes a oírlos
los juveniles arranques
de su vigor primitivo,
no me los desestimaste;
pues sabes que si es preciso
morir o llegar a viejo,
envejecer no es delito.
Por eso he determinado,
mas que audaz, agradecido,
dedicarte este volumen,
tan sin valor por ser mío.
Porque ¡ay de mí! noble Burgos,
no tengo para ello títulos:
pues nada soy en el mundo,
ni nada jamás he sido.
Yo que marché por la tierra
solo, independiente, altivo,
dejando entre sus zarzales
fui pedazos de mí mismo.
Yo no he creído jamás
en la fe de los políticos,
y nunca viento a mis ver.sos
ha dado ningún partido.
Yo que luz, ni poesía,
ni fe en mis tiempos he visto,
poeta ignaro y excéntrico
extraño a los tiempos míos,
evocando los recuerdos
de las centurias que han sido
he vivido entre las ruinas
cual solitario pelícano;
razas y revoluciones
han girado en torno mío
sin poder arrebatarme
ni un solo instante en su giro.
Y a fuerza de ocupar siempre
el centro del remolino
social, que todo lo mueve
arrastrándolo consigo,
he llegado a estacionarme:
y, anonadado y perdido,
a fuerza de no ser nada
no doy razón de mí mismo.
Así que no me preguntes,
Burgos, quién soy ni qué he sido,
do voy ni de dónde vengo,
porque no sabré decírtelo.
Soy un átomo amante,
que voy sonoro
por la atmósfera errante,
do canto y lloro;
pero mi canto
no se sabe si es nunca
cantar o llanto.
I
Yo mismo tal vez ignoro
quién soy y de donde vengo,
dónde voy y por qué tengo
triste o gayo el corazón.
Tal vez de alegría lloro,
tal vez de tristeza canto,
mas de mi himno y de mi llanto
no sé acaso la razón.
Burgos, siento que es mi alma
de tinieblas un abismo,
y yo dentro de mí mismo
no osé nunca penetrar.
¿Quién soy, dó voy, de dó vengo,
por qué canto, por qué lloro?
¡Pregunta al viento sonoro
dónde va, sobre la mar!
Pregunta a sus verdes ondas
de dónde vienen: pregunta
al agua por qué se junta
para hacer un nubarrón;
pregunta quién es al astro
que radia en el firmamento,
pregúntale al sentimiento
por qué hiere al corazón.
Mal quién soy quien me pregunte,
su curiosidad emplea;
¿qué os importa quién yo sea,
de dó vengo y dónde voy?
Yo soy un ave de paso
a quien Dios dio una voz suave:
¿os gusta el canto del ave?
Oídme, cantando estoy.
Mas ¿quién es, os dice el ave,
a quien tenéis enjaulada?
No; pero, si preguntada,
os pudiera responder,
os diría, ¿qué os importa
mi plumaje ni mi acento?
yo soy una hija del viento,
dejadme al viento volver.
Ave de paso, quién sea
que no me pregunte nadie:
dejad al astro que radie,
dejad al viento vagar,
dejad que el mar en la playa
rompiendo sus ondas siga,
sin que sus ondas os diga
de dónde vienen, el mar.
Dejad cuajarse a la niebla
que por la atmósfera sube,
sin preguntar a la nube
por qué revienta en turbión;
y dejad libres que canten
el pájaro y el poeta;
¿quién mide ni quién sujeta
su vuelo y su inspiración?
¡Dejadme: ave de paso
que nunca anida
y que vuela al acaso
sola y perdida,
yo siempre he ido,
por el aire del mundo
solo y perdido!
II
¿Quién soy? — No sé. — Voz suelta sin pecho que la exhale,
voz que ella misma ignora su germen productor,
que busca sólo acaso que el aire la propale,
yo soy tal vez un eco de incógnito rumor;
mas eco procedente de mal sondado abismo,
que vive por sí mismo, de sí germinador,
yo soy la voz perdida que va todos los ecos
buscando que del mundo se esconden en los huecos,
para corear con ellos un himno al Criador.
Yo soy la voz que agita perdida en las tinieblas
la gasa trasparente del aire sin color,
que sobre el tul ondula de las flotantes nieblas,
que del dormido lago se mece en el vapor.
Voz de hálito amoroso que con afán aspira
los cálidos efluvios de inextinguible amor:
y, cuando entre las nieblas y los vapores gira
los himnos exhalando con que de amor delira,
se embriagan con el ámbar de amor con que respira,
suspiran con el hálito de amor con que suspira
el pájaro, el insecto, y el árbol, y la flor.
Tal vez soy ese incógnito
vano lamento
que en los vacíos ámbitos
se oye del viento.
