helmer.
¡Basta de
comedias! (Cierra
con llave la puerta de la antesala.) Te
quedarás aquí a rendirme cuentas. ¿Comprendes lo que has hecho?
¡Respóndeme! ¿Lo comprendes ?...
nora.
(Mirándole
fija, con una expresión creciente de rigidez.)
Sí;
ahora es cuando realmente empiezo a comprender...
helmer.
(Paseándose.)
¡Qué
horrible despertar1!
¡Durante ocho años... ella, que era mi alegría, mi orgullo... una
hipócrita... una impostora... peor aún, una criminal!... ¡Oh,
Dios! ¡Qué abismo de monstruosidad hay en todo esto! ¡Qué bajeza!
(NORA continúa
mirándole fija, sin hablar. Deteniéndose ante ella.) Debía haber
presentido lo que iba a ocurrir. Con la ligereza de principios de tu
padre... Tú los has heredado. Falta de religión, falta de moral,
falta de sentido del deber... ¡Oh! bien castigado estoy por mi
indulgencia para su conducta. Por ti lo hice, y así me correspondes.
nora.
Sí,
así.
helmer.
Has destruido toda mi
felicidad. Has arruinado todo mi porvenir... ¡Oh! da espanto
pensarlo. Estoy en manos de un hombre sin conciencia que puede hacer
de mí cuanto quiera, exigirme lo que sea, sin que yo me atreva a
rechistar. ¡Y tener que hundirme tan miserablemente por culpa de una
mujer indigna!
nora.
Cuando yo desaparezca del
mundo, serás libre.
helmer.
Déjate de frases huecas. Tu
padre tenía también una provisión de frases parecidas a mano. ¿De
qué me serviría que abandonaras el mundo? De nada. En todo caso,
puede hacerse público el asunto, y entonces sospecharán que yo
estaba enterado de tu delito. Hasta pueden creer que te apoyé... que
te induje a cometerlo. ¡Y pensar que esto te lo debo agradecer a ti!
¡A ti, a quien he mimado hasta la exageración durante toda nuestra
vida matrimonial! ¿Comprendes ya el daño que me has hecho?
nora.
(Con
fría tranquilidad.) Sí.
helmer.
Es algo tan
increíble, que no me cabe en la cabeza. Hemos de adoptar una
resolución. ¡Quítate ese dominó!... ¡Que te lo quites, digo!...
Tengo que satisfacerle en una forma u otra. Hay que ahogar el asunto,
sea como sea... En cuanto a ti y a mí, haremos como si nada hubiese
cambiado. Sólo a los ojos de los demás, por supuesto. Seguirás
aquí, en casa, como es lógico. Pero no te será permitido educar a
los niños; no me atrevo a confiártelos... ¡Ah, tener que decírselo
a quien tanto he amado y a quien todavía...! ¡Vaya! esto debe
acabar. Desde hoy no se trata ya de nuestra felicidad; se trata
exclusivamente de salvar los restos, los despojos, las apariencias...
(Suena
la campanilla, y helmer
se
estremece.) ¿Qué
será? ¡Tan tarde!... Sólo faltaría que... ¿Acaso habrá ese
hombre...? ¡Escóndete, Nora! Diré que estás enferma.
(nora
no
se mueve. helmer
se
dirige a abrir la puerta.)
elena.
(A
medio vestir, en la antesala.)
Ha
llegado una carta para la señora.
helmer.
Dámela.
(Coge la
cana, y cierra la puerta.) Sí,
es de él. Pero no te la entregaré; quiero leerla yo mismo.
nora.
Léela.
helmer.
(Acercándose
a la lámpara.)
Casi no
tengo valor para ello. Quizá estemos perdidos tú y yo... No; he de
saberlo. (Rompe
precipitadamente el sobre, lee algunas líneas, examina un papel
adjunto, y lanza un grito de alegría.) ¡Nora!
