martes, 5 de agosto de 2025

Diálogo que habla de las condiciones de las mujeres, por Cristóbal de Castillejo

 DIÁLOGO QUE HABLA DE LAS CONDICIONES DE LAS MUJERES Fragmentos

Cristóbal de Castillejo


INTERLOCUTORES: ALETHIO, FILENO


Alethio.- Bien se conoçe, Fileno,

que andáys alegre y ufano.


Fileno.- ¿No os pareçe, Alethio hermano,

que es bien gozar de lo bueno

y alaballo?

Quanto más yo, que me hallo

preso de lindos amores,

y tan rico de favores

que peno quando los callo.


Alethio.- Sinrazón

les hazéys, si tales son,

pues la ley de amor perfeto

nos manda tener secreto

lo que está en el coraçón.


Fileno.- Bien sería,

pero yo no tomaría

plazer grande ny senzillo

a trueque de no dezillo

y gozar en conpañía

mi favor;

porque assí como el dolor

duele más siendo callado,

el plazer comunicado

diz que se haze mayor.


Alethio.- En buen hora.

Mas dezidme vos agora:

¿en qué fundáys vuestra gloria?


Fileno.- En el amor y memoria

de my amiga y my señora.


Alethio.- Ceguedad.

Ya que esso fuesse verdad,

locura sería dañosa

fundar el plazer en cosa

en que no ay seguridad.


Fileno.-¿Cómo no?


Alethio.- Porque luego que crió

Dios la primera muger,

por su culpa aquel plazer

ya veys quán poco duró.


Fileno.-Fue engañada.


Alethio.- Es verdad, mas no forçada,

y ella se dexó engañar;

de donde para burlar

y mentir quedó vezada.[...]

[...] No se entienda,

Fileno, ni se defienda

no haver hembras señaladas

que deven ser exçebtadas

de aquesta nuestra contienda

y proçesso;

que claramente confiesso

aver siempre, a la verdad,

hartas de cuya bondad

se puede bien dezir esso.

De las quales,

verdaderas y leales,

vaya lexos tal afrenta,

y solamente esta cuenta

se entienda de las no tales;

antes éstas

son causa que las honestas,

veniendo a ser conoçidas,

queden más esclareçidas,

adornadas y conpuestas

de virtud.

Mas en tanta multitud

de traydoras y alevosas,

las buenas y virtuosas

son desseo de salud.

Entre espinas

suelen naçer rosas finas

y entre cardos lindas flores

y en tiestos de labradores

olorosas clavellinas.

A buscar

se va el oro y a hallar

a montes y peñascales,

y las perlas orientales

en las conchas de la mar.[...]

[...] No ay regla tan general

que no tenga su excebçión

a la mano.

No se hizo para el sano

la sçiençia de mediçina,

y una sola golondrina

diz que no haze verano. [...]

[...] de lo general hablemos,

dexad lo particular.[...]


Fileno.- [...] Pues si Dios con su sapiençia

las mugeres ordenó,

no sin causa nos las dio.


Alethio.- Diónoslas por penitençia,

y pudiera

no criarlas si quisiera,

y oxalá no las criara,

y a nosotros nos formara

de otra materia qualquiera. [...]


MONJAS


Alethio.- [...] Dios os guarde

del fuego que entre ellas arde,

de sus temas y porfías,

contiendas y vanderías,

quando salen en alarde

sus pasiones,

con muy grandes esquadrones

de enbidias, odios, coxquillas,

differençias y rrenzillas

y corages y quistiones

y barajas.

Por el fuero de dos pajas

sostienen enemistades

que aun al fin de sus hedades

las llevan en las mortajas

apegadas.

Después que una vez ayradas

se desaman o baldonan,

con dificultad perdonan,

aunque vayan ynclinadas,

sometidas.

Al sacramento rendidas,

queriéndole reçebir,

confessadas pueden yr,

pero nunca arrepentidas,

perdonando,

ni al tiempo que están rezando

o cantando sus maytines,

que allí suelen los chapines

alguna vez yr bolando

por el coro.

No ay saña de ningún moro

contra nuestra religión,

ni braveza de león,

onça, ni tigre ni toro

ni de alano,

ni con Héctor el Troyano

fue tanto el furor de Archiles,

ni el de las guerras çiviles

que nos escrive Lucano

de Romanos,

ni de aquellos dos hermanos

de Thebas y de sus llamas,

quanto son los de estas damas

quando llegan a las manos. [...]


ALCAHUETAS


Alethio.-[...] Algunos las llaman amas

honestas, viejas pobretas,

cuyo nombre es alcahuetas,

sin más andar por las ramas.

Muy sin pena

por cal os venden arena;

es gente de rapapelo,

que de nadie tienen duelo

por comer a costa agena.

Unas dueñas

amorosas, halagüeñas

en sus gestos y visajes,

van y vienen con mensajes,

mas son algo pedigüeñas

y pesadas;

y como están desarmadas

algunas vezes de muelas,

chupan como sanguisuelas

la sangre, muy mesuradas,

dulcemente.

Es pueblo muy diligente

en prometer y mentir

y nunca se arrepentir,

porque no se lo consiente

su maldad.

Ninguna seguridad

os da su prometimiento,

porque han hecho juramento

de nunca dezir verdad

sin cohecho,

y aun con él no ay nada hecho,

porque esta gente engañosa

no tienen fin a otra cosa

sino a solo su provecho; [...]


