(Veturia, a Coriolano, en queja por su ley contra el lujo y las modas de las sabinas, en P. Calderón de la Barca, Las armas de la hermosura):
En público el valor mío / se atreve a hablar, pues habló / en público vuestro edicto. / Que no es digno de ese honor / Coriolano, otra vez digo, / ni en vosotros para dado, / ni en él para recibido; / porque siendo las mujeres / el espejo cristalino / del honor del hombre, ¿cómo / puede, estando a un tiempo mismo / en nosotras empañado, / estar en vosotros limpio? / No blasonéis, pues, soldados, / en la rota del sabino, / de que venís con honor; / que si valientes y altivos / allá le dejáis ganado, / acá le hallaréis perdido. / Inútil os fue el valor, / poco provechoso el brío, / la resolución sin logro / y sin efecto el peligro, / pues [nada lográis quedando] / ya de nosotras mal vistos; / que si, en fe de apetecidas, / vuestro agasajo nos hizo / que descansase la queja / a la sombra del cariño, / ¿qué mucho que, despreciadas, / al contrario, el albedrío, / que fue dócil al halago, / sea rebelde al desvío? / Como esposas nos tratasteis, / nobles, corteses y finos; / pues ¿cómo ya como esclavas / nos tratáis, con tal dominio / que en mujeriles adornos / aun no nos dejáis arbitrio? / No lo sentimos por ellos; / que por lo que lo sentimos / es la desestimación, / el desdén, el descariño, / el ultraje, el ajamiento; / que si el mundo en su principio / nos privó (quizá de miedo) / del uso de armas y libros, / no del uso nos privó / de aquel aplicado aliño / con que la naturaleza / se vale del artificio. / Pues ¿cómo, siendo heredados, / contra el natural estilo / canceláis de las mujeres / los privilegios antiguos? / ¿Qué bruta nación, adonde / nunca llegar han podido / ni la política en leyes, / ni la república en juicios; / ¿qué adusto bárbaro, a quien / tostó ardiente, erizó esquivo / el sol la tez en ardores / y el aire la greña en rizos, / les negó la adoración / del humano sacrificio / de ser ellas las rogadas / y ser ellos los rendidos, / cuanto más la urbanidad / de los comercios que, dignos, / sin deslizarse a indecentes, / se mantienen en festivos? / Las mujeres, a quien deben / primer albergue nativo / los hombres y a quien los hombres / en dos maneras han sido / tan costosos al nacer, / y al criarse tan prolijos, / ¿han de vivir abatidas / a vista de quien las quiso / o lo dijo, por lo menos, / pues basta ver que lo dijo / para ver cuán desairados /estar todos es preciso, / vosotros con vuestras damas, / y Coriolano conmigo? / Y así yo, en nombre de todas, / en ira envuelta el sentido, / la lengua anegada en quejas, / la voz ardiendo en suspiros, / brotado el aliento en rayos, / destilado el llanto en hilos, / sin puntualidad la gala, / sin preceptos el aliño, / sin ley vagando el cabello, / sin orden puesto el vestido, / vuelvo a que, en nombre de todas, / digo a todos lo que a él digo. / Por noble, pues, Coriolano, / por galán, por entendido, / por cortesano en la paz, / en la guerra por invicto, / o por hombre solamente / (que harto con esto te obligo), / si como dama, te ruego / y como esclava, te pido / que aquesta infamia derogues, / haciendo que su designio / se borre de la memoria / y se escriba en el olvido. / Y si acaso a esta fineza, / de cobarde o de remiso, / no te dispone lo amante, / no te resuelve lo fino, / yo de mi parte a ti solo / y a todos os lo repito / de parte de las demás; / protesto, juro y afirmo / (por esa antorcha del día / que con afán repetido / se apaga al morir en ondas, / se enciende al nacer en visos) / que ha de ser siempre en nosotras, / si no hacéis lo que os pedimos, / el agasajo forzado, / poco seguro el cariño, / el favor poco constante, / el desabrimiento fijo, / triste y escabroso el lecho, / el gusto forzado y tibio, / con melindres la fineza, / el halago con retiros, / siempre el enojo rebelde, / nunca seguro el alivio. / Y cuando aquesto no baste, / monstruos somos vengativos. / Temed, pues, temed que el odio / quizá se pase a peligro; / que en manos de las mujeres / también, con violentos bríos, / saben herir los puñales, / saben cortar los cuchillos. / Y cuando no, ser sus ojos, / viendo el adagio cumplido, / de que las mujeres somos / milagros y basiliscos.