(NORA le
mira, interrogante.) ¡Nora!...
No; voy a volver a leerlo... Sí, eso es. ¡Estoy salvado! ¡Nora,
estoy salvado!
nora.
¿Y
yo?
helmer.
Tú igual,
naturalmente; los dos estamos salvados, tú y yo. Te devuelve el
recibo. Dice que se arrepiente... Un cambio feliz en su vida...
Bueno; ¡qué importa lo que diga! ¡Estamos salvados, Nora! Ya nadie
puede hacerte nada... ¡Ah! Nora... primero hay que desentenderse de
todas estas abominaciones. Vamos a ver... (Echa
una ojeada
al
recibo.) No,
no quiero verlo; supondré que todo ha sido una pesadilla. (Rompe
las dos cartas y el recibo, arrojándolo lodo a la estufa, y
contempla cómo arden los pedazos.) ¡Ea!
se acabó todo... ¡Oh, qué tres días más horribles has debido de
pasar, Nora!
nora.
Sí; durante estos tres días
he sostenido una lucha atroz,
helmer.
¡Lo que habrás sufrido, sin
ver otra salida que...! ¡No! olvidemos todos estos sinsabores. Sólo
debemos alegrarnos y repetir de continuo: "Ya pasó, ya pasó"...
Pero, mujer, Nora, óyeme; parece que no has comprendido... ¡Vamos!
¿Qué es eso... esa cara tan compungida?... ¡Oh! ya comprendo
¡pobrecita! No puedes creer que te haya perdonado. Créelo, Nora; te
lo juro: estás de todo punto perdonada. Bien sé que lo has hecho
por amor a mí.
nora.
Así
es.
helmer.
Me has amado como una esposa
debe amar a su marido. Únicamente te faltó discernimiento en la
elección de medios. ¿Crees que te quiero menos por eso, porque no
sabes conducirte a ti misma?... No tienes más que apoyarte en mí, y
te guiaré. Dejaría yo de ser un hombre si tu incapacidad de mujer
no te hiciera el doble de atractiva a mis ojos. Olvida las duras
palabras que te he dirigido en el primer arrebato, cuando creía que
todo iba a derrumbarse sobre mí. Te he perdonado, Nora; te juro que
te he perdonado.
nora.
Agradezco
tu perdón. (Vase
por la derecha.)
helmer.
No;
quédate. (Siguiéndola
con la mirada.) ¿Qué
haces en la alcoba?
nora.
(Desde
dentro.)
Quitándome
el disfraz.
helmer.
(A
la puerta.)
Sí, está
bien; procura tranquilizarte, y reponerte, pajarito asustado.
Descansa tranquila; yo tengo alas lo bastante grandes para cobijarte.
(Paseándose,
sin alejarse de la puerta.) ¡Oh,
que hogar tan tranquilo y acogedor! Aquí estás segura; te guardaré
como a una paloma perseguida a quien hubiese sacado sana y salva de
las garras del gavilán. Lograré tranquilizar tu pobre corazón
palpitante. Poco a poco lo conseguiré, Nora, créeme. Mañana lo
verás todo de otra manera. Pronto tornará todo a ser como antes, y
no habrá necesidad de repetirte que te he perdonado, porque, sin
duda, lo advertirás por ti misma. ¿Cómo puedes pensar que se me
pasara por la imaginación repudiarte ni recriminarte por nada? ¡Ah!
Nora, no conoces la bondad de un verdadero hombre. ¡Le es tan dulce
perdonar a su propia mujer cuando lo hace de corazón! Es como si
fuese dos veces suya, como si hubiera vuelto a traerla al mundo, y ya
no ve en ella sólo su mujer, sino también su hija. Eso es lo que
vas a ser para mí desde hoy, criatura inexperta. No temas nada,
Nora; sé franca conmigo; y yo supliré tu voluntad y tu
conciencia... Pero ¿qué es eso? ¿No te acuestas? ¿Te has cambiado
de ropa?
nora.