[MUJERES EN GENERAL]


[...] ¡O animal,

más que bruto, yrraçional

y malvada bestia, a quien

hizo Dios por nuestro bien,

y ella piensa nuestro mal

sin hartura!

¡Ynperfecta criatura

hecha para ser esclava,

cruel enemiga brava

y sobervia de natura!

¡Careçiente,

general y comúnmente,

de razón, orden y ley! [...]

[...] Si grave quiere mostrarse,

pónese triste, pesada,

rostrituerta, encapotada,

que apenas dexa mirarse;

y si acuesta

a ser cortés y modesta,

dexando la gravedad,

da muestras de liviandad

con risa menos honesta,

y muy presto

aquella graçia del gesto,

con que se muestra amigable,

se haze vituperable

en su oçico conpuesto.

En un hora

canta y gruñe y ríe y llora,

es sabia y loca en un punto,

osa y teme todo junto

y niega al mesmo que adora,

y le vende;

quiere y no quiere, ni entiende

lo que quiere ni dessea.

Consigo mesma pelea,

contraria de sí, se offende

y destruye;

sigue lo mesmo que huye,

lo que sabe no lo sabe,

conçierto ninguno cabe

en lo que ordena y concluye

con razones,

porque contrarias passiones

le perturban la razón,

y en una mesma opinión

tiene muchas opiniones.


Una dama,

de mejor gesto que fama,

me acuerdo que vi en Toledo,

con tanta saña y denuedo

como un toro de Xarama

carniçero,

que en braços de un cavallero,

casi bramando dezía:

«¡Qué desventura la mía,

que no sé lo que me quiero!» [...]

El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo

 El Príncipe, Nicolás Maquiavelo

Capítulo III.

[...] Los romanos, en las provincias de las cuales se hicieron dueños, observaron perfectamente estas reglas. Establecieron colonias, respetaron a los menos poderosos sin aumentar su poder, avasallaron a los poderosos y no permitieron adquirir influencia en el país a los extranjeros poderosos. Y quiero que me baste lo sucedido en la provincia de Grecia como ejemplo. Fueron respetados acayos y etolios, fue sometido el reino de los macedonios, fue expulsado Antíoco, y nunca los méritos que hicieron acayos o etolios los llevaron a permitirles expansión alguna ni las palabras de Filipo los indujeron a tenerlo corno amigo sin someterlo, ni el poder de Antíoco pudo hacer que consintiesen en darle ningún Estado en la provincia. Los romanos hicieron en estos casos lo que todo príncipe prudente debe hacer, lo cual no consiste simplemente en preocuparse de los desórdenes presentes, sino también de los futuros, y de evitar los primeros a cualquier precio. Porque previniéndolos a tiempo se pueden remediar con facilidad; pero si se espera que progresen, la medicina llega a deshora, pues la enfermedad se ha vuelto incurable.

Sucede lo que los médicos dicen del tísico: que al principio su mal es difícil de conocer, pero fácil de curar, mientras que, con el transcurso del tiempo, al no haber sido conocido ni atajado, se vuelve fácil de conocer, pero difícil de curar. Así pasa en las cosas del Estado: los males que nacen en él, cuando se los descubre a tiempo, lo que solo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.

Pero como los romanos vieron con tiempo los inconvenientes, los remediaron siempre, y jamás les dejaron seguir su curso por evitar una guerra, porque sabían que una guerra no se evita, sino que se difiere para provecho ajeno. La declararon, pues, a Filipo y a Antíoco en Grecia, para no verse obligados a sostenerla en Italia; y aunque entonces podían evitarla tanto en una como en otra parte, no lo quisieron. Nunca fueron partidarios de ese consejo, que está en boca de todos los sabios de nuestra época: «hay que esperarlo todo del tiempo»; prefirieron confiar en su prudencia y en su valor, no ignorando que el tiempo puede traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto el bien como el mal, y tanto el mal como el bien.

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Capítulo IV

[...]Por ejemplo, los numerosos principados que había en España, Italia y Grecia explican las recuentes revueltas contra los romanos y mientras perduró el recuerdo de su existencia, los romanos nunca estuvieron seguros de su conquista; pero una vez el recuerdo borrado, se convirtieron, gracias a la duración y al poder del imperio, en sus seguros dominadores. Y así después pudieron, peleándose entre sí, sacar la parte que les fue posible en aquellas provincias, de acuerdo con la autoridad que tenían en ellas; porque, habiéndose extinguido la familia de sus antiguos señores, no se reconocían otros dueños que los romanos. Considerando, pues, estas cosas, no se asombrará nadie de la facilidad con que Alejandro conservó el Estado de Asia, y de la dificultad con que los otros conservaron lo adquirido como Pirro y muchos otros. Lo que no depende de la poca o mucha virtud del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquistado.

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Capítulo V

[...]Ahí están los espartanos y romanos como ejemplo de ello. Los espartanos ocuparon a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico, y, sin embargo, las perdieron. Los romanos, para conservar a Capua, Cartago y Numancia, las arrasaron, y no las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo habían hecho los espartanos, dejándole sus leyes y su libertad, y no tuvieron éxito: de modo que se vieron obligados a destruir muchas ciudades de aquella provincia para no perderla. Porque, en verdad, el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.