Danteo y Gaseno, a quien tocaba representar la égloga, vestidos a propósito con pellicos de tela fina, el uno blanco, sembrado de clavellinas de nácar, y el otro verde, listado de encarnado y blanco, con armiños blancos y negros, y con los nombres de Montano y Lucindo, comenzaron así:
ÉGLOGA.
Montano, Lucindo,
MONTANO.
En este fuerte roble,
para sufrir robusto,
os cuelgo desta vez, armas cansadas;
que cuando al pecho noble
le vienen mas al justo,
las puede hacer el galardon pesadas.
las edades pasadas
afrentan las presentes.
Ya la virtud es muerta,
o vive tan cubierta,
que no se deja ver a todas gentes;
porque a las majestades
visitan muy de espacio las verdades.
Ya no se dan coronas
cívicas ni murales;
el tiempo las marchita y descompone;
y a todas las personas
ha hecho el tiempo iguales.
Lisonjas a servicios antepone.
Dichoso el que se pone
la espada por costumbre,
y parte del vestido,
cuyo acero bruñido
jamás le dio en la mano pesadumbre,
ni le sirvió de espejo,
para tomar en él su honor consejo.
Dichoso el que escribiendo,
o lejos del asalto,
un campo rige y del peligro escapa,
o aquel que está midiendo,
de su experiencia falto,
los sitios fuertes en sucinto mapa.
¡Oh grande manto y capa
de los cielos piadosos!
Ya que todo lo encubres,
¿por qué los ojos cubres
de los polos del suelo poderosos?
Mas no es su curso eterno,
y así dejas errado su gobierno.
Ya, soledades mias,
alegre vuelvo a veros,
desengañado, sin provecho y tarde.
Aquí las fantasías,
por quien quise perderos,
harán de sus memorias justo alarde,
Y de un Lotos cobarde,
dormidos los sentidos,
dejarán ocasiones,
cuidados y opiniones,
que descuidos al fin desconocidos
de quien siempre desmedra,
son Circe, que convierte un hombre en piedra.
¡Oh discurrir de un alma,
¡Cuánto los ojos ciegas!
Lucindo no es aquel que ahora tiene
sus cuidados en calma?
Dichoso tú, que entregas
al sueño, que te burla y entretiene,
la parte que contiene
en sí tan grande todo,
como es el pensamiento,
que suele en un momento
cielo y infierno penetrar de un modo,
ya su pena y su gloria
llevar de los cabellos la memoria.
Fue aqueste mozo, ilustre
un tiempo cortesano,
y soldado tambien gallardo y fuerte;
mas ya todo su lustre
deshizo amor tirano,
que tiene igual poder como la muerte.
Aqui llora y divierte
con rústico vestido,
en estas soledades,
desdenes y verdades
de un extranjero amor, que le ha vencido;
que, siendo en tierra ajena,
trajo a la propria su cuidado y pena.
Ya despierta y me ha visto;
no es posible
que puedan esconderme estos laureles;
¡oh sueño, a los cuidados apacible!
LUCINDO.
Montano, que escuchar mis males sueles,
¿Posible es que de verme te desvías,
Cuando es razón que mi dolor consueles?
Si ya no engendran en aquestos dias,
de la lluvia que lloro tan en vano,
veneno y fuego las entrañas mias;
como las tempestades del verano,
que con el gran calor reciben forma,
y tengo algunas de que soy humano.
No te escondas de mí; que no conforma
con la piedad del que es perfecto amigo,
ni cura bien el mal quien no se informa.
No soy yo basilisco, aunque conmigo
le traigo y dél sustento los despojos,
con que a miralle y a morir me obligo
si no es que desde el alma por los ojos
salga a matar los que me ven llorando
la causa de mis lágrimas y enojos.
MONTANO.
No me escondí, Lucindo, imaginando
que me matara el verte ni el oírte,
aunque fueras el aire inficionando.