(Que
entra vestida de diario.)
Sí, Torvaldo, me he
cambiado de ropa.
helmer.
¿Por qué? ¿A esta hora,
tan tarde?
nora.
Esta noche no pienso dormir.
helmer.
Pero, querida Nora...
nora.
(Mirando
su reloj.)
Aún no es
muy tarde. Siéntate, Torvaldo. Vamos a hablar. (Se
sienta a un lado de la mesa.)
helmer.
Nora... ¿qué pasa? Esa cara
tan grave...
nora.
Siéntate; va a ser largo.
Tengo mucho que decirte.
helmer.
(Sentándose
frente a ella.)
Me inquietas, Nora. No acabo
de comprenderte.
nora.
No; eso es realmente lo que
pasa: no me comprendes. Y yo nunca te he comprendido tampoco... hasta
esta noche. No, no me interrumpas. Vas a escuchar todo lo que yo te
diga... Vamos a ajustar nuestras cuentas, Torvaldo.
helmer.
¿Qué entiendes por eso?
nora.
(Después
de un corto intervalo.)
Estamos
aquí sentados uno frente a otro. ¿No te extraña una anomalía?
helmer.
¿Qué?
nora.
Llevamos ocho años casados.
¿No te percatas de que hoy es la primera vez que tú y yo, marido y
mujer, hablamos con seriedad?
helmer.
¿Qué quieres decir?
nora.
¡Ocho años... más todavía!
Desde que nos conocimos no hemos tenido una sola conversación seria.
helmer.
¿Es que debía yo hacerte
confidente de mis preocupaciones; que tú, a pesar de todo, no podías
ayudarme a resolver?
nora.
No me refiero a
preocupaciones. Estoy diciéndote que nunca hemos hablado en serio,
que nunca hemos intentado llegar juntos al fondo de las cosas.
helmer.
Pero, querida Nora, ¿te
habría interesado hacerlo?
nora.
De eso mismo se trata. Tú no
me has comprendido jamás. Se han cometido muchos errores conmigo,
Torvaldo. Primeramente, por parte de papá, y luego, por parte tuya.
helmer.
¡Cómo! ¿Por parte de
nosotros dos... que te hemos querido más que nadie?
nora.
(Haciendo
un gesto negativo con la cabeza.)
Nunca me quisisteis. Os
resultaba divertido encapricharos por mí, nada más.
helmer.
Pero, Nora, ¿qué palabras
son ésas?
nora.
La pura verdad, Torvaldo.
Cuando vivía con papá, él me manifestaba todas sus ideas y yo las
seguía. Si tenía otras diferentes, me guardaba muy bien de decirlo,
porque no le habría gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba
conmigo ni más ni menos que yo con mis muñecas. Después vine a
esta casa contigo...
helmer.
¡Qué términos empleas para
hablar de nuestro matrimonio!...
nora.
(Sin
inmutarse.)
Quiero decir que pasé de
manos de papá a las tuyas. Tú me formaste a tu gusto, y yo
participaba de él... o lo fingía... no lo sé con exactitud; creo
que más bien lo uno y lo otro. Cuando ahora miro hacia atrás, me
parece que he vivido aquí como una pobre... al día. Vivía de hacer
piruetas para divertirte, Torvaldo. Como tú querías. Tú y papá
habéis cometido un gran error conmigo: sois culpables de que no haya
llegado a ser nunca nada.
helmer.
¡Qué injusta y desagradecida
eres, Nora! ¿No has sido feliz aquí?
nora.
No, nunca. Creí serlo; pero
no lo he sido jamás.
helmer.
¿No... que no has sido
feliz?...
nora.