Su son perdido
¿quién sondará si es nunca
canto o gemido?
¿Quién soy? — Lo ignoro. — Tengo en mi ser
tinieblas tales, tal confusión,
que a un tiempo siente pena y placer,
ansia y hastío mi corazón.
Hoy desdichado, feliz ayer,
jamás descifro mi condición,
y mi voz nunca puedo saber
si es un lamento o una canción.
Misterios deben del alma ser:
pero yo de ellos en conclusión
Solo averiguo que por doquier
pedazos dejo del corazón.
Yo soy como el arroyo;
desde que brota,
por do va en cada hoyo
deja una gota:
que es mi destino
dejar gotas del alma
por mi camino.
III
¿Quién soy? — ¡Quién sabe! — Mi ser ignoro:
mas de armonía guardo un tesoro:
y, siendo armónica mi condición,
átomo suelto, libre, sonoro,
donde hallo un eco produzco un son.
Y, ya se exhale de un arpa de oro,
ya de una ermita del esquilón,
ya del aullido de un muecín moro,
ya de las turbas en rebelión,
ya de un insecto que errante zumbe,
ya de una gruta que honda retumbe,
ya de un torrente que se derrumbe
ya del bramido del aquilón
que el roble añoso crujiendo abata,
que atorbelline la catarata,
que los peñascos de la mar bata,
o los cimientos de un torreón,
cuanto a mi paso despierta un eco
sordo, estridente, trémulo, hueco,
cóncavo, agudo, vibrante o seco,
en mí una fibra tocando armónica
encuentra unísona repetición;
y el son más débil, más fugitivo,
me presta el tema, me da el motivo
de una plegaria o una canción.
Y en una peña desencajada,
en la cruz puesta sobre un camino,
en una torre desvencijada,
en el murmullo del mar vecino,
en los escombros de un monasterio,
en la flor única de un cementerio,
en el arranque de un puente hundido,
en el fragmento de una inscripción;
en algo móvil que no haga ruido,
en algo oculto que dé un sonido,
en algo ha mucho puesto en olvido,
fundo una historia, sondo un misterio
de que dar cuenta o explicación.
Con una brisa que el aire plega
de una neblina que el aura azula,
hago un relato que se desplega
de todo un libro por la extensión,
como un arroyo que de una vega
por entre el césped corriendo juega,
y ya se avanza, ya se recula,
ya sobre él pasa, ya no le llega,
ya se derrama, ya se acumula,
ya se desborda y el llano anega,
ya en un remanso creciendo ondula,
ya sobre el musgo de un coto salta,
ya de menudas gotas le esmalta
y huye brincando por la pradera,
desparramando su agua parlera
por la vertiente de la ladera
hasta que, escaso de agua y de son,
de su postrera lágrima rota
la última gota se hunde y agota
de arena seca por la absorción.
Así de un fútil recuerdo vago,
de la más nimia suposición,
campo y escena de cuentos hago
do mis delirios pongo en acción.
Yo soy como la hormiga:
do quier recoge
el granillo y la espiga
para su troje:
y a su hormiguero
marcado con su huella
deja el sendero.
IV
¿Quién soy? — ¿Cuál es mi sino?
¿Quién sabe? Peregrino
que gira sin camino
del mundo en rededor,
lo mismo en los sillares
do apoyan sus pilares
los domos seculares
del templo del Señor,
que al pie de los lentiscos
de los agrestes riscos,
donde hace sus apriscos
el mísero pastor,
recojo los cantares
y cuentos populares
que narra en sus hogares
el vulgo, de sus lares
ignaro historiador.
Yo hago una historia de una patraña,
que oigo a la ciega superstición
contar al fuego de una cabaña
de un aguacero de invierno al son.
Convierto en tiernos cuentos sencillos
de los pastores la relación,
y a los palacios y a los castillos
voy a hacer luego su narración.
Mas, por do quiera voy anudando
con almas tiernas honda afección;
y por do quiera que voy pasando,
pedazos dejo del corazón.
Yo soy como la abeja;
que en los rosales
toma la miel que deja
luego en panales:
y a su colmena
del dulce de las flores
va siempre llena.
V
¿Quién soy? — ¿Quién lo sabe? — Yo mismo lo ignoro.
Creyente sincero del Dios en quien fío,
a él solo me humillo, y a él solo le imploro,
do quier le he hallado velando en bien mío;
do quier le bendigo, le canto y le adoro:
do quier sus creencias evoco con brío;
cantar mi fe firme no tengo a desdoro:
no tengo del pobre vergüenza o desvío,
mi pan con él parto, su mal con él lloro:
y no me da nunca recelo ni hastío
su sórdido traje, su oscura mansión.