Quisiérame guardar de interrumpirte
la calma de tus tiernos pensamientos,
que mal pueden durmiendo perseguirte.
LUCINDO.
Antes con espantosos fingimientos
acuden las imágenes del día
en sombras de mayores sentimientos.
Si el alma nunca duerme, y en la mía
siempre viven sospechas y temores
del bien ausente que gozar solia;
sin duda los sentidos interiores,
que no los desengañan los de afuera,
durmiendo sufrirán penas mayores.
MONTANO.
Esta verde frescura, esta ribera,
este prado, esta fuente y este río
movidos tienes a tu pena fiera.
Pues mira tú si ahora el pecho mío,
si las cosas lo están inanimadas,
se moverá a ver tu desvarío.
Todos sin lengua en voces mal formadas
te piden que la causa comuniques
de tus glorias presentes o pasadas.
Razón será que algún remedio apliques,
pues el dolor la medicina aplaca,
y que lo más secreto me publiques.
Es el hablar del mal una trïaca,
que deshace la fuerza del veneno,
y del enfermo corazón le saca.
No estoy de tus cuidados tan ajeno,
que te merezca que la causa calles;
solo está el valle, aunque de sombras lleno.
LUCINDO.
Lejos de aqueste en otros frescos valles
vive la causa del dolor que adoro,
cuando en la tierra tantas glorias halles.
Ni mi descanso ni tu pecho ignoro;
mas ¿para qué me mandas que renueve
la dulce causa de mi amargo lloro?
MONTANO.
A la ocasión, a la amistad se debe.
¡Mira cómo del sol la calma estiva
hiere de Béjar la montaña y nieve!
¡Mira qué blandamente se derriba
destas pizarras Tormes murmurando
por solo acompañar tu pena esquiva!
Las fuentes desta selva están callando,
y olvidadas del agua y de la yerba,
las satisfechas vacas descansando.
Deja el león de perseguir la cierva,
las aves de volar; que tiempos tales
todo animal para dormir reserva.
Y cuando fuentes, aves y animales
murmuraran, cantaran y anduvieran,
pararan todos a escuchar tus males.
Los árboles y el viento enmudecieran,
y a ver de Orfeo el singular retrato
suspensos y admirados estuvieran.
LUCINDO.
¿Piensas tú que yo puedo ser ingrato
a quien me paga con amor tan puro,
ni que de sus entrañas me recato?
Solo no despertar mi mal procuro;
pero porque no quedes sospechoso
verás que con mis males te aseguro.
Ya sabes que el monarca poderoso
que desde el Tajo al Indo rige y manda,
y hasta el sepulcro del planeta hermoso;
aquel armado, y el tuson por banda,
espantaba al francés y al africano,
que agora mira en paz humilde y blanda;
aquel que con valor de godo hispano,
en dar a España su vejez emplea
un retrato de Carlos soberano;
como la paz universal desea,
y quiere que en el cuerpo del gobierno
no haya miembro que al otro igual no sea;
movido solo de un amor paterno,
que no, como otros piensan, de venganza,
que a veces daña ser humano y tierno,
Ejército formó, con esperanza
de remediar el daño que crecía
entre la remisión y la tardanza,
Contra aquella corona que solía
resplandecer en su dichosa frente
desde la unión de aquel famoso día.
Allí pues yo, movido justamente
del antiguo valor de mis pasados,
fui libre capitán de libre gente.
¡Cuán diferentes eran mis cuidados
deste que agora el corazón me inflama!
Celos gobierno ya, que no soldados.
Trujo a sus muros miedo nuestra fama,
y trocadas las armas en castigos,
cesó la suya y comenzó mi llama.
Vivimos todos de improviso amigos,
de una común nación, ley y costumbres,
y pocos los rebeldes y enemigos.
Luego las altas y elevadas cumbres,
de los montes enojos, odio y saña,
allanaron sus graves pesadumbres.
Dejábamos á veces la campaña,
y a la ciudad veníamos famosa,
que el padre Ibero fertiliza y baña.
Era del año la estación dichosa,
aunque de nieves coronada en torno,
que celebra la tjerra venturosa.
En vez del verde y deleitoso adorno.
la plateaba con escarcha y hielo
el seco y feminino Capricorno;
Cuando me trujo el variar del cielo
a ver entre unas damas la que ha sido
milagro suyo y perdición del suelo.
De la nieve el ejército movido
a regocijo y fiestas con las damas,
andaba entre los hielos encendido.
Yo, que nunca vi nieve ardiendo en llamas,
hallé en esta ocasión esta hermosura,
como en un tronco dos contrarias ramas.
Y en cortesía haciéndola segura
de algunos que tirando entonces pellas,
juntaban nieve con su nieve pura;
Sin ver que en pecho, rostro y manos bellas
para excederla y convertirla había
en helado cristal como eran ellas;
Llamome cortésmente, y aquel día,
que nunca lo pensé, tuve por cierto
que suele ser traición la cortesía.
Que apenas de su boca el cielo abierto
me agradeció libralla de aquel trance,
cuando como de rayo quedé muerto.
¿Quién no tuviera por dichoso el lance,
o imaginara que con tanta nieve
diera en mi libertad amor alcance?
Cuando montañas della arroja y llueve
el enojado cielo, amor desnudo
a andar entre ellos sin temor se atreve.
Huir de Troya, aunque era fuego, pudo,
sacando a su mujer, Eneas troyano,
y yo a mi libertad de nieve dudo.
Con la ocasión allí también, Montano,
el no haber sido huésped en su casa
me agradeció la mesma ingrata en vano.
Y mira el trueco que en el alma pasa,
pues ya tengo por huésped en el pecho
esta nieve divina que me abrasa.
Y, aunque le viene el aposento estrecho,
a vivir se acomoda y a matarme,
y estoy yo del agravio satisfecho.
Desde este punto comencé a abrasarme,
que la sangre más pura me encendieron
los espíritus vivos, de mirarme.
Si los ojos pagaron lo que vieron,
el estado lo diga de mis males,
y la poca esperanza que tuvieron.
Los días para todos siempre iguales
pasaban como siglos por mi vida,
haciendo mis cuidados inmortales.
Pienso que fue mi pena conocida,
mientras que ser no pudo declarada :
tanto estaba al mirar la lengua asida.
Aunque, como una víbora pisada,
si a llegar a su reja me atrevía,
soberbia huyendo, se mostraba airada.
Pues es verdad que la desdicha mía
se contentó con este triste estado,
con que pasaba el mal del bien que vía.
Luego del alto César fui llamado,
y, si es que sabes el dolor de ausencia,
juzga, Montano, el tuyo y mi cuidado.
Perdí con la esperanza la paciencia,
y pues partido no perdí la vida,
no fue porque faltó mi diligencia.
Partí, lloré, volví, y a la venida
corría, por mi mal, tanto recato
como si fuera entonces la partida.
Mas no fue el tiempo a mi esperanza ingrato,
que hallé en su casa una pastora hermosa,
gran prenda de mi sangre y de su trato.
Y, aunque para mi intento provechosa,
en alguna manera fue mi daño,
sirviéndome de amiga cautelosa.
Era de todos general engaño
pensar que mi verdad sus ojos fuesen,
siendo los míos cierto desengaño.
Que como sus extremos conociesen,
juzgaban que a querella me inclinaba:
así pluguiera a Dios mis males viesen.
Con esto tibiamente me ayudaba,
y siendo en mi instrumento la tercera,
a la prima del alma se igualaba.
Ya con la vecindad la hermosa fiera
se mostraba más fácil y tratable,
volviéndola el amor, de piedra, en cera.
Ya agradecía con piedad notable
mi secreto servir y mi porfía,
y a la ventana se mostraba afable.
Y así como quien ya mi mal sentía,
jamás de Clori Albania se fïaba,
que este es su nombre y de la prenda mía,
y como alguna vez le importunaba
que un papel de su mano recibiese,
parece que celosa se enojaba.
Y, como yo licencia le pidiese
para escribir mis penas y dolores,
donde con menos turbación pudiese,
Mostraba con razones y colores
que no era buena diligencia aquella,
y eran, con esta dilación, mayores.
Posible, finalmente, fue vencella,
porque no hay al amor cosa imposible,
y para ser crüel era muy bella.
Y para que este amor incomprehensible
tuviese más valor, con un concierto
el poderla escribir me fue posible;
que ni el papel le fuese descubierto
a Clori, ni viniese por su mano,
lo que, siendo su gusto, fue muy cierto.
Y, entonces, ¿qué dirás de mí, Montano,
cuando con tan extraños pensamientos
puse sobre el papel la incierta mano?
Vieras allí las penas y tormentos
acudir de tropel a ser escritos
con mil enamorados sentimientos.
Yo, puesto entre cuidados infinitos,
solamente de todo el gran proceso
juzgaba los deseos por delitos.
Oprimido en efecto de aquel peso,
escogí lo mejor, y humilde escribo
lo que estaba más lejos de mi seso.
Cierro el papel dichoso, y apercibo
un tercero discreto que llevase
de un muerto en penas un retrato vivo.
Quiso el amor que la ocasión llegase,
y, aunque difícilmente, también quiso
que le diese el papel y le tomase
cuando deste suceso tuve aviso,
pues yo no perdí el seso, no le tuve;
que mata un bien si viene de improviso.
Desde este punto más perdido estuve,
porque ya la esperanza me mostraba
cubierto el sol de una pequeña nube;
con que me respondiese la cansaba,
o que solo escribilla permitiese;
pero todo mi bien dificultaha.
Forzome el ciego amor que la escribiese,
y, no pudiendo dárselo, forzome
que como la esperanza el papel fuese.
Díselo al viento por su reja, y diome
lo que pude esperar de un hierro helado,
que no hay diamante que mis yerros dome.
¡Qué mal se limará, Montano amado,
con el de cera un corazón de acero!
Que amor no escoge los que no ha llamado.
Desta manera por Albania muero,
y dando un monte en ecos su respuesta,
yo pregunto a mujer y no la espero.
Esta es la historia y la desdicha es esta,
breve en el gusto y larga en la memoria,
que tanta pena y confusión me cuesta.
ΜΟΝΤΑΝΟ.
Paréceme el discurso de tu historia
los lejos que se ven en la pintura,
confusos cielos de tu incierta gloria.
Mas dejas encantada la aventura,
pues no me das razón de tu partida,
siendo el rigor de la ocasión más dura.
LUCINDO.
Por no mover el alma divertida
en otros sentimientos favorables,
quise dejar la historia interrumpida;
que en pesares que son incomportables,
mal puede discurrir la lengua triste
sin sentimiento y lágrimas notables.
Pero, pues hasta el fin saber quisiste
el mal que mi abrasado pecho siente,
y a la memoria la ocasión trajiste,
aquí verás un venturoso ausente,
porque suele el amor en una ausencia
descubrirse mejor que no presente.
Llegada la partida y la sentencia
de mi muerte forzosa, despedime
del cielo de su angélica presencia.
Mas dime, ¿a quién habrá que no lastime
que le ofenda su dama cuando parte?
O¿qué esperanza que a vivir le anime?
Pasado estaba yo de parte a parte
con una flecha de crueldad, partiendo
de quien de todo mi dolor fue parte,
cuando me dijo, en sangre convirtiendo
su pura nieve, que era caso injusto
arrojalle el papel no le queriendo;
Y que debiera yo, pues era justo,
agradecer que vella permitiera,
y que de verme recibiera gusto.
Yo entonces respondí lo que pudiera
delante de los cielos, que crïaron
aquesta hermosa vengativa y fiera.
Las causas le mostré que me obligaron,
oyéndomelas todas hasta el punto
que prendas enemigas lo estorbaron.
Aquella noche, en fin, como a difunto,
en las postreras honras de una reja
me dieron el favor y el partir junto.
Y como el que la amada patria deja,
y en ella el alma, y lleva el cuerpo solo,
que ella se acerca más cuanto él se aleja,
partí como del bello ingrato Apolo
la flor, que sus doradas hojas cierra,
y queda escuro de Calixto el polo;
o como el que mirando va la tierra
desde el profundo mar, y más, si acaso
esposa amada o tierno padre encierra.
El suspiro, la lágrima y el paso
juntos sallan, sin que diese alguno
menos que así del alba hasta el ocaso.
¡Cuántas veces al cielo fui importuno
para que diese fin a tantos daños!
Porque viviendo no esperé ninguno
siéndome con tan graves desengaños
los puntos horas y las horas días,
los días meses, y los meses años.
Y parábanme tal las ansias mías,
y aquel amor y fuego que nacieron
de dos nieves tan ásperas y frías,
que hasta desesperarme no quisieron
alzar la espada ni el rigor pasado,
no contentas de ver que me rindieron.
Pero, en aqueste miserable estado,
que, como dicen, la esperanza vive
aunque su dueño esté desesperado,
veo que amor me llama y apercibe
al bien más alto que su esquiva mano
pudiera dar a quien con él más prive.
Hallé de mis zagales un serrano
al fin de la esperanza y del camino,
que se quedaba con mi bien, Montano.
El cual (¡mira qué extraño desatino,
mira qué efecto de un amor ausente!)
me trajo humano mi desdén divino.
Trájome ya la nieve diferente;
que como ya de su rigor pasaba,
trocose el frío en otra especie ardiente.
Por una carta supe que quedaba
(¿quién lo dirá, Montano?) enternecida,
y que señales de quererme daba.
Escríbeme que estaba persuadida
a estimar mi verdad o creer mi engaño,
engaño que me cuesta mi alma y vida.
Que no creyera de mi ausencia el daño,
si la terneza y pena en que se vía
no le fuera notorio desengaño.
Que estimase saber que pretendía
darme este gusto, y si le estimo y siento,
pregúntelo mi Albania al alma mía;
y que aquel amoroso arrojamiento,
pues no era justo, no le condenase;
¡qué honesto, aunque escuchado pensamiento!
Y que me aseguraba imaginase
que era el postrero, y que sería el primero
que a tales pensamientos la inclinase.
Yo entonces, como suele el prisionero
que revocar oyó mortal sentencia,
la muerte olvido y en la vida espero.
Dejo al César y vuelvo a su presencia,
y aun dejara de serlo de mil mundos,
por ver mi bien y no sufrir su ausencia.
Llegué a sus ojos, en la luz segundos
al planeta mayor, nortes y faros
de los estrechos de mi mal profundos,
desde este día que sus ojos claros
miraron mis deseos, amor puso.
en mi abrasada Troya sus reparos.
Ya sabes que al oráculo confuso
Venus, por ver que no crecía Cupido,
a preguntar la causa se dispuso,
y que le fue de Temis respondido
que hasta que al niño diese hermano, en vano
pensaba ver el tierno amor crecido.
Venus no sé si e Marte o a Vulcano
llamó para este efecto; en fin, se cuenta
que dio a Cupido otro Cupido hermano.
Anteros se llamó, que representa
un recíproco amor de voluntades,
que amor pagado, con amor se aumenta.
Desta suerte pagadas mis verdades,
creció mi amor, haciendo sin recato
el uno al otro ciertas amistades.
Ni fue más desdeñosa ni yo ingrato,
antes el trato dio al amor aumento,
que hace al niño amor gigante el trato.
¿Qué monte o sierra con igual contento
no corrimos los dos? ¿Qué valle frío
no nos dejó cazando sin aliento?
¿En qué ribera del corriente río
no sacamos los peces con anzuelos
debajo de algún álamo sombrío?
Los tímidos cobardes conejuelos
le presentaba yo, si se enojaba,
por hacer amistad de algunos celos,
por los frondosos árboles trepaba,
y, chillando los pollos, le traía
los nidos que su pájaro lloraba.
¡Cuántas veces me halló en su puerta el día
con las tempranas guindas y cerezas
que con el verde elejo entretejía!
Si no podia hablarla, ¡qué tristezas!
Sus puertas, sus ventanas coronaba
de mudas selvas y silvestres nuezas.
Con esto, cuando Albania despertaba,
y daba por sus rejas sol al mundo,
conocía que yo velando estaba.
¿No has visto un perro con gemir profundo,
si le deja su amo, herir la puerta?
Pues yo era así, y en la lealtad segundo.
Ni menos si la vi, Montano, abierta,
dejé de hacer locuras amorosas,
que así enloquece una esperanza incierta.
Mil veces en las selvas espaciosas,
si me hallaba dormido, me tejía
guirnaldas de azucenas y de rosas.
Yo despertaba, y, viendo qué me hacía,
vencedor y vencido la buscaba,
y aquel triunfo de amor le agradecía.
Ella, con risa, todo lo negaba,
cubierta de vergüenza y de claveles,
con que el nevado rostro matizaba.
Pero los hados, en mi bien crüeles,
en estos tiempos mi descanso impiden,
porque del bien, si es grande, te receles.
De Albania con ausencia me dividen
segunda vez, quedando interrumpida
la historia, cuyo fin mis quejas piden.
Lo demás del estado de mi vida
por esto puedes conocer, Montano,
y, si ganada mal, tan bien perdida,
MONTANO.
Extraño fin de amor, a quien en vano
hace el desdén injusta resistencia,
y el imposible más incierto es llano.
Lucindo, él mesmo te dará paciencia
con solo imaginar que Albania hermosa
siente con tiernas lágrimas tu ausencia.
Porque ver humanar tan alta diosa,
y por Endimión bajar la Luna,
bastan a hacer un alma victoriosa.
No le pidas mas bien a la fortuna;
sufre tu mal, que no es tan imposible
que no le apliques esperanza alguna.
No es empresa de amor la que es posible;
que para grandes ánimos se hacen
las que tienen su fin inaccesible.
En tanto, pues, que las ovejas pacen,
y de cogollos de florido espino
las cabras a placer se satisfacen,
Quiero de Albania al resplandor divino
consagrar de improviso un epigrama
con aqueste cuchillo en este pino,
Porque crezca su nombre, gloria y fama
en las orillas del anciano Tormes,
como por el lbero se derrama.
LUCINDO.
Harás la tuya y su valor conformes,
aunque todas las cosas deste suelo,
para tenelle igual, serán disformes.
Pinta mi puro amor, mi casto celo,
que no le vencerán olvido y muerte
por muchos siglos que revuelva el cielo.
MONTANO.
Escúchame, que escribo desta suerte:
EPIGRAMA.
Una hermosura y celestial belleza
de un rico entendimiento acompañada,
en quien la ciencia infusa está cifrada
que puso Dios en la naturaleza...
la mayor majestad y gentileza
que vio la edad presente y la pasada,
de las mayores gracias adornada
que son del alma corporal riqueza;
un término real, un noble trato
y, en tiernos años, un discurso altivo
todo de ejemplos inauditos hecho,
de Albania son el singular retrato;
y quien quisiere verla más al vivo,
busque a Lucindo y mírela en su pecho.
Acabada la égloga, y referida la fábula en prosa de Frondoso, dieron licencia Benalcio y Tirsi a las pastoras que diesen algunas prendas a sus amantes, con tal condición, que ellos las celebrasen de improviso con algunos versos. Agradó á todos generalmente el favor y la satisfacción; y así, dio la primera Isbella a Menalca un reloj con su brújula.