No; sólo estaba alegre, y eso
es todo. Eras tan bueno conmigo... Pero nuestro hogar no ha sido más
que un cuarto de recreo. He sido muñeca grande en esta casa, como
fui muñeca pequeña en casa de papá. Y a su vez los niños han sido
mis muñecos. Me divertía que jugaras conmigo, como a los niños
verme jugar con ellos. He aquí lo que ha sido nuestro matrimonio,
Torvaldo.
helmer.
Hay algo de verdad en lo que
dices... aunque muy exagerado. Pero desde hoy todo cambiará; ya han
pasado los tiempos de jugar y ha llegado la hora de la educación.
nora.
¿La educación de quién? ¿La
mía o la de los niños?
helmer.
La tuya y la de los niños,
Nora.
nora.
¡Ay! Torvaldo, tú no eres
capaz de educarme, de hacer de mí la esposa que necesitas.
helmer.
¿Y me lo dices tú?
nora.
¿Y yo... qué preparación
tengo para educar a los niños?
helmer.
¡Nora!
nora.
¿No has dicho tú mismo hace
un momento que es una misión que no te atreves a confiarme?...
helmer.
Estaba excitado... ¿Cómo
puedes reparar en eso?
nora.
...Y tenías razón sobrada.
Es una labor superior a mis fuerzas. Hay otra de la que debo ocuparme
antes. Debo procurar educarme a mí misma. Tú no eres capaz de
ayudarme en esta tarea. Para ello necesito estar sola. Y por esa
razón voy a dejarte.
helmer.
(Se
levanta de un brinco.)
¿Qué
dices?
nora.
Necesito estar completamente
sola para orientarme sobre mí misma y sobre lo que me rodea. No
puedo quedarme más contigo.
helmer.
¡Nora, Nora!
nora.
Quiero marcharme en el acto.
Supongo que Cristina me dejará pasar la noche en su casa...
helmer.
¿Has perdido el juicio?...
¡No te lo permito! ¡Te lo prohíbo!...
nora.
Después de lo que ha pasado,
es inútil que me prohíbas algo. Me llevo todo lo mío. De ti no
quiero nada, ni ahora ni nunca.
helmer.
¿Qué locura es ésa?
nora.
Mañana salgo para mi casa...
es decir, para mi tierra. Allí me será más fácil encontrar un
empleo.
helmer.
¡Qué ciega estás, criatura
sin experiencia!
nora.
Ya procuraré adquirir
experiencia, Torvaldo.
helmer.
¡Abandonar tu hogar, tu
marido, tus hijos!... ¿Y no piensas en el qué dirán?
nora.
No puedo pensar en esos
detalles. Sólo sé que es indispensable para mí.
helmer.
¡Oh, es odioso! ¡Traicionar
así los deberes más sagrados!
nora.
¿A qué llamas tú los
deberes más sagrados?
helmer.
¿Habrá que decírtelo? ¿No
son tus deberes con tu marido y tus hijos?
nora.
Tengo otros deberes no menos
sagrados.
helmer.
No los tienes. ¿Qué deberes
son ésos?
nora.
Mis
deberes conmigo misma.
helmer.
Ante todo eres esposa y madre.
nora.
Ya no creo
en eso. Creo que ante todo soy un ser humano, igual que tú... o,
al
menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te
darán la razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero
ahora no puedo conformarme con lo que dicen los hombres y con lo que
está escrito en los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo
esto y tratar de comprenderlo.
helmer.
Pero ¿no se te alcanza cuál
es tu puesto en tu propio hogar? ¿No tienes un guía infalible para
estos dilemas? ¿No tienes la religión?
nora.
¡Ay, Torvaldo! No sé lo que
es la religión.
helmer.
¿Cómo que no?
nora.
Sólo sé lo que me dijo el
pastor Hansen cuando me preparaba para la confirmación. Dijo que la
religión era esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y
libre, examinaré también ese asunto. Y veré si era cierto lo que
decía el pastor, o cuando menos, si era cierto para mí.
helmer.
¡Oh, es inaudito en una mujer
tan joven!... Pero, si la religión no puede guiarte, déjame
explorar tu conciencia. Porque supongo que tendrás algún sentido
moral. ¿Os es que tampoco lo tienes? ¡Responde!..
nora.
No sé qué responder,
Torvaldo. Lo ignoro. Estoy desorientada por completo en estas
cuestiones. Lo único que sé es que tengo una opinión distinta del
todo a la tuya. También he llegado a saber que las leyes no son como
yo pensaba; pero no atino a colegir que estas leyes sean justas,
¡Cómo no va a tener una mujer derecho a evitar una molestia a su
anciano padre moribundo, ni a salvar la vida de su marido! ¡No puedo
creerlo!
helmer.
Hablas como una niña. No
comprendes nada de la sociedad en que vivimos.
nora.
No, de fijo. Pero ahora quiero
tratar de comprenderlo y averiguar a quién asiste la razón, si a la
sociedad o a mí.
helmer.
Estás enferma, Nora; tienes
fiebre, y casi temo que no te rija la cabeza.
nora.
Jamás me he sentido tan
despejada y segura como esta noche.
helmer.
¿Y con esa lucidez y esa
seguridad abandonas a tu marido y a tus hijos?
nora.
Sí.
helmer.
Entonces no hay más que una
explicación posible.
nora.
¿Cuál?
helmer.
Que ya no me amas.
nora.
No, en efecto.
helmer.
¡Nora!... ¿Y me lo dices
así?
nora.
Lo lamento, Torvaldo, porque
has sido siempre bueno conmigo... Pero no lo puedo remediar; ya no te
amo.
helmer.
(Haciendo
esfuerzos por dominarse.)
Por
lo visto, también de eso estás perfectamente convencida...
nora.
Sí, perfectamente, y por eso
no quiero quedarme aquí ni un instante más.
helmer.
¿Y puedes razonarme cómo he
perdido tu amor?
nora.
Con toda sencillez. Ha sido
esta noche, al ver que no se realizaba el milagro esperado. Entonces
comprendí que no eras el hombre que yo me imaginaba.
helmer.
Precisa algo más.
nora.
He esperado durante ocho años
con paciencia. De sobra sabía, Dios mío, que los milagros no se
realizan tan a menudo. Por fin llegó el momento angustioso, y me
dije con toda certeza: "Ahora va a venir el milagro."
Cuando la carta de Krogstad estaba en el buzón, no supe ni aun
figurarme que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre.
Estaba firmemente persuadida de que le dirías: "Vaya usted a
contárselo a todo el mundo." Y cuando hubiera sucedido eso...
helmer.
¡Como!... ¿Cuándo yo
hubiera entregado a mi propia esposa a la vergüenza y a la
deshonra...?
nora.
...Cuando hubiera sucedido
eso, tenía la absoluta seguridad de que te habrías presentado a
hacerte responsable de todo, diciendo: "Yo soy el culpable."
helmer.
¡Nora!
nora.
¿Vas a añadir que yo jamás
habría aceptado un sacrificio semejante? Claro que no. ¿Pero de qué
habrían valido mis afirmaciones al lado de las tuyas?... Era ése el
milagro que esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo quería
acabar con mi vida.
helmer.
Nora, por ti hubiese trabajado
con alegría día y noche, hubiese soportado penalidades y
privaciones. Pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser
amado.
nora.
Lo han hecho millares de
mujeres.
helmer.
¡Oh! Hablas y piensas como
una chiquilla.
nora.
Puede ser.
Pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo pueda unirme.
Cuando te has repuesto del primer sobresalto, no por el peligro que
me amenazaba, sino por el riesgo que corrías tú; cuando ha pasado
todo, era para ti como si no hubiese ocurrido nada. Volví a ser tu
alondra, tu muñequita a la que tenías que llevar con mano más
suave aún, ya que había demostrado ser tan frágil y endeble...
(Levantándose.)
Torvaldo,
en ese mismo instante me he dado cuenta de que había vivido ocho
años con un extraño. Y de que había tenido tres hijos con él...
¡Oh, no puedo pensar en ello siquiera! Me dan tentaciones de
despedazarme...
helmer.
(Sordamente.)
Lo veo... lo veo. En realidad,
se ha abierto entre nosotros un abismo... Pero ¿no esperas, Nora,
que pueda colmarse?
nora.
Tal como soy ahora, no puedo
ser una esposa para ti.
helmer.
Puedo transformarme yo...
nora.
Quizá... si te quitan tu
muñeca.
helmer.
¡Separarme..., separarme de
ti! No, no, Nora; no acierto a formularme esa idea.
nora.
(Saliendo
por la puerta de la derecha.)
Razón de
más para que así sea.
(Vuelve
con el abrigo puesto y un maletín, que deja sobre una silla, cerca
de la mesa.)
helmer.
¡Nora, Nora; todavía no!
Aguarda a mañana.
nora.
(Poniéndose
el abrigo.)
No debo pasar la noche en casa
de un extraño.
helmer.
Pero ¿no podemos vivir juntos
como hermanos?...
nora.
(Atándose
el sombrero.)
Demasiado
sabes que eso no duraría mucho... (Se
envuelve en el chal.) Adiós,
Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en manos mejores
que las mías. Dada mi situación, no puedo ser una madre para ellos.
helmer.
Pero ¿algún día, Nora...
algún día...?
nora.
¿Cómo voy a saberlo? Si
hasta ignoro lo que va a ser de mí...
helmer.
Pero eres mi esposa, sea de ti
lo que sea.
nora.
Escucha, Torvaldo. He oído
decir que, según las leyes, cuando una mujer abandona la casa de su
marido, como yo lo hago, está él exento de toda obligación con
ella. De cualquier modo, te eximo yo. No debes quedar ligado por
nada., como tampoco quiero quedarlo yo. Ha de existir plena libertad
por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Dame el mío.
helmer.
¿También eso?
nora.
Sí.
helmer.
Aquí lo tienes.
nora.
Bien. Ahora todo ha acabado.
Toma las llaves. Las muchachas están al corriente de cuanto respecta
a la casa... mejor que yo. Mañana, cuando me haya marchado, vendrá
Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.
helmer.
¡Todo ha terminado! Nora, ¿no
pensarás en mí nunca más?
nora.
Seguramente, pensaré a menudo
en ti, en los niños, en la casa.
helmer.
¿Puedo escribirte, Nora?
nora.
¡No, jamás! Te lo prohíbo.
helmer.
O por lo menos, enviarte...
nora.
Nada, nada.
helmer.
...ayudarte, en caso de que lo
necesites.
nora.
He dicho que no, pues no
aceptaría nada de un extraño.
helmer.
Nora... ¿no seré ya más que
un extraño para ti?
nora.
(Recogiendo
su maletín.)
¡Ah, Torvaldo! Tendría que
realizarse el mayor de los milagros.
helmer.
Dime
cuál.
nora.
Tendríamos que transformarnos
los dos hasta el extremo de... ¡Ay, Torvaldo! ¡No creo ya en los
milagros!
helmer.
Pero yo sí quiero creer en
ellos. Di: ¿transformarnos hasta el extremo de...?
nora.
...hasta el
extremo de que nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero
matrimonio. Adiós. (Vase
por la. antesala.)
helmer.
(Desplomándose
en una silla, cerca de la puerta, oculta el rostro entre las manos.)
¡Nora,
Nora! (Mira
en tomo suyo, y se levanta.)
Nada.
Ha desaparecido para siempre. (Con
un rayo de esperanza.)
¡Él
mayor de los milagros!...
(Se
oye abajo la puerta del portal al cerrarse.)
FIN de
"casa
de muñecas"