Los más escondidos rincones exploro,
y en todos a todos mi fe les confío,
contando a los unos un cuento sombrío
y haciendo con otros ferviente oración.
Tal es mi destino: sin oro ni hogares,
excéntrico, errante, locuaz, vagabundo,
mi herencia son solo mi fe y mis cantares
do quier que me lleva mi fe por el mundo,
y allí donde un día mi espíritu mora,
yo soy el consuelo del alma que llora:
yo cierro las llagas que el tiempo no cura
con bálsamo suave de amor y ternura:
yo riego la herida que encona la ausencia
de dulces recuerdos de amor con la esencia;
y a mí me confían su afán y sus cuitas
las almas que abrigan pasiones secretas
a eterno silencio y misterio sujetas,
y cuyas historias conservo yo escritas.
Yo vivo con esas: yo sé sus azares:
yo lloro con ellas su afán y pesares,
yo parto con ellas su oculta aflicción:
y cuando abandono por fin sus hogares,
la hiel de sus penas las vuelvo en cantares
y mi alma las mando bajo una canción.
Yo soy como las nubes,
que los vapores
derraman hechos lluvia
sobre las flores;
mi alma es un vaso
que miel vierte en las almas
que encuentra al paso.
VI
¿Quién soy? — Tú no lo ignoras, ¡oh patria a quien adoro!
tú, cuyas tradiciones son mi único tesoro,
cuya futura gloria mi solo sueño de oro,
cuya afición y estima son mi único laurel:
tú, que eres sola el germen de mi cantar sonoro,
que para ti acompañan el pastoril rabel,
el caracol marino y el tarabuk del moro,
la lira de la Grecia y el arpa de Israel. (1)
Yo soy átomo frágil a quien el viento mueve,
insecto susurrante que zumba sin cesar,
el trovador errante del siglo diez y nueve
que cruza mar y tierras en brazos del azar,
y voy, de mi fe mártir, mas fiel a mi destino,
a España por do quiera cantando sin cesar;
y por do quiera francos encuentro en mi camino
amigos que me esperan y hospitalario hogar.
Como una ave de paso
que nunca anida
y que vuela al acaso
sola y perdida,
yo siempre he ido
por el aire del mundo
solo y perdido.
Pero ave como el águila
de noble vuelo,
la voz para mis cánticos
busco en el cielo:
y donde alcanza
mi voz va derramando
fe y esperanza.
VII
¿Comprendes, noble Burgos, de crónicas archivo,
de tradición venero, de inspiración tesoro,
por qué como poeta con tus recuerdos vivo,
por qué como a la madre que me engendró te adoro?
¿Comprendes por qué el estro que en mí atesoro
no puede decir nunca si canto o lloro,
y que por eso incierto siempre mi canto
unas veces es himno y otras es llanto?
¿Comprendes que al poeta libre y amante
da Dios la voz y el alma para que cante,
y que por eso en hojas doy a los vientos,
pedazos de mi alma, cantos y cuentos?
Ya de la mía, Burgos, tienes las llaves:
de mi llanto y mis himnos la causa sabes.
Ya de hoy no me preguntes quién soy, qué tengo,
dónde voy, ni de dónde cantando vengo.
Vengo del Occidente
do muere el día,
a volver al Oriente
mi poesía;
y en tus hogares
a volver a mis cuentos
y a mis cantares.
VIII
Y como desde el primer día
en que pude oír y hablar,
mi madre me entretenía,
con los cuentos que sabia
de Ruy Díaz de Vivar,
cifra primera de gloria
de la castellana historia
y del burgalés solar,
de Ruy Díaz la memoria
voy la primera a evocar.
Mas no esperes que con pompa
de homérica entonación
emboque la épica trompa,
y, al romper mi canto, rompa
en épica invocación.
No: va a acompañar mi acento
un viejo y tosco rabel;
con él canto, y me contento
con que oiga mi pueblo atento
lo que le cante al son de él.
A que mi patria me entienda,
no aspira a más mi ambición;
otro, prez y honras pretenda;
mi atmósfera es la leyenda,
mi campo la tradición.
Si en tal aire cojo viento
y en tal campo hacino mies,
Burgos, no llevo otro intento
sino que en tu hogar asiento
entre tus hijos me des.
Notas
(1) Retoma aquí unos versos de La flor de los recuerdos (1855), suprimiendo el primero:
Yo soy aquel poeta cuyo cantar sonoro
acordes acompañan el pastoril rabel,
el caracol marino y el tarabuk del moro,
la lira de la Grecia y el arpa de Israel.
Estos versos serán evocados luego por Rubén Darío en el Autorretrato (1904) que abre la segunda etapa de su poesía,:
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